Mundo cruel. Luis Negrón. Río Piedras: La Secta de los Perros. 2010. 92 páginas.
Cuando uno termina de leer el libro de cuentos Mundo cruel de Luis Negrón queda uno convencido que con escritores como él, éste es un mundo menos cruel. La maestría de su lenguaje y la concepción casi perfecta de los personajes, así como el carácter episódico de sus historias, nos deja con ganas de más, más, pero mucho más. Apadrinado por dos Ases de las nuevas promociones de literatura boricua, por los grandes José Liboy Erba y Rafael Acevedo, así como por el espaldarazo del postcrtiptum de Carmen Dolores Hernández, Mundo cruel llega al universo literario de la Isla como un clásico instantáneo, una Polaroid en blanco y negro que se devela ante nuestros ojos, quedando impregnada en nuestra retina de donde no se borrará jamás. Quien lo lee no lo olvida.
Con epígrafes de Eduardo Alegría y Manuel Puig, los nueve cuentos que componen la colección huelen a deseo maricón, no queer ni elyibití ni ninguna de las palabritas lindas que nos hemos inventado después de Eve Kosofsky y su Epistemología del closet. En Mundo cruel hay historias de patos viejos que se dejan coger de pendejos por bugarrones (“El vampiro de Moca”), de pastores de Iglesias protestantes que se acuestan con chicos (“El elegido”), de pacientes de VIH/SIDA que mueren dignamente (“El jardín”), de locas ilusas que acaban en la cárcel (“Por Guayama”), de chismes jugosos que pasan por celular de oreja a oreja (“La Edwin), y de asesinatos irresueltos (“Botella”), entre otros.
Leyendas urbanas todas que se cuentan en el espacio de Santurce y Río Piedras, Guayama, y en otros lugares de la Isla del Espanto, vuelta así en nuestra modernidad por el impacto de una economía colonial de dependencia de la metrópolis gringa. En todos los cuentos está presente la conciencia de un pueblo que no ha podido resolver el espacio de la mariconería, como en el cuento “Muchos o de cómo a veces la lengua es bruja”, donde “Dos vecinas preocupadas, preocupadísimas, se encuentran a lados opuestos de la verja… y se dedican a pelar a todo el mundo” (63).
Esta histeria colectiva por los patos es el centro solar de Mundo cruel. El narrador es irreverente e impertinente, nos lleva de la mano para entrar en los exteriores sórdidos de una ciudad llamada San Juan, como René Marqués lo hiciera en su momento o Luis Rafael Sánchez en el suyo. Sin embargo, Luis Negrón se acerca mucho más a la narrativa de Ana Lydia Vega y sus Falsas crónicas del sur o a Magali García Ramis con su Felices días, tío Sergio y a Carmen Lugo Filipi con “Milagros, calle Mercurio”. Recueda también aquel experimento narrativo de Ana Lydia y Carmen Lugo, en el libro escrito a cuatro manos, Sobre vírgenes y mártires, que conmocionó el panorama literario isleño de los años ochenta. Algo así me parece Mundo cruel y también me recuerda el realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez, el cubano, y su Trilogía sucia de La Habana. Por ahí también se asoma el Mario Conde de Leonardo Padura Fuentes en su novela Máscaras, sobre el asesinato de un travesti en un parque de La Habana. Hay puentes establecidos también con sus compañeros de generación, con la narrativa gay de Moisés Agosto Rosario, Max Charriez, y Carlos Vázquez Cruz.
Más allá de posibles ecos literarios en la obra incipiente de Luis Negrón, nos quedamos con la limpieza de sus palabras y el gesto desafiante de hablar de la calle, que está dura y que hay que vivirla y revivirla día a día en un rincón de Río Piedras o de Santurce. Y Mundo cruel es también una primera entrega sobre la ciudad que se abre y se cierra a sus habitantes, Leviatán que se los traga y los degulle para luego escupirlos a medio morder y dejarlos tirados en la acera, para que vuelvan a empezar.
El último cuento, “Mundo cruel”, da título a la colección, y fue publicado originalmente en la ya clásica antología Los otros cuerpos (editada por el mismo Luis Negrón, David Caleb Acevedo y Moisés Agosto Rosario para Tiempo Nuevo en 2007). Este texto nos presenta la crueldad de dos locas “fabulosas y espectaculares” ellas, que no pueden admitir su mariconería ante el mundo y que no quieren que nadie sepa lo obvio, su homosexualidad. Las nuevas políticas de igualdad en el trabajo las hacen tener que divulgar su “orientación sexual” y ante eso, el closet interno en el que viven se revela y terminan una “bailando bachata en plena Ponce de León” (91) y la otra vendiendo todo y yéndose para Miami (92). Este relato es clave para entender la lógica de las acciones de todos los cuentos de Mundo cruel: se trata de develar el tercer espacio citadino del gay y de la bucha (que aparece de soslayo en las fiestas como personajes silueta). Luis Negrón hace esto deliberadamente y a conciencia buscando la complicidad del lector y de la lectora, sin hacer ninguna concesión para el gran público, que entra de golpe y porrazo al mundo lésbicogay, así como nosotros, los patos y las patas, nacemos y lidiamos en un mundo heterosexual. He ahí el aporte de este libro al contracanon de una literatura maricona boricua que está cada día más firme en su propósito. Pese a quienes sigan diciendo que escribir no es un acto erótico cuando se trata del encuentro de dos mujeres o de dos hombres que se desean.
Daniel Torres
Ohio University