Leer a Patricio Pron es enfrentarse a un escritor polifacético, con una amplia trayectoria como narrador y crítico literario. Su obra ha sido traducida a media docena de idiomas, entre los que se cuenta: el inglés, el alemán, el francés y el italiano. Todo esto se puso de manifiesto al conversar con él sobre algunas de sus obras, así como su capacidad de concebir la literatura desde una sutil sabiduría que se adhiere a la amplitud genérica de su escritura.
Claudia Cavallin: En primer lugar, reciba nuestras felicitaciones por el premio Alfaguara de Novela 2019. Su obra Mañana tendremos otros nombres ha sido descrita en el acta del jurado como “La autopsia de una ruptura amorosa que refleja la época contemporánea de manera excepcional”. Aquí, el vínculo entre Él y Ella va más allá de ciertos sentimientos: “Ambos se habían ido alejando uno del otro pese a la proximidad física; quizá Ella había tenido miedo de que Él la decepcionara y Él había compartido su miedo, al que había añadido la certeza de que lo haría, que en un momento u otro iba a decepcionarla”. La ausencia de los nombres, la presencia de dos artículos temerosos ¿Es una anonimia dentro de la obra que nos permite vincularnos a todos, desde las distancias, con los sentimientos más profundos allí escritos?
Patricio Pron: Así es. La falta de nombres de los personajes principales de la novela tiene como propósito poner de relieve que lo que le sucede a ambos es, por una parte, específico, y, por otra, universal: algo en la experiencia amorosa nos lleva a creer todas las veces que lo que nos sucede no le ha pasado a nadie nunca antes; y sin embargo, ha tenido lugar una y otra vez en el pasado, a otras personas que no eran muy distintas de nosotros.
C.C.: Usted ha mencionado en otras entrevistas cómo acaban todas las obnubilaciones de los seres humanos, “a golpes de decepciones”, incluso desde lo político. En el caso de Mañana tendremos otros nombres, ¿esta ruptura amorosa descrita en su obra, justo cuando estamos en el medio de la “era Tinder”, de los algoritmos del amor, del anonimato de las redes sociales, puede ser leída como un símbolo de lo que a todos nos afecta en nuestro contexto contemporáneo, más allá de la novela?
P.P.: Me gustaría que así fuera. Una de las constantes más habituales en la novela de la experiencia amorosa en español es que ésta tiende a no poner esa experiencia en el contexto de una sociedad y un momento histórico que la influyen y la transforman: contra el argumento de que siempre nos hemos enamorado y hemos amado más o menos de la misma forma, parece evidente que el modo en que concebimos el amor y el apego es producto de unas circunstancias económicas y políticas que no pueden ser soslayadas. De alguna manera, siempre estamos “reinventando el amor”, y el modo en que lo hacemos dice mucho acerca de quiénes somos, cómo es nuestra forma de vida, en qué creemos, qué deseamos, etcétera.
C.C.: Vale la pena destacar otra de sus obras, que fue galardonada con el XXIV Premio Jaén de Novela, El comienzo de la primavera. Aquí Martínez se traslada desde las calles hacia otros caminos más internos, filosóficos e intelectuales. ¿Cree usted que la filosofía dentro de la literatura establece una conexión similar a la que en otras ocasiones hicieron escritores como Jorge Luis Borges? ¿Es como ese juego de espejos borgiano, en donde Martínez logra ver su existencia más allá del ser y del tiempo?
P.P: Me alegra que mencione esa novela, que fue el comienzo de muchas cosas para mí. No tengo una formación filosófica sistemática, aunque leo mucha filosofía, y, en ese sentido, siento algo parecido a la incomodidad del impostor cuando se habla de los vínculos entre literatura y filosofía en mis libros. Al margen de ello, siempre he pensado que la literatura, en lugar de proponer certezas, siempre tan provisorias, debe realizar preguntas, algunas de las cuales caen en el ámbito de la filosofía, efectivamente. Y esa convicción personal también es el producto de la influencia de Borges, como menciona. Todo gran escritor abre una puerta y, a su vez, en algún sentido, la clausura: ya nadie puede escribir los libros de Borges porque los ha escrito él. Y, sin embargo, tal vez puede aprender algo de esos libros, y eso es lo que supongo que yo he estado tratando de hacer desde que los leí por primera vez, así que sí, Borges es una importante influencia en mi trabajo y en mi forma de concebir la literatura.
C.C.: En Lo que está y no se usa nos fulminará, existe cierta circularidad entre el autor, quien escribe y lo que él escribe que es. Desde esta causalidad circular y volviendo a los espejos, en la última de las historias que allí se narra —que tiene signos de puntuación multiplicados, como los paréntesis, uno dentro de los otros— ¿Se pierde la linealidad del tiempo? Y, retornando al “Tinder”, ¿son sus notas para un perfil la ironía sobre la existencia, en la simpleza de un par de frases?
P.P.: Muchas veces escribo cuentos y relatos breves para explorar un tema, por lo general para saber qué pienso de ellos. “Notas para un perfil de Tinder” es uno de esos casos, aunque es evidente que, a continuación, necesité continuar leyendo (y escribir toda una novela) para averiguar qué pienso sobre la mediación de ciertas tecnologías en el ámbito de la gestión de la experiencia amorosa. Por otra parte, los cuentos se escriben de muchas maneras y tienen formas distintas: como apunta, la circularidad es una de ellas. Pero la circularidad no me interesa especialmente como técnica literaria sino más bien como recurso narrativo para insinuar o sugerir que hay muchas maneras en que la literatura y la vida se vinculan y se retroalimentan: no sólo en la vida de los escritores, sino también, y sobre todo, en la de quienes leemos.
C.C.: No puedo evitar vincular lo que ha acontecido recientemente en el contexto político de América del Sur con lo que muchas veces se ha escrito, como una referencia histórica y literaria que, en ocasiones, también resulta premonitoria. En su novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, se detalla el vínculo político y social en la historia de Argentina. Las fotografías que se mencionan, curiosamente se adhieren a los detalles omitidos en aquellas palabras de lo que no se pudo narrar, cuando históricamente ocurrió. ¿Cree usted que la narrativa histórica de esta nueva era puede convertirse en una de las fuentes más confiables de aquello que no se registró inmediatamente (como lo hicieron las fotografías) pero que se escribe luego como una novela política?
P.P.: Uno de los textos de la literatura argentina que más perdurablemente dejó una huella en mí es Operación masacre, de Rodolfo Walsh; en él, Walsh propone un tipo de literatura que, lejos de limitarse a narrar lo que se sabe que “sucedió”, intenta conjeturar acerca de lo que “pudo haber sucedido”, en un esfuerzo por ir más allá de lo poco que podemos saber sobre los hechos trágicos del pasado reciente, no sólo en América del Sur. De alguna manera, reconozco la propuesta de Walsh en la mayor parte de los libros que me han interesado recientemente, por ejemplo, La dimensión desconocida de Nona Fernández, y procuro yo mismo contribuir a ella. A una literatura que no trabaje desde las certezas (que son más bien pocas) sino a partir de la falta de ellas y de la escasa fiabilidad de los testimonios del pasado, también los fotográficos.
C.C.: Para concluir, quisiera destacar algo de lo dicho en un artículo suyo, “Escritores urgidos de dinero”, publicado en Letras Libres, en el que menciona la relación problemática que ha existido siempre entre los escritores y el dinero. Esa compleja conjunción que, en muchos casos, históricamente, se ha dado entre la pobreza del escritor y el valor de su escritura ¿Cuál sería el vínculo, —posible o deseable—, entre la industria editorial de hoy en día y sus lectores, que les permite a los autores ir más allá de la sociedad conectada al mercado literario o, como cita Sergio Chejfec, más allá de la condición de impresos que comparten la literatura y el dinero?
P.P.: No es fácil responder a su pregunta. Pero precisamente porque no es fácil resulta, en mi opinión, especialmente relevante intentar hacerlo. Mi impresión es que la discusión acerca de cómo se ganan la vida los escritores y los posibles modos de compensación económica por su trabajo soslayan la cuestión (mucho más importante, pienso) de qué determina el valor en literatura. La demanda paradójica de publicaciones y editoriales de más y más textos, no importa su origen ni su estatuto de verdad, no sólo no sirve para suscitar una demanda equivalente en los lectores, sino que más bien la inhibe: a menudo asqueado y decepcionado con lo que se le quiere vender como literatura, el lector pierde el interés ante lo que la mayor parte de las veces no tiene ningún valor. Karl Kraus sostuvo en una ocasión que “cuando los que publican libros pierden la vergüenza, los que los leen pierden el respeto”, y me parece que una de las formas de devolver a la literatura el carácter de experiencia transformadora que alguna vez tuvo para sus lectores es exigir respeto a los responsables del mercado editorial y un compromiso y un amor por la literatura que, de hecho, casi todos ellos tienen, aunque la mayor parte de las veces tengan que refugiarse en el cinismo para no admitir la verdadera naturaleza de sus prácticas.