Colombia: Penguin Random House. 2020. 302 páginas.
No hay nada vertiginoso en la forma en que ocurre Estrella madre, la segunda novela del escritor colombiano Giuseppe Caputo. No hay una concatenación de hechos que lleven al lector sin aliento por el camino que sigue el héroe para transformarse; es más, podría decirse que, en el estricto sentido del término —aquel que hemos interiorizado como forma universal del relato— no hay héroe ni transformación, sólo la aceptación del personaje de las condiciones reales en las que se encuentra su vida. Como si toda la historia hubiera sido escrita para ver cómo va saliendo muy lentamente de la fantasía que le ha ayudado a paliar el abandono, pero al mismo tiempo, lo ha mantenido inmóvil en él. Esta ausencia, constituye el andamiaje sobre el que se sostiene la novela y es la razón de todo su poder y belleza.
Narrada en fragmentos, transita por el presente y el pasado del personaje, la relación que tuvo con su madre, la que tiene con sus dos vecinas y el casero, y el día a día en el barrio, pero en realidad solo desarrolla dos grandes acontecimientos. En el primero, el personaje principal, un hijo estancado en un mundo a medio construir, asfixiante, pobre, colorido y polvoriento, se aferra a la espera para no asumir el abandono de su madre, junto a otros que como él hacen lo mismo: tienen puestas sus esperanzas, todo su deseo y toda su fuerza imaginativa en una mentira, porque es más fácil vivir de ese modo que aceptar la realidad. El segundo momento es el del aire que se vuelve a respirar, el fin de la espera que es al mismo tiempo la pérdida de la esperanza, o mejor sería decir de un tipo específico de esperanza, la del amor romántico, esa ceguera auto inducida en la que viven los personajes: “Seré de nuevo el hijo de mi madre”, parece decir el personaje central cuando pese a que tiene todas las evidencias de que ella no volverá, la sigue esperando aferrado a señales que él mismo inventa, al recuerdo magnificado y embellecido del poco amor que le dio. Seré madre de todo lo que necesita madre, parece decir Madrecita mientras va rellenando su barriga yerma con hijos de trapo y adoptando almohadas y aspiradoras. El edificio en obra negra que tenemos al frente, el mismo que es demolido una y otra vez según los caprichos de la constructora de turno, algún día será el más hermoso de todos, quieren creer todos los habitantes del edificio en el que ocurre la novela.
Dicen que las verdades más profundas nacen de la imaginación. Uno podría decir de la novela que es la historia de un Rapunzel que espera, inquebrantable, decidido, el amor que no existe, encerrado en una torre que se encuentra dentro de una ciudad inventada, mitad caribeña, mitad andina, llena de Rapunzeles, en la que todo es al mismo tiempo pobre y alegre, injusto y solidario, cruel y tierno, violento y festivo, pragmático y desbordado; de tan feo, bonito; de tan pobre, exuberante. Uno podría decir que esta es la historia de una ciudad inventada con unos personajes inventados, que como el protagonista dicen: “Casi siempre confundo el amor y la tristeza”. Pero eso nada estaría diciendo sobre la verdad que el autor está poniendo frente a nosotros, la de un país llamado Colombia, que prefiere seguir llenándose la barriga de hijos de trapo antes de reconocer que la realidad no le dará ninguno; que escoge creer que algún día vivirá con dignidad, aunque frente a sus narices, gobierno a gobierno, todo lo que se levanta se demuele para comenzar de nuevo en un ciclo interminable. Ni tampoco nada nos estaría diciendo sobre la salida del atolladero que la novela propone: hay que dejar de esperar. Salir de la torre. Estrella madre es la historia de un hijo sin futuro que aprendió a respirar la realidad y dio un primer paso fuera de la torre de ilusiones, fabricada para paliar el dolor del abandono. La resignificación de la esperanza. De eso se trata todo.