Joseph M. Towle: ¿Cómo situarías a la novela negra latinoamericana de hoy con respecto a la norteamericana o a la europea?
Daniel Salinas Basave: Latinoamérica es hoy en día la región más violenta del mundo. Miras las listas mundiales de las 50 ciudades con más homicidios por cada cien mil habitantes, y resulta que 40 son latinoamericanas y el resto son estadounidenses o sudafricanas. Tijuana ocupaba el primer lugar en 2018. Acapulco y Ciudad Juárez lo han ocupado en años recientes. También San Pedro Sula en Honduras, Caracas y no pocas ciudades brasileñas. Tomando en cuenta esos factores, podemos concluir que la novela negra latinoamericana es la historia de nuestra vida cotidiana. Incluso una novela ajena a lo criminal no podría sustraerse a esa realidad porque el crimen lo envuelve todo. Parafraseando a Federico Campbell, que fue profeta, vivimos en la era de la criminalidad, en estados fallidos de cimientos criminales. La novela negra latinoamericana es realismo puro, crónica periodística. No hay razones para la invención. En contraparte, Europa es la región más segura del mundo, en donde menos homicidios se cometen. De hecho a nivel histórico, nunca antes se habían cometido tan pocos homicidios en Europa, o al menos eso dicen las estadísticas. Hay crimen, hay mafia, pero el homicidio es atípico. Dentro de la ya de por sí segura Europa, la región más pacífica es Escandinavia. Vaya paradoja. Posiblemente en una semana en Baja California se cometen más crímenes que en los cinco países escandinavos juntos en un año. Por ello los novelistas europeos aún deben centrarse en la trama, el rompecabezas, la invención, la sorpresa. En Estados Unidos hay una enorme diversidad. Tomo como parámetro la antología Vivir y morir en USA (Océano 2014), con los mejores relatos de Akashic Noir y encuentras de dulce, chile y de manteca, desde Don Winslow, Michael Connelly, a Joyce Carol Oates o Dennis Lehane.
J.T.: ¿Cómo encuadra Ud. al género policíaco dentro de la literatura mexicana contemporánea en general? ¿Encuentras algunas características especiales en la novela negra mexicana que la distinguen del resto?
D.S.B.: Quizá la característica principal, es que aquí la policía siempre es corrupta y la autoridad solo puede inspirar desconfianza. No recuerdo una novela negra mexicana en donde el aparato judicial o ministerial sea heroico e inspire confianza. Partimos y asumimos que la trama ocurre en un estado fallido y corrupto donde lo criminal se confunde con lo policiaco. El aparato criminal es un todo, una amalgama capaz de engullirnos. Claro, dentro de los exponentes mexicanos hay quienes son muy fieles al canon del detective. Pienso en Hilario Peña y “Malasuerte” o José Salvador Ruiz y “Aqueberro” o el mismo Haghenbeck y “Pascal”. Un thriller político como La doble vida de Jesús (Alfaguara 2015) de Enrique Serna encarna la esencia del aparato de gobierno absolutamente corroído por la metástasis criminal en donde incluso el noble justiciero debe contaminarse para triunfar. Por otra parte, tenemos libros como No toda la sangre es roja (Nitro 2017) de Carlos Padilla que son crónicas periodísticas, pura labor de reportero policiaco y sin embargo es Noir puro. Me gusta mucho también lo que hizo Imanol Caneyada en La fiesta de los niños desnudos (Tusquets 2014) u Hotel de arraigo (Suma 2015).
J.T.: El vivir y escribir en la frontera, ¿qué papel juega en la producción de la novela negra?
D.S.B.: Tijuana está bendita y condenada por la geografía. Pase lo que pase, siempre seremos la joya de la corona para cualquier gran negocio criminal, para cualquier forma de tráfico, porque somos la puerta de entrada a la abundancia californiana, el mercado que todos desean. Hemos estado en primer lugar como la ciudad más violenta del mundo. Yo mismo, que ya he dejado de ser reportero, he visto en el último año tres cadáveres de ejecutados en la carretera donde vivo. Antes los veía casi todos los días, pero porque trabajaba en eso, pero ahora aunque trates de ser ajeno, no puede sustraerte. La violencia está en todos lados y todo lo envuelve. Nuestras costumbres, nuestros temas de conversación, nuestra forma de vida. Es omnipresente.
J.T.: Hace poco Gabriel Trujillo Muñoz escribió que la novela policiaca se está convirtiendo en el género central de la narrativa mexicana. Además, destaca que “No se escribe ya necesariamente para el gran público sino para los conocedores del género”. ¿Tiene razón?
D.S.B.: Es el género central, estoy de acuerdo. Aunque no quieras escribir novela negra, casi cualquier narrativa mexicana cuya trama ocurre en el México contemporáneo acaba mostrando el lado criminal. Es imposible sustraerse. Gran público no hay para ningún género literario. Los lectores de cualquier género somos una secta, una cofradía, como un club de filatelia, pero somos muy tercos y persistentes.
J.T.: Ya hemos visto las olas populares de novela negra sueca y ahora de Islandia. ¿Cómo hacemos que las obras de novela negra mexicana sean recibidas en el extranjero? ¿Cuándo va a ser popular la novela negra mexicana mundialmente? ¿Habrá ese momento cuando el resto del mundo va a tener copias de narradores mexicanos en sus estanterías?
D.S.B.: En algún momento yo leí mucha novela negra escandinava. Muchísima. Leí casi todo Henning Mankell y luego Stieg Larsson disparó la moda y las traducciones. La novela negra escandinava es como la socialdemocracia del Noir, muy clavados en temas como feminismo, migración, violencia contra la mujer. Herencia de Maj Sjöwall y Per Wahlöö. De hecho, han puesto de moda a las detectives del sexo femenino como ocurre con Åsa Larsson y Camila Läckberg. Es una ola, una movida y la industria editorial a menudo actúa en automático. Entre los escandinavos hay cosas muy buenas, pero muchas otras prescindibles. Los latinoamericanos tenemos que picar piedra. Parecería que hoy en día es irrelevante dónde vives y dónde publicas, pero la verdad es que nos seguimos perdiendo de muchas cosas. Hay muchísimos colombianos muy buenos que solo publican en Colombia o argentinos que solo publican en Argentina, o ecuatorianos que solo publican en Ecuador y jamás los leemos en México. Hablo de esos tres países porque he estado en estrecho contacto con ellos y los he visitado recientemente. En Sudamérica son muy receptivos. España, por desgracia, sigue monologando y ni hablar de Estados Unidos. Son mercados editoriales cerrados y guiados por el estereotipo. Me parece que en Estados Unidos solo se acepta a nivel masivo lo que corresponde con el cliché latino o chicano. Creo que lo que están haciendo sellos como Nitro Press ayuda mucho a que nos conozcamos. Gracias a Nitro conocí a Lorenzo Lunar, Nicolás Ferraro, Rebeca Murga, Gabriela Cabezón, Kike Ferrari, Paula Parisot. Es como una guerra de guerrillas del underground literario. Gracias a Contrabando este año publicamos en España De narcos a luchadores (Contrabando 2019), un libro tripartito en donde comparto el espacio con Carlos Padilla y Aldo Rosales. Gracias al premio Fundación El Libro pude editar en Argentina Juglares del Bordo y gracias a que llegué a la final del García Márquez edité Días de whisky malo en Colombia. Es una brega de terquedad y persistencia, pero somos tercos. No necesitas a Planeta o a Random House para saltar a otro país.
J.T.: ¿Dónde se puede trazar la raya y decir “esto sí es novela negra, esto no”? ¿No es hasta cierto punto un criterio personal y arbitrario?
D.S.B.: Hay un canon muy ortodoxo que respeta, sobre todo, a la figura del detective, el crimen a resolver, e incluso hay quienes siguen siendo fieles a la habitación cerrada. Creo que mientras el crimen esté en el centro neurálgico del relato podemos hablar de negritud, pero yo mismo no sé dónde está la frontera. Por ejemplo, yo jamás he tenido un personaje que sea detective o policía y tampoco narco. Mis personajes suelen ser reporteros. ¿Quepo dentro del Noir? En Juglares del Bordo parto plaza con un cuento puramente Noir, pero los ocho cuentos restantes nada tienen que ver con el género (solo en dos aparece el crimen como contexto o fondo, pero no como tema central) y aún así en Argentina me colgaron el traje de narcoliteratura.
Ansley Miller/Audrey Iorio: ¿Qué impacto ha tenido el periodismo en su carrera como escritor? ¿En qué se diferencia escribir desde la perspectiva periodística en comparación a las demás?
D.S.B.: Al periodismo le debo mucho, o acaso debo decir que le debo todo. Fue mi mejor universidad para contar historias, mi mejor doctorado en escritura creativa, pero fue también mi peor enemigo y necesité dejarlo atrás para poder empezar a escribir en serio. Quizá por eso a veces le guardo rencor, porque a veces pienso que el periodismo me robó década y media de mi vida, que solo hasta que volví a la literatura volví a ser yo mismo y a vivir en plenitud. Un poco de rencor, es cierto, pero es mucho más lo que tengo para agradecer. Con el periodismo estoy en deuda pero también tengo mucho que reclamarle. Vientos de Santa Ana y los cuentos de Dispárenme como a Blancornelas son mis ajustes de cuentas. Elijo hacer un trabajo de ficción porque el trabajo periodístico topó con pared, llegó a una vía muerta y entonces le tomé la palabra a las enseñanzas de un maestro como Federico Campbell. Creo que el epígrafe de Federico que aparece en la primera página de Vientos de Santa Ana define el sentido de la novela y su búsqueda y acaso el sentido de buena parte de mi trabajo. Es casi una declaración de principios. A veces la única salida es la imaginación literaria y la licencia para fabular. La verdad de la calle, la que va más allá de los expedientes judiciales, solo puede refugiarse en un periodismo novelado. La tarea periodística la hice en un libro llamado La liturgia del tigre blanco (Océano 2012). Ese es un libro absolutamente periodístico y sin pizca de ficción que narra la historia de Jorge Hank Rhon desde un ángulo neutral e imparcial. Vientos de Santa Ana, en cambio, es la historia de lo que pudo haber sido. Una historia donde un crimen histórico es cimiento e hilo conductor, pero que busca ir mucho más allá de simplemente resolver quién mató al Gato. Es una historia sobre la brutal realidad de los reporteros de tropa y la imposibilidad de hacer justicia. Y claro, también están las terribles historias derivadas de la migración, la barda fronteriza, los deportados inyectándose heroína en el canal del Río Tijuana o nuestra desafiante y caótica topografía. Cuando camino por las calles de la ciudad trato de mirarlas como si lo hiciera por vez primera, como si yo fuera un recién llegado capaz de sorprenderse por nuestra vida cotidiana.
A.M.: ¿Qué tipo de investigaciones o experiencias le ayudan a escribir sus cuentos? ¿Qué elementos de la vida real, en estos momentos, le interesa incluir en sus cuentos?
D.S.B: Muchas de las historias sobre reporteros tienen su origen en situaciones, personajes o anécdotas de la vida real. Más de la mitad (o acaso deba decir, tres cuartas partes) de mis historias de ficción tienen como personajes a reporteros fronterizos. Claro, no son las únicas ni puedo decir que todo lo que escribo se basa en mis correrías reporteriles. Tengo un cuento que tiene como escenario Kazajistán, un país donde nunca he estado, y una novelita que ocurre en Serbia, un país que es una deuda pendiente en mis travesías. Sin embargo, no puedo ocultar que la vida reporteril y callejera ha sido una gran proveedora de historias.
A.I.: ¿Has experimentado total o parcialmente los eventos que describes en tus cuentos? ¿Crees que un escritor debe vivir o conocer bien los eventos/temas sobre los cuales escribe?
D.S.B.: Cuando trabajas en un periódico aprendes a trabajar duro y producir resultados aún sin un gramo de inspiración. Aprendes que el cierre no puede esperar, que la nota sale porque sale y que 500 palabras son 500 palabras, no 510 ó 490. Aprendes a eliminar paja innecesaria, a ir al grano, a decir más con menos. Esa actitud de productor en serie me fue muy útil en el periodismo y es fundamental en los libros por encargo (sí, también trabajo a petición de parte y como un buen carpintero, le entrego al cliente un mueble con las medidas solicitadas). A la fecha lo sostengo: si de verdad quieres dedicarte profesionalmente a esto, entonces debes transformarte en un obrero, un minero capaz de picar piedra por largas horas, pero ojo, no basta. Vaya que no basta. La chispa que enciende ese motor capaz de trabajar por horas debe ser la misma que me llevaba en la adolescencia a escribir por escribir, por el puro y vil placer onanista de hacerlo, sin esperar llegar a nada. Se puede trabajar maquinalmente y hace falta un engranaje un poco robótico para la talacha, pero el cimiento y la sustancia, el flujo vital de una creación yace en el deseo.
Joseph M. Towle es profesor asociado de Augsburg University. Por su parte, Audrey Iorio y Ansley Miller son estudiantes de esa misma universidad.