Como se recuerda, en 2017 se publicó Temporada de huracanes, hasta el momento la novela más prestigiosa de la narradora mexicana Fernanda Melchor. Sería al año siguiente, y a partir de su presencia cada vez más llamativa y rotunda en los medios (reseñas, notas, comentarios, entrevistas con la autora), que adquirí mi ejemplar. Sin embargo, no lo leí de inmediato: en esos días, el volumen se me quedó en algún espacio libre del escritorio. Fue en junio de 2019 —cuando se difundió la noticia de que se le había concedido el Premio Internacional de Literatura, en Alemania—, que decidí rescatarla de la pila de los deberes incumplidos y entregarme sin más demoras a la lectura. El acta del jurado era, además, una invitación muy seductora para ingresar en sus páginas:
Fernanda Melchor ha escrito la novela de la pobreza en el capitalismo global del siglo xxi, la novela de la violencia contra las mujeres, contra los homosexuales, contra los débiles, nacida de la pobreza; la novela de la lucha despiadada de los débiles contra los aún más débiles y contra sí mismos.
Debo confesar que demoré varios días en la lectura de sus poco más de 200 páginas. Y mi tardanza no se debió al desinterés o a la pereza: la violencia visceral y sin tregua en el uso del lenguaje; el despiadado retrato de las acciones en cada uno de sus ocho capítulos no me permitía avanzar con mayor celeridad. En este sentido, justamente los párrafos finales fueron una especie de remanso para mí: fue el último de los capítulos el que logró restañarme un poco de toda la crudeza de la trama. En las tres páginas con las que cierra Temporada de huracanes, somos testigos de la sepultura de un grupo de cadáveres sin identificar —hombres, mujeres y niños, víctimas del crimen organizado—, a cargo de un anciano. En contraste con la brutalidad desplegada durante toda la novela, el enterrador les habla con un tono de máxima dulzura, mientras los va preparando para entregarlos a la fosa común:
Ya viene el agua, les contó el Abuelo a los muertos, mientras contemplaba con alivio las nubes gordas que tupían el cielo. […]. Pero ustedes tranquilos, siguió diciéndoles, en un murmullo que apenas era más alto que un ronroneo. Ustedes no teman ni desesperen, quédense ahí tranquilitos. El cielo se encendió con la lumbre de un rayo, y un estruendo sordo sacudió la tierra. El agua no puede hacerles nada ya y lo oscuro no dura pa’ siempre. ¿Ya vieron? ¿La luz que brilla a lo lejos? ¿La lucecita aquella que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero.
No soy muy aficionado al consumo de series televisivas. Y aunque he visto algunas consideradas ya como clásicas (Los Soprano, Dr. House o Breaking Bad, por ejemplo), no suelo invertir el tiempo en maratones frente a la pantalla. Sin embargo, prácticamente desde el estreno de su primera temporada en 2014, llamaron mi atención los múltiples elogios y referencias a la policiaca True Detective. Y una vez que concluí la revisión de sus ocho capítulos (también con varios años de demora, he de confesarlo: siempre llego tarde a muchos eventos que van a ser importantes en mi vida), coincidí con las apreciaciones generales de la crítica: la serie creada por Nic Pizzolatto para HBO es, en verdad, notable. Más allá de lo impactante y atractivo de la trama policial, podría decirse que el guión alcanza momentos de una altura casi filosófica.
Desde que la vi, me emociona muchísimo repetir en pantalla los cinco minutos de un diálogo del episodio final. Se trata de una charla entre el extraordinario dúo actoral, conformado por los detectives protagonistas. Martin Hart (Woody Harrelson) visita en el hospital a Rust Cohle (Matthew McConaughey), quien se está recuperando de las heridas que el enfrentamiento criminal del desenlace le dejaron. Es pasada la medianoche y los compañeros charlan a la intemperie, frente al acceso principal del hospital. Rust recuerda, dolorosamente, su proximidad a la muerte y su descubrimiento de que, estando a punto de perder la vida, percibió una oscuridad muy diferente de la que conocemos: una oscuridad hecha de una sustancia distinta; casi cálida y aun amorosa. A partir de esto, le explica a Martin que ha pasado muchas noches mirando las estrellas y reflexionando; y que se ha dado cuenta de que, en realidad, en el universo hay una sola y única historia. Y es la historia más antigua: la de la eterna batalla entre la luz y la oscuridad. Martin le responde que, por lo mientras —ahí y en ese momento—, tristemente el cielo sigue siendo demasiado sombrío. Rust le responde, unos segundos después, que está valorando mal la cuestión. Y le explica: “Antes solo había oscuridad, Marty. ¡Así que la luz va ganando!”
La cercanía entre los desenlaces de True Detective 1 y Temporada de huracanes de Fernanda Melchor me resultó fascinante. Esa mínima luz de esperanza en la conclusión de las dos historias criminales fue reparadora para mi ánimo. Sin ella, creo que mi experiencia como espectador y lector se habría quedado con una pesada carga de desolación y pesar. No obstante, mientras más meditaba en las obras, me parecía ir intuyendo diversos y sugerentes puntos de contacto entre la novela mexicana y la serie norteamericana. Por supuesto, mi propósito aquí no es insinuar una especie de plagio de parte de la narradora veracruzana. Más bien, sospecho que Melchor quizás encontró en True Detective un conjunto de elementos afines y estimulantes para la estética que estaba desarrollando en su relato. Cabe aclarar que no he localizado hasta este momento artículos, referencias ni declaraciones (entre los muchos que hay disponibles) que sugieran o respalden la hipótesis que quiero plantear en los siguientes párrafos.
Quiero reiterar: estas conexiones entre Temporada de huracanes y True Detective las propongo como afinidades creativas, no como equivalencias directas e inflexibles. En primer lugar tenemos, obviamente, un enigmático feminicidio como punto de partida. True Detective inicia con el macabro descubrimiento —al pie de un árbol y en medio del campo— de una chica asesinada. El cuerpo se encuentra desnudo, atado por las muñecas y amordazado, coronado con las astas de un cérvido y con la marca de una especie de espiral en la espalda. Del árbol cuelgan ramas entrelazadas, las cuales forman extraños triángulos o pirámides. Los elementos anteriores parecen ser parte de un tétrico ritual: acaso, aterradoras ceremonias ligadas a la brujería, al vudú o al satanismo. Por su lado, en Temporada de huracanes se tiene en principio el descubrimiento del cadáver de la llamada Bruja Chica, a cargo de un grupo de niños, en las aguas de un río del semitrópico mexicano. Su cuerpo exhibe múltiples marcas de violencia. Desde el comienzo, se sospecha que el asesinato puede estar ligado con sus prácticas de la hechicería. Y esas actividades oscuras serán, por supuesto, uno de los ejes con los cuales se articula la construcción de ambas tramas.
En segundo lugar, hay un significativo paralelismo en los ambientes donde suceden las historias. Por un lado, Erath, ubicada en el estado norteamericano de Louisiana; por el otro, La Matosa, poblado imaginario localizado quizás en la costa veracruzana. Como se percibe, son territorios emparentados por el Mississippi y el Golfo de México. Geografías caracterizadas por sus zonas pantanosas, por los cañaverales feraces, por la explotación petrolera intensiva, por la contaminación —de diversos tipos— como gran señal de la depredación humana, por religiosidades poco ortodoxas y marcadas por el fanatismo o la corrupción. De hecho, es estratégico el manejo de la fotografía en True Detective, que insiste en mostrarnos en momentos clave el paisaje sucio, opresivo y decadente, como metáfora dramática de lo que se va desarrollando en la trama.
En tercer lugar, tenemos la presencia inquietante de las casas góticas, como escenarios donde se refugian algunos de los personajes centrales de la serie y de la novela. Esas edificaciones sombrías y ruinosas han permitido que se hable, en el caso de Fernanda Melchor, de un “gótico sureño”. De hecho, estos aspectos vinculados con la literatura norteamericana deberían ser estudiados con mayor detenimiento: aún no se ha señalado la trascendencia de la habitación clausurada, inaccesible, de “A Rose for Emily” de William Faulkner, como un antecedente fundamental en las últimas páginas de Temporada de huracanes.
En cuarto lugar, en ambas obras se hace una exploración de masculinidades muy tradicionales. En True Detective, Martin Hart tiene un matrimonio ultraconservador y machista, donde resulta más importante una armonía doméstica aparente que la solución efectiva de los conflictos que lo agobian. Hart es un marido compulsivamente infiel y quien emplea la violencia casi como vía exclusiva para relacionarse con las mujeres, trátese de su esposa, sus hijas o sus compañeras de oficina. El caso de su compañero Rust Cohle no es muy distinto. Torturado por su visión nihilista del mundo, las expansiones emocionales que se permite son necesariamente las que alcanza en estado de intoxicación por el consumo de alguna sustancia. En Temporada de huracanes, la violencia también es la única posibilidad legítima y legitimada socialmente para manifestar la virilidad. Por ello, abundan las escenas de criminalidad, abusos físicos y psicológicos en contra de las mujeres, emotividad solo en ambientes hipermasculinizados y en circunstancias de embriaguez y drogadicción. De hecho, varios de los nombres en la novela de Melchor nos muestran como trasfondo la frustrada aspiración a una masculinidad estereotipada: véase a los jóvenes Brando (como referencia al actor Marlon Brando) y Luismi (en alusión caricaturesca al cantante de música pop Luis Miguel).
El último vínculo que quiero destacar —pero no el menos importante— es el que remite a los huracanes como fenómenos meteorológicos cuya violencia sacude estructuras políticas y sociales, económicas y culturales, y que de manera periódica marcan inevitablemente cortes históricos: un antes y un después para las comunidades afectadas. En True Detective, el paso destructivo de los ciclones genera, de manera directa o indirecta, coyunturas fundamentales en la trama policíaca: se recuerda a Andrew (1992), a Rita (2005) y al absolutamente devastador Katrina (también en 2005). Por su parte, en la novela mexicana, siempre se espera la temporada de huracanes con nerviosismo abrumador: cada año, son impredecibles las consecuencias de penuria, muerte y destrucción —y no solo por los efectos de la naturaleza— que dejarán las tormentas entre los habitantes de La Matosa.
Como he querido mostrar, hay preocupaciones y conexiones temáticas significativas y no señaladas entre Temporada de huracanes y True Detective 1. Esto no implica que en la novela de Fernanda Melchor no tengamos también referencias literarias sustantivas. La propia construcción de los capítulos centrales, en una sola tirada, está inspirada en la técnica narrativa de El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez. Y no tengo duda de que la veracruzana tuvo muy presente Al filo del agua de Agustín Yáñez, con sus alusiones al peso del rumor como aspecto de socialización en una comunidad y al título de esa novela como anuncio de las catástrofes que acarrea un fenómeno natural, como metáfora de ciertas convulsiones sociales inminentes. De igual modo, La Matosa se une por méritos propios a las regiones imaginarias que ha inmortalizado la gran literatura latinoamericana: Macondo, Santa María, Comala, Santa Teresa.
En estas últimas líneas, creo que mi materia de reflexión debe referirse a la forma en que los autores contemporáneos parecen estar produciendo la nueva literatura. ¿Qué consideraciones finales nos dejarían estos inesperados paralelismos entre Temporada de huracanes y True Detective? Aquí, mi respuesta se abre para el debate. En un mundo donde los jóvenes están hiperconectados e invierten horas mirando videos de YouTube o de TikTok; donde leen y redactan acompañados por sus playlist de Spotify; donde son cautivados diariamente por la información y las polémicas en los 280 caracteres de X (antes Twitter); en este mundo, los escritores actuales puede que estén cambiando sus estrategias y prácticas estéticas, sus materiales creativos y de inspiración.
Seguramente, hemos llegado ya al agotamiento o a la conclusión de una tradición artística que podríamos denominar borgeana. Una tradición libresca en la cual la literatura se iba urdiendo a partir de otras literaturas. Hoy, en contraste, los autores parece que han encontrado en los mass media espacios de un más allá de los libros. E, incluso, posibilidades para el desarrollo económico: ¿ha de extrañarnos que los escritores contemporáneos sean convocados, por ejemplo, por las plataformas de streaming para la generación de guiones para sus series? Historias que siempre se esperará que alcancen el éxito y que se prolonguen a lo largo de numerosas temporadas, para beneplácito de sus creadores y de las siempre insaciables audiencias actuales.
Por cierto, mientras iba escribiendo estas reflexiones, me enteré del estreno de la versión cinematográfica de Temporada de huracanes para la plataforma de Netflix. También, de la muy esperada llegada de la cuarta entrega de True Detective, anunciada desde hace varios años por HBO y estelarizada por la multipremiada Jodie Foster ¿Me depararán aquellas alguna agradable sorpresa, después de haber redactado estas páginas con todo mi entusiasmo?