El presente ensayo da cuenta de un artículo muy poco conocido que publicó Juan Emar en 1935, donde trata temas como la escisión, la autoconciencia y la comprensión del mundo que nos rodea, considerando los nuevos paradigmas que estaban emergiendo en esos años.
La actividad artística y cultural de Juan Emar es muy variada. Pintor aficionado, escritor toda su vida, difusor de la vanguardia en las páginas de las “Notas de Arte” aparecidas en el diario La Nación de Santiago entre 1923 y 1927, publica sus tres novelas —Miltín 1934, Un año y Ayer— en 1935 y, a fines de ese año, aparece “Frente a los objetos” en un fugaz magazine de actualidades nacionales e internacionales llamado Todo el Mundo en Síntesis. El breve texto identificado por el escritor como un adelanto de novela, aborda la fragmentación del sujeto, la autorreflexividad, los planteos epistemológicos y la comprensión relacional, temas que aparecen con frecuencia en el proyecto creador del vanguardista chileno.
Desdoblamiento, unidad y mirada
En “Frente a los objetos” se elabora la división del yo a través de la imagen del sujeto que, luego de leer y mirar las obras surrealistas, se hojea a sí mismo, acto que para el escritor siempre implica el desdoblamiento inicial. El proceso imaginado por Emar supone la existencia de dos sujetos con labores y miradas que se complementan: “Uno mismo que actúa; uno mismo que observa al que actúa”. La dualidad se clarifica con detalle: “Al primero, échesele a estrellarse contra los afanes cotidianos, échesele a amar, échesele a odiar. El segundo, inmóvil”.
La escisión y su reverso, la complementariedad, permiten al narrador alcanzar sus permanentes anhelos. El primero, ser otro; el segundo, vislumbrar la unidad. Construido el sujeto como un ser ubicuo y clarividente que puede “mirar el mundo desde cualquier sitio y bajo cualquier personalidad”, es necesario entender cómo Emar aborda el proceso de conocimiento.
Él distingue dos posibilidades de mirar. La mente desatenta “fija los ojos en cada objeto aisladamente, lo mira como único en el universo, sin relaciones, sin prolongaciones, sin compromisos […]. Y al quitar la vista de un objeto, se lo abandona para siempre”. Y añade: es “el mundo de la separatividad”. La mente activa, en cambio, tiende a aprehender la unidad “únicamente por las relaciones, las prolongaciones, los ‘compromisos’ de los objetos; cuando cada objeto, borrando un tanto su identidad propia y delimitada, pasa a ser solo un punto de apoyo para nuestro pensar total, un signo simbólico antes que una realidad sola en el espacio”.
La mente activa que le interesa a Emar se revela con dos ejemplos. En el primero, el sujeto percibe un “conjunto formado por tres aislamientos absolutos: huaco, libros, retrato”, pero pronto cada parte de estos objetos será absorbida “para comprometerla en un nuevo significado, tal vez de eternidad”. En el segundo, describe una naturaleza muerta pintada por su amigo Luis Vargas Rosas en el año 1919, y que está en la pared de una sala de espera de un médico. Más que la tela misma, Emar subraya la multiplicidad de relaciones que la delimitan: a) ubicación de la tela (calles, edificio, piso); b) paisaje observado a través de la ventana de la sala (el cercano —tejado del arzobispado y torres de la catedral— y el lejano —cielo, cordillera—); y c) realidades percibidas por medio de los sentidos dentro de la sala (mujer, mocosa, en la radio canción de “Los tres chanchitos’”, olor a sándalo). El narrador resume: “Durante no menos de media hora viví a saltos entre arzobispado, torres, cielo, nubes, vieja, mocosa, chanchitos, sándalo y visiones del año 19”.
La mirada atenta: sujeto y nueva física
La fractura y transformación del yo es una de las bases de la mirada activa. El sujeto integrado, iluminista, dotado de capacidad de razón y conciencia, da paso a una subjetividad y a una fluidez entre diversas antinomias entre las cuales hallamos la de sujeto y objeto. En esta emerge “el observador observado, observándose a sí mismo que observa”, manifestación de una continua autorreflexividad y una autoconciencia epistémica que caracterizan al sujeto de la modernidad. El yo no aprehende el mundo en sí, sino “mediado por nuestro conocimiento, por nuestra mirada, por nuestro lenguaje”, actividad donde el sujeto se constituye y es modificado en diálogo permanente con el otro, las formaciones discursivas y los mundos exteriores.
El modo de conocer que nace de la nueva física es otra base de la mirada atenta. En el paradigma mecanicista se considera a la naturaleza “como independiente, no solo de Dios, sino también del hombre; este realiza una descripción o una explicación ‘objetiva’ de la naturaleza” que es independiente del observador humano y del proceso de conocimiento. Dentro de este enfoque mecanicista, existe la convicción de que existe una distancia entre el sujeto y el objeto, como señala David Peat: “había un universo allí fuera, y aquí estaba el hombre, el observador, seguro y protegido del universo”.
En el nuevo paradigma holístico nacido de la exploración del mundo atómico y subatómico, aquel proceso de observación es insuficiente. No se pueden analizar los componentes mínimos de la materia prescindiendo de la interacción entre el objeto investigado y los instrumentos de medida. En el mundo cuántico, “la antigua palabra observador simplemente tiene que ser eliminada —[…] y debemos sustituirla con la nueva palabra participante. De este modo, hemos llegado a darnos cuenta de que el universo es un universo de participación” y de que es imprescindible “incluir explícitamente la epistemología […]— en la descripción de los fenómenos naturales”, como sostiene Fritjof Capra.
El cambio en el proceso de observación genera nuevas complejidades. El físico asume que no le es lícito hablar sin más de la naturaleza “en sí”. La ciencia natural presupone siempre al hombre y este no encuentra ante él más que a sí mismo en el universo. Heisenberg agrega que el objeto de investigación en la ciencia no es “la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza sometida a la interrogación de los hombres”, de manera que es necesario “tomar por único objeto de la ciencia nuestro propio conocimiento y asumir que la imagen de la naturaleza implica asumir nuestra relación con la naturaleza, no la naturaleza en sí”.
La noción de la realidad objetiva de las partículas elementales se disuelve y los físicos concluyen que estas “no tienen ningún significado como entidades aisladas, sino como correlaciones o conexiones entre varios procesos de observación y medida”. Desde esta perspectiva, las partículas subatómicas “no son ‘cosas’ sino correlaciones de ‘cosas’ que, a su vez, son correlaciones de otras ‘cosas’ y así sucesivamente. En la teoría cuántica nunca se llega a una ‘cosa’; siempre se trata con correlaciones entre ‘cosas”.
Las reflexiones anteriores son las que Georg Nicolai, médico y pacifista alemán cercano a Albert Einstein, enseña en los años treinta en Chile. Cercano a Emar, Huidobro y otros artistas, el sabio europeo sostiene que ni el alma ni el mundo “son cosas en sí o realidades absolutas, sino productos de una correlación”. Y casi con las mismas palabras del fragmento emariano y del físico Fritjof Capra, señala que “se debe renunciar a saber algo sobre la esencia de cosas aisladas” porque es necesario “estudiar, en cambio, las relaciones entre las cosas”. Se trata, afirma, de “una nueva certidumbre invariable: no las cosas mismas, sino la relación entre ellas”.
En el paradigma mecanicista, por último, se asume que “en cualquier sistema complejo podía entenderse la dinámica del conjunto a partir de las propiedades de las partes”. Capra sostiene que en el nuevo paradigma “se invierte la relación entre las partes y el conjunto. Las propiedades de estas solo pueden ser entendidas a partir de la dinámica del conjunto”. Las partículas subatómicas y, por consiguiente, todas las partes del universo no pueden concebirse como entidades aisladas y han de definirse a través de sus correlaciones. Como la materia, “la naturaleza no está formada de componentes básicos aislados; se trata, por el contrario, de una compleja red de relaciones entre las diferentes partes de un conjunto unificado”.
Nicolai advierte pronto estos cambios y, otra vez con palabras muy similares a las de Capra, señala que, si toda exploración de la naturaleza se reduce “a un conocimiento de relaciones, no podemos formular ninguna afirmación sobre la realidad de un fenómeno aislado, sino solo sobre la totalidad del universo”, porque “cada parte en el universo influye en el resto y está influido por él, solo el universo en su totalidad puede ser absoluto”. Y concluye que “la gran ley de la mutua correlación que hemos notado por primera vez en el microcosmos del organismo es en él solo reflejo de una ley más general. También en el macrocosmos del universo, todo depende de todo”.
“Frente a los objetos” no es ajeno a estos planteamientos. El título destaca el problema epistemológico que a Emar le interesa indagar. El escritor chileno propone un mecanismo para aprehender el conjunto de lo real que plasma en sus novelas, donde siempre encontramos el que actúa y el que observa; el que vive y experimenta junto al que contempla y elabora. Él entiende que el sujeto múltiple debe hacer distintas observaciones, desde distintos lados y con distintos ángulos, perspectiva que lo aproxima al cubismo. Su mirada atenta define siempre al objeto, la tela de Vargas Rosas, dentro de una compleja red de relaciones, conexiones y prolongaciones, porque todo depende de todo; de esta forma, más que la “naturaleza muerta” en sí, lo que advertimos en el fragmento de 1935 es el modo de conocimiento de ella, proceso que pasa por la relación con la tela. En “Frente a los objetos” no se llega a la “naturaleza muerta”, porque siempre se trata de correlaciones entre ella y otras cosas.
Palabras finales
Italo Calvino, al estudiar la multiplicidad, alude a las obras de Carlo Emilio Gadda, en las que el mundo se representa en su enorme complejidad mediante la presencia simultánea de los elementos más heterogéneos que concurren a determinar un acontecimiento. Calvino agrega: cualquiera que sea el punto de partida, el discurso se ensancha para abarcar horizontes cada vez más vastos y si pudiera seguir desarrollándose en todas direcciones llegaría a abarcar el universo entero. Esto es lo que ocurre en la descripción de la naturaleza muerta de Vargas Rosas. “Frente a los objetos” y la escritura de Emar son “una propuesta para el próximo milenio”.
El atractivo de la visión emariana es que el narrador representa el mundo sin atenuar en absoluto su enorme complejidad, pues cada acontecimiento, personaje (el que vive y experimenta), objeto (la tela de Vargas Rosas), está visto como el centro de una red de relaciones que no se puede dejar de seguir. Por ello, quien relata (el que observa y elabora), multiplica los detalles, sus descripciones se vuelven infinitas y el discurso se expande en múltiples direcciones hasta terminar con la revelación del mundo entero. En esta perspectiva, la obra de Emar carece de centros de orientación, es ambigua, revela un mundo sin certezas; es una obra abierta donde cada elemento puede “encontrarse y correlacionarse con otros centros de alusión, abiertos aún a nuevas constelaciones y a nuevas probabilidades de lectura” diría Umberto Eco. “Frente a los objetos” y la escritura de Emar son una “metáfora epistemológica”, pues refractan el modo en que la ciencia y la cultura de la época aprehenden la realidad.
Patricio Lizama