Santiago: RIL Editores, 2021. 110 páginas.
metaverse es un canto de amor al éxtasis tecno-científico, un electro-canto para todas las edades (la del espacio, de la información, la digital y otras), una oración hexadecimal sin remitente, un mensaje en una botella hecha de materia oscura y plástico extruido y circuitos integrados. Baste decir que ante un libro como metaverse, que pone “poetry in metaverse / motion”, me resulta difícil no recurrir, incluso en esta caracterización inicial, al uso de metáforas. En su hibridez formal y estética, este verdadero cyborg textual se resiste a cada paso a la descripción directa, exigiendo una cierta destreza lúdica de su lector, ya sea que estén en la Tierra, en Marte o “en otro rinconcito / del multiverse”. Un poemario que es, como dice en un texto introductorio el poeta español Vicente Luis Mora, “fruto de alguna inteligencia (artificial) del futuro en marcha, metaverse funciona como un código anfibio para moverse entre dos mundos, pero también entre dos concepciones de la poesía (la digital y la marcada por la tradición), between two languages y entre dos protocolos lingüísticos, verbal y código, que demuestran su compatibilidad (post)humana”.
Leer metaverse es participar con alegría, aunque no sin un grado de trepidación inesperado, en el experimento digital-poético que Luis Correa-Díaz puso en marcha con poema@s clicables (RIL Editores, 2016), ese bestiario verdaderamente vivo de quimera-poem@s nacidos de la página impresa y la página web, lenguaje figurativo y código, los cuales brillan con la sonrisa característica del poeta y la admiración por lo granular de la existencia y lo cosmológico en medidas iguales. Si una buena parte de la poesía contemporánea intenta ofrecer un retiro para la contemplación tranquila —para acceder/volver a un mundo prelapsario, aparentemente pre-digital—, este poemario tanto como su continuación expandida/hiperpotenciada en el metaverse son decididamente del momento actual en su expectativa tácita de que los lectores tengamos a la mano un teléfono inteligente equipado con un ojo protésico capaz de leer (a través de/gracias a la máquina) los códigos QR que Correa-Díaz intercala a lo largo de este volumen dinámico/interactivo.
A través del intercalado de tales “dispositivos textuales en los que se puede hacer clic que permitan a los lectores / agregar indirectamente pantallas prodigiosas / al acto de sumergirse en la melancolía”, metaverse, fiel a su nombre, invita a su audiencia a probar/investigar la realidad virtual utilizando las credenciales propias del poeta para el inicio de la sesión. Mientras leemos y hacemos click, en tanto hacemos click y leemos, escuchamos, “con un airpod en la oreja derecha, bueno / no, en la izquierda”, la banda sonora curatoriada por el libro mismo, vemos videoclips y documentales completos como si se estuviera junto a Correa-Díaz (o a su avatar), así nos aventuramos en un reino, mediado digitalmente, de referencias hipertextuales, inscritas a fuego en los poemas de tal forma que desafían activamente los límites percibidos/adjudicados a la página impresa.
Según todos sus aspectos, metaverse ocupa un espacio intermedio al estar marcado tanto por una sensibilidad poshumana así como por un sentimentalismo positivamente humano. Al centro de metaverse de Correa-Díaz se encuentra “un fósil corazón siamés / que nunca se secó del todo”. Coqueto en todos los sentidos de la palabra, el libro está tan interesado por alcanzar la velocidad de escape, e igualmente se contenta acunado dentro de la órbita terrestre, nostálgico por los lugares y las personas que aún están allí, por los que se fueron hace mucho tiempo o los que vendrán, siempre soñando con cualquier de los posibles futuros (destinatarios) desde la perspectiva de un aquí y ahora incierto. En “cryonics”, el hablante imagina que “quisiera mandar este poema a alguna / agencia especializada en criogénesis”, expresando la misma orientación hacia el futuro y la ansiedad por la preservación textual que encontramos en “poema-concreción”: “cuando alguien en el futuro lejano / —en algunos millones de años— / llegara a encontrar este poema, / si lo encuentra, esto no valdría si no”.
En partes iguales, científico y romántico, inquisitivo y nostálgico, meditativo e ingenioso, metaverse es un Frankenstein electrizado y de ojos saltones, aunque pocos se atreverían a llamar monstruoso. Mejor dicho todavía, metaverse es el Hombre de Hojalata después de su tan esperado trasplante de corazón y volviendo a casa por el camino de ladrillos amarillos; el cyborg hace un inventario de los viajes pasados y las conquistas allá sobre el horizonte, saltando de R.E.M. a Carlos Vives y, por supuesto, a “Mr. Roboto”. Tomando prestada una línea de “crónica básica de un tatarabuelo”, me atrevo a concluir que metaverse “no es chiste, / plain sci-fi, ni menos imaginería poética, / nope”, sino algo completamente diferente: una poesía digital en la pantalla del papel para una era digital, única en sus posibilidades y a/efectos. PS: los auriculares se venden por separado.