Vivimos tiempos de cambio e incertidumbre. En los últimos meses el planeta entero parece estar siendo sacudido por violentas transformaciones políticas y culturales, no todas, claro, positivas, algunas incluso ya se vislumbran verdaderamente aterradoras. Nicaragua es hoy el mejor ejemplo. Dentro de este contexto, la literatura —como toda expresión genuinamente humana— no es ajena a este mundo fragmentado, cambiante y en perpetua aceleración.
Un cambio difícil de cuantificar hoy es el impacto de Internet y las nuevas tecnologías digitales. En un mundo donde se premia la gratificación instantánea, los lectores parecen haber desaparecido del espacio público. El ejercicio moroso y meditado que exige un libro puede resultar excesivo para quienes se han acostumbrado a hojear el mundo sin una verdadera curiosidad. Y, sin embargo, la cantidad de libros publicados no deja de crecer. ¿Existirán tantos lectores? No lo sabemos, pero es claro que nunca se han publicado tantos libros como ahora. Y aunque así no sea, ya es imposible estabilizarse al día. Los libros nos exceden. Pero ¿nos exceden los lectores? Imposible cuantificar a este grupo silencioso y secreto. No sabemos cuántos hay, pero sabemos lo que los anima: una pasión inexplicable por los libros.
Un segundo dossier preparado por la académica de la Universidad de Indianápolis, Ana María Ferreira, nos abre las puertas a una literatura todavía poco conocida en Hispanoamérica: la literatura wayúu. No podemos dejar de señalar la alegría que nos produce publicar este dossier de literatura indígena, especialmente porque literatura y resistencia confluyen en la obra y el pensamiento de los tres autores antologados en este dossier: Vicenta Siosi, Estercilla Simanca y Vito Apüshana. Como en todas partes de América Latina, cada país tiene sus propias deudas con los pueblos originarios y Colombia no es una excepción, la factura del gobierno colombiano sigue impaga. Veamos si el nuevo presidente asume esta deuda y se pone al día con su propia historia en un país donde la paz no es un asunto fácil de lograr. Como dice Ana María en su introducción: “La literatura wayuu tiene una larga y rica tradición, tan larga como la historia del mismo pueblo”. Ojalá que en esta muestra y los dos artículos que la acompañan, los lectores de LALT conozcan algo más de esta extraordinaria tradición literaria.
Resulta redundante afirmar que la literatura indígena tiene un lugar de privilegio en LALT. Las pruebas son suficientes. Además de nuestro dossier de literatura wayúu, publicamos destacados en este número al poeta zapoteca Felipe H., López, un trabajo de selección que le agradecemos a la traductora Brook Danielle Lillehaugen de Haverford College y Osiris Gómez de la Universidad de California en Santa Bárbara.
Pero, así como en LALT escudriñamos el pasado e interrogamos la memoria para no olvidar el largo camino recorrido que atravesamos para llegar hasta acá, también nos atrevemos a pensar, o quizás sería preferible decir, avizorar el futuro a partir de la ciencia ficción latinoamericana. Esta vez, nuestro colaborador permanente y amigo, el editor y escritor chileno Marcelo Novoa, nos ha preparado un excelente dossier con lo que podría llamarse una rareza: la ciencia ficción andina. Tres autores exploran tres países distintos. Marcelo Novoa, Chile; Daniel Salvo, Perú; e Iván Rodrigo Mendizábal, Ecuador. Basta registrar la cantidad de títulos mencionados en artículos estos para comprender la intrincada y ya no tan secreta red de escrituras de ciencia ficción en esta parte de América Latina.
Son muchas las novedades, sorpresas y adelantos que vienen en este nuevo número de LALT. Sería necesario extenderse en más detalles, basta decir lo felices que estamos de seguir siendo un espacio en el mundo angloparlante para la literatura latinoamericana y la literatura indígena escrita en suelo latinoamericano. No estamos especulando, la mitad de nuestros lectores están en los Estados Unidos, cifra que nos asombra y nos enorgullece. Quizás algún lector de Oklahoma ya nos lee en nuestra versión en inglés y se asombra de nuestras ciudades y nuestras historias. Hay que decirlo: el desafío de llevar la literatura latinoamericana al lector en Estados Unidos no deja de fascinarnos. Sabemos que desde siempre los escritores de América Latina han leído a los grandes escritores de habla inglesa —sería ocioso citar aquí una lista para probar lo anterior—; quizás, en algún momento, el mundo angloparlante descubra a través de la literatura a sus vecinos del sur y vea en esos “otros” (que somos nosotros) algo que les pertenece y les habla. Como un espejo trizado que les devuelve una imagen imperfecta, pero real, nuestra literatura no es más que otra historia que viene a sumarse al amplio espacio del mundo de la cultura occidental.
Marcelo Rioseco