Lina Meruane es una premiada escritora chilena, ensayista y periodista cultural. Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el inglés, italiano, portugués, francés y alemán. En 2012, su novela Sangre en el ojo, sobre una mujer que sobrelleva el inicio de una ceguera — traducida al inglés como Seeing Red por Megan McDowell—, ganó el prestigioso premio Sor Juana Inés de la Cruz. En una entrevista que tuvo lugar antes de la pandemia global que estamos viviendo, Meruane charló sobre la génesis de su novela premiada, sus ideas sobre la escritura y la traducción, y sobre su último libro, Nervous System, que se publicará en inglés en 2021 y que Meruane espera sea la última entrega de su trilogía sobre la enfermedad.
Victor Meadowcroft: Leí que, al igual que la protagonista de tu novela Sangre en el ojo, tú sufriste un período en el que perdiste la visión. Eso da lugar a la pregunta: ¿cuál es la relación entre Lina (Lucina) Meruane, de Sangre en el ojo, y Lina Meruane, la autora del libro?
Lina Meruane: En efecto, yo pasé por una época de ceguera que luego fue solucionada a través de cirugía, y me pareció en su momento que era un material interesante, porque las muchas novelas sobre personajes ciegos que existen, tanto en la literatura latinoamericana como en la literatura mundial, cuentan la ceguera desde la visión del vidente, y yo había tenido una experiencia que me había permitido vislumbrar esa experiencia de la invidencia desde adentro, no desde la afuera. Entonces me pareció que era un material personal, duro, pero también un material que tenía para mí bastante interés. Y, aunque lo pensé en su momento, incluso antes de que ocurriera el episodio de la ceguera, que estaba anunciado, me demoré bastantes años en escribirlo y, en su momento, cuando empecé a escribir, pensaba que escribiría una memoria. Quería escribir una memoria. Nunca había escrito una y pensaba que esa sería una oportunidad de contar algo de manera más directa. Pero, tal vez porque había pasado tanto tiempo y había leído tanto sobre la ceguera y pensado tanto en lo que había sucedido, ya esa relación con lo verdadero no me interesaba demasiado, el texto inmediatamente empezó a convertirse en una narración de ficción. En la primera versión de esta novela, el nombre del personaje no era Lina, ni tampoco era Lucina. Creo que ni siquiera tenía nombre mi protagonista. Pero cuando terminé la novela sentí que era importante reponer mi nombre para indicar que había un trasfondo referencial, un trasfondo verdadero, y también porque me interesaba jugar con las expectativas del lector y la lectora. Los lectores suelen asumir que los escritores, especialmente las escritoras mujeres, siempre escriben sobre ellas mismas, así que decidí jugar con eso, permitirles pensar que todo lo que pasaba en la novela era cierto. Ponerlos en jaque en relación a su propia lectura y ver qué pasaba cuando llegaban al final, qué pasaría si seguían pensando que en realidad todo, todo, todo, era verdad.
V.M.: Hay una escena en esa misma novela en la que Lucina está en un hospital a punto de hacerse una cirugía en el ojo y, entre todo el tipo de cosas que las enfermeras les preguntan a los pacientes, alguien le hace una pregunta totalmente incoherente: “¿Qué es la ficción?” ¿Podrías responder la pregunta?
L.M.: Muy buena pregunta para continuar, porque, en efecto, justo ahí se evidencia una clave de que eso es lo que está pasando, que en la historia hay un elemento de ficción. Es decir, es como anunciarle a mi lector o a mi lectora que, quizás, todo esto que está leyendo es también ficción. Que es real y es también ficción, o que es real y va a ir hacia la ficción. Que la ficción está siendo la energía que mueve hacia adelante esta novela. La ficción para mí, bueno… ¿Qué es la ficción? Es una pregunta difícil, para la cual tengo respuestas solo tentativas, pero para mí la gran diferencia entre la realidad y la ficción es que una novela, una escritura, siempre en alguna medida trabaja la invención. En la medida en que queremos contar una realidad y la recortamos, y seleccionamos pedazos, y reescribimos, usamos un narrador que entra y sale, y cuenta cosas que no puede saber un yo. Ahí empieza a funcionar un elemento que es el elemento de la invención, el elemento de la imaginación, el elemento de la simbolización, y del lenguaje, que nunca tiene un sentido fijo. Y ahí eso es la ficción. Es decir, es una manera de enfrentar lo real, separándose de lo real, reimaginando lo real, utilizando ese dispositivo de la ficción que es la memoria, pura invención, a partir de lo real, y es construir otra cosa, ¿no? Es decir, la ficción para mí siempre está anclada en un punto, en un punto pequeño o en un punto muy grande, en un elemento real en la vida de un autor o de una autora, que digamos que es autobiográfico, de múltiples maneras, pero que va trabajando esa realidad como materia prima, como una arcilla, y la va moldeando y la va repensando. Y esto ocurre tanto en las novelas de no ficción como en las novelas de ficción. Digamos, la diferencia es el grado de imaginación, y el grado de reelaboración, y el grado de separación, que un texto, y que un autor o autora ejercen sobre ese elemento real.
V.M.: Una de las cosas que me gustó mucho de Sangre en el ojo fue la forma en la que la experiencia de la ceguera, de la protagonista, pareciera aumentar la percepción de sus otros sentidos, incluido, en algún punto y paradójicamente, el sentido de la vista. ¿Esto fue algo que tomaste de tu propia experiencia de ceguera momentánea?
L.M.: Mira, yo quería escribir una novela negra, una novela sin visión. Pensaba que así iba a ser la novela que yo iba a escribir cuando empecé a escribir la novela. Iba a ser una novela donde el personaje no pudiera ver nada, y el lector no pudiera ver nada, que fuera sencillamente una novela contada a partir de los otros sentidos. Pero, por supuesto es muy difícil escribir una novela sin imágenes, y lo que me pasaba es que yo recordaba muchos de los eventos en los que me basé para escribir la novela, los recordaba visualmente. Y, de hecho, me encontraba a veces preguntándole a mi hombre si él recordaba; si cuando había sucedido x o y, ¿yo ya veía de vuelta o no? Y era una pregunta muy extraña. Me decía no, no, eso estaba sucediendo mientras no veías, y yo decía, qué cosa más rara, porque lo recuerdo tan, tan visualmente, a pesar que no lo viera. Entonces, un día, en una conversación con una psicóloga de la percepción, salió este tema de la ceguera, y algunos estudios que había hecho o leído sobre este tema, y le comenté el dato extraño de que la escritura salía tan visualmente, con una agudeza visual brutal. Entonces, ella me dijo que eso tenía que ser así, porque si uno ha visto y ha dejado de ver, y, sobre todo, si uno vuelve a ver, configura esas memorias de manera visual. Y entonces, lo que pasa ahí es que la memoria sigue operando de la misma manera, y rellena lo no visto con lo sí visto. Lo cual me llevó a pensar también que, en la realidad, siempre que recordamos algo, lo estamos rellenando de imágenes que por ahí no estaban, que por ahí uno ha puesto después, que la memoria misma ha construido de manera visual. Y eso me pareció muy fascinante, muy bello, y también me autorizó a escribir la novela de una ciega, de una ciega que ha sido vidente, y que escribe ya recuperada la vista, en cierta medida, me autorizó entonces a escribir esta novela tan visual.
V.M.: En 2019 pasaste una semana con un grupo de traductores en la escuela de verano del BCLT, en la que tradujeron una sección de tu novela Cercada. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar tan cercanamente con traductores y de revisitar una de tus obras más tempranas? ¿Piensas que esta experiencia cambiará en algo la forma en la que trabajes con tus propios traductores en el futuro?
L.M.: Fue una experiencia increíblemente intensa, la de volver a mi libro del año 2000 —es decir, de hace veinte años—, porque descubrí, revisando ese texto, que ahí ya había una serie de estrategias literarias que luego he ido desarrollando en los libros más contemporáneos que he escrito. Es decir que hay algo que está muy tempranamente en mi escritura y que reaparece no solamente en términos de técnica literaria, como la fragmentación, el cambio de punto de vista, estas relaciones muy cerradas y muy intensas, sino también escenas de la era de la dictadura y, luego, de la postdictadura, de la violencia sobre los cuerpos, de las protagonistas femeninas que están un poco confundidas con su situación, intentando entender los discursos y las realidades que hay a su alrededor. Esta novela es una novela documental. Es decir, usé un testimonio de alguien que había conocido, que era hijo de un detenido desaparecido, para construir una ficción; la ficción entra por el lado de la construcción y los otros personajes que aparecen en este libro. Fue muy interesante para mi ver cómo ya había, en uno de mis primeros libros, una manera de narrar, una manera de pensar, una manera de plantear ciertos problemas.
El ejercicio de traducción me llevó a la cuestión siempre tan compleja de la elección de las palabras, el término justo con que batallo, por así decir, cuando escribo mis propios textos. Por eso, el ejercicio de traducción para mí fue una extensión, en otra lengua, de algo que hago todo el tiempo, ¿no? Y eso fue, digamos, muy consistente con una práctica de escritura que, para mí, es muy intensa. Me divirtió, por ejemplo, encontrar que una de las secciones que había elegido Anne McLean, quien lideraba el taller y que, por supuesto, es maravillosa, fue precisamente un momento en que se le pregunta al protagonista de Cercada, qué significa para ella la traición. Y ella busca en un diccionario —cosa que yo hago con mucha frecuencia cuando escribo— digamos todas las posibilidades, todas las asociaciones que hay posibles con esta palabra, ¿no? Y en la traducción fue realmente un momento fascinante intentar buscar todas las traducciones de los sentidos de traición, ¿no? Y eso, digamos el complejo repertorio de una palabra, me pareció un ejercicio muy bello. Ahora, ¿cómo afecta esto a la manera en que trabajo? No creo que lo afecta realmente, porque cuando yo escribo en español no estoy pensando en cómo se traduciría, sino que más bien estoy intentando encontrar la palabra exacta, la palabra justa, y también, muchas veces, a partir de esa palabra, las asociaciones que genera esa palabra, que van haciendo avanzar mi texto. Lo cierto es que yo nunca he pensado en mí misma como traductora. Es el único ejercicio de escritura que jamás he querido hacer porque sé que, al contrario del placer que me daría escribir, sufriría muchísimo. Tengo muy poco tiempo para dedicarle a mi propia escritura, así que traducir un libro me quitaría tiempo para mi propio trabajo creativo.
V.M.: Por último, sé que tu próximo libro que saldrá en inglés se llama Nervous System. ¿Puedes contarnos un poco más?
L.M.: Sí, Sistema nervioso, que es el título original en español, está siendo traducido al inglés por—para mi alegría—Megan McDowell. La novela revisita el problema de la enfermedad. He escrito hasta ahora, y espero que esta sea la última, una trilogía de novelas sobre la enfermedad. La primera, Fruta podrida, la segunda, Sangre en el ojo, ambas tienen en común el hecho de que hay una mujer enferma, y el resto de los personajes está sano. En esta novela sobre la enfermedad, me planteé que yo misma tenía que acabar con esta relación maniquea, casi diríamos, entre enferma y sanos, entre no normativa y la norma, o lo normativo; entre estas mujeres raras, distintas, aproblemadas, y los otros. Por eso hice de toda esta familia una familia de enfermos, están todos enfermos. La enfermedad es la nueva norma. Pero el elemento, tal vez, novedoso de esta novela es que la protagonista es una astrofísica. Es una mujer que estudia ciencias planetarias. De modo que en esta novela lo que hay es una combinatoria de sistemas. Por un lado, están los sistemas orgánicos: el sistema nervioso, el sistema digestivo, el sistema inmunológico, en fin, todos estos sistemas de los que toda la familia sufre, y son distintos sistemas los que están involucrados en el sufrimiento, o en las enfermedades de estos personajes de la familia. También está el sistema familiar, esta red tan tensa e intensa, de relaciones entre los miembros de esta familia; un sistema comunicacional, porque ella está en el país del norte y ellos están en el país del sur, y por lo tanto hay una serie de llamadas, de mensajes telefónicos, de errores de comunicación, de cambios lingüísticos entre el inglés y el español, por lo tanto, hay un sistema de comunicación a veces confuso. Y por supuesto está el sistema solar, el sistema cosmológico que ella estudia con bastante intensidad. Finalmente, está el sistema novela. Esta es una novela bastante fragmentaria, en la que se va contando de una manera no lineal, porque lo que me interesaba era pensar en una relación entre personajes, y, por lo tanto, la propia novela necesitaba ser escrita como si fuera un sistema, o una red, en la que los problemas, las conversaciones de los personajes, orbitan alrededor de un centro, que es la enfermedad. Eso sería, a grandes rasgos, esta novela, la tercera de una especie de trilogía de la enfermedad, pensada ya como un cierre de este tema, porque estoy ahora trabajando en otras cosas.
Visita nuestra página de Bookshop y apoya a las librerías locales.