En sus rincones,
no hay movimiento que recuerde
la dilatada respiración de otros días.
Ni siquiera el aire trae noticia de sus muertos.
Camino siguiendo la secreta orilla de las cosas
y en ellas me reconozco, en el polvo que las cubre como queriendo protegerlas de su propio destino.
Pienso en los hombres que a esta hora se sumergen tibiamente en el sueño. ¿A qué incierto mar se entregan?
¿Qué viento conduce sus barcos? ¿A qué puerto los empuja?
Oscuro es el instante en el que mi memoria intenta un diálogo fantasma reflejado en la piedra,
en la vigilia de los desheredados.
Larga y silenciosa,
como la muerte que no dicen estas calles.
Quisiera que los nombres de Robert Alegre, Rodrigo Ávila, Antonio Helguera, Begoña Hernández, Ramiro González Ayón, Giovanni Proiettis, Salvador Zarco y Martin Zurek estuvieran siempre ligados a este libro, ya…