Elena Poniatowska no requiere introducción alguna. Es autora de más de cuarenta libros que abarcan casi todos los géneros: entrevista, cuento, teatro, crónica, testimonio, novela, ensayo y biografía. A pesar de su extensa y variada obra literaria, es mejor conocida por sus entrevistas y libros de testimonio, géneros reinventados en México por ella. Muestra excepcional de este último es La noche de Tlatelolco (1971), crónica colectiva del enfrentamiento entre estudiantes y soldados, constituida por un collage de voces que sirven al mismo tiempo de forma y contenido. Hasta no verte Jesús mío , novela neorrealista, es también testimonio, el de una mujer rezongona y admirable que luchó en la Revolución Mexicana y vivió más aventuras que el Periquillo Sarniento o la Pícara Justina.
Si bien Poniatowska ha disfrutado de un enorme éxito como periodista y escritora, siempre se sintió un poco abandonada por los círculos literarios de la élite. Como periodista, anduvo tras la noticia y por estar reportando día y noche, nunca tuvo tiempo de participar en la sociedad literaria. Además, desde muy joven empezó a creer que había que hacer libros útiles, libros para su país, lo cual hacía exclamar a Carlos Fuentes: “Mira a la pobrecita de la Poni, ya se va en su ‘vochito’ a entrevistar al director del rastro”. Por lo visto, el precio de las cebollas y los jitomates, los desalojos y las invasiones de tierra resultaron para ella mucho más importantes que los estados de ánimo o las vanguardias literarias del momento. Quizá por eso un día me explicó que algunos escritores la consideran “la cocinera, la barrendera,
Lejos de pertenecer al mundo que tanto le fascina, Poniatowska es descendiente del último rey de Polonia, Estanislao Augusto Poniatowski y del mariscal de Francia, el príncipe José Ciolek Poniatowski. Su familia cuenta entre sus antepasados ilustres con un arzobispo, un músico, y algunos escritores, incluyendo a la tía Pita, Guadalupe Amor, dueña absoluta del infierno. Gracias a su ascendencia, y debido a sus propias inclinaciones de izquierda, sus conocidos europeos la bautizaron como la Princesse Rouge .
Elena Poniatowska nació en París en 1932 y emigró a México a los diez años junto con su mamá y su hermana Kitzia, quienes huían de una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Paula Amor de Ferreira Yturbe, fallecida en marzo de 2001 a los noventa y dos años, fue mexicana afrancesada, cuyos antepasados abandonaron México después del fusilamiento de Maximiliano y la demencia de Carlota. Nacida en Francia, doña Paulette conoció a su futuro esposo, el príncipe Jean E. Poniatowski Sperry Crocker, durante un baile de los Rothschild en París y se casaron poco después, en 1931. Del matrimonio nacieron tres hijos: Elena, Kitzia y Jan, el más pequeño, fallecido en 1968 a los veintiún años, víctima de un accidente automovilístico.
Poniatowska comenzó su educación en Francia, donde su abuelo le dio sus primeras clases de francés y matemáticas. Al llegar a México, continuaron sus estudios de primaria en el Windsor School. Concluyó su educación formal en los Estados Unidos, en el Convento del Sagrado Corazón de Eden Hall en Torresdale, cerca de Filadelfia. Allí hizo el programa de Clases Académicas : cuatro años de estudios generales, aparte de las clases de solfeo, baile, religión y buenos modales. Aunque sus profesores le aconsejaron que continuara sus estudios en Manhattanville College, debido a una devaluación en México, sus padres no podrán financiar su educación universitaria y Elena también volvió a México, tierra de volcanes y pirámides, haciendas y palacios, pero de jacales y huaraches, pulque y huitlacoche.
De vuelta en México, Poniatowska pensó taquimecanografía para después trabajar como secretaria bilingüe, pero nunca hizo una carrera formal. Según ella, no pasó por la Universidad… ni de noche. Si bien es verdad que ha recibido varios doctorados honoris causa de universidades de México y del extranjero –el más reciente el que le confirió la Universidad de Georgetown (Washington, EEUU) en 2016–, la escritora señala que su educación superior fue poco tradicional: no asistir a la Universidad de La Salle, sino a la Universidad de La Calle. En cambio, sus entrevistados, entre los que figuran Alfonso Reyes, Luis Buñuel, Octavio Paz, Diego Rivera, Juan Rulfo, André Malraux y Rosario Castellanos, se transformaron en los benévolos maestros de una joven siempre curiosa y, a veces, impertinente.
Mi primer encuentro con Elena Poniatowska fue en 1990, hace casi treinta años, en la Universidad de California, Los Ángeles, cuando di una conferencia sobre Guadalupe Amor. Allí mismo, y casi sin conocerme, me convidó a su casa en México para revisar las muchas entrevistas que le había hecho a su estrambótica tía. De este primer contacto salió mucho del material para mi libro La undécima musa: Guadalupe Amor . También allí, al verme rodeado de innumerables álbumes de fotos, recortes periodísticos y otras evocaciones de una asombrosa trayectoria intelectual, resolví dedicarle mi siguiente proyecto biográfico.
Al escribir el libro, mi propósito ha sido dual. Por un lado, presentar el ingenio y la figura de una gran escritora mexicana a un amplio público hispanohablante, por ejemplo, a los ya escasos individuos que creen que Elena Poniatowska es una bailarina rusa. Por el otro, crear un caleidoscopio vital, un mosaico construido por medio de un coro de voces; las de su madre, su nana, sus compañeros escritores, críticos literarios y más importante, de ella misma. Es un libro que, al mismo tiempo, rinde merecido e implícito homenaje a Elena Poniatowska, ya que está pensado y construido como un collage, el mejor medio para reflejar –si bien fugazmente– las facetas cardinales de su vida y obra. No obstante, y tal vez en imitación del atrevido Faetón griego, quien, al tratar de apropiarse del carruaje solar fue arrojado desde lo alto hasta las oscuras profundidades del mar, él determinado, concienzudamente, eternizar su fama en mi ruina.
Su trayectoria literaria floreció en la década de la noventa con Tinísima(1992), no sólo la biografía novelada de la fotógrafa y militante italiana Tina Modotti, sino un fresco político y cultural de las primeras décadas del siglo XX en México y Europa. En Modotti, Elena descubrió un personaje cuya vida y obra abarcó casi toda la variada temática de sus libros anteriores: la condición femenina, el amor pasión y la convicción ideológica, además de las experiencias de una extranjera inmersa en los misterios ancestrales del valiente nuevo mundo americano, que Modotti plasmó en sus, a veces delicadas, a veces dogmáticas fotografías. El capítulo ocho también relata la adhesión de Elena al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que irrumpe en San Cristóbal de las Casas el primero de enero de 1994, y narra sus aventuras epistolares y personales con el subcomandante Marcos en las montañas del sureste mexicano.
Para Elena, esta década también fue un momento para reflexionar sobre su trayectoria literaria y periodística que abarca ya casi medio siglo. Su recopilación de entrevistas Todo México hace evidente esta tendencia, al igual que sus biografías de dos figuras del mundo cultural mexicano que Elena conoció en los años cincuenta cuando primero las entrevistó: Octavio Paz: las palabras del árbol , y Juan Soriano: niño de mil años , ambas publicadas en 1998.
El capítulo nueve, “Elena: patrimonio universal”, documenta la creciente globalización de su obra literaria, que se considera lectura compulsiva en universidades de países como Estados Unidos, donde muchos de sus libros y ensayos se han convertido al inglés y donde cada vez más Los investigadores dedican artículos, reseñas y ensayos a los múltiples aspectos que encierra su voluminosa y heterogénea producción literaria.
El dossier que Latin American Literature Today le dedica a Elena, al que me siento honrado de contribuir, como biógrafo y como amigo, no solo agrega una dimensión nueva y significativa al estudio de su vida y trabajo, sino que también sirve como un digno tributo a una de las figuras más importantes del mundo hispanohablante.