El oficio
Tengo una mesa.
Puedo escribir tengo una mesa.
Tengo una silla.
Puedo escribir tengo una silla.
Aún más:
Tengo papel y tinta.
Puedo escribir sobre el papel y con la tinta.
Pero la poesía me dice
que ella no está en lo que ya tengo.
La poesía me dice
que está en lo que me falta.
Palabras que se deslizan
La palabra serpiente se desliza en mi página.
Es una palabra, no es una serpiente.
Si escribo cobra, sierpe,
una imagen se arrastra hacia el lector,
la sensación se desliza.
Si escribo víbora,
si añado la palabra cascabel,
no es una víbora de cascabel la que se arrastra por la página,
es mi escritura que se desliza entre el silencio.
Ya suena el cascabel;
el peligro se aproxima,
la víbora se acerca:
tengo miedo de que me aplique su ponzoña,
temor a esos colmillos que me impidan respirar.
Si doy vuelta a la página el peligro termina.
Testimonio
a Paola
Aun si supiera
que el mundo
explotará esta noche,
hoy también te diría
con un beso
“hasta mañana”.
Los demás de la foto
ella temía que el amor que me tenía
fuera mayor al amor que yo a ella le tenía
y prefirió dejar de dar amor al amor que me tenía
ella tiene ahora a quien darle el amor que me tenía
el que no quiso darme a mí cuando tenía
mi amor que era mayor al amor que a mí ella me tenía
Johnny Weissmuller
El molinero blanco
cruzaba el lago Michigan
en el helado invierno
sólo con la fuerza de sus brazos
y el poderío del cadencioso pataleo.
Era un niño empapado
en el agua aventurera de sus fantasías
cuando en Holanda soñaba
que había sido tragado por el mar.
Lo cierto es que el mar lo transportó en su lomo,
lo devolvió al continente americano
y él aún no sabía
que llegaría a ocupar un lugar sagrado de la selva.
No era todavía el Tarzán de andar de simio y grito tirolés
que después cruzó la vida a nado.
El joven nadador
había llegado desde Rotterdam
en un barco que tenía ese mismo nombre.
Cada mujer que tuvo atravesó junto con él
piscinas de profundidad distinta:
Johnny poco a poco aprendió a convivir,
y con cada una
su tiempo de resistencia bajo el agua era mayor.
Muchos años más tarde, en Acapulco,
senil y enfermo,
Johnny miraba la piscina de su casa,
con el deseo de hacer una última inmersión.
El agua reflejaba a Jane desnuda
y el anciano Tarzán contenía el aliento.
¿Por qué un hombre que alcanza ocho décadas de vida
no puede hundirse en las aguas del final?
Si en el líquido nacemos en esa agua habremos de morir.
Tarzán observa insistente la piscina.
¿Por qué no permitimos todos
que Johnny Weissmuller, molinero blanco,
se introduzca en la piscina de su casa,
que espejea como un lago fraternal,
y ahí en el fondo obtenga al fin la merecida paz?