Son verdaderas guerrilleras astrales desafiando al universo masculino, hace eones. Porque sabemos que la Ciencia Ficción (CF) siempre fue un coto de caza para “machos adolescentes”. Y aunque estemos al tanto que Mary Shelley fue la primera escritora de CF con Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818); lo cierto es que durante la mayor parte del siglo XX y XXI las autoras del género han sido y son minoría, así en Europa, USA o América Latina. Pues en el caso de la misma Shelley y otras adelantadas del siglo XIX, sus protagonistas seguían siendo varones, y las mujeres, cuando aparecían, eran relegadas a figuraciones secundarias. Aunque estas pioneras no fueron capaces de cambiar el enfoque dado por siglos de escritura dominante, les alcanzó para ingresar un hilo invisible de mutación al ADN del género. Inclusive, algunas autoras de la época de Oro CF en USA (1930 – 1960) salvaron esta enorme dificultad recurriendo a historias narradas desde un punto de vista viril para así franquear los prejuicios editoriales, llegando a camuflar sus verdaderos nombres bajo seudónimos masculinos. Y esto es significativo per se, pues si los autores de CF que intentan especular acerca de los cambios que se producirán en el futuro, ellos mismos siguen siendo hijos de su época y reflejan el presente que habitan; y si las mujeres han estado relegadas a un segundo plano social, dotarlas de peso protagónico en sus obras es algo que solo pocos autores han sabido capturar con justicia.
La discriminación que alegamos es realmente paradójica, pues se haya enquistada en el seno de una literatura cuyo carácter marginal le ha permitido ser profundamente crítica con la sociedad, caracterizándose por presentar colectividades alternas que abrieron nuestras mentes a infinitas posibilidades, más allá de lo conocido o las creencias aceptadas y, aun así, se sigue mostrando tan conservadora respecto al rol de las mujeres, o decididamente misógina. Era normal que las mujeres apareciesen sólo con los estereotipos de madres, esposas e hijas de viajeros o colonos espaciales; o bien, como sucedió con buena parte del Space Opera, transformadas en enemigas eróticamente perversas o desviadas reinas de un matriarcado feroz, condescendiendo a burlarse solapadamente del lesbianismo y el feminismo incipiente. Sólo hasta los revueltos años 60 las mujeres accedieron en número considerable a las revistas y editoriales especializadas en CF, siendo consideradas tanto o más talentosas que sus pares, todos embebidos de los vientos de cambio de la New Age (1960 – 1980). La investigadora británica, Pamela Sargent, en su prólogo a Mujeres y maravillas (1989) inaugura las interrogantes que estas nuevas voces aportarán al género: “…sólo la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden mostrarnos a las mujeres en ambientes totalmente nuevos o extraños. Pueden aventurar lo que podemos llegar a ser cuando las restricciones presentes que pesan sobre nuestras viadas se desvanezcan, o mostrarnos nuevos problemas y nuevas limitaciones que puedan surgir (…) ¿Nos convertiremos en seres muy parecidos a los hombres, o idénticos a ellos (…) ¿O aportaremos nuevos intereses y valores a la sociedad, cambiando tal vez a los hombres en este proceso?”
De hecho, la irrupción masiva de autoras ha modificado, poco a poco, los tópicos de CF y Fantasía de forma imperceptible, pero indiscutiblemente significativa. Pues ya no podemos leer sobre niñitas débiles, princesas tontas o guerreras sin emociones, sin preguntarnos si acaso son caricaturas deformantes o simples espasmos agónicos de sexismo retrógrado. Autoras como Úrsula K. Le Guin, Joanna Russ, Suzette Haden Elgin, Vonda MacIntyre, Margaret Atwood, Octavia Butler, Marion Zimmer Bradley, Connie Willis o la premio nobel, Doris Lessing, son ejemplos claros de opiniones —algunas derechamente feministas— que especulan sobre futuros rectificados, presentando alternativas al mundo patriarcal, a la valórica moral y a la sexualidad institucionalizada por el orden dominante. Interrogantes que se revelarán a través de distopías y ucronías, así lo estima la crítica española, Lola Robles, en su prólogo a Escritoras de ciencia ficción y fantasía (2000) al sostener que todas ellas describen mundos futuros en los que se han radicalizado los males de nuestro presente, como El cuento de la criada (1985) de Margaret Atwood, o Lengua Materna (1984) de Suzette Haden Elgin, situándolos en un futuro donde las mujeres han sido reducidas, de nuevo, a una situación prácticamente de esclavitud, como sombríos espejos que examinan el presente, intentando hallar nuevos caminos de liberación, o bien, manifestar argumentos de un desarrollo paralelo al históricamente conocido, como Joanna Russ en El hombre hembra (1975) y Octavia Butler en Ritos de madurez (1988) que describieron mundos posibles y verosímiles donde el hombre solo juega un rol secundario. Hoy por hoy, un signo de modernidad paliativa simula entronar protagonistas femeninas que deben convertirse en hombres para triunfar, como sucede en ciertas sagas de fantasía juvenil; o bien, nos asaltan luchadoras enérgicas e intuitivas, en cada filme de acción futurista, para indicarnos cuánto hemos evolucionado (sic). Pues como advierte Michael Moorcock, padre de la New Age británica, en su prólogo a Las 100 mejores novelas de CF (1995), las escasas representantes femeninas del género allí seleccionadas han utilizado sus textos para “expresar su propia y justificada cólera”.
Ahora bien, las principales estudiosas del género y primeras en destacar el trabajo de las autoras latinoamericanas al interior del género fueron Yolanda Molina-Gavilán y Andrea Bell en Cosmos Latino (2003) donde establecieron relaciones entre CF y mitología de la modernidad. Y al estudiar la ideología de la producción textual hispanoamericana distinguirán la mayor capacidad de éstas para subvertir el orden establecido y plantear situaciones realmente comprometidas en lo que respecta a la alteración de los roles masculino y femenino. Antes, Yolanda Molina-Gavilán presentó su monografía: Ciencia ficción en español: una mitología moderna ante el cambio (2002), donde advertía que las mujeres serían pieza clave en el cambio del engranaje primermundista, pues se alejan consciente y valerosamente de tópicos y clichés del género como son los viajes espaciales de conquista y su consiguiente guerra entre mundos, sostenidos por los inventos colosales en manos de científicos desequilibrados. En cambio, se preocuparán de la relación artificial/natural, la transgresión espacio-temporal y novedosas formas de (in)comunicación intergaláctica. Tal es el caso de la autora argentina, Juana Manuela Gorriti, que publicó los relatos: Quien escucha su mal oye (1865) y Yerbas y alfileres (1876), que incluyen el uso de un procedimiento científico novedoso para obtener una verdad inasequible por “otros métodos”, pues como dice el analista colombiano, Luis Carlos Cano, estos cuentos “exhiben evidentes vínculos con la escritura romántica, aún inquieta por la inestabilidad política de las naciones recientemente independizadas, pero a la vez profundamente fascinada por lo inexplicable, dicotomía que se expresa, a nivel textual, mediante la oposición entre la movilidad y la agitación del mundo exterior y la concentrada potencialidad de la vida interior.” (Apunte: releer a las escasas autoras finiseculares de CF, sin tanta anteojera misógina, claro está.)
Todos los estudiosos y amantes del género coincidiremos que la figura más destacada de las letras fantásticas y CF es la rosarina, Angélica Gorodischer, quien ha publicado a lo largo de una vida dedicada al género, libros hoy clásicos como los relatos: Bajo las jubeas en flor (1973), Casta luna electrónica (1977), Trafalgar (1979), entre otros muchos. Como también las destacadas novelas: Opus dos (1966), Kalpa Imperial I, II y III (1983, 1987 y 1988), Doquier (2002) y Tumba de jaguares (2005), entre una decena más. En toda su obra, la autora se da maña para introducir distopías de novedoso cuño en el correcto orden literario argentino, instalando así un debate ineludible sobre su discursividad original y crítica, al irrumpir con ficciones no ligadas a verosímiles realistas o canónicos, como fueron el fantástico o la alegoría, formas con gran alcurnia textual en el país trasandino desde del siglo XIX, pero que nunca se arriesgaron a salir del límite o la corrección, como sí lo hizo ella. El doctor Adrián Marcelo Ferrero, quien le ha dedicado su tesis “Poéticas de la hipérbole: Las obras de Angélica Gorodischer y Tununa Mercado” (2012), donde postula “…que la proliferación de los significantes en parte de la obra de Gorodischer, además de configurar un tipo de texto altamente disruptivo desde el punto de vista de la lengua standard, al uso, se erige como una forma de contestación al silencio histórico de la mujer en sociedades patriarcales. Simultáneamente que un lenguaje poroso a los sentidos, una fuente erógena que transgredía los mandatos patriarcales para una mujer que escribe y eventualmente produce ficciones o las consume.” Activista comprometida, Gorodischer fundó los Encuentros Internacionales de Escritoras organizados en Rosario, participando en la RELAT (Red de Escritoras Latinoamericanas, cuya rama argentina se llama RELATAR) y que forma parte de Women’s World. Por su labor permanente al servicio de las mujeres que escriben, se consideren o no escritoras, y de forma más extensa, en contra de la situación de dominación e invisibilización que ellas sufren, recibió en 1996 el Premio “Dignidad” otorgado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. (Nuevo apunte: ¡A leerla sin transar!)
Un caso similar, pero completamente borrado de la historiografía patria, es la santiaguina Elena Aldunate, hoy rescatada por jóvenes editores, aunque los críticos aún la ninguneen tras sus pares de CF, es claramente parte de una leyenda de minorías e indefensión que su valiosa pluma representa frente al empenachado parnaso local. Hija del divulgador y Premio Nacional de Literatura, Arturo Aldunate Phillips, es típica representante de la clase alta chilena que a mediados del siglo XX emerge como generación literaria de recambio, con escrituras intimistas, sicológicas y denunciantes del menoscabo de la mujer en una sociedad de feudos socio-económicos. Con una prosa depurada y metafórica, sus temáticas fantásticas, anticipatorias e irreales brillan desde su relato clásico Juana y la cibernética (1963), hasta los volúmenes: El señor de las mariposas (1967); Angélica y el delfín (1976) y la novela Del cosmos las quieren vírgenes (1977), que la convierten en la mejor y más soslayada exponente chilena de esto que venimos anunciando, la aparición de una CF humanista, lúcida, radical, a manos de esforzadas autoras, que no se detendrán ni ante estereotipos ni preconcepciones de aquel “futuro” que querámoslo o no, nos aguarda a todos sin distinción.
La voz de recambio es la cubana, hoy residente en USA, Daína Chaviano, quien fuera una voz a solas en la isla mayor de las Antillas, como queda consignado en la completísima compilación de Yoss, Crónicas del mañana (2008) donde está bendita entre 35 varones. Casi adolescente ganó el prestigioso premio David en 1979, asesorando el Taller Oscar Hurtado comenzará una carrera literaria que resultaría todo un fenómeno de popularidad y ventas en su país, fotonovela y programa de televisión incluidos. Sus colecciones de cuentos: Los mundos que amo (1979), El abrevadero de los dinosaurios (1980), Amoroso planeta (1983), Historias de hadas para adultos (1986) y la novela: Fábulas de una abuela extraterrestre (1989), todas ellas publicadas en La Habana, hoy son materia de estudio y crítica. Luego, le seguirán muchas más, como la premiada El hombre, la hembra, y el hambre (1998) y País de dragones (2001), entre otras, tal como su reciente incursión en el fantástico gótico, Extraños testimonios (2017), relatos que retornan de visita a una isla fantasmagórica. Antonio Mora Vélez, uno de los fundadores de la CF colombiana, en su ensayo “Daína Chaviano y el humanismo de la CF Latinoamericana” (1994) la alaba, regalándonos una acertada descripción de su trabajo, tanto literario como ideológico: “Pero no se trata del ser humano como abstracción. El hombre de Daína es el hombre real del mundo contemporáneo, con sus conflictos y sus metas; es el cubano de hoy enfrentado a la crisis de un sistema y al despotismo de un régimen político que no le permite proponer alternativas.” Estremecimiento similar nos sucedió al leer la turbadora distopía de vecindarios convertidos en guetos, La muerte como efecto secundario (2002) de la argentina Ana María Shua.
Pero los tiempos están mutando; ya era tiempo, exclamarán algunas lectoras amigas. Aunque la verdad sea dicha, es a través de un movimiento lento, casi geológico, mas sin trazas de acabar, sino al contrario, como lo demuestran las nuevas generaciones y sus valerosas incisiones editoriales, seguirán ahondando la brecha. Partamos con las actuales creadoras que valen por un millón: Susana Sussmann, científica y narradora caraqueña, dirige hace una década un semillero llamado Taller Forjadores y el Concurso Venezolano de Literatura Fantástica y CF Solsticios; junto a la incansable Laura Ponce, que realiza una labor similar con su revista Próxima, cubriendo de CF argentina el siglo XXI. Y vámonos a las colecciones que miden los diferentes impactos de paridad e inclusión: Alucinaciones.txt (2007) reunió a 20 novísimos narradores de fantasía y CF chilenos, destacaba a 5 mujeres; o Qubit (2011), antología de los nuevos autores de CF latinoamericana, a cargo del cubano Raúl Aguiar, coló a 3 mujeres entre 20 varones; un ejemplo gratificante es Lunas en vez de sombras (2014) tercera entrega de los nuevos cuentistas CF costarricenses, donde se incluyeron 6 autores y 3 mujeres, llevando como título del volumen el relato homónimo de una de ellas, en una clara señal de igualdad y participación. Se vende marcianos (2015) muestra seleccionada por José Donayre filtra a solo 5 escritoras contra 23 nombres de CF en Perú. Como cierre de este breve, pero necesario, paneo por la literatura femenina presente, nos quedamos con Alucinadas I y II (2014 – 2016), la más actual de las antologías de relatos de CF en español escritos por mujeres, editados por ellas mismas y que vincula a decenas de autoras de habla hispana (tanto en Europa como América) en un proyecto que crece y se expande, exponencial y contagioso, como un virus de última generación hasta contaminar de simetría, talento e inventiva todo el orbe conocido. Entonces, solo restará despedirnos de este puñado de visionarias, audaces y mortíferas heroínas de otros mundos; pero aquí mismo, justo frente a nosotros.
Concón, primavera de 2017