Estados Unidos: Sudaquia Editores 2022. 344 páginas.
El amor que nos queda, tercera novela de Fernanda Reyes Retana, es la historia del amor y rivalidad entre los integrantes de una familia en tiempo presente. La obra está marcada por sucesos que alcanzan cuatro generaciones y enlazan a una abuela, dos padres, cinco hermanos, una ama de llaves y un cuadro. La historia empieza con la imagen de unas hojas secas acumuladas en el tiempo, y termina con un cúmulo de hojas secas ante las cerdas de un cepillo. Así empieza El amor que nos queda: “Nadie hubiera podido prever el conjunto de circunstancias que como gotas pesadas de lluvia se sucedieron esa tarde. Imposible calcular semejante acumulación y su posterior desbordamiento ocasionado por esas hojas secas que por no verse se olvidan y aún así estorban”.
No es posible prever el conjunto de circunstancias que modelan –fortalecen, debilitan u obliteran– el afecto entre los seres humanos. Como fuere, lo que ocurre en el roce con el mundo nos cambia. Pero: ¿qué es una familia? ¿Es que muertos los padres –la tradición, la historia, esa ligazón– los descendientes se zafan siempre sin remedio? ¿Lo que mantiene unido el amor de cinco hermanos es la voluntad materna, paterna, la costumbre o la herencia?
La historia está contada desde una voz narrativa que pulula de personaje a personaje, entre los hermanos y la mucama, y que pone en evidencia a una autora que, desde las acciones y las apariencias, muestra tendencias, inquietudes y la huella de rencores, nociones preconcebidas y malentendidos. Toca temas como la supervivencia, el apego, el amor, la fidelidad, el miedo, la desconfianza y la avaricia. La acción y reacción de cada uno ante el desarrollo de este “conjunto de circunstancias que nadie hubiese podido prever” (llamémosla vida), es distintiva, conforma a cada hermano mostrando cada humanidad.
La circulación de esta voz inicia con Hermelinda, el ama de llaves encargada de la casa paterna en la que vive una de las hijas (Aurora), junto al padre anciano, una vez que sus hermanos han emprendido una vida familiar aparte. Aurora es una doctora exitosa. Lucía es la sobria representación, el rostro público de los Martínez Alcázar: está casada con Juan Carlos, con quien tiene un hijo. Camilo ha tenido un hijo con Clara (Bruno) y, si bien la “quiere”, no desea comprometerse. No cree en el amor o en las mujeres. Ambos comparten responsabilidades parentales. Un buen día, Clara anuncia su mudanza con un nuevo novio a New York. Blanca es madre de dos y está casada con Antoine, suizo cirquero que dará a los hermanos una lección de entrega, conmiseración y perdón. David, mayor, históricamente se ha encargado de resolver, proteger y cuidar; acumula frustraciones ante la falta de atención de los otros hacia él. Está casado con Livia, una mujer al parecer materialista. Aunque en esta historia todo está por verse.
“ESTE ES UNO DE LOS LOGROS DE REYES RETANA, LA HABILIDAD A ACERCARSE A LAS TENDENCIAS HUMANAS MÁS BÁSICAS SIN JUICIOS”
La voz de Hermelinda abre la novela mientras registra la preparación de lo que será la última fiesta de cumpleaños del pater familias, don David. Así, con estos dos símbolos de tradición, la cuidadora y el antecesor, arranca la historia. Pronto se revela lo que resulta en fuente de la discordia: Aurora anuncia su deseo de vender al Museo Regional de Jalisco un retrato de la abuela Lucía pintado en circunstancias poco claras (nada más y nada menos que por el Dr. Atl). Sobrevienen revelaciones sobre la obra de arte, y don David deja un regalo que nadie abrirá: “No se confundan… los objetos que atesoramos en la vida son solo paliativos, fantasías para el ego: poseer la biblioteca más grande no da inteligencia; una casa lujosa no garantiza un hogar; ni la joya más valiosa belleza… por supuesto un retrato perfecto no hace una historia”.
Minutos después y sin lograr apaciguar las aguas, el cuadro cae al suelo. Los capítulos siguientes, desde la mirada de cada uno sobre los hechos, muestran un fragmento del cuadro que es la novela, ofrecen una perspectiva periférica e insuficiente; muestran (como los matices de una pintura) la historia familiar mientras las figuras de unión fraternal se deslían. Este es uno de los logros de Reyes Retana, la habilidad a acercarse a las tendencias humanas más básicas sin juicios. La voz en tercera persona se diluye en los personajes, manifiesta sus pensamientos sin dictaminar o calificar.
La muerte y la disputa por el cuadro de la abuela Lucía devela rencillas antiguas. La avaricia, el rencor y el egoísmo salen a relucir. Pero la discordia da paso a la perplejidad cuando el hermano mayor es secuestrado y los otros cuatro, no del todo convencidos, terminan por venderlo para pagar el rescate.
Este acontecimiento se añade a la tensión sostenida, otro de los logros de este libro: la historia sobre cinco hermanos, tres ancestros, una mucama y un cuadro, resulta en un relato de aventura. La disputa que desenmascara rencillas se diluye en miedo ante la posible pérdida de uno de los hermanos, y lleva a preguntarse: ¿qué queda al despojarse de todo? El amor. La memoria del amor entre los padres fallecidos, que los habría llevado (tal como recuerda Lucía siempre) a encontrar “el camino de regreso, el camino al otro, al perdón, a la alegría”. Es, también, el camino que ofrece la generación más joven a sus padres, hermanos en querella.
Esta realización llevará a cada quien a tomar las decisiones pendientes. Pero si después de todo lo que queda es el amor, ¿qué hacer con “el amor que nos queda”? Aurora se pregunta al final si “el amor que nos queda” basta. Todo está por verse. La última palabra la tiene el lector, la lectora de esta historia emocionante.