Bosque negro. Reina María Rodríguez. La Habana: Ediciones Unión. 2013. 292 páginas.
La autora de Bosque negro lleva décadas descendiendo a sus profundidades, sola y desnuda. Ella sabe que “para toda mujer hay un trono/ en el centro de un hombre” y ha recibido cartas con lluvia. Antes de cumplir los treinta años de edad pudo haber sido definida como una escritora que había logrado una comunión absoluta con los más elevados secretos de la existencia, lo que hubiese bastado para concederle un lugar prominente en el ámbito de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Sin embargo, por atesorar un elevado criterio estético y una integridad inquebrantable, Reina María Rodríguez también ha ofrecido un testimonio único de la situación de minusvalía que millones de cubanos han padecido por el empeño del clan de los hermanos Castro de seguir en el poder tras la disolución del Bloque Soviético, por lo que hoy en día ella podría ser catalogada como la autora de una obra cuya lectura es fundamental para liberarnos de la “Fantasía Roja”, el metarrelato que ha hecho de América Latina un territorio condenado a la reincidencia y la perpetuación del totalitarismo.
Quienes corran con la fortuna de leer esta antología podrán advertir que tienen en sus manos un espejo capaz de reflejar la naturaleza más profunda de las emociones, incluidas las más complejas y difíciles de descifrar, por lo que les será posible entender muchas experiencias que en algún momento pudieron resultar incomprensibles. Piénsese tan solo en cómo estos versos de “Poema para cada Lelia” revela el sino de una pareja que decide reconciliarse tras una ruptura ocasionada por la intrusión de un tercero:
al final George todos regresan
vuelven y te querrán
para siempre
pero vuelven
demasiado profanados para convivir.
Así son los versos de Para un cordero blanco, poemario con el que Reina María Rodríguez obtuvo el Premio Casa de Las Américas en 1984. Pero a la escritora que debutó con La gente de mi barrio (Premio 13 de marzo, 1976) y Cuando una mujer no duerme (Premio Julián del Casal, 1980) no le bastó con cultivar una estética anclada en su capacidad epifánica: en 1998, después de publicar En la arena de Padua (1992) y una deslumbrante joya en prosa titulada Travelling (1995), volvió a ganarse el Casa de Las Américas con La foto del invernadero, un poemario cuyo entramado intertextual se consuma gracias a las revelaciones ofrecidas por Roland Barthes en La cámara lúcida.
Por haber nacido en Cuba, en 1952, Reina María Rodríguez también es una escritora marcada por un lugar y por una historia concreta, historia que alcanzó niveles de verdadero horror tras la disolución del Bloque Soviético. La crisis experimentada en esa isla durante el “Periodo especial” operó en ella una transformación semejante a la del personaje de la alegoría de la caverna de Platón. Liberada del engaño, empezó a escribir Otras cartas a Milena (2003) y Bosque negro (2004), libros decisivos para advertir la realidad oculta tras la urdimbre de falacias y mentiras proyectadas por los aparatos ideológicos del estado cubano. Del poemario que brinda su título a la antología que nos ocupa, me permitiré citar un texto, in extenso, para que el lector vislumbre aquello de lo que ha sido testigo esta “hija de la Utopía”:
Pabellón
Las mujeres solas se conforman con ese dinero del pabellón. Se conforman con el preso, la prueba vaginal, la pomada protectora contra el herpes. Las mujeres solas llevan blusas de encaje a la prisión y tacones en los pies manchados de fango. Tienen las uñas negras que no es carbón. Tienen las cejas arqueadas por la incredulidad. Van y vienen del pabellón. Se desnudan, se dejan revisar, sostienen las monedas con la pelvis. Las mujeres solas llevan sus cuerpos a prisión y, allí, se regeneran.
A partir de esa temporada en el infierno, la autora escribió Catch and Release (2005), El libro de las clientas (2005), Variedades de Galiano (2007), Las fotos de la señora Loss (2009), María Mariosh (2010), Poemas de Navidad (2011) y El piano (2013), un catálogo de libros cuyo lenguaje y visión del mundo enriquecen nuestra percepción de lo afectivo, lo doméstico, lo cotidiano, lo histórico, lo político, lo mí(s)tico y lo ético. Libros insuflados por la vitalidad de alguien que ha sobrevivido a una verdadera catástrofe histórica, como puede apreciarse en el poema “Tiempo en el fondo”:
A remover
trozos de hielo
a flotar
sobre las piedras
como las truchas
debilitadas
después de haber puesto
los huevos,
la sensación.
A flotar
contracorriente
(las escamas empobrecidas
todavía débiles)
pero con la energía de haber vivido
mucho tiempo en el fondo.
Sirena cuyo canto hace del mar un puente que debe ser cruzado para que la metáfora sea comprendida a cabalidad, Reina María Rodríguez cierra su antología personal con una selección de El libro de las luciérnagas (inédito). Por experiencia, ella sabe que “En la fila siempre [se avanza] hacia atrás” y que “abrazar un cuerpo/cuesta la dimensión del otro/ que nunca anticipa su crueldad”; sin embargo, no por eso ha dejado de anhelar un sendero lírico que haga posible el regreso de tantos peregrinos que ansían “hallar un sitio de reposo […] donde no suceda más la destrucción” y los relojes anuncien un despertar pacífico.
En definitiva, las páginas de Bosque negro podrían ser atesoradas como ejemplo puntual de eso que Albert Camus catalogó como “el arte de aprender a vivir en tiempos de catástrofe”; ellas contienen el espíritu de una escritora que se ha negado convertirse en sirvienta del odio y la represión, a pesar de haber experimentado en carne propia la indefensión de lo humano ante la historia. Por todas estas razones, se podría decir que esta antología está poblada de flores, es decir, de “recompensa[s] que ha[brán de ser] guarda[das] contra los abusos de la superficie”.
Arnaldo E. Valero
Instituto de Investigaciones Literarias
Gonzalo Picón Febres