Nota del editor: Wild West, la traducción al inglés del poemario El lejano oeste (bid&co, 2013) del poeta venezolano Alejandro Castro, traducido por Arthur Malcolm Dixon, secretario de redacción de LALT, ya está a la venta en el sitio web de Alliteration Publishing.
Casalta
Tengo que sobrevivirte
entre los perros que de madrugada
profieren la música del odio.
Debajo de las balas encima de la ciudad
día tras día Casalta tengo que sobrevivirte.
Pero te llevo conmigo Casalta irremediablemente
con pañales en el balcón y las aceras
tu alegría impostada y el ruido de los dientes en el frío
o quizá en el miedo de cerrar la puerta
y que por sus resquicios entre la jauría
los disparos y el merengue
como si no te importara deforestarte siempre
y encender los bombillos que regala el gobierno
para olvidar.
Quiero dejarte aquí Casalta en el poema
tapiarte con los escombros de la infancia.
Yo –mi hermano y yo– adivinando
el color de los carros en que mi padre no vendría
inventando canciones de apagón
sobreviviéndote milagrosamente
detrás de las rejas.
Canto a Bolívar
Ahora que todo lleva tu nombre, Bolívar,
y no es una metáfora,
vamos a poner las cosas en su sitio.
A Miranda no lo mató el bochinche sino tú.
Y Colombia se hizo grande ahíta de miserias.
Y el Olimpo que levantamos,
en alabanza para que tú reinaras,
es una barriada interminable.
Y ahora,
que te ha dado por resucitar o reencarnar,
no hay un alma que no sea alérgica
a tu nombre y eso, Bolívar,
tampoco es una hipérbole.
Tu nombre es una coartada,
un sucio billete que nada vale,
una plaza cualquiera repetida,
una esquina.
Tu nombre es un país sin mar,
el pico más alto de la cordillera más pobre / del planeta.
La única gloria en tu nombre, Libertador,
es una avenida sonora de tacones
talla cuarenta y seis.
03-02
a Guillermo Vargas
Frente a tu puerta vive una bruja
que ha pasado la vida preguntándose
de qué cielo viene el saxo los domingos
tanto jazz incomprensible para ambientar
el conjuro tanto blues tanto Satchmo
rudo en el estruendo de los dedos
que convocan a la muerte.
En el infierno se escucha el cielo.
A ti también te llega diáfana desde
su puerta la obscenidad de la ceniza
del velón encendido a quién sabe
qué vírgenes suicidas.
Nada describe mejor a la patria
que el infinito metro que separa tu
puerta de la suya: en mi país
el cielo y el infierno se avecinan
contagiados como en el piso tres.
III
a Gerardo Rosales
Papá, cuando sea grande
quiero ser pato.
Caminan raro, pero cómo nadan,
cómo se deslizan por la superficie
del lago, con qué gracia estoica
avanzan en línea hacia el matadero.
Papá, cuando sea grande
quiero ser mariposa.
Un gusano que vuela
nunca demasiado lejos
de las arañas.
Papá, cuando sea grande
quiero ser pargo.
No he visto uno vivo.
Pero fritos son deliciosos.
Quiero ser algo jugoso y muerto
sobre la mesa del último banquete.
VI
Voy a meterle mano a este poema.
Voy a lamerlo, voy a mentirle, voy a perder
la cabeza por este poema como si fuese
un hombre.
Voy a mirarle los pies largamente,
voy a mirarle el paquete a este poema como
si fuese de carne.
Ignoraré las señales de alerta, no podré
decidir si es amor o deseo o hastío lo que
me arrodilla frente a este poema.
Y no alzaré la mirada hasta su corazón:
me gusta el poema de la cintura para abajo.
Este poema no tiene corazón y el mío
a esta hora es del muchacho que exprime las naranjas.