Púas
Púas para perpetrar el simulacro
bajo una lluvia marcada por los signos
del castigo de la barricada.
El aguacero ha creado su doble que distorsiona la verdadera humedad del agua;
tal vez sea eso, el asunto de la lluvia, lo que nos extravíe
los falsos focos. Las nuevas imágenes, los márgenes.
La caída es una televisión a colores transmitiendo el recorrido de una flecha
desde la ballesta, la pistola, el tanque
hacia un caballo de madera con un laberinto dibujado en su lomo.
Llorarás
Llorarás,
romperás la esquina de mis ojos
cuando descubras el dibujo oculto tras la puerta.
Llorarás cuando la casa que habitamos deje caer sus cimientos,
las nubes entren por debajo de la puerta y la llovizna cubra las habitaciones;
te veré venir desde la cocina trayendo en tus ojos
el olvido incierto del adiós,
el paladar húmedo será un pozo de palabras cubriéndose de cierto negro,
de cierto olvido;
tu boca será un archivo cercado por la tristeza,
palabras amordazadas que perderán de a poco sus recuerdos
y serán luego pura imagen
un tiempo al menos, para caer luego fuera de los dominios de tu voz.
Llorarás y no podré esquivar los golpes al oír el recorrido de tus lágrimas
caeré al espejo que toda lona,
todo cuadrilátero mantiene oculto en su interior.
Al otro lado de la lona no hay viento ni llovizna,
una brisa de tierra suelta nada más
un jardín lleno de hojas secas, de los libros que leímos tantas veces,
de los muros que tantas veces cayeron encima de nosotros
tardíamente; como las frutas maduras que nos pasábamos
de voz en voz
para ver si en ellas guardábamos algo de la humedad que originó este vuelo
para ver si en las semillas que arrojábamos al plato
quedaba algo por recordar.
Dime una vez que llores si recordarás la mano que guardaba tu olor,
tu sonido; o las palabras que encerrabas para entregármelas
en un temblor interminable;
llorarás, y no habrá literatura para ello;
esperarás que la voz sea eso que no puede ser,
y con lágrimas verás que no habrá mano para recoger tu voz
al momento del caer.
Hay que recoger la ceniza
Hay que recoger la ceniza de las naves quemadas,
volviendo a la mano, quizás. Volviendo a las preguntas:
–¿Qué diálogo inconcluso pretendemos alargar?–
Tenemos tantas ideas para perder por ahí. Nos ahogamos tan rápido
que se nos va el placer del grito, de la garganta abierta.
Somos fantasmas atravesando púas en la noche.
Tenemos mil dobleces en la mirada. Perdida.
A veces esperamos sentir voces zozobrando nada más, dejando astillas,
palabras enterradas cerca del oído.