Abriendo este dossier sobre traducción latinoamericana en España, Alejandrina Falcón repasa el contexto histórico de exiliados mayoritariamente argentinos dedicados a la tarea de traducir en España, sus vínculos solidarios y sus redes editoriales. Estos y otros temas son elaborados en su libro Traductores del exilio. Argentinos en editoriales españolas: traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico (1974-1983), editado en 2018 por Iberoamericana/Vervuert de Madrid y Fráncfort, y en proceso de reedición en la colección Sentidos del Libro de la editorial Tren en Movimiento.
Cuando a mediados de los años setenta el mundo entró en la última fase de la Guerra Fría, América Latina sufrió el avance de políticas neoliberales amparadas en la implantación de la Doctrina de Seguridad Nacional. Entre las prácticas represivas digitadas por las dictaduras conosureñas para acabar con cualquier forma de disenso, el exilio político constituyó un mecanismo de exclusión forzada de la ciudadanía. Por cercanía lingüística y cultural, España fue una de las sedes privilegiadas en Europa. Así, en los últimos años del franquismo, Madrid y Barcelona se convirtieron en ciudades de acogida de migrantes políticos latinoamericanos y fueron escenario del desarrollo profesional de intelectuales, escritores y periodistas exiliados, algunos de ellos atraídos por la existencia de una industria editorial. La presencia de latinoamericanos exiliados o emigrados fue concomitante con un período de ebullición política y cultural, recordada como un momento de grandes esperanzas colectivas. Barcelona recuperaba un lugar relevante en el espacio internacional de la edición iberoamericana y el sector editorial comenzaba a presentar grandes transformaciones.
A menudo dar o recibir trabajo en el mundo del libro se percibía como un gesto de solidaridad, y aun como franca retribución de una deuda con la América Latina que había recibido los exiliados republicanos. Las redes de solidaridad laboral entre editores españoles y exiliados argentinos contaron asimismo con la acción decisiva de escritores latinoamericanos emigrados que pertenecían a una generación anterior y que no eran en rigor desplazados por razones políticas ni perseguidos de las dictaduras conosureñas, como los escritores pertenecientes a la generación del Boom radicados en Barcelona. Por cierto, esa solidaridad, movilizada por las redes de emigrados literarios y exiliados políticos, fue eficaz sobre todo cuando los recién llegados contaban con una formación mínima para los quehaceres editoriales disponibles: el dominio de idiomas extranjeros –inglés, francés, italiano y alemán– los habilitó a trabajar como traductores; la experiencia previa en medios periodísticos y editoriales les dio margen para intervenir en otros niveles de la labor editorial. Con o sin experiencia previa, los exiliados y las exiliadas latinoamericanos se desempeñaron como redactores de artículos de diccionarios, enciclopedias y fascículos o aun libros de investigación periodística y libros técnicos; algunos fueron directores de colección, asesores editoriales, lectores e informantes, dibujantes, diseñadores de portadas; fue significativa la cantidad de exiliados que participaron en labores vinculadas con la traducción de libros, desde la dirección de una colección hasta la edición literaria y la corrección ortotipográfica, pasando por la adaptación lingüística, alternativamente denominada “desargentinización” o “galleguización”. La escritura de novelas populares, generalmente con seudónimo extranjero, y la adaptación de clásicos para ediciones de literatura infantil fueron también alternativas laborales.
Se reiteran nombres de traductores y traductoras latinoamericanos en las editoriales creadas en la última etapa del franquismo, entre 1968 y 1975, como Lumen, Tusquets Editores, Anagrama, Edicions 62.
A finales del siglo XX, los catálogos de importantes editoriales literarias españolas estaban poblados de traducciones latinoamericanas, y no pocas contrataron mano de obra exiliada, como lo revelan las nóminas de traductores. Un recorrido somero basta como prueba: entre 1974 y 1983 las editoriales de Barcelona publicaron numerosas traducciones de latinoamericanos emigrados –argentinos, chilenos, uruguayos, en su mayoría–. Se reiteran nombres de traductores y traductoras latinoamericanos en las editoriales creadas en la última etapa del franquismo, entre 1968 y 1975, como Lumen, Tusquets Editores, Anagrama, Edicions 62. Con predominio de líneas editoriales modernizadoras, orientados a una selección de calidad y a una renovación temática, genérica y estilística del repertorio de la literatura nativa e importada, estos emprendimientos editoriales se consideraban culturalmente vanguardistas y políticamente progresistas, por lo que pudieron establecerse afinidades políticas y culturales con intelectuales, escritores y periodistas de origen argentino. La editorial Anagrama publicó traducciones de Ricardo Pochtar –célebre por su traducción de El nombre de la rosa de Umberto Eco publicada por Lumen–, Mario Merlino, Roberto Bein, Cristina Peri Rossi y Marcelo Cohen. De hecho, Cohen fue el primer traductor al castellano del escritor catalán Quim Monzó, cuya primera traducción publica Anagrama en 1981. Para Tusquets Editores tradujeron los argentinos Marcelo Covián y Federico Gorbea, la pareja de escritores Susana Constante y Alberto Cousté –con la co-traducción de Zona de Apollinaire– y Marcelo Cohen; también tradujeron para Tusquets los uruguayos Homero Alsina Thevenet y Carlos M. Rama, que estuvo a cargo de la edición y traducción de Guerra de clases en España (1936-1939) de Camillo Berneri para la serie Los Libertarios. En Lumen, la editorial de Esther Tusquets, tradujeron los uruguayos Cristina Peri Rossi, Homero Alsina Thevenet y Beatriz Podestá Galimberti; entre los argentinos, el poeta Mario Trejo, el guionista Carlos Sampayo, Ricardo Pochtar y, a mediados de la década de 1980, desde París, Ana María Becciú tradujo El almanaque de las mujeres de Djuna Barnes. En Montesinos Editores trabajó Marcelo Cohen como director de colección, y tradujeron los rioplatenses Álvaro Abós, Cristina Peri Rossi, Homero Alsina Thevenet así como el escritor chileno Mauricio Wacquez.
Pero toda la trama editorial de la época contó con trabajo de exiliados y emigrados latinoamericanos. La presencia de agentes vinculados con las editoriales argentinas Sudamericana y Minotauro a través de las publicaciones de Edhasa en España contribuyó no solo a la presencia de traductores argentinos en las empresas españolas, sino asimismo a la reedición y circulación de traducciones hechas en Argentina. El caso de Minotauro tiene una particularidad: a la migración de su editor y principal traductor, Francisco Porrúa –y sus seudónimos Luis Domènech, Ricardo Gosseyn, Francisco Abelenda–, se añade la migración de algunos de sus principales traductores antes, durante y aun después del período del exilio: Carlos Peralta, Matilde Horne o Marcial Souto. El proyecto editorial de Minotauro ha marcado la memoria de la emigración argentina en Barcelona, y su prestigioso director suele mentarse como ejemplo de gran editor. El trabajo con las traducciones, en particular, es presentado como modelo de cuidado y respeto de los textos.
La presencia de exiliados en la Editorial Bruguera fue asimismo relevante y de interés para una historia de la traducción hispanoamericana atenta a las relaciones culturales transatlánticas. La inscripción de exiliados latinoamericanos en Bruguera, sus efectos prácticos y simbólicos en la importación, traducción y edición de literatura mundial traducida puede rastrearse en al menos cuatro de sus colecciones literarias: Libro Amigo, y en particular en su Serie Novela Negra, dirigida por el escritor argentino Juan Martini; pero también Narradores de Hoy, Club Bruguera y Clásicos del Erotismo, dirigida por Eduardo Goligorsky y con traducciones de Ricardo Pochtar y Beatriz Podestá Galimberti. La labor de los argentinos en los últimos años de Bruguera contribuyó, como señala Nora Catelli, a la renovación del perfil de la editorial mediante la creación o modernización de colecciones literarias que conjugaron la tradicional línea de edición de literatura popular, formatos de bolsillo y precios baratos, con un giro sostenido hacia la alta literatura, mediante la publicación de autores latinoamericanos, traducciones y reediciones de traducciones de literatura extranjera.
No todos los exiliados y las exiliadas que trabajaron como traductores editoriales o en tareas vinculadas con la importación de literatura continuaron en la profesión; solo algunos desarrollaron, a partir de mediados de los ochenta, trayectorias traductoras vocacionales y profesionalizadas a un mismo tiempo. Sin embargo, este caso permite reflexionar sobre las diversas funciones sociales de la traducción en tanto práctica de profesionalización de la escritura.