Eugenia y Adolfo
Los niños seguían durmiendo y Eugenia miró en la ampollita que con una arena blanca y muy fina medía las puntadas del tiempo en la cocina. Supo que ya debía sacar el huevo de la olla. Lo sacó y lo puso unos instantes bajo el agua de la llave para que se refrescara. Lo cascó en el borde del lavaplatos y del huevo salió Adolfo con un pan al hombro. Los dos se abrazaron con muchos besos, como si llevaran años sin verse. Soplándose los dedos porque el pan estaba muy caliente, Adolfo partió un pedazo y se lo dio a Eugenia. Después se fue a caminar en la calle con su pan y su día al hombro.
Iban a ser casi las 8:00 de la noche cuando Adolfo regresó. Luego de los besos que repartió entre Eugenia y los hijos, se acurrucó hasta volverse muy chiquito y empezó a meterse con mucho cuidado dentro de las cáscaras del huevo que ella había cascado en la mañana. Uno de los hijos recordó en voz alta que en una clase la profesora había hablado de las casas de hielo de los esquimales. Otro de los niños dijo que las pingüinas no ponían huevos sino casas de hielo que parecían huevos y todos, hasta Adolfo que cada vez se hacía más chiquito, soltaron sus risas. Adolfo terminó de meterse entre las cáscaras y las cerró por dentro.
Eugenia echó agua en la olla, la dejó lista sobre la estufa y acostó a los niños. Antes de ir a la cama, toda feliz sintió que en su corazón ya saltaban el abrazo y los besos que Adolfo iba a darle a la mañana siguiente.
Viuda que va a comprar un hombre
Claudia lleva once meses de viuda y ha decidido hacer otro tipo de inversión con el poco dinero que le queda de la herencia de su finado. Son tiempos de crisis. Ya está a punto de enloquecer por el costo de la vida y por los flacos dígitos de sus papeles en la bolsa.
Va a una cacharrería. Después de saludar en forma muy cordial a la dependiente, le dice que quiere comprar un hombre. Uno de esos que están colgados en el borde del penúltimo entrepaño de los estantes de la izquierda, hacia una de las esquinas del fondo de la cacharrería.
―¿Éste? ―pregunta y señala la dependiente.
― No, ése no ―responde Claudia.
―¡Ah, éste!.
―Tampoco.
―Entonces, éste.
―No, no es ése.
―¿Éste?
―No.
―¿Éste?―. Con la punta de la pértiga en un pie del hombre.
―Sí, ése.
La dependiente baja al hombre y lo extiende con cuidado en el mostrador. Mientras Claudia lo voltea examinándolo, el hombre le dice que él planea hacer un viaje por el Caribe en un crucero, lo hará con todo el dinero que den por él. Claudia extiende una mano en el aire para decirle al hombre que ella pagará, billete sobre billete, el precio completo que aparece en ese marbete que cuelga de su tobillo. El hombre pone la mirada a un lado para concentrarse unos segundos en su felicidad, y luego, entre sonrisas, estira los brazos y los deja bien pegados al cuerpo, alistándose para que lo envuelvan.
Claudia mira al hombre como con piedad y llama aparte a la dependiente. Mientras el hombre sigue todo feliz sobre el mostrador, esperando que lo envuelvan y soñando que entra a un lujoso hotel de una isla del Caribe, Claudia comienza a regatear con la dependiente.
Piel de hormiga
En la antigua Grecia, la ambrosía, nueve veces más dulce que la miel, es el alimento de los dioses y a ellos les brinda la inmortalidad. Las hormigas que llegan a asaltar El Olimpo en busca de tan dulce manjar también se hacen inmortales. Por eso estos himenópteros no mueren, sólo mudan de piel, aunque sí envejecen.
En la cultura tukuna, la cerveza es un brebaje que proporciona la inmortalidad. Se prepara a partir de mandioca dulce. En cierta ocasión una virgen bebió cerveza para ganar la inmortalidad que los dioses habían accedido a darle. Para tal fin se celebra una fiesta campestre. La tortuga, al ver a la virgen bebiendo cerveza, la maldice. De inmediato el cuero de tapir sobre el que estaban sentados ella y los invitados se eleva. El enfurecido quelonio rompe las jarras de cerveza de mandioca dulce, la que se esparce por el suelo hirviente de gusanos. Las hormigas arriman a lamer la cerveza. Por eso estas criaturas no envejecen, sólo mudan de piel.