Un hombre entre paréntesis: Retrato de Mario Levrero. Mauro Libertella. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales. 2019. 180 páginas.
De un hombre sólo queda aquello en lo que nos hacen pensar su nombre y sus obras; es decir, aquello que a nuestros ojos lo vuelve signo de admiración, de rechazo o de indiferencia. La idea puede rastrearse en un bello texto de Paul Valéry dedicado a Marcel Schwob, pero ciertamente no es ajena a la sensibilidad literaria de un biógrafo contemporáneo como Mauro Libertella. Para probarlo basta con asomarse a las primeras páginas de Un hombre entre paréntesis, donde tras consignar un heterogéneo inventario de objetos hallados en el último departamento habitado por Mario Levrero, con sencilla agudeza, escribe: “¿Qué nos dicen los objetos que no nos pueden decir las personas, que no terminan de sugerir los hechos?”. Por su apariencia retórica, la pregunta puede parecer superficial; pero no lo es. Objetos, textos, historias, imágenes y paisajes pueden tomar vida sólo a condición de que sepamos cómo volver a encontrar entre ellas una cierta conexión existencial. Esa coherencia, ya lo preveía Valéry, es tan deudora del propio material del pasado como del pensamiento que lo actualiza.
Así como en el disco de Newton la velocidad es la que consigue probar que el blanco está compuesto por los siete colores del arco iris, en el breve pero preciso perfil biográfico diseñado por Libertella es el régimen del relato —es decir, la configuración narrativa— lo que vuelve un conjunto desordenado y disperso de datos, referencias, escenas y anécdotas curiosas un cuerpo vivo y sensible: un Levrero humano, y hasta podría decirse, demasiado humano.
La sinopsis del libro articula, en un elegante mosaico de escenas, 38 breves capítulos (más un último dedicado al “Cuestionario Proust” que Mario Levrero respondió, para el diario El Observador, el 19 de octubre de 1997) y devuelve la imagen de “un hombre entre paréntesis” que, coherentemente, aparece expuesto en sus vacilaciones y en sus contradicciones estéticas y existenciales. En términos narrativos, el trabajo de Libertella es realmente notable, no sólo por la disposición arquitectónica y estructural del relato biográfico, sino también por el impecable oficio que exhibe a la hora de ensamblar —económica y objetivamente— un cúmulo heterogéneo de datos, de observaciones, de opiniones, de rumores y de versiones (unas veces en disidencia y otras en abierta contradicción), en síntesis: los restos de una memoria plural, fragmentaria y diseminada en una diversidad de voces, signos y registros.
La composición general permite comprender la complejidad cierta de un hombre real al que muchos perfiles de prensa suelen simplificar en la consistencia de un mito. El relato de Libertella no deja fuera la infancia de austeridad (una niñez marcada por la afección de un soplo al corazón y por una madre que lo protege de las inclemencias de la vida real a la vez que le alimenta la pasión de la literatura), las dificultades de adecuación a las instituciones escolares y a la propia estructura familiar, su infantil fragilidad emocional, su personalidad caprichosa, sus pasiones pueriles, sus recelos y su llamativa tontería política, su incapacidad para afrontar la muerte de los padres, el tierno, recurrente y un poco patético entusiasmo amoroso (tras cuya decepción siempre desencadenaba en Levrero una huida simbólica o real), el rumiado trastorno obsesivo que afloraba en su personalidad de acumulador compulsivo, sus fobias, sus chicanas y su ostensible incomprensión frente a la obra de los grandes nombres de la “Generación Crítica”. Pero tampoco se priva de describir, con cierta épica, la grandeza secreta de ese hombre para afrontar la vida diaria “con lo mínimo”, su determinación para quitarse a la estabilidad ofrecida por el régimen laboral pequeñoburgués y dedicarse “por entero” a la literatura, la generosidad para darse a la conversación y sacar a la luz de cada diálogo la verdad de la palabra de los otros (del mismo modo en que era capaz de hallar literatura en la letra impresa de los “libros baratos” que apilaba en su “raquítica biblioteca”), el valor para, a edad ya avanzada (y como ratificando las tesis adornianas sobre el “estilo tardío”), abandonar las fórmulas genéricas aprendidas y desprenderse de los recursos convencionales incorporados para dar “un vuelco dramático” a su proyecto literario y sumergirse en ese “nuevo territorio” del cual, final y milagrosamente, haría emerger dos obras excepcionales como El discurso vacío y La novela luminosa.
Como en El estilo de los otros, el notable volumen de “conversaciones con escritores contemporáneos de América Latina” (también editado por Leila Guerriero para la Universidad Diego Portales), Libertella muestra su pasión por la curiosidad, por el detalle, por la anécdota, por los gestos ínfimos de los cuales muchas veces surge una verdad insospechada. Cuando el interlocutor o el dato lo ponen ante una evidencia, cuando el relato amenaza con empantanarse en la huella de una imagen predecible (ya sea en un sentido “negativo” o en uno “positivo”), el biógrafo se desplaza: cambia el tema, el punto de vista o el objeto de atención. Como sus entrevistas, su atractivo retrato sigue en efecto un principio ético irrenunciable: hacer que el personaje exista, no juzgarlo. La razón es clara y, como Valéry, Libertella no la pierde nunca de vista: ahí donde se hace primar la certeza lo que se termina matando es el deseo. En la verdad de esa pasión deleuziana se afianzan sin duda la gracia de su singular estilo y el carácter extemporáneo de su escritura.
Maximiliano Crespi
CTCL/IdIHCS (UNLP-CONICET)
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