Toda muestra o selección poética de carácter antológico por más breve que sea siempre será un ejercicio curatorial que debería ser consciente de su precariedad: queriendo ser inclusiva, concluye siendo exclusiva y, a la postre, no deja de ser una pretensión más o menos razonada para fijar lo que siempre es dinámico, voluble y movedizo. Algo así como una fugaz fotografía de un instante de imaginación verbal que intenta ser puesto en reposo con la efímera conciencia de un lenguaje en permanente deriva. Por otro lado, salvo excepciones, su articulación rara vez es un a priori, la mayoría de las ocasiones, una mera constatación de lectura.
Estas observaciones no creo que sean redundantes: la breve selección de los ocho poetas que el lector tiene ahora en sus manos es más que nada un ejercicio nacido de una buena dosis de azar en vez de cálculo. Así, no estuvo entre sus propósitos originales trazar ningún tipo de mapa definitorio, ni bosquejar una escena representativa de nada: ni generacional, ni geográfica, ni de tendencia alguna. Creo más bien que en los poemas reunidos acá es posible referirse, en la medida que un gesto reflexivo lo pida, a una serie de poéticas y/o maneras o formas de abordar lo poético con estrategias escriturales diversas y disímiles, y que el puñado de autores reunidos en estas páginas llevan a cabo con mayor o menor tesón en un ejercicio que de lejos y bajo ninguna circunstancia podría ser considerado definitivo.
Para este trabajo fueron escogidos los poemas que consideré atractivos o relevantes según mi arbitrario gusto lector y sin afán de “representar” una obra que, en muchos casos, está en pleno proceso de búsqueda, elaboración o consolidación. Delimitado de tal manera el horizonte, se me volvía cada vez más evidente que trazar el índice tentativo de esta selección basado en presupuestos generacionales, si bien siempre ha sido un modo recurrente para cualquier recopilación de pretensiones similares, evidenciaba un esquema acomodaticio que, al fin de cuentas, no resolvía nada: constataba en el ejercicio de lectura que iba efectuando de cada uno de los poemas seleccionados, algo que en mis disquisiciones críticas y en conversaciones con varios amigos poetas y colegas del ámbito académico ya es algo asumido, pero rara vez esclarecido: que de un tiempo a esta parte, lo acontecido con la poesía escrita en Chile muestra una variedad de tendencias, formas y maneras de entender lo poético y su hechura en obra como un fenómeno variopinto que, de cualquier modo, hace tambalear los rótulos de clasificación generacional aplicados mecánicamente. Y no sólo eso, sino que el ejercicio lector revela que no es posible hablar de un discurso hegemónico de la índole que sea, a la hora de plantear la relevancia de tal o cual tendencia bajo tal o cual rótulo o presupuesto reflexivo. Por ello, denominaciones tales como “generación de los 90” o “generación 2000” o “generación novísima” o lo que fuera, las puedo ver ahora como gestos a lo sumo descriptivos, pero metodológicamente sesgados y políticamente restrictivos en su afán exclusivista de arrogarse una aclaración epocal, por más que puedan haber decisivos puntos diferenciadores, como también singulares rasgos comunes entre ellos y la escritura de muchos de los poetas aquí reunidos.
En un espacio de amplio espectro, desde mediados de los años 90 del siglo recién pasado, y sobre todo desde 2000 en adelante, lo que parecía dibujarse como una forma de entender o llevar a cabo lo que era y es la poesía se ha ido hiperfragmentando de tal manera que hoy pareciera imposible afirmar con seriedad que la poesía chilena actual obedece a esta o aquella tendencia prioritaria, organizando de aquel modo un pretendido canon. Éste, por lo demás, ha explotado, y lo que tradicionalmente en algunos círculos críticos se ha dado en llamar la “poesía chilena”, con sus eslabones bien representativos que van desde Neruda y Huidobro hasta Parra, Zurita y Martínez, se ha resquebrajado. Más bien, sería preciso decir: la manera histórico-lineal de leer a estos poetas y sus obras respectivas dentro de un marco historicista es lo que se ha fracturado y lo que, creo, ha advenido, es un modo disímil de asumir esa eventual tradición que suena más bien a una especie de “antitradición pluralista”, es decir, a un espacio de respiración de múltiples tentativas poéticas que dialogan –y no necesariamente en una paz mimética– con poéticas precedentes y con el contexto socio-cultural de las últimas dos décadas, marcadas a fuego con la administración concertacionista del modelo neoliberal con todas sus consecuencias políticas, éticas y estéticas. En estas afirmaciones hay mucho de lugar común, pero basta constatar lo dificultoso de cualquier análisis que pretenda leer un corpus tan vasto y a su vez contextualizarlo epocalmente para percatarse que vale la pena volver sobre ello. sin temor a la contradicción o al comentario innecesario.
Lo otro que cabría decir en lo que respecta a esta pequeña selección es que sería iluso establecer características rotundas que explicitaran los poemas de los aquí reunidos queriendo entregar una falsa sensación de “familia”, “continuidad”, “sensibilidad común” o algo semejante. Y si bien en algunos de ellos pueden rastrearse afinidades, guiños y hasta aparentes tendencias estilísticas, apuesto a creer –perdón, a leer– que ello obedece más que nada a la inmediatez temporal de la circunstancia, que a la prueba retrospectiva del sano distanciamiento crítico. Esto por algo muy sencillo: el poema siguiente desmentiría al precedente, desdibujando cualquier pretendida hegemonía. ¿Resulta acaso imposible entonces la valoración crítica? Por supuesto que no, pero tampoco ésta es un oasis de fértil mansedumbre. Probablemente eso tiene que ver con una rotura de la manera de entender lo que es el poema como artefacto lingüístico y que nos viene dada desde los años 80 del siglo pasado, manera que nos ha ayudado a poner en duda, o más bien, a leer con una actitud más perentoria y dúctil que complaciente y sosegadora, lo que ese artefacto hecho de palabras nos dice o creemos que nos dice. A primera vista, lo más evidente es constatar el desplazamiento vital y experiencial de todos estos poetas: desde Santiago, Valparaíso y Punta Arenas hasta Rancagua y Limache, pasando por Buenos Aires y Estados Unidos. Aquel desplazamiento, en su fluidez, verifica una sensibilidad, una imaginación y un derrotero que hace del viaje y la exploración un arraigo que, sin duda, está acorde con estos tiempos globalizados. Pero no creo que eso sea lo fundamental, sin negar con esto, su vital relevancia. Por otro lado, me parece que la creciente necesidad de establecer diferencias y singularidades frente o ante un hegemónico discurso metropolitano es una intensa necesidad y pretensión –legítima por cierto– de territorializar la escritura poética y por ende, aprehenderla comprensivamente bajo un alero de margen, identidad o periferia, cosa que se ha vuelto, al menos, una reivindicación cuya solvencia teórica y puesta en obra no me convence del todo.
Ante esta doble aporía, creo que la puesta en circulación de un puñado de poemas de un puñado de poetas bajo el espacio común de una muestra como ésta, puede ser tal vez significativo por las pretendidas respuestas a pretendidas preguntas de sentido que se efectúan desde la peculiaridad imaginativa, retórica y experiencial que los poemas sustentan desde su propia hechura de lenguaje. Un lenguaje, por supuesto, cargado de historia, prevenciones, alusiones, fracturas, desplazamientos, obsesiones y referentes de diversa calidad, sesgo y espesura simbólica. De eso, no creo que quepa duda. Sólo manifiesto el quimérico –y quizás ilusorio– afán filológico que ha orientado mi lectura al instante de escoger los poemas reunidos aquí. Tal vez el retorno al poema pueda servir para mirar sin embelesamiento los ideologemas que nos conducen al paredón del silencio. Al final, que cada lector saque las conclusiones que desee y pueda de este conjunto, conjunto abierto e inconcluso habrá que decir, pues su reunión es un accidente feliz de coincidencias, pero accidente al fin de cuentas. Como toda fotografía de un instante que se precie, esta breve muestra sólo se arroga la desfachatez de interrelacionar una serie de poemas de un grupo de poetas más o menos contemporáneos entre sí, con algunas experiencias comunes, pero que bajo ninguna circunstancia pueden ser vistos como grupo, generación o colectivo.
En esta selección hay quienes tienen ya una probada experiencia editorial con reconocimientos críticos para nada desdeñables como a su vez hay otros que también han indagado en otras áreas de un quehacer siempre complementario a la escritura poética –el mundo académico, el mundo editorial– y dentro de esos ámbitos han obtenido algunos reconocimientos públicos. Ahora bien, lo que escriben y lo que aparece en estas páginas –para ser justos con ellos– no deberíamos leerlo en el aislamiento provinciano al que estamos acostumbrados. Intentar leer los poemas de estos poetas en relación con lo escrito y publicado por autores coetáneos suyos como por ejemplo los mexicanos Leon Plascencia Ñol, Alejandro Tarrab o Luis Felipe Fabre, los argentinos Silvio Mattoni, Claudia Masin o Juan Arabia o los españoles Jordi Doce, Fernando Valverde, Elena Medel o Rafael José Díaz, entre muchos otros, sería un ejercicio estimulante que se vuelve necesario al intentar pensar estas escrituras desde una idea o concepto lingüístico que no de vanas fronteras o deslindes territoriales.
Ismael Gavilán
Quilpué, Chile, otoño de 2017
* Una versión anterior de esta introducción fue publicada en la antología Entrada en materia: 17 poetas jóvenes chilenos (Valparaíso, Chile: Altazor, 2014).