Incendio
Como quien cambia de sitio los muebles de la casa,
buscando algo de sosiego,
así me dispongo a quemar los puentes
que sostienen todo lo que supe en masculino.
Con el corazón fui incendiario, aticé el fuego, te iluminé el camino,
me senté a esperar, pero no venías.
Y mientras el edificio gigante ardía yo solo era capaz de ver la luz
en el futuro incierto de las cenizas.
He honrado al padre hasta que se volvió mi íntimo enemigo
y de pequeño me senté siempre donde me correspondía,
los pies juntos, hacia ningún lado.
Ahora soy yo el padre que pone la mesa para los dos, aunque no estés,
quien friega a diario tus platos limpios, nunca usados.
Y como el incendiario que se dispone a quemar los puentes,
buscando algo de sosiego,
vuelvo a cambiar de sitio los muebles de la casa.
Los pelícanos mueren de hambre por ceguera
A la pescadera Muriel
Los pelícanos mueren de hambre por ceguera.
A tal velocidad sumergen el pico en el agua
para alimentar a sus crías
que el ojo se va dañando hasta que se quedan ciegos y mueren.
En un supermercado
una mujer empuja con dificultad el carro de la compra,
se detiene ante el mostrador de la pescadería,
se coloca sus gafas progresivas.
Intuyo su afán de vida
cuando le dice a la pescadera
medio kilo de lubinas para las niñas
y veo en ella la velocidad del ave que abre las alas,
cae en picado
—los ojos sangrando—
y guarda en su bolsa una lubina.
Un pelícano con gafas progresivas,
una señora con un pescado entre los dientes
son todas las madres que no soy y que me observan,
que extraen conclusiones sottovoce,
que miran con cierta desazón
la aridez deforme de mi boca estéril.
Canción a una hija
Mi niña que no es mi niña vive como yo en las afueras,
su cuerpo aún buscando la caída.
Mi niña no tiene tiempo porque tiene hambre,
juega a construir castillos con los huesos que sobraron de la cena
y cuando se aburre cuenta el aire entre sus costillas.
Mi niña que no es mi niña tiene una niña dentro
que le pide a gritos otro nombre,
que le pide a gritos tenerle miedo
a los ruidos que agolpan la madrugada.
Mi niña que no es mi niña no conoce el frío de las tumbas
o si la sábana se enreda en medio de la noche,
solo busca a un padre en la geografía de los desiertos.
Del poemario Actos impuros (2017)