Concepción: Ediciones del Archivo. 2021. 47 páginas.
En Muerte natural (Ediciones del Archivo, 2021), Damsi Figueroa (Chile, 1976) parece estar transitando hacia el auténtico aforismo. Y lo hace desencadenando una de las mayores dificultades en poesía, la fuerza de la imagen que reclama su propio silencio: “El oído agucé/ para seguir el rumor de los fantasmas/ seres fatuos remolinos/de insectos y polvo de estrellas mezclados/en la antumbra”.
Su poema “Historia del hombre de Occidente” me provoca inmediatamente el recuerdo del “Hombre imaginario” de Nicanor Parra. Ambos poemas juegan con la melodía subyacente del latido. Y es en esta empresa, a mi parecer, donde reside uno de los rasgos propios de una auténtica voz poética: la entonación natural de frases como irreparables grietas, sombras imaginarias, ese mismo dolor; o lo que en Muerte natural ya es una cualidad aforística lograda: “Miró el reloj/ y entre dos brillos apagados/ destruyó su mundo”.
Inevitablemente, una cosa que me llama mucho la atención de esta escritura es su alternación destructiva. En primer lugar es, como comprende el poema, relativa. No tiene pretensión de existencia. Pero imagina el vacío. También, asume devoción. Y pervive en las añoranzas. Se trata de una nueva dificultad ya nacida de sus virtudes primeras. Me refiero al carácter estacionario de la voz poética: “Si he de hallarme y decir aquí estoy, / metida en este cáliz moribundo, que no haya más espejos/ que mis ojos, ni más ojos/ que los claros de las nubes”.
En 2003, Damsi publica Cartografía del éter, y en 2016 De visita en la casa del caracol; al día de hoy, es profesora de literatura e investigadora especialista en poesía mapuche; mientras que su obra ha sido traducida al inglés, alemán, catalán, francés, italiano y portugués, su relación con la poesía en tanto arte da cuenta de que su trabajo va en serio y de que estamos en presencia no de una intelectual que produce versos, ni de una académica que conjuga distinciones estéticas o epistémicas, sino de una creadora, de una personalidad abocada desde su memoria al descubrimiento y redescubrimiento de sus sentidos connaturales. En abril de 2002, cuando Marta Contreras —para el Nº8 de la Revista Trilce— le preguntaba a Damsi “¿qué escribes?, ¿por qué escribes?, ¿para quién escribes?, ¿qué lees?”, Damsi respondía:
Escribo las indicaciones de un plano para construir un reloj-de-sol inmaterial lejos del musgo y la anaconda, pero deseo llegar a escribir, algún día, poemas que expresen un equilibrio armónico entre luz y ritmo […] Un día escribo para no morir. Al día siguiente no escribo, pero sueño con el poema. Un tercer día sucede cualquier cosa. Cuando quiero contestarme esta pregunta, me hago otra: ¿quién sería yo si no escribiera?, y acabo pensando cosas extrañas, como que escribo porque la poesía me llama a besarle los pies y yo la escucho. Escribo. No escribo para nadie / aunque intente escapar y evite sacarte al baile / tus malabares y piruetas siempre exigen un aplauso cerrado / es decir, una palabra. […]
Apenas esta breve muestra de la poesía de Damsi es suficiente para considerarla una de las más destacadas expresividades poéticas en Chile hoy. Sobre todo si por un instante dejamos Muerte natural, retrocedemos en el tiempo y atendemos a los orígenes poéticos de Damsi, quien siendo muy joven entró en contacto directo con la intelectualidad poética de su entorno, donde algunos de los nombres más recurrentes podrían ser los de Gonzalo Rojas (Premio Cervantes 2003), Alexis Figueroa (Premio Casa de las Américas 1986), Omar Lara (Premio Casa de las Américas y Casa de América, 1975 y 2007 respectivamente) y Alejandra Ziebrecht (Premio Mejores Obras Editadas, Chile, 2001). En efecto, la primera publicación de Damsi, Judith y Eleofonte, apareció en 1995 y significó inmediatamente la irrupción de una voz poética que recuerda a la Gabriela Mistral más humana. Ciertamente, más allá de las referencias míticas o las elecciones sintácticas de Judith y Eleofonte, inclusive de las imágenes invocadas y en estricto juicio del rasgo predominantemente aforístico de Muerte natural, tanto Judith como Eleofonte parecen ser la excusa performativa para lograr concebir al verso que reclama su silencio: “El espejo sutil de su Pureza”. Por supuesto, todo el resto del poema, aquello que antecede a este verso cúlmine, es no solo de una extraordinaria factura, de una gran velocidad y sentido del ritmo. Devela también una espontaneidad creativa que parece siempre encontrar su cauce, diríamos, natural: su inexistencia. O, en último caso, la inconciencia total de su existencia. Se trata de una poesía espiritual cuya relación con la palabra en tanto signo, en tanto materia, solo podrá deshilvanarse en la sabiduría poética de su propia creadora, Damsi Figueroa. El aforismo es un camino ya trazado, quedan por ver las consecuencias de su inserción cultural global y la influencia que ya está ejerciendo en escrituras nóveles.