21/08/2005 11:01:28 caro
arturo:
Según lo conversado, comienzo a enviarte ahora algunas entrevistas. Te anexo a estas líneas la que me hizo Edmundo Bracho, otra más reciente hecha debida a Marina Gasparini, así como el discurso que leí en ocasión del premio Paz, esto último fuera de este proyecto, sólo para que le des un vistazo cuando tengas tiempo . A medida que localice otras entrevistas, te las hago llegar.
Un abrazo, Eugenio.
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21/08/2005 11:13:51
Querido Arturo:
Recupero otra entrevista, reciente, hecha por José Pulido para la Revistas del BCV a comienzos de año. Me sucede a menudo que, después de entregarlas, no las recuerdo. Ahora estoy buscando otras más viejas. Más adelante te las haré llegar. Un abrazo, E.
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Jueves, 27 de Abril de 2006 17:48
Querido Arturo:
Pensando en la colección de algunas entrevistas, te envío en anexo dos más o menos recientes. La de José Pulido apareció en la Revista del Banco Central, y data de 2004 ó 5. La de Julio Bolívar es anterior y fue publicada en una revista que él editaba en Barquisimeto. Cuando tengas tiempo, dales un vistazo y ve si tienen digamos la calidad indispensable para ser recogidas en volumen. Ya te mandaré otras, así que las tengas a mano.
Un abrazo, Eugenio.
Los breves mensajes arriba transcritos, que en el mes de agosto de 2005 me escribiera Eugenio Montejo, dan cuenta del inicio de un proyecto ideado por el propio autor de Terredad, quien me invitó a participar con él en su realización, hasta ahora postergada, consistente en primera instancia en recoger en un libro una selección de entrevistas hechas a los largos de su vida y, en segundo término, en la confección una “entrevista coral” , donde confluyeran las voces de diversos entrevistadores y las respuestas de Montejo, en distintas circunstancias y sobre variados tópicos referidos a su obra, su ideario vital y poético. El breve texto que a continuación ofrecemos es tan sólo una muestra tardía de lo que será la pronta concreción de ese deseo, de ese proyecto, tomando en consideración, en este caso, únicamente algunas de las hechas por las personas mencionadas en los correos aludidos .
Arturo Gutiérrez Plaza
Julio Bolívar: Usted afirmó en una entrevista a finales de la última década [la de los ochenta] que “la poesía es la última religión que nos queda”. A la luz de este nuevo milenio, ¿continúa pensando igual sobre este tema?
Eugenio Montejo: Hice esa sustentada en una entrevista, y luego la repetí varias veces por efecto del eco que en cierta forma había dejado tanto en mí como en otros. Lo que ocurrió de resumir entonces es la misión que en la era industrial algunos pensadores y poetas atribuyen a la poesía, ante la creencia abandonada de Dios, como redención de la vida.
La labor del poeta, según esto, sería la de “inventar la cantidad de Dios / que cada uno niega diariamente”, como digo en un viejo poema. Ante el radicalismo economicista de nuestros días, la poesía viene a ser lo único que podemos oponer al fundamentalismo del dinero. En todo caso, hay que pensar que por algo más que por la sola ambición del lucro se escribieron las cantatas de Bach, se esculpió la Pietá de Miguel Ángel o se escribieron los poemas de Fray Luis, de Blake, de Ungaretti o de Verlaine. En esto, al menos, mi parecer no cambia: sigo creyendo que la poesía es, como decía Antonio Machado, “inmortal y pobre”. Y añadió que muy necesario, que los cambios más profundos, más verdaderos, pueden llegar a través de ella.
José Pulido: Desde su primer libro hasta ahora ¿qué ha cambiado en su sentir como poeta?
EM: Muchas cosas cambian y nos cambian a lo largo de una vida. Bajo la palabra “yo” se resumen las acciones de muchos otros seres que hemos sido y con quienes convivimos, no siempre sin disenso, hostiles en secreto. A veces, al corregir un poema escrito hace treinta años, me pregunto si no es una intromisión en los sentimientos expresivos del muchacho que era entonces. En fin, para responder a su pregunta, compartir la misma devoción por el enigma del lenguaje que en mis tiempos de juventud, soy devoto del dios Toth, el dios del lenguaje soñado por los egipcios, aunque con los años la práctica de la escritura haya añadido su experiencia; con el paso del tiempo uno aprende a defenderse del capricho, procura ser más cordial consigo mismo. Mi maestro Blas Coll decía que “el verdadero poeta es un loco que ambiciona meter el universo entero en una sola sílaba”, es decir, que obedece en todo momento a su laconismo instintivo. Esto lo hubiera suscrito de muchacho como lo suscribo ahora; lo que ha cambiado es el modo de intentarlo, ahora sé que esa sílaba única sólo puede ser dicha con las letras inexistentes del silencio.
Edmundo Bracho: Muchos lectores críticos han señalado que sus poemarios dan la impresión de que usted ha escrito desde siempre —desde Élegos (1967)— un solo y único poema. Y en efecto, el signo de lo psíquico-unitivo y de la reconciliación es sostenido en su poética.
EM: Tal vez esa observación, que me parece parcialmente, provenga del hecho de que no se adviertan cambios bruscos, desbordes violentos, en cuanto él publicado, sino más bien cierto sentido unitivo, como usted señala. Claro, ello no obedece a una planificación consciente para que así resulte, sino que se trata de un desarrollo más bien natural, que se vincula con nuestra manera de ser. Con los años percibo, sin embargo, una evolución dictada por la propia experiencia que nos lleva a afinar los medios y precisar las claves, cuando no a complicarlas. Por lo demás, creo que el rasgo de ser unitario como el de ser diverso en un escritor no pasa de ser eso, un rasgo; nada garantiza valor por sí solo, pues hay, entre los variados, poetas de mucho o poco mérito, como existen unitarios de gran valía, en tanto que otros resultan menores.
JB: Usted ha escrito varios libros firmados por heterónimos: El hacha de seda por Tomás Linden; Los cuadernos de Blas Coll , entre otros. ¿A qué responde esta tendencia en su obra poética?
EM: La tendencia a optar por la escritura apócrifa se manifiesta de modo significativo a principios del siglo XX, cuando grandes poetas en distintos países y, lo más peculiar, sin conocerse entre ellos, crean estos personajes de voz autónoma, emisarios de una escritura oblicua, cuyas obras supuestas características propias, diferentes de las de sus creadores. Es el caso de Antonio Machado, de Fernando Pessoa y, unos años antes que ellos, del francés Valery Larbaud, inventor de un poeta memorable, AO Barnabooth. ¿Por qué ocurre todo en estos años? No sabría decirlo. Algo tendrá que ver el hecho de que por entonces se difunda la teoría de la relatividad, se divulguen los descubrimientos del psicoanálisis, se produzca el nacimiento del cine mudo, etc. La escritura que se sirve de la voz apócrifa, en su procedimiento, debe tener presente que éste por sí solo no garantiza logro alguno; lo extraordinario en los casos antes mencionados es que se trata de grandes poetas y de creaciones de notable significación, como el Juan de Mairena de Machado o el Alberto Caeiro de Fernando Pessoa. En mi caso, guardando las distancias con estos escritores eminentes, principié por El cuaderno de Blas Coll, un personaje que asume la idea algo disparatada de tratar de modificar nuestra lengua bajo el supuesto de que es una lengua pesada o, como él dice, penitencial, etc. Más tarde han ido apareciendo otros cuadernos, los de los llamados “colígrafos”, es decir los discípulos o contertulios que se reunían en la tipografía de Blas Coll. De éstos, aparecieron ya los sonetos de Linden, las coplas comentadas de Sandoval; está por aparecer una colección de rimas infantiles debidas a Eduardo Polo [Chamario (Caracas, Ediciones Ekaré, 2004. Colección Rimas y Adivinanzas)], y guardo otros inéditos. Ahora, para responder a tu pregunta, diría que a través de la escritura oblicua procuro optar por otras formas enteramente distintas a las que habitualmente me propongo, de esquivar la rigidez que tiende a imponernos el yo. Como he dicho en otra parte, creo que en la creación apócrifa el escritor se vale más que de un yo propiamente, de un “poliyó”, algo que, si lo pensamos despacio, se parece al ratón de la computadora.
EB: Usted ha dicho que en todas las palabras de un poema ha de leerse siempre su necesidad; que cada palabra debe convencernos de que está ahí porque es más necesario que otras no empleadas ya la postre, más válida que el mismo silencio. ¿Son la exactitud y la transparencia los rasgos que le han tomado mucho esfuerzo para desarrollarse formalmente en su obra, o que son más bien parte de su temperamento e instinto?
EM: En la medida en que haya obtenido algo de esa precisión, diría que es a la vez una cuestión de temperamento y de largo trabajo. La poesía requiere un dominio de condensación, lo que Brodsky denomina “el laconismo instintivo del poeta”. Importa, sin embargo, que ello se logre del modo más natural posible, sin exhibir las dificultades, sino al contrario, tratando de superarlas mediante “la difícil sencillez”. En ello tiene mucho que ver el trabajo. Ungaretti, cuya poesía completa no superó las 170 páginas, afirmó que el día que menos trabajó lo hizo durante unas cuatro horas. Y cuando al final de sus días se vio reconocido por la fama, entró en problemas con su editor pues a cada reedición, lejos de agrandar, iba suprimiendo versos y palabras. Es decir, su mucho trabajo le aguzó aún más su exigencia crítica. El Conde Lucanor, que contiene una regla de oro para todo poeta: “Pónelo en las menos palabras que pueden ser”.
Marina Gasparini: En tus primeros libros la presencia de climas y paisajes es fundamental, tanto, que uno de tus libros se llama Terredad y otro Trópico absoluto; sin embargo, en los últimos el paisaje es más una geografía interior que un espacio exterior. ¿Te suscitas algún comentario sobre esta apreciación?
EM: Es cierta esa observación. Creo que al comienzo la referencia al paisaje estaba más distanciada. Me valía de las experiencias de un mundo rural que en parte conocí en mi infancia. Como se sabe, ese país rural que era Venezuela dura aproximadamente hasta los años cuarenta, cuando el país minero termina por imponerse, y el petróleo, el hierro, el aluminio pasan a sustituir los principales productos de nuestra economía. Se dice adiós al viejo país de ritmos agrícolas, y en su lugar, algo atropelladamente, sobreviene el país moderno, que modifica, sin mucho cálculo previo, la arquitectura de las ciudades. Diría que el viejo diálogo con el paisaje visible en mis primeros poemas permanece, sólo que con la edad uno termina por interiorizarlo. Ya en Caracas ni en nuestras principales ciudades no se oye el canto de un gallo.
MG: En tu poesía el tiempo es bastante flexible, allí no existen líneas divisorias entre el presente, el pasado y el futuro. Así, no sorprende ver cómo los muertos resultan vivos y el futuro guarda los días idos. ¿Es la memoria la que permite borrar las fronteras temporales?
EM: En las nociones de temporalidad de la sicología de nuestras gentes prevalece la occidental, que representa el tiempo como una continuidad no espacial, en la cual los acontecimientos ocurren en una sucesión aparentemente irreversible a partir del pasado, a través del presente y en dirección al futuro . Tal es la concepción del tiempo que lo representa como una flecha lineal indetenible. Sin embargo, junto a ésta conviven otras representaciones de origen amerindio o africano, según las cuales el tiempo es percibido desde una perspectiva circular, donde coexisten los instantes del pasado y del presente. Quizá este sea el origen de esa propensión a abolir en mi poesía las fronteras del tiempo a que te tiene referido. Para ilustrar esa otra concepción incorporada a nuestra cultura mestiza, si hemos de atenernos a la representación espacial del tiempo, me valdría de la misma flecha, pero añadiría que, en vez de una dirección fija, ésta puede apuntar hacia cualquiera de los infinitos puntos de una esfera, vale decir, hacia los seis horizontes con sus inabarcables direcciones. De acuerdo con esto, los instantes pueden venir hacia nosotros o alejarsenos, dirigirse a uno u otro lado, hacia arriba o hacia abajo, cada uno guiado por su imprevista meta. “El tiempo es redondo y atormenta”, escribió hace más de treinta años. Para decirlo gramaticalmente, es como si se habitara en la tierra del gerundio perpetuo. Los instantes pueden venir hacia nosotros o alejársenos, dirigirse a uno u otro lado, hacia arriba o hacia abajo, cada uno guiado por su imprevista meta.
JP: ¿Son incompatibles la política y la intelectualidad?
EM: Es difícil compartir el ejercicio político activo con una tentativa creadora seria de cualquier índole. El creador propende al trabajo solitario, a la búsqueda interior. Sin embargo, la soledad y la contemplación no tienen que ver con la irresponsabilidad ni la indiferencia ante los asuntos públicos. Nada más lejos. Recordemos el comportamiento ejemplar de los grandes poetas rusos ante el totalitarismo soviético: el régimen pudo declarar los “enemigos del pueblo”, pero la gente despierta no los percibía como tales, al contrario: los versos de Ana Ajmátova, para mencionar un nombre, eran aprendidos y copiados en secreto. Ossip Maldestam, por su parte, pagó con su vida por un poema contra el terrible Stalin, el mismo a quien la despreciada ultra-izquierda de Occidente cantaba loas encendidas. En Hispanoamérica ha existido una tradición de responsabilidad por parte de los intelectuales ante los desafíos de los regímenes caudillistas. En cuanto a nuestro país, basta con leer las Memorias de un venezolano de la decadencia de José Rafael Pocaterra, o bien el poema “Balada del preso insomne” de Leoncio Martínez.