En la obra de Jazmina Barrera hay tejidos, cuadernos, hilos, misterios, entrecruzamientos. La becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, ganadora del premio Latin American Voices y cofundadora de Ediciones Antílope establece un prolífico diálogo con las tradiciones literarias, ampliando las voces de escritoras y artistas con quienes comparte inquietudes y preguntas.
En sus libros Cuerpo extraño (Literal Publishing, 2013), Cuaderno de faros (Tierra Adentro, 2017), Línea nigra (Almadía, 2021) y Punto de cruz (Almadía, 2021) convergen temas como la maternidad, los cuerpos, la soledad, la familia, el aislamiento y, entre ellos, muchas preguntas. Desde diarios y fragmentos −que considera versátiles herramientas literarias− y exploraciones sobre temas que la inquietan, Jazmina Barrera ha edificado una obra que hoy es leída en cinco idiomas y con suma atención.
Conversamos con la escritora mexicana sobre su obra, los puntos de unión de sus libros y el estado actual de la literatura latinoamericana.
Juan Camilo Rincón y Natalia Consuegra: Sobre algunas de sus obras usted habla de un punto de cruce que trasciende los géneros, y que lo que algunos llaman novela usted lo considera ensayo, desligado de la connotación académica o de afirmaciones categóricas…
Jazmina Barrera: Creo que lo que asocio inmediatamente al ensayo es la libertad. Yo estudié en una primaria a las afueras de la Ciudad de México, que usaba un sistema que se llama Freinet. Una de las consignas de ese sistema era que cada cierto número de días la maestra nos pedía un texto libre; no decía un cuento, un ensayo… decía: un texto libre. Luego imprimíamos esos textos porque teníamos pequeñas imprentas de tipos móviles y hacíamos libros. Recuerdo perfectamente el primer texto mío que se imprimió y esa emoción de poder compartir mis ideas, de la creación colectiva, la escritura como un juego, la satisfacción de tener un producto que surge de tu creatividad. Ahí es cuando empiezo a asociar la escritura con el placer y con la libertad, un texto libre. Yo siento que sigo escribiendo textos libres. Y luego en los textos canónicos, que tenemos que entender que son definiciones subjetivas, clasificaciones que armamos a partir de textos que ya existen… a partir de esos textos decidimos hacer clasificaciones. A veces pareciera como si las clasificaciones preexistieran en la literatura, y no es así. Primero vienen los textos y luego viene la clasificación, y tenemos toda la libertad posible para escribir estos textos. Podemos tomar cualquier herramienta literaria que asociamos a la novela, al ensayo, a la poesía, que están ahí y las podemos usar. Por supuesto que hay ciertas reglas del juego y que son distintas para cada persona, en cada país, en cada cultura. Por ejemplo, el género memoir es algo que en español casi no usamos, diríamos quizás más bien ensayo. La no ficción es una clasificación distinta del mundo anglosajón. Entonces hay que entender que son clasificaciones subjetivas, culturales y que funcionan como reglas del juego que a algunas personas les sirven para escribir o como punto de partida para la escritura. A mí no me sirven; a mí me aturden, me angustian, me constriñen. Prefiero pensar muy abiertamente en lo que quiero decir y las herramientas literarias que necesito para hacerlo. Y a eso que yo hago lo llamo ensayo, porque en el ensayo están la experimentación, el proceso, la puesta en escena. En cambio, la palabra novela no me dice nada; habla de novedad, cosa que para mí es un valor muy poco útil en la escritura. Y por eso creo que todo buen libro es un ensayo; en cambio, novela… pues no sé.
J.C.R. y N.C.: Claro, imponerle un rótulo y un género termina por limitar las posibilidades expresivas. Puede llegar a ser complejo tanto para escritores como para lectores…
J.B.: Sí, yo creo que es una categoría que le funciona sobre todo al mercado. Le funciona a los libreros para saber dónde acomodarlos y le funciona a algunos escritores que incluso juegan con eso, que quieren escribir una novela pensando en las posibilidades de la novela, llevándolas al límite, respondiendo a una tradición. Hay mucha gente a la que de verdad le funciona. Es como escribir un soneto teniendo estas reglas; a muchas personas les funciona y lo hacen muy bien, pero vemos a algunos a los que no. A diferencia, por ejemplo, de las artes visuales, donde desde hace tiempo existen cosas como medios alternativos o hay más flexibilidad hacia la hibridez, todavía la industria literaria está mucho más ordenada a partir de estos géneros canónicos. Si entras a un premio, tienes que elegir una categoría; si entras a una maestría, tienes que elegir una categoría. Y resulta que hay mucho más allá de eso.
J.C.R. y N.C.: Pasando a sus libros, en Línea nigra usted dice que se requiere una tribu para la crianza, y en Punto de cruz plantea que el tejido se enriquece con el ejercicio colectivo. ¿Hay un diálogo dentro de su obra? Cuando se relee, ¿encuentra ese hilo?
J.B.: Bueno, yo no me leo y me releo; como que ya se publica el libro y adiós. Salvo que lo tenga que hacer por alguna cuestión muy específica, prefiero no volver. César Aira decía que un libro corrige al siguiente, y yo tengo fe en que sea así. Pero sí creo que hay, por supuesto, como en todos, manías, obsesiones, incluso defectos que se repiten de un libro a otro. Creo que puedo visualizar casi todos mis libros como una colección. Lo pienso así porque mi madre es pintora y mi padre es museógrafo, entonces la idea de colección ha estado muy presente siempre en mi vida; tengo un libro que es una colección de faros, tengo un libro que es una colección de relatos y obras visuales que hablan del parto, el embarazo y la lactancia; tengo otro libro que tiene una colección de recuerdos, por un lado, y un muestrario de ideas y referentes que tienen que ver con el bordado en muchas expresiones alrededor del mundo y de los tiempos. Entonces creo que en ese sentido todos son libros que van de lo subjetivo a lo colectivo, de lo personal a lo político, y que usan el fragmento también, de distintas maneras y con distintos pretextos. Siempre he encontrado algún motivo para hacer mis libros fragmentarios.
J.C.R. y N.C.: Dentro de esos fragmentos aparece la familia. ¿Cómo funciona en y para su escritura?
J.B.: La familia en mi caso siempre ha sido un término amplio. Yo crecí con mi madre y con mi padre, pero nunca tuve hermanos; mis primos y primas son lo más cercano a eso. Estuve de niña muy cerca de mi abuela paterna, que vivía cerca de mi casa, y también de mi abuela materna y de mi abuelo materno, con quien pasaba todos los fines de semana. Mis tías han sido muy importantes en mi vida, mis primas segundas. Es una familia extensa que ha sido fundamental en mi vida, no solo en mi desarrollo emocional, sino incluso intelectual, y ahora que tengo un hijo es también una parte muy importante de la red de apoyo. Por supuesto, en mi familia también ha habido gatos, perros, amigos, amigas… Creo en la familia elegida y una puede a veces elegir dentro de esa familia quiénes son tu familia biológica, a veces no. Creo que la familia es un componente muy importante de nuestra identidad. Su historia, su disposición, su actitud, su léxico, como diría Natalia Ginzburg, influyen de manera determinante en las personas que somos, para bien o para mal; muchas veces funcionan como contraejemplo. Ahora que soy madre también son el primer referente que tengo en cuanto a crianza y cuidados.
J.C.R. y N.C.: ¿Cómo ha abordado el tema en su literatura?
J.B.: En mi obra la familia es ante todo un conjunto de historias, las que yo siento más cercanas y me tocan más directamente de manera emotiva, y que han influido en quienes me rodean y en quien soy. Yo aprovecho esas historias como un material literario y muchas veces las pongo a dialogar con otras cosas, con el mundo exterior, con otras historias, otras familias y con muchas ideas también. Vuelvo a Natalia Ginzburg con su libro Léxico familiar, que es para mí un ejemplo maravilloso de lo que se puede hacer con la familia en la literatura, cómo la familia crea nuestro primer lenguaje. Por ejemplo, decir que hablamos el mismo idioma es siempre una exageración, porque siempre hay frases que no entendemos, palabras que no conocemos, y con la familia compartimos más palabras, más dichos, más chistes locales, que quizás significan algo distinto para nosotros que para el resto del mundo.
J.C.R. y N.C.: ¿Cree que hemos logrado un diálogo fluido entre nuestras literaturas, al menos en Latinoamérica?
J.B.: Yo creo que cada vez más somos más independientes de España, aunque todavía las dos editoriales más grandes en habla hispana tienen su sede allá. Esto, claro, determina mucho qué leemos y cómo lo leemos. Yo creo que la esperanza acá son las editoriales independientes, porque me parece que son ellas las que han procurado informarse, leer, buscar lo que está pasando en otros países, hacer intercambios de derechos, coediciones, líneas editoriales que muy explícitamente buscan un catálogo latinoamericano, como es el caso de Laguna en Colombia, por ejemplo. Aunque también hay iniciativas en las editoriales grandes: en Random House está el Mapa de Lenguas, que de pronto lleva a más autores por otros lados, pero creo que todavía falta.
J.C.R. y N.C.: ¿Cómo lee las literaturas que abordan las violencias? Alguien hablaba de lo importante de esos libros donde ya se llama a las cosas por su nombre (en el caso de los feminicidios, por ejemplo). ¿Estamos frente a nuevas formas narrativas?
J.B.: No sé. Los dilemas siguen siendo los mismos de siempre. Si se estetiza o no la violencia, si se aborda de manera literal, cruda y descarnada o de una manera más indirecta y sutil… Yo creo que los dilemas estéticos y éticos siguen siendo los mismos. Quizá, como decíamos, las mujeres tienen más libertad de escribir de estos temas de la que tenían antes… pero bueno, algunos de los libros que más me gustan hoy en día no distan mucho de lo que haría Faulkner. Hablar de novedad en literatura para mí es muy complicado porque hay cosas que van y vuelven. Nos retroalimentamos mucho de lo que hubo en el pasado y creo que en los temas de violencia sí que existe un nuevo vocabulario para hablar de ella, pero yo no estoy tan segura de que la literatura en particular tenga un efecto muy directo. Pienso que esos lenguajes que vienen de la academia y de las ciencias sociales, por una parte son muy útiles e indispensables para nombrar cosas que antes no nombrábamos. Sin embargo, también creo que algunas veces esos lenguajes alienan, intimidan, confunden y conflictúan a muchas personas. Yo, al menos, desde lo que escribo, siempre procuro evadir ese vocabulario, porque creo que hacerlo me permite acercarme a más personas. Pienso que ese ha sido un error de la izquierda de los últimos tiempos: de pronto nos quedamos muy en nuestro mundo y asumimos que todos hablan como nosotros, entonces nos cuesta abrirnos, llegar a otros públicos y convencer a más personas de cosas para las que todavía necesitamos convencer a muchos.
Foto: Jazmina Barrera, escritora mexicana.
Juan Camilo Rincón is a writer, journalist, and cultural researcher focusing on Hispano-American literature. He earend his Master’s in Literary Studies from the Universidad Nacional de Colombia and is a former grantee of FONCA (Mexico). He is the author of Ser colombiano es un acto de fe: Historias de Jorge Luis Borges y Colombia, Viaje al corazón de Cortázar, Nuestra memoria es para siempre, and Colombia y México: entre la sangre y la palabra. He has written on cultural topics for outlets in Latin America and Spain, and has been a guest author at international book fairs in Bogotá, Culiacán, Guadalajara, Guayaquil, Havana, and Pachuca. (Photo: Jimena Cortés) | |
Natalia Consuegra is a cultural journalist. She writes on literary topics for outlets in Latin America and Spain. She also works as a proofreader and copy editor (APA style and RAE guidelines). (Photo: Walter Gómez Urrego) |