Desde su tercer número, Latin American Literature Today ha incluido un dossier especial para difundir las voces de decenas de poetas indígenas que desde la década de los 80 han irrumpido con gran fuerza en todo el continente americano. Ese gesto editorial es también un gesto humanitario y político a la vez, pues estas voces además de traerle nuevos aires a nuestra poesía, en muchos casos se han convertido en puentes interculturales para nuestras sociedades y han permitido reencontrarnos de otra manera con nuestra memoria histórica y con nuestros entornos naturales y espirituales. Esa es al menos la invitación que reafirman las cuatro poetas mapuche aquí antologadas: María Lara Millapan, Daniela Catrileo, Roxana Miranda Rupailaf y Adriana Paredes Pinda.
En este contexto, la poesía mapuche fue y ha sido una forma de sobrevivencia de su cultura, pese a los sucesivos procesos de colonialismo, por su íntimo vínculo con la palabra, la lengua y los saberes tradicionales. Ella ha servido para compensar el desarraigo y ha ido supliendo las funciones que cumplen el nütram (conversación), el epew (relato) y el ül (canto) tradicionales, como formas de reciprocidad entre la naturaleza, las comunidades y lo sagrado. Primero en la oralidad y luego en la escritura, la primera gran eclosión de la poesía mapuche en clave moderna y decolonial comienza con la aparición de El invierno y su imagen (1977) de Elicura Chihuailaf y Horas de lluvia (1977) de Sonia Caicheo, libros en los que ya se perfila la fuerza del contacto con la naturaleza y la reivindicación de la lengua mapuzungun, como formas de descolonización. A ellos se suman muy pronto, en 1989, Leonel Lienlaf y Graciela Huinao, con Se ha despertado el ave de mi corazón y el “La Loika”, respectivamente, coincidiendo ese año con el inicio de significativos procesos de autonomización indígena. Para la década del 90 irrumpe una gran cantidad de publicaciones mapuche, especialmente poéticas y antológicas. En la década siguiente, emergen con fuerza las escrituras poéticas de sus mujeres, todas ellas mezclando saberes y formas tradicionales con experiencias de empoderamiento femenino. Especial importancia tienen las dos ediciones de las antologías Hilando en la memoria (2006 y 2009) y los diversos estudios sobre esta eclosión, entre los que destacan los rigurosos estudios de Maribel Mora Curriao, Mabel García y Claudia Rodríguez.
¿Qué hay en estas obras? Pese a que no todas las poetas nacieron en comunidades tradicionales mapuche (algunas en comunidades o en ciudades del Wallmapu o bien fuera del territorio mapuche (Santiago de Chile)), todas fueron encontrando en la escritura poética, su forma de reintegrarse a sus identidades territoriales (tuwün) y familiares (küpalme) y a sus saberes (kimün), legados por sus comunidades y negados por la cultura oficial chilena. Casi todas hablan desde su condición de exiliadas de su propia lengua y territorios. En esas genealogías de recuperación parcial, Adriana Paredes Pinda se conecta con sus bisabuelas machis y Daniela Catrileo se reencuentra con su abuela yerbatera y con los cantos tradicionales (ül) de su abuelo. Por su parte, Miranda Rupailaf, recupera diversos epew míticos. Lo mismo Lara Millapan, nacida en la comunidad bilingüe y tradicional de Chiumpilli, lugar del cual emerge toda su poética. Una de las conexiones más significativas es con el canto tradicional (ül), el que ha sido preservado por sus ascendientes y que cumple funciones sociales diversificadas al interior de las comunidades: sanar, hacer domir al bebé, acompañar la cosecha, amar, rezar, agradecer a los dioses y a la naturaleza. Todas logran recuperar el sentido y los imaginarios de sus orígenes: familiares (Lara Millapan), territoriales, espirituales (Pinda), míticos (Rupailaf), naturales (Catrileo), siempre en búsqueda del conocimiento y del mapuche kimün y del buen vivir (küme mogen).
Las cuatro levantan con gran dignidad, aunque siempre tensionadas, su condición e identidad mapuche, la que parece fortalecerse a través de sus propias escrituras. Además, lo hacen desde situaciones tensionadas por su condición de mujeres modernas, la que en algunos casos se convierte en empoderamiento y en una apuesta por un “feminismo” de la diferencia (Catrileo y Rupailaf, sobre todo). Recordemos que todas son profesoras y algunas doctoras en sus disciplinas, todas han viajado fuera de Chile y ejercen sus profesiones, roles y activismos siempre entre dos culturas. A veces la apuesta es bilingüe o solo en español o disglósica o se recurre a la traducción de terceros. Algunas veces es el mapuzungun (mapu: tierra; zungun: lengua) el que triunfa. Son estéticas repletas de búsquedas e incertidumbres. Nos dice Adriana Paredes Pinda: “…solo soy una esquizofrénica que se inventa historias de linajes y dones para justificar su paria existencia…” (2009).
La poesía de María Lara Millapan es una especie de viaje HACIA la identidad territorial y espiritual (el tüwün), y DESDE la propia fuerza interior, heredada de los ancestros y de la madre tierra. En una entrevista nos dice: “Ahí radica la voz que llevo, la historia de mis abuelos y de mi tierra. La poesía que escribo hoy es posible gracias a esa mapu (tierra)”. Estos tres poemas, de su último libro Trekan Antü (Camino del sol, del tiempo) trasmiten gran ternura y delicadeza, pues la poeta habla desde su sincronía con las aves, los ciclos, las flores y todo tipo de ser vivo. Sus poemas son bilingües, pero no todas las palabras están traducidas al español, como es el caso de “Kecha tregülfe”, persona que dirige a los danzantes en la ceremonia ritual de nguillatun y cuyo funeral es evocado y revivido en este poema. Por eso son tan fundamentales los nombres en mapuzungun, pues recuperarlos es preservar las realidades que ellos portan. Es de lo que habla el último poema, donde hay gran incertidumbre y desesperanza por los “nombres” que se han perdido, pero también una resuelta actitud de empoderamiento y búsqueda de aquel: “nombre que nos pertenece”.
Muy cerca de ella, aunque más tensionada y dolorosa, por no acceder ni a la lengua ni a la comunidad tradicional plenamente, se sitúa la poeta Adriana Paredes Pinda, quien se autoconstruye como una humana de dos corazones, mujer escindida que no logra conciliar su doble pertenencia: a dos lenguas, a muchas identidades que le fueron arrancadas y a otras tantas que le fueron impuestas. Adriana nace en la ciudad de Osorno, asumiéndose como huilliche (gente del sur), aunque se siente enajenada de las comunidades tradicionales y de la lengua. Gracias a la palabra, ha logrado restituirse en parte a su verdadero origen, ha reparado el vínculo invisible con sus bisabuelas machis (sanadoras) y ella misma se ha convertido en machi, para curar sus propias heridas y ayudar a otros a hacerlo (ahora en la comunidad Kallfullanka de Riñinahue). Igual que Violeta Parra en “La jardinera”. Su poesía se escribe en un español “invadido” por una enorme cantidad de léxicos y expresiones mapuche, pero en su caso, es la lengua dominante la que triunfa. Nos dice: “Pienso que pienso desde el castellano (español) y por eso mis contradicciones; creo que los pueblos robados de su lengua vivimos esta tragedia” (2005). Sin embargo, en el poema inédito que ella nos entregó para esta muestra, hay un deseo por la redención a través de una leche (materna), que le devolverá su lengua mapuzungun y que la restituirá a la totalidad. Un deseo de que todo se vuelva “mapunzugun”, no solo la lengua, sino su cuerpo, el tiempo, los sueños, la memoria y hasta el mismo deseo.
Las dos poetas jóvenes aquí antologadas (Daniela y Roxana), parecen haber triunfado en sus poemas, sobre el desarraigo y la pérdida, sobre esta lengua “tajeada en dos mitades” (Mistral). Pese a que ambas han nacido en lugares en que lo mapuche es solo un recuerdo nebuloso de los padres, sus tonos recuperan muchos de sus sentidos, especialmente la libertad del cuerpo. Roxana Miranda Rupailaf, nacida también en la ciudad de Osorno y Daniela Catrileo, nacida en Santiago, asumen la búsqueda de sus orígenes mapuche no tanto como una pérdida infranqueable, sino como un itinerario donde el dolor y la fragmentación han cedido su lugar al empoderamiento y a la libertad. Dice Miranda Rupailaf: “…no tengo las visiones, ni las premoniciones, ni la experiencia de pronunciar un lenguajear que es propio de quienes han crecido bajo una cultura netamente mapuche”(2017). Pero sí se mueve con fluidez y gran dominio en medio de los mitos arquetípicos de lo femenino y lo masculino, haciendo entrar “lo mapuche” progresivamente en su obra y desacralizando todos los relatos míticos, incluido el de Shumpall (mito lafkenche en que una especie de espíritu del mar (Ngen) rapta a una doncella y que da lugar a rituales de iniciación sexual (rapto, recompensa, relación entre clanes). Si en las Tentaciones de Eva, Miranda Rupailaf había dotado de cuerpos y erotismo a diversas figuras del panteón judeocristiano y en Seducción de los venenos, combinaba figuras arquetípicas del arte de la seducción (serpientes de la sal, la tierra y el agua), ya en Shumpall el juego se ha liberado y el mito tradicional adquiere nuevos sentidos: mujeres empoderadas que desafían, juegan y se relacionan dinámica y sensualmente con el mar y las fuerzas masculinas. El mito ha sido transgredido, pero también revitalizado. Todo en Roxana, incluido su poema inédito, remite a mujeres fuertes, que indagan, se sumergen y sobreviven. Mujeres Evas, mujeres serpientes y mujeres seducidas por el mar, en explícita hermandad con otras mujeres poetas latinoamericanas: Mistral, Storni o Belli.
Una de las imágenes simbólicas de este nuevo “pacto” es el arcoíris, figura que también está en Daniela Catrileo, las más joven de las poetas aquí antologadas y a la vez, la que parece realizar con mayor plenitud su proyecto, pues lo que ella trae es su propio cuerpo mapuche, liberado y decolonizado, en medio de la urbe, de la wariache (gente de la ciudad). Su voz parece ser más empoderada y liberadora en medio del conflicto entre culturas (la mapuche, la azteca, la moderna), y en los poemas que aquí nos entrega, pertenecientes a su más reciente libro (Guerra Florida) donde se reivindican y transgreden la danza de la muerte y los rituales del sacrificio. Por eso se baila y el ritual del sacrificio (de las guerras floridas mexicas) se trasmuta en fiesta: las prisioneras se liberan o se trasmutan, por efecto de alucinógenos, en “Niñas” guardianas; se asesina a los yanaconas (indígenas considerados traidores en las guerras de conquista) y todo está vivo antes del “horror”. El mayor triunfo ocurre en el poema final, en que el cuerpo de la oficiante, es ofrecido al “Volcán Madre”, pues los mapuche son el pueblo elegido para custodiarlos y ofrendarlos.
Aquí están estas cuatro mujeres mapuche, en busca de aquel “nombre que nos pertenece”.
Paula Miranda
Pontífica Universidad Católica de Chile