Katya Adaui fue finalista del prestigioso Premio Ribera del Duero en 2024 con su libro Un nombre para tu isla. Un año antes recibió el Premio Nacional de Literatura 2023 de Perú por Geografía de la oscuridad. Su obra se caracteriza por su énfasis en la elipsis, el intimismo, los animales, los padres. Nacida en Lima, Perú, vive en Buenos Aires.
Este es un extracto adaptado de la conversación del podcast Hablemos, escritoras, a cargo de Adriana Pacheco.
Adriana Pacheco: Katya, muchísimas gracias por aceptar la invitación. Bienvenida a Hablamos, escritoras.
Katya Adaui: A ti, Adriana, muy feliz de estar hoy conversando contigo.
A.P.: Cuéntanos, Katya, tú naciste en Perú, pero vives en Argentina. ¿Por qué vives en Argentina? ¿Qué haces en Buenos Aires?
K.A.: Sí, yo vivo desde hace 5 años en Buenos Aires y enseño allá en la Universidad Nacional de las Artes, en una carrera muy linda que se llama Artes de la Escritura. Enseño el Taller de Narrativa I a quienes recién han egresado del cine, que sería como un estudio general de letras y recibo a las personas que van a tomar uno de sus primeros talleres de narrativa y necesitan rigor, acompañamiento, amor y piedad.
A.P.: ¿Qué cosas les dices, por ejemplo, cuando tienen que empezar a romper esos miedos?, o a lo mejor los que ya vienen con esta idea de que ya escriben, pero hay que guiarlos un poco más.
K.A.: Trato de calmar esa ansiedad por publicar con la que todo el mundo llega a los talleres. En eso digo, “primero es la escritura, primero es esa paz, el sentirnos orgullosos del material, de forjar y entretejer”.
A.P.: ¿Cómo empiezas en la literatura? ¿Cómo era tu ambiente? ¿Cómo empezaste en Lima en tus inicios con la lectura, con la escritura?
K.A.: Tiene que ver con los oficios de mis padres: mi mamá era secretaria y mi papá era profesor de inglés. Entonces yo veía a mi viejo todo el día corregir exámenes en otro idioma y a mi mamá todo el día haciendo taquigrafía en casa. Entonces era la época del teléfono, charlaba con sus amigas secretarias. Mi mamá era vicepresidenta de la Asociación de Secretarias del Perú. Entonces todo el día hacía anotaciones que yo no entendía.Los lenguajes de mis padres eran crípticos. Entonces yo quería entender y había muy pocos libros en casa, pero mi mamá era acaparadora y acumuladora. Entonces compraba enciclopedias que le ofrecían en el banco, ella las ponía abajo en un estante. Entonces yo desde muy chiquita ya abría los estantes y quería saber qué decía ahí y por qué había dibujos en esas enciclopedias y por qué no entendía lo que mi papá escribía y por qué no entendía esos signos de mi mamá que no se parecían a su habla. Entonces hubo ahí una tentación de leer y de entender y fingir que sabía leer cuando no sabía leer.
A.P.: Katia, pues tú tienes lo mejor de dos países, Perú y Argentina. ¿Cómo sientes la escena literaria en estas dos comunidades? ¿Hay algún tipo de diálogo? ¿Qué piensas que está pasando, qué se está gestando en esa parte tan maravillosa del mundo?
K.A.: Yo siento que es un privilegio habitar, vivir entre dos territorios tan narrativos, países de narradores y de poetas. Pero hay que decir que la industria editorial argentina –bueno, ahorita bastante mermada por el tema político, que es bastante anticultura– pero hay una cosa de resistencia de las editoriales independientes. Hay premios municipales a la creación literaria, hay premios nacionales, hay un Fondo Nacional de las Artes, hay mecenazgos en el MALBA. En Perú hay la sensación de que todo es muy incipiente, pensar que teníamos muy buenas editoriales independientes y las corporaciones que conocemos, pero Lima es tan centralista que no leemos a un escritor de la selva, a menos de que gane un premio, entonces ahí hay un interés. Hay un programa en radio nacional que se llama “Entre libros”, yo lo conduje hace unos años como para pensar las literaturas regionales. En cambio, en Argentina hay editoriales regionales muy fuertes y con presencia en la capital. Incluso tienes a una Selva Almada que tiene su propia distribuidora regional, se llama Salvaje Federal, que trae los libros de otras provincias a la gran provincia. Entonces esos diálogos faltan. En Perú ocurre que a veces los editores se agotan, es tan difícil, es tan largo todo, que a veces se agotan o desisten y hay otros que persisten. Hay una movilidad, pero siempre falta más apoyo, más diálogo.
A.P.: Katya, tú escribes varios géneros y te has movido entre novela y cuento, principalmente, pero me gustaría saber qué te convoca a escribir en un género y qué te convoca de ese género que puedes expresar mejor tu idea.
K.A.: Yo me empiezo a sentir acechada, o sea, me empieza a rumiar la idea cuando me voy a dormir; así, en la ducha, en la cama. Tengo la idea, entonces saco mi libretita y anoto“tengo que escribir de esto”: una imagen que vi en la calle, una fruta, es una tontería, es una foto que atrás dice 2001 y está tirada en el suelo en Buenos Aires. Entonces yo recojo cosas que encuentro en la calle, pequeñas basuritas, discos compactos, diapositivas. Me he encontrado también estuches ajenos y voy armando algo en mi cabeza y anotando cuándo lo recogí; y después, cuando no sé qué escribir, me acuerdo de ese material.Y digo, esto tiene el aliento de un cuento o esto es para novela. Entonces no es que uno me guste más que otro, porque todos me hacen sudar y me complejizan, pero me encanta el reto de probar con cosas nuevas, algunos ensayitos, también algunos artículos de periódico. Entonces siempre trato de estar escribiendo, también edito mucho en la sombra. Para mí el entrenamiento es escribir cualquier cosa.
A.P.: ¿Y qué lees?
K.A.: Leo infantil, leo novela, leo cuento, leo ensayo, leo mucho el periódico, leo Twitter, las noticias. Mi gran fuente de inspiración son los titulares. Solo leo titulares porque hay titulares que son geniales. Mira, por ejemplo, este que es horrible, pero es muy bueno: “Papá Noel tenía enterrados a sus propios hijos en el jardín”. Eso me inspiró Geografía en la oscuridad. ¿Cómo a alguien que le decimos Papá Noel y que trae la promesa del regalo de la Navidad sale disfrazado y mata a sus hijos?
A.P.: Una de las características de tu obra son estas oraciones tan sucintas. Cuéntanos un poco acerca de tus dinámicas.
K.A.: Lo que evito es la condescendencia, el prejuicio, y me interesa el trabajo sobre la dignidad y la piedad. Mi escritura con los años se va tornando menos oscura y va hacia una escritura, me parece a mí, un poco más luminosa. Como si en mis propios procesos de duelo, de mis padres, de algunos vínculos importantes, se hubieran transformado en una celebración de la vida. Entonces hay ahorita como una sensación mortífera que yo respiro entre Perú y Argentina, con estos gobiernos terribles. Entonces yo pienso sinceramente que no tengo mucho campo de acción. Que mucho no puedo aportar al mundo. Lo que puedo hacer es con mi vecino, mi pareja, el perro, lo que hay al costado, el movimiento amoroso, el movimiento del alma, es pequeñito. Entonces mi entrega, lo que yo puedo hacer bien, es aprovechar que adoro escribir y convertirlo en una ofrenda de amor a un mundo acotado. Eso es todo lo que yo puedo hacer. Entonces escribo donde sea, en el café, en el tren, en el micro, en el avión, en el piso del mercado. Como vengo del periodismo tengo un entrenamiento para escribir con mucho ruido alrededor y abstraerme.
A.P.: Vayamos moviéndonos hacia tus libros y, por cierto, muchísimas felicidades por ser finalista en el Premio Rivera del Duero 2024. Cuéntanos de tu libro Aquí hay icebergs.
K.A.: Yo pasaba por un proceso de duelo. Mi padre había muerto hacía tres años y mi mamá acababa de morir. Entonces me fui a Buenos Aires a estudiar esta Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de 3 de febrero que dirige una poeta, amiga ahora, María Negroni.Yo dije: lo que tengo que hacer ahora es escribir. Entonces me puse como un régimen de dieta de escritura y después caminaba, bueno, hacía mi terapia, visitaba a mis amigos, pero me dediqué mucho. Entonces, cuando lo terminé, la presenté como tesis y lo crecí y lo edité muchísimo para poder presentarlo a Penguin Random House en Perú para que lo publicaran allá.
A.P.: Pues felicidades. Muchas de las historias en ese libro hacen mucho énfasis también en la relación entre lo que somos nosotros con lo que está afuera. Cuéntanos un poco más acerca de estos cuentos que se van inspirando en ese momento histórico de tu vida.
K.A.: Sí, para mí no tiene mucho que ver con la teoría del iceberg, tiene que ver con el problema del agua. Perú es uno de los países con más recursos hídricos del mundo y, sin embargo, ocho millones de peruanos hasta hoy no tienen agua. ¿Cómo es eso posible? En mi propia casa recuerdo que en el primer piso había agua y en el segundo no. Y luego teníamos las inundaciones del fenómeno de El Niño, al norte del Perú. Pasamos de la sequía, al incendio, a la inundación. Entonces pensé, ¿qué pasa con el agua? El agua tiene esta cosa rara que adquiere la forma del espacio que lo contiene. Entonces, ¿qué pasa con el agua en todos sus estados? Al pensar en los diferentes estados del agua, tuve un concepto para el libro, porque los libros de cuentos siempre son un concepto, un mundo, no son hechos aislados, entonces yo quería que todo el tiempo se rumiara la cosa acuática en este libro, que es como el elemento en el que siempre se encausan mis textos.
A.P.: Qué fuerte lo que dices sobre Perú, no tener agua. Otro de tus libros es Geografía de la oscuridad que ganó el Premio Nacional de Literatura en Perú. Acá entras en el tema de la paternidad y lo haces desde un intimismo fortísimo. ¿Qué pasa con Geografía de la oscuridad?
K.A.: Bueno, para mí hay algo que el lenguaje pueda hacer y es callarse. Yo soy muy parlanchina, chismosa, conversadora, curiosa; lo que más me gusta en la vida es conversar, escuchar, hablar. Pero cuando escribo es como si hubiera una yo prudente que no existe en otro ámbito de la vida. Tengo una prudencia que digo, “¿quién es esa señora vieja, un poco más sabia que se calla y hace elipsis?”. Entonces mi escritura es muy elíptica porque yo necesito que el otro piense y complete conmigo; no por mí, sino conmigo. Así como no todo el mundo podía entrar al inglés de mi padre, de la taquigrafía de mi madre, no todo el mundo puede entrar a un texto, querer que todo el mundo quiera tu texto es irreal. Entonces yo tomé una defensa de mi estilo, cabal de principio a fin en ese texto. Después dije: “bueno, ya estuvo bueno, probaste algo para ti, un estilo, ahora deja entrar”. Entonces todas mis escrituras siguientes son mucho menos elípticas, pero ahí mi técnica es la elipsis, la enumeración y el fragmento y el corazón.
A.P.: Claro que sí, la elipsis siempre se potencializa mucho en tu obra y, como estás diciendo, dejas al lector que complete la idea. Háblanos de tu forma de escribir las ideas tan condensadas, a través de sustantivos, verbos, pero principalmente sustantivos y las acciones de lo que está sucediendo.
K.A.: No lo puedo separar del contenido, en el sentido en que el horror es un vórtice, y te chupa hacia abajo y te deja hondo, bajo tierra o bajo algo. Y a veces tenemos la suerte que el mismo vórtice nos expele, pero no siempre ocurre. Para poder escribir eso que hace mención enumerativa, uno está en colisión, o sea, el texto, la oración, está en colisión con la anterior y eso crea un efecto de piedra lanzada sobre el cuerpo. Para mí tenían que ser coma, coma, coma y probar mucho el ritmo.
A.P.: Bueno, pues Katya, tienes un nuevo libro: Quiénes somos ahora. Es un libro que habla del padre nuevamente, la muerte, la madre, pero cambias un poco con tus libros previos. ¿Qué significa para ti escribir Quiénes somos ahora?
K.A.: Fue, en términos de escritura, como una celebración de la vida que me dé la única vida que me ha sido dada, porque hubo muchos instantes gracias a la escritura de ese libro. Entonces para mí ese libro es un cambio en mi escritura porque salí de la zona oscura. Es mucho más luminoso. Es fragmentario, pero mucho menos elíptico y pasa, por ejemplo, que en Perú quizás hay gente que dice, pero ¿y los capítulos? Porque venimos de escrituras capitulares. Pero hay que recordar que tuvimos La casa de cartón de Martín Adán y lo que presenta ese episodio y que es uno de mis libros favoritos. Entonces todo ese libro vuelve al mar todo el tiempo y es un homenaje muy explícito; y según yo, un homenaje a Martín Adán.
A.P.: Katya, ¿qué le hace a un escritor confesarle su amor a un perro en un libro? El perro es la manera de hablar de estos grandes temas como la pérdida, la alegría o el dolor, pero de alguna manera, como tú dices, con los perros sólo hay recuerdos felices.
K.A.: Sí, en esa época yo estaba leyendo Mi perro Tulip, de Ackerley, que es una obra muy amorosa. Entonces más bien es esta perrita la que me confesó su amor hacia mí, este amor incondicional. Dormíamos abrazadas, una con la otra. Ya después de publicar el libro, leí que las mujeres solteras duermen mejor cuando duermen con sus mascotas en la cama, con sus perros. Entonces para mí el vínculo con los animales es muy importante. Lo ejercito mucho en el taller, pero les recuerdo que no basta con los vertebrados. Entonces en mis textos trato de recordar siempre las otras vidas, a veces muy minuciosas y pequeñitas, con las que convivimos.
A.P.: Bueno, Katya. Gracias por esta conversación tan hermosa y felicidades por tu obra.
K.A.: A ti, Adriana, un gusto enorme hablar contigo. Larguísima vida a Hablemos, escritoras y gracias por apoyarnos cada día en nuestro trabajo.
Puedes escuchar y leer la entrevista completa en la página de Hablemos, escritoras.
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