Javier Cercas fue escogido por el Vaticano para escribir un libro en el que narra su viaje con el papa Francisco a Mongolia, periferia geográfica, religiosa y social, un país con menos de 1400 católicos. Conversamos con el escritor español sobre su experiencia y las reflexiones sobre “el loco de Dios”, hombre humilde y radical que soñó una Iglesia diferente y disrumpió con humor, gracia y una revolución del Evangelio.
Jorge Mario Bergoglio, un hombre sencillo venido de Latinoamérica —“un continente periférico” en palabras de Javier Cercas—, se convirtió en papa en 2013 y vivió su vida en aquel cargo lejos de la soberbia, las sofisticaciones y los exhibicionismos. De un recorrido por Mongolia —también periferia política y geográfica— en el que lo acompañó el escritor español, y de su mirada sobre la labor apostólica de aquel lunático anticlerical, nos cuenta con franca emotividad en El loco de Dios en el fin del mundo (Penguin Random House, 2025).
El argentino cuyo primer documento papal se tituló “La alegría del Evangelio”, ese hombre que creía que Dios podía estar en cualquiera, incluso en los no creyentes, y que logró sintonía absoluta con los temas del aquí y el ahora (la ecología y los migrantes, por mencionar algunos) es el sustantivo de este libro, aventura emprendida por un ateo, laicista militante, racionalista contumaz e impío riguroso, en palabras del propio autor. Conversamos con Cercas unos meses después del fallecimiento del papa Francisco sobre el hombre que agitó los cimientos de una institución a la que le urge renovarse.
Natalia Consuegra y Juan Camilo Rincón: Tu libro se publicó meses antes de la muerte del papa Francisco, y esta reveló algunas paradojas: los ateos halagaron su labor, mientras que los ortodoxos volvieron a condenarlo por su alejamiento de la idea tradicional de la Iglesia.
Javier Cercas: Creo que todo eso es un enorme malentendido. Él fue un papa disruptivo para la Iglesia; incluso se puede usar la palabrarevolucionario, dependiendo de lo que entiendas por eso. Es claro que él no cambió la doctrina cristiana, pero sí hay un componente revolucionario, que es el que indica el Vaticano II, el último gran concilio de la Iglesia de mediados del siglo XX. ¿En qué consiste la revolución? En volver al cristianismo primitivo.
N.C. y J.C.R.: Lo que dices del cristiano radical: Francisco fue un radical del Evangelio.
J.C.: Es que el cristianismo consiste en ser radicalmente partidario de Cristo, y precisamente por ello generó una resistencia enorme, feroz, en ciertos sectores de la Iglesia. Hay gente que no acepta volver a ese cristianismo original; no le gusta porque le parece demasiado radical e incluso que no es cristianismo. La revolución de Francisco, si se puede hablar de eso, consiste en que todos los aspectos que él intentó cambiar estaban orientados por ese volver al cristianismo primitivo. En la primera entrevista que le hacen le preguntan qué quiere hacer con la Iglesia y él dice: Yo quiero sacar a Cristo de la sacristía y ponerlo en la calle; o sea, volver al cristianismo primitivo. Cada vez estoy más convencido de que él estaba pensando en Dostoyevski, en la fábula de “El gran inquisidor” de Los hermanos Karamazov. Por eso, y por otros muchos motivos, una parte del catolicismo ha sido ferozmente contraria a él.
N.C. y J.C.R.: También por cosas como esta idea de que era de izquierda, por ejemplo.
J.C.: Muchos han visto en él cosas que no existen, como esa. Él fue un papa radicalmente evangélico, solo que el Evangelio está más próximo socialmente a la izquierda que a la derecha. Cristo estaba con los que no tenían dónde caerse muertos: los pobres, los desgraciados, las putas; no estaba con los ricos ni con los poderosos. Además, también ha querido hablar con los que no son católicos y eso se lo reprocharon mucho, pero esa es otra falsedad; el noventa por ciento de lo que decía, lo decía para los católicos. Yo he leído todo lo que ha escrito y te puedo asegurar que es así.
N.C. y J.C.R.: Y se le reprochó su necesidad de ir siempre a la periferia.
J.C.: Es que es cierto que este papa quería ir a la periferia del catolicismo —esa es una de sus palabras claves— y en ella están los no católicos; por eso se dirigía a ellos, por eso es capaz de facilitarle por vez primera a un escritor ateo, como yo, la entrada en el Vaticano. Eso no lo había hecho nunca la Iglesia. ¿Por qué no a un católico? La respuesta está en su visión del mundo, que es la visión de Jesucristo: él va a hablar con los que no son católicos ni cristianos. Él tiene esta visión, digamos, misionera de la Iglesia y para él los misioneros son quienes encarnan con radicalidad lo que dijo Cristo. El cristianismo es radical y eso a muchos católicos no les gusta; prefieren un catolicismo más moderado, conservador, pero Cristo no era moderado; era un peligro y hay un sector del catolicismo que no lo acepta. Esto es una obviedad, basta con leer el Evangelio para ver que este hombre era un peligro, al punto de que lo crucificaron.
N.C. y J.C.R.: ¿Qué tanto hay de ficción en la religión?
J.C.: Para los ateos la religión puede ser una ficción; para los creyentes, no lo es. Un no cristiano puede decir que es pura superstición y eso es perfectamente respetable. Yo he intentado entender qué es la Iglesia católica, qué es el cristianismo, ahora que he tenido una oportunidad de oro. Entonces, llegar allí con la idea de que todo esto es una ficción es llegar con un prejuicio, y yo lo primero que he intentado es quitarme todos los prejuicios para ver la realidad tal y como es; intentar entender qué es lo que dicen los que están allí, desde los intelectuales del papa hasta los prefectos, los cardenales, los misioneros. Yo no he llegado allí a decirles lo que yo pienso, sino a escuchar lo que ellos me dicen. Ahora, repienso tu pregunta: ¿Francisco, a diferencia de otros papas, se ha presentado como un ser humano?, ¿es esa la ficción?
N.C. y J.C.R.: Eso irritó a muchos.
J.C.: A los católicos que querían un papa semidivino, que no se equivoca nunca, que habla ex cathedra, que reza por los creyentes porque los va a salvar, etc. Todo eso es una ficción, efectivamente, porque el papa ni es semidivino ni habla ex cathedra; eso es falso —los papas hablan ex cathedra muy pocas veces, cuando tienen que hablar de un tema concreto, de la doctrina—. Los papas son personas normales y corrientes que se equivocan, que hacen su vida. Hay gente que adora la papolatría, que es la consideración del papa como un ídolo. Obviamente eso es una ficción, porque el papa es una persona. Yo recuerdo esto varias veces en el libro, porque es muy importante: las primeras palabras que dice después de que lo nombran papa son: Pero soy un pecador.
N.C. y J.C.R.: Y tú lo corriges.
J.C.: Yo lo corrijo sacrílegamente: Porque soy un pecador. Es que la Iglesia es el lugar de los pecadores. Esto no lo digo yo; es una obviedad que se nos olvida. Jesucristo no elige a un Superman; elige a Pedro, un desgraciado pescador que además le ha traicionado tres veces. Eso no puede ser más significativo. Entonces el papa no es un Superman; eso no es lo que Cristo quiso. Y es una ficción que el papa se haya presentado a lo largo de los siglos como un ser superior, por así decirlo, porque es el representante de Dios en la Tierra. Ahora ha acercado a los no creyentes por el hecho de presentarse como un ser humano común. Por eso se habla del papa de los ateos, que es una exageración total de los creyentes enfadados con Francisco. Pero sí es verdad que él ha querido hablar con los que no son católicos, como hacía Jesucristo, y se ha presentado como lo que es, un ser humano con defectos, virtudes, errores. Este papa ha sido muy disruptivo. Hay gente que dice que es un revolucionario sin revolución que no ha hecho nada. Bueno, se puede decir que no ha hecho nada, pero en lo esencial la revolución de este hombre consiste en volver al cristianismo primitivo.
N.C. y J.C.R.: Además, eso no se lo inventó él.
J.C.: Eso es exactamente el Vaticano II, un concilio que toda la Iglesia adopta. Este hombre se toma en serio la idea de volver al cristianismo primitivo; todos sus intentos de cambio y de reforma fueron por esa vía. Que eso ha molestado a muchos católicos, es normal, porque muchas jerarquías, pero también muchos católicos comunes y corrientes estaban acostumbrados a un catolicismo que era más bien una perversión. No somos los primeros que lo decimos; Dostoyevski, en mi opinión, fue el que mejor dijo hace ya mucho tiempo esta obviedad: el catolicismo de los ricos y los poderosos, todas estas cosas que hemos visto con los papas, los guerreros, no tiene nada que ver con Jesucristo. Todo esto ha irritado mucho, tanto como la idea de que el papa es de izquierdas, que es absurda. Interpretar esto en términos políticos es un error porque te lleva a conclusiones equivocadas. Hay aspectos en los que el papa ha estado más de acuerdo con la izquierda porque el Evangelio está más de acuerdo con la izquierda en ese sentido: los pobres, los desgraciados, etcétera, y aspectos en los que el papa está mucho más cerca de la derecha, los aspectos morales, sobre todo: el aborto, etc.
N.C. y J.C.R.: ¿Su revolución se quedó a medias? Dices que él comprendió que no podía emprender todas las reformas que quiso.
J.C.: No se ha quedado a medias, se ha quedado en un cinco por ciento de lo que tenía que hacer. Quien no entiende eso, no entiende qué es la Iglesia.
N.C. y J.C.R.: También hablas del humor, la alegría, la fiesta, la ironía, y nos cuentas que Francisco afirmaba que “la eternidad no será aburrida”.
J.C.: Es que el propio sentido del humor es disruptivo. ¿A qué hemos asociado nosotros el catolicismo? A las cosas tétricas. En el libro hay una frase de Cioran que es casi un leitmotiv: “Toda religión es una cruzada contra el sentido del humor”. Para mí eso es catastrófico; yo soy novelista y no existe la novela sin humor. Cervantes —que es nuestro papa ya para siempre— lo ha dicho así: no hay nada más serio que el sentido del humor. Yo voy con esta idea, porque yo, educado en el catolicismo, asocio la religión a lo contrario, al sentido del humor, que es siempre disruptivo, subversivo. Me encuentro con un papa que reivindica de manera radical el sentido del humor. En algún momento él le dice en italiano a un amigo —que no entiende el sentido—: “Lo más próximo a la gracia divina es el sentido del humor”.
N.C. y J.C.R.: Porque en español gracia también es sinónimo de humor.
J.C.: Claro; en español una persona graciosa es una persona que tiene sentido del humor y tener gracia es hacer reír. En este papa había eso: una asociación del sentido del humor a la gracia, ni más ni menos. Llegar con los ojos limpios al Vaticano, pese a todo lo que obviamente sé por mi experiencia como católico y pese a todo lo que he estudiado muy placenteramente antes de llegar al Vaticano para prepararme para este libro, me ha permitido verlo todo como una gran sorpresa, de inicio a fin. Mongolia es muy exótico, pero el Vaticano lo es mucho más. Todo es sorprendente y no por los motivos que todo el mundo pensaría, todos esos clichés sobre el Vaticano son idioteces que venden mucho, eso de las misas negras…
N.C. y J.C.R.: La teatralidad oscura y macabra de los sacrificios humanos, los símbolos nazis y las orgías…
J.C.: Y no es así. Te encuentras a gente muy sorprendente, pero por motivos como la existencia de un prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe.
N.C. y J.C.R.: Incluso nos cuentas de un intelectual de cabecera. Hay un interés de la Iglesia por relacionarse con todos los aspectos de la vida de los ciudadanos a través del diario oficial, una revista que trata asuntos políticos, intelectuales, literatura…
J.C.: Lo del intelectual de cabecera es una manera de hablar, ¿eh? También están los medios de comunicación, que es una de las cosas más sorprendentes.
N.C. y J.C.R.: Toda una máquina de comunicación.
J.C.: No hay nada igual. Esta máquina está en todo el mundo; ¡es asombrosa!
N.C. y J.C.R.: Pero sigue sosteniendo un lenguaje que, como te lo dice alguien allá adentro, no ha sabido contar el Vaticano.
J.C.: Para mí esa es una de las cuestiones fundamentales: la lingüística. Por un lado, la Iglesia tiene un lenguaje hermético y, a la vez, la palabra más importante del papado de Francisco es sinodalidad. Entonces, todos los cambios que él logró hay que interpretarlos en el sentido del retorno al cristianismo primitivo, de volver al cristianismo de Cristo. Sin embargo, nadie entiende la palabra sinodalidad, nadie la conoce, ni siquiera los católicos. Hay un lenguaje hermético que nadie entiende y, por otro lado, es un lenguaje viejo, que es lo peor.
N.C. y J.C.R.: Es adusto, desgastado.
J.C.: Es horrible, no tiene ningún sentido, no tiene ninguna gracia. Los sacerdotes hablan de una manera vieja, todo es viejo. Ese, para mí, es un problema enorme, fundamental, descomunal, que yo no sé cómo se arregla, porque si es evidente que el cristianismo de Cristo era una cosa disruptiva, con un lenguaje rompedor, con un lenguaje de la calle y completamente inesperado, que lo llevó a tener el increíble impacto que tuvo —nunca nadie ha tenido tanto impacto, precisamente por su lenguaje nuevo—, ¿por qué este lenguaje viejo, sin ningún interés? Y de ese problema nadie habla, ni siquiera Francisco lo hizo. Creo que es un problema central.