Nota del editor: En esta sección compartimos textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT), ahora en edición bilingüe. El presente texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 95, Nro. 1 en invierno de 2021.
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Leyendo a Kadaré, David Bellos descubre el mundo en su totalidad desde la literatura: una fusión magistral de mitos y folclore con retratos de mentes modernas y realidades locales, sumado a un humor irónico e ingenioso.
La razón principal y primordial por la que deberíamos leer a Ismail Kadaré es porque se trata de un gran cuentista. Cuenta historias maravillosas, y cuenta muchas.
De alguna manera, se parece a Balzac. Pero Balzac se limitaba a escribir sobre un solo lugar, llamado París, y una sola época, la de 1820 (además de algún que otro viaje a las provincias francesas y al Renacimiento), mientras que Kadaré nos lleva a todas partes: al Antiguo Egipto, a la China moderna, a un complejo turístico ubicado en los países bálticos, a Moscú, a Austria y al imperio otomano. Tiene casi la misma capacidad que Julio Verne para recorrer el mundo.
Al leer a Ismail Kadaré, se abarcan también todas las épocas a partir de la invención de la escritura: desde la época de Keops, cuando construye la gran pirámide de Guiza, hasta discusiones sobre el traspaso de mando de Enver Hoxha a Ramiz Alia en la Albania de los años ochenta, así como los acontecimientos y situaciones que tuvieron lugar en Europa occidental tras la caída del comunismo.
La mayoría de las historias de Kadaré se desarrollan en los siglos XIX y XX. Abril quebrado transcurre en la década de 1930; Crónica de piedra, en la de 1940; El general del ejército muerto, en la de 1950; La hija de Agamenón, en la de 1970. Estos relatos permiten leer la historia de Albania y del mundo a través del prisma de la ficción. Esa es una buena razón por la que deberían leer a Kadaré y por la que a mí me encanta hacerlo. Ha creado un universo paralelo, por llamarlo de alguna manera, que tiene una profunda relación con aquel en el que vivimos. Es ver el mundo en su totalidad desde la literatura.
Por supuesto que Kadaré es mucho más que un escritor de historias. Es dramaturgo y ensayista, y, por un tiempo, también fue periodista y editor. Al comienzo de su larga carrera alcanzó la fama a una temprana edad como poeta, como el nuevo gran poeta de la Albania moderna. Pero quienes leen en inglés solo pueden conocerlo realmente como escritor de ficción. No está nada mal, ya que, de todo lo que ha escrito, la mayor parte han sido novelas.
Sin embargo, Kadaré no escribe un solo tipo de novela. Muchas de sus historias son cortísimas, de tan solo cinco páginas, como The Dream Courier (El mensajero divino); otras son sagas bien extensas de quinientas páginas o más. En el medio, están los cuentos largos, como La hija de Agamenón, y luego están las novelas a las que a Kadaré le gusta llamar “micronovelas”, como El vuelo de la cigüeña. Después están las novelas de una extensión estándar, como Abril quebrado, y las novelas tipo río (del francés romans-fleuves), que incluyen El concierto y El gran invierno. Así que, en términos de construcción formal, hay una enorme variedad que explorar dentro de una obra que en sí misma explora el mundo en su totalidad.
Es habitual leer a Kadaré como un escritor que habla únicamente de su vida en Albania bajo el régimen de Hoxha. Sin duda, hay cierta verdad en que todo tiempo y lugar de Kadaré son imágenes desplazadas de un tiempo y lugar en particular. Pero no hay que saber eso ni hace falta tenerlo en cuenta para leer a Kadaré. Sus historias se pueden leer solo como historias. Él puede hacer que nos interesen los fantasmas, las novias que viajan cientos de kilómetros durante la noche en un caballo volador, los cadáveres que se levantan de las tumbas… y todo tipo de cosas que no atraen enseguida a un lector moderno y racional como yo. Pero la fusión que hace de mitos y folclore con retratos de mentes modernas y realidades locales es tan magistral que me atrapa, y también los atrapará a ustedes. El universo de Kadaré tiene muchos niveles que incluyen lo irracional, lo trascendental y lo extraño.
Uno de los rasgos más llamativos y constantes del mundo de Kadaré es la inquietante presencia de ciertos mitos de la antigua Grecia: no toda la mitología griega, sino los mitos que representan el rencor familiar y el efecto embriagador, dañino y temible de la cercanía al poder.
En segundo lugar, algo que siempre está presente en las historias de Kadaré son los cuentos folclóricos balcánicos. Los llamo “balcánicos” y no albaneses porque esos cuentos folclóricos también existen en muchas otras lenguas de la región. De hecho, Kadaré incluye precisamente la cuestión de los orígenes étnicos de las culturas balcánicas en El expediente H., uno de sus relatos más fascinantes, basado en las hazañas históricas de los folcloristas estadounidenses, que tuvieron lugar en las fronteras albanesas en la década de 1930.
La tercera característica predominante que quiero mencionar es que Kadaré explora, en casi cada una de sus historias, la relación entre lo personal y lo político. No hablo de política en el sentido de cuestiones de actualidad o de partidos políticos, sino en su sentido más amplio, es decir, de cómo grupos e individuos manipulan a otros y ejercen poder sobre ellos.
Otra característica del mundo de Ismail Kadaré —llamémoslo “Kadaria”— es el clima, que, como se ha dicho, funciona casi como un personaje en sí mismo. El tiempo en Kadaria siempre es espantoso, lo cual hace que el clima de Escocia parezca, en comparación, tan agradable como el de la Riviera italiana. Como lector, uno se da cuenta enseguida de la dimensión casi cómica del sistema de términos climáticos que utiliza Kadaré (niebla, llovizna, nieve, frío, nubosidad), dado que, en realidad, el clima de Albania se parece más al de la Riviera italiana que al de las orillas del lago Lomond. No se trata de escenarios verosímiles de ninguna situación real, sino de armaduras de clave para el estado de ánimo, que indica que esa no será una historia feliz. Pero hacen mucho más que eso: nos dicen que no habrá doncellas rubias subidas a tractores relucientes, trayendo la cosecha de grano madurada por el sol, y que la obra no tendrá nada que ver con las normas impuestas por las doctrinas soviéticas del realismo socialista en la literatura albanesa. Es realmente una forma muy astuta de forjarse una posición excepcionalmente polémica en una sociedad donde la crítica era, digamos, muy poco apreciada.
Muchos de los personajes humanos de Kadaré no siempre están seguros de si se encuentran despiertos o dormidos. Las típicas presentaciones que hablan del mundo interior de los protagonistas son: “Le parecía que…”, “No estaba seguro de si…” y otras frases de ese tipo. La línea divisoria entre poder y no poder ver con claridad nunca es clara. De manera que, cuando uno termina de leer una novela, ya sea el relato de una leyenda, como The Ghost Rider (El jinete fantasma) o una reconstrucción cuasihistórica como El general del ejército muerto, no está muy seguro de si ha tenido un sueño o qué. Kadaré nos empuja constantemente a dudar de la diferencia entre estar despierto y estar soñando, y nos hace reflexionar sobre las formas en las que la vida es como un sueño y en qué sentido las pesadillas son como la vida.
Por eso, no es ninguna sorpresa que El palacio de los sueños (cuyo título original es El empleado del palacio de los sueños) sea el pilar central del ramificado mundo ficcional de Kadaré: se trata de una novela que se desarrolla en medio de una sociedad autocrática siniestra e impredecible, una institución que se dedica a la manipulación de los sueños; y en medio de esa institución hay un joven sensible y confundido que verdaderamente no sabe lo que hace ni por qué es que termina dirigiendo todo el espectáculo.
Por último, en caso de que todo eso nos espante, ya que puede ser que las mentes confusas que entran y salen de paisajes oníricos donde llueve y nieva no llamen nuestra atención enseguida, debo agregar y, de hecho, recalcar, que Kadaré es en verdad bastante gracioso. Hay que dejarse sumergir en ese mundo paralelo, pero, una vez que sucede, uno descubre un humor ingenioso e irónico que es al mismo tiempo situacional y verbal. Para nuestra sorpresa, quizás, las maliciosas indirectas de Kadaré se perciben incluso en todas las traducciones.
Kadaré dijo, en más de una ocasión, que sus lectores y críticos no deberían prestar demasiada atención al contexto. A favor de esa lectura, señalo que la manera en la que Kadaré cuenta historias y la naturaleza de dichas historias no han cambiado en lo más mínimo en los últimos sesenta años, aunque el contexto social, geográfico y político del autor ha cambiado al punto de volverse irreconocible. Es como si primero surgiera todo ese mundo de Kadaré, imaginario y totalmente formado, y los cuarenta o cincuenta cuentos y novelas que ha escrito desde aquel entonces no fueran sino fragmentos de un todo que es aún mayor, coherente y eterno.
Lo que resalta cuán coherente es toda la obra de Kadaré es la reutilización sistemática que hace de lugares, objetos, historias y referencias. En The Great Wall (La gran muralla), por ejemplo, hay un símbolo que alude directamente a El puente de los tres arcos; en El expediente H., hay una posada que aparece en varias de las otras historias; en El firmán de la ceguera, hay un joven que, más adelante, se convierte en el protagonista de El palacio de los sueños; y, en esa novela, hay un momento en el que se recita una epopeya que nos hace volver a El expediente H. Esto se parece mucho al recurso de “personajes que reaparecen” que utilizó Balzac en La comedia humana, pero creo que este caso es mucho más sutil, ya que no se vinculan tanto las tramas narrativas de las novelas como sí el entramado de alusiones y referencias. Es un logro impresionante, y también quiere decir que cada historia que uno lee no es solamente una historia, sino que es una contribución a nuestra memoria y comprensión de otras historias que hemos leído, y contribuye a la sensación general de que uno está, efectivamente, en un mundo distinto, que es extraño como un sueño.
Por supuesto que mientras más lee uno, más entiende los cientos de hilos que unen las obras de Kadaré. Lamentablemente, hoy en día, solo un tercio está disponible en inglés. Esa es una muy buena razón para aprender francés, si uno se resiste a hacer el esfuerzo necesario para aprender albanés lo suficientemente bien como para leer a este gran maestro de la literatura europea moderna. Esperemos que eso también sea razón suficiente para que las editoriales británicas y estadounidenses encarguen una buena cantidad de traducciones nuevas, con el estímulo que puede dar el haber ganado un Premio Neustadt.
Princeton, Nueva Jersey
Traducción de Cecilia Mariel Moré