Como era de esperarse, junto a las eternamente recicladas muertes del autor, la literatura y el crítico, la defunción de la interpretación literaria tiene un gran papel en esas percepciones frecuentemente apocalípticas. La crítica literaria latinoamericana producida en el continente —ya por su rol todavía marginal en la crítica hegemónica escrita en inglés, ya por los tentáculos de la globalización— ha logrado avanzar con determinación, particularmente en los últimos treinta años. Hasta hoy, en las raras ocasiones en que participan en intercambios la crítica latinoamericana periodística o académica y la práctica latinoamericanista anglófona mantienen un diálogo de sordos. Sin duda, antes y durante sus periplos estadounidenses, los fallecidos Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal fueron los más destacados en esos intercambios. A la vez, se convirtieron en creadores involuntarios de la presente condición de la exégesis literaria, en la cual los críticos se leen selectivamente, en el mejor de los casos; atados por restricciones ideológicas o institucionales definidas recientemente por una conglomeración de abigarradas políticas de identidad.
El VI volumen de las Obras (Fragmentos de contenido misceláneo. Escritos autobiográficos) (2017) de Walter Benjamin incluye un texto sobre “La tarea del crítico”. Uno de varios textos fragmentarios sobre las crisis críticas de los años 30, esa nota crítica emite un aviso todavía ignorado por críticos menores: “Sobre la herejía que sostiene que lo que capacita siempre al crítico es la ‘propia opinión’ que éste posea. Nada dice en efecto el enterarse de la opinión sobre cualquier cosa de alguien que no se sabe quién será. Cuanto más importante sea un crítico, tanto más excepcionalmente manifestará él su opinión”. Recientemente, según se deduce de ideas de Jacques Rancière, Hans Blumenberg y Amy Hungerford, es obvio que no se puede leer o hacer crítica o historia literaria como antes, principalmente porque como arguye Hungerford en Making Literature Now (2016), la cultura literaria sigue viva, pero no es compartida con los que no pueden ganarse la vida por su participación en ella.
Latin American Literature Today ha tenido a bien promover la participación requerida para tener un objeto de estudio llamado cultura literaria del tardío siglo veinte y temprano siglo veintiuno, como insiste Hungerford. Para este dossier eso no significa ignorar lo que se puede llamar generalmente “Latinoamericanismo anglófono” (alguno pionero, como el de Jean Franco), o las más y más pertinentes interpretaciones españolas. Tampoco se trata de subordinar la crítica “periférica/menor”, o la producida por escritores como Mario Vargas Llosa y sus pocos pares contemporáneos en esa tarea. Imponer límites al examinar lo que ocurre cuando diferentes grupos de interés creen que su historia y destino les da el derecho para planear o re-cartografiar las demarcaciones de un territorio crítico es un arma de doble filo: se excluye a los forasteros, mientras patrullar el territorio de uno sirve para acorralar a los mismos patrulleros. Por ende, estamos aboliendo fronteras.
Concentrándose en las parcelas críticas de las zonas mexicanas, andinas y del Cono Sur, Maricruz Castro Ricalde, Antonio Villarruel y Marcela Croce presentan visiones concisas, directas, extremadamente informadas y al día de esas regiones. Sus ensayos son reflexiones metacríticas del estado del arte, para el cual sus propios trabajos son parangones. Los tres compaginan lo que el crítico canónico mexicano Alfonso Reyes llamaba las “simpatías y diferencias” entre diferentes metodologías y metas, conjugando la diversidad de precursores y practicantes de la crítica punta. En última instancia buscan un entendimiento sensato de lo que la crítica literaria debe ser en este siglo. Así, dan nombres, proponen soluciones para polémicas bien conocidas o muy recientes (algunas serán nuevas para los especialistas), y son optimistas acerca del futuro de los empeños de sus colegas.
Más que nada, sus enfoques revisionistas y exhaustividad les revelarán a críticos establecidos y emergentes que tendrían que resucitar partes de la crítica que sus maestros pasaron por alto al tratar de legitimizarse con teorías supuestamente autorizadas. Castro Ricalde, Villarruel y Croce no se postran ante jerigonzas previsibles, o adaptan su material para que encaje críticamente. Liberados de tales tautologías, no ceden ante las advertencias preventivas estadounidenses de moda, que pretenden no traumatizar a los miembros de equipos de identidad particulares. Una crítica humanista no tradicional no está en desacuerdo con un sentido renovado de marcos filológicos, como propuso Edward Said al final de su vida. Latin American Literature Today presenta estas sinopsis en un momento en que la crítica necesita ideas incómodas que duren por un tiempo, que nunca absorban devociones. Igualmente importante, los tres ensayos que siguen no desubican la información “nativa”, conscientes de que construir comunidad entre los críticos no significa ceder al periodismo o a los expertos al escribir para un público mayor, y de que el que mucho abarca poco aprieta. Sin duda se puede aprender de estas visiones originales, y les estamos agradecidos.