Los días arqueados. Luis Eduardo Barraza. Caracas: El Estilete, 2017. 232 páginas.
Tal vez, la primera sensación que produce un inicial adentramiento en las páginas de Los días arqueados, extraordinario poemario del joven poeta venezolano Luis Eduardo Barraza, sea la de enfrentarnos a un lenguaje poético proclive la exploración de la sensorialidad y la materialidad de la lengua, así como a la abolición de todas las ataduras sintácticas y morfológicas que atenten contra la constitución de un proceso expansivo verbal y encantatorio, reñido con toda forma de convencionalismos semánticos y léxicos. Dicho en otros términos, un lenguaje disruptivo y lúdico, que irrumpe y se interrumpe, que fluye y se atasca, que balbucea, mientras se despliega y repliega en ardua resistencia. Todo eso, sin duda, conforma una parte sustantiva de lo que podemos apreciar en una primera incursión por los versos que hacen parte de este libro. Sin embargo, a medida que avanzamos, iremos encontrando evidencias de otras posibles rutas, de otras tentativas de lectura que habrán de ir acumulándose como círculos concéntricos, como espacios acumulativos de significación.
La lectura de este nos irá exponiendo su arquitectura, nos invitará a atisbar sus múltiples dimensiones, muchas de ellas trazadas a partir de dualidades determinadas por opuestos complementarios que, en definitiva, han de integrarse en una suerte de visión unitaria. Así encontraremos, junto a la evidente experimentación verbal y espacial que rige cada poema, un desarrollo que desde lo lírico transita sobre un eminente esquema narrativo: una virtual historia, que sucede en cuatro escenas. Una primera, en la que se contraponen y vinculan dos ámbitos: el de los últimos días de un viejo y enfermo poeta, llamado “juan”, cuya esposa lo acompaña hasta el momento de su muerte; y el de un sujeto inicialmente innombrado, presumiblemente un joven poeta, quien acompañado por su mujer, mariana, construye de modo paralelo junto a ella su espacio de intimidad, sin dejar de ser ambos testigos, en tanto vecinos, del devenir del tal juan (habría que señalar que en todos los poemas del libro los nombres “juan” y “mariana” o sus derivaciones son escritos en minúsculas). La segunda parte la constituye una sola página, en la que en un breve texto en prosa se nos dan noticias de la muerte de juan, de la visita de condolencias hecha por mariana a su viuda y de una carpeta llevada por aquella a su marido, que el fallecido dejara dedicada a “L.E.B.”. En su interior habrán de encontrarse un conjunto de poemas, reunidos bajo el amparo de un neologismo: “Lejumbres”. La tercera parte, está constituida por dicha colección de poemas, la cual discrepa de modo notorio, en cuanto al léxico, la disposición espacial y el universo temático, de la correspondiente a la primera parte del libro. Ahora la voz que habla recurre constantemente a frases coloquiales, propias del mundo campesino y rural, en particular de la frontera entre Colombia y Venezuela en la zona norte costera. Mundo fabulado, ganado por la aridez, el hambre, la miseria y la desolación. En la última parte, conformada por dos poemas, más afines al tono, la dicción y la espacialidad de la primera parte, se insinúa la filiación poética entre L.E.B. y juan. Así, en el último poema del libro, se nos dice:
Se diluyen en mí, los calcáreos miramientos de juan
su escasa presencia de patio
que resbala
por la mañana toda
de estos arqueados días que fui
la silueta suya apenas en la memoria
más liviana
y menos roja ahora de pluma
ella también
su cadencia rota
que nos hereda
su descocido andar
su heterónima imagen que hice de mi
Por eso, al concluir la lectura del libro nos resulta inevitable pensar que este haya tenido entre sus principales motivaciones la rendición de un homenaje a este “juan” (35 veces se repite esta palabra o su derivado “juanesca” a lo largo del poemario) que si bien podemos leerlo como una figura hipotética o imaginaria que actúa en clave de alter ego de L.E.B., también existen elementos referenciales evidentes (versos, dicciones, epígrafes, además de la misma circunstancia de la enfermedad y muerte) que nos permitirían ver en dicho “juan” una caracterización alusiva al poeta venezolano Juan Sánchez Peláez. Sin embargo, por muchas razones, la propuesta implicada en Los días arqueados exige otras consideraciones, pues en esta tentativa no hay sólo un tributo afectivo y admirativo, hay, sobre todo, la relectura y reapropiación de una poética representada, entre otras, por la obra de Juan Sánchez Peláez, que además de configurar un signo emblemático de una parcela importante de la tradición poética venezolana del siglo XX, se constituye en materia de exploración verbal de un joven poeta nacido en Maracaibo, 68 años después que el autor de Elena y los elementos. Su caso nos invita a pensar en la conocida tesis expuesta por de T. S. Eliot, en su célebre ensayo “Tradition and the Individual Talent”, según la cual la inserción de una nueva obra, consciente de ser parte de una tradición con la cual dialoga y debate, produciría un reordenamiento y una relectura del conjunto de obras constitutivas de dicho sistema literario, relativizando toda noción cronológica implicada en su conformación, al punto de que la percepción de obras del pasado habría de ser alterada por las del presente y la de las contemporáneas habría de ser condicionada por las del pasado. Posiblemente Los días arqueados obligue, en efecto, a algunas relecturas y reordenamientos, pues se trata de un libro cuya naturaleza dialógica y polifónica pone en relieve, precisamente, la coexistencia y presencia del uno y los otros, en diversos planos temporales y espaciales, en los que se manifiestan cercanías y contraposiciones, formas de ruptura y estrategias de continuidad en distintos ámbitos.
La multiplicidad se va haciendo rizomática a lo largo del libro mediante diversas estrategias, entre ellas, variadas formas de alusión a poetas y poéticas de diferentes contextos culturales. La pluralidad de sentidos que este procedimiento procura, condice con las expresas o tácitas alusiones a poetas venezolanos como María Auxiliadora Álvarez, Ramón Palomares, Jesús Sanoja Hernández, Antonio Trujillo, Douglas Bohórquez, Catherine Castrillo y Luis Moreno Villamediana (además de Juan Sánchez Peláez y Luis Alberto Crespo); del mismo modo que a escritores y poetas de otras latitudes, como: César Vallejo, Juan Rulfo, Juan Carlos Onneti, José Lezama Lima, Fernando Pessoa, Octavio Paz, Tu Fu, James Joyce, Porfirio Barba Jacob, Hernando Track y Salvatore Quasimodo. Sin embargo, lo relevante de tales alusiones no se reduce al simple homenaje, pues en todos los casos estas implican distintas formas de afectación textual en los poemas que habrán de conformar el libro en su totalidad; escritos cada uno desde una misma y la vez diferente “mirada”, palabra también recurrente y significativa que da cuenta del deseo de escenificación patentizado en esta apuesta poética: escritura que se ve a sí misma, desde sí y desde los otros, que se mira ver, que aspira a “la ineluctable modalidad de lo visible” y que a través de múltiples ventanas traza puentes entre el universo más íntimo y aquellos paralelos con los que se hermana, en el trascurrir del tedio de los días, de esos días arqueados que cuelgan de una “mutilada luminosa/ transparencia”.
Arturo Gutiérrez-Plaza