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La verticalidad de las listas es importante. Nos da una percepción rápida de la cantidad que la horizontalidad, a simple vista, no permite. Lo primero que vemos en una lista es cuánto mide para abajo. Después, sigue leer lo que la compone y, después, preguntarse por qué estos elementos fueron reunidos en esa lista. Por último, también hay que ver qué es lo que la lista oculta: lo que no se ve a simple vista, pero está.
Vamos a hacer el ejercicio con la lista de arriba:
- Ocupa un pequeño gran porcentaje de la página en blanco.
- Se trata de países.
- De países cuyos editores participaron en la Semana TyPA de Editores, el primer programa hecho en la Argentina con el objetivo de que profesionales internacionales conocieran mejor la literatura nacional, la vieran y la sintieran en su terreno propio: todos los abriles y en Buenos Aires.
- Pero además la lista oculta cosas y eso es lo que la vuelve vertiginosa, en palabras de Umberto Eco. Oculta, por ejemplo, otras sublistas: la de los 150 editores que participaron en el programa o la de los más de cincuenta títulos de obras argentinas que se tradujeron a lo largo de los años. Y también oculta cosas que no se pueden, tal vez, listar.
Por caso, detengamos la mirada en Suiza. De inmediato nos surge el nombre de Ricco Bilger, editor de la hermosa Bilgerverlag. Participó del programa en el año 2011. Al programa se accedía a través de una convocatoria que planteaba dos condiciones básicas: que los participantes entendieran algo de castellano (la Semana se hacía mayormente en ese idioma) y que ya tuvieran en su catálogo algún autor traducido del español. Ricco no cumplía con ninguno de los dos requerimientos. Pero hubo algo en su postulación que nos atrajo; tal vez, algo tan simple como la mera intuición. Así que nos dijimos: bueno, con inglés nos vamos a poder manejar. Ricco tampoco hablaba mucho inglés.
La Semana de Editores era agitada. Armábamos un programa ambicioso en el cual participaban autores, editores, periodistas y había muchas reuniones de negocios, almuerzos y cenas en las que siempre alguien sacaba lápiz y papel para anotar nombres y lecturas: las futuras listas privadas de cada uno de los participantes.
Volvamos a Ricco. Nos preocupaba que no se perdiera en las conversaciones; apuntábamos por él los nombres de los libros y de los autores recomendados por editores y periodistas culturales, para asegurarnos de que contara con todos los datos y, una vez que llegara a su casa, pudiese armar su propio recorrido por el mapa imposible y desbordante que ofrece la literatura contemporánea de nuestro país. Si miramos el programa de ese año, vemos que tanto Ricco como los demás invitados tuvieron unas veinte reuniones de negocios con editores, visitaron cuatro editoriales y la sección cultural de un diario, participaron de lecturas y asistieron a una fiesta: el único momento en el que no se podía recurrir a lápiz y papel, porque las manos estaban ocupadas en sostener vasos de cerveza y en acompañar pasos de baile.
A esa fiesta vinieron muchas de las personas que los editores habían visto durante la semana y, también, muchos autores. Entre ellos, Hernán Ronsino, que para ese entonces tenía ya publicadas sus novelas La descomposición y Glaxo. Los presentamos mediante señas. El inglés de Ricco se esforzaba por mezclarse con algunas palabras en castellano. El volúmen de la música, el calor excesivo, los cuerpos chocando, todo atentaba contra la comunicación verbal. En especial, contra una comunicación verbal que carecía de lengua común. En la fiesta también estaba Irene Barki, agente literaria francesa radicada en Buenos Aires hace varios años que, en ese momento, representaba a Hernán. Se sumó a la charla para oficiar de traductora. Tampoco funcionó. Pero logró decirle a Ricco que tenía con ella un ejemplar de Glaxo traducido al francés. Y ahí sí hubo coincidencia. Ricco leía en francés. Fue una forma rápida y elegante de terminar con la breve tortura de intentar conversar en una fiesta con alguien por primera vez, en una lengua que no se domina.
Tiempo después de finalizado el programa, mandamos una breve encuesta de evaluación para empezar a sondear si se había realizado alguna compra de derechos de autor. El único que respondió de inmediato, porque ya había cerrado un trato de traducción –al alemán–, fue Ricco Bilger: había adquirido los derechos de Glaxo. Fue el resultado concreto más veloz que vimos en una Semana de Editores (todos sabemos lo largos que pueden ser los procesos de compra y venta de una licencia). Pasó el tiempo y Ronsino se fue consolidando en Argentina como un autor de peso, que estaba construyendo una obra. A Glaxo le siguió la traducción al alemán de Lumbre, luego de La descomposición, luego de Cameron. En 2018 sus traducciones al alemán lo llevaron a hacer una residencia en Suiza por seis meses, invitado por el Literaturhaus de Zúrich y la Fundación PWG. En el año 2020, ganó el premio Anna Seghers por su “trilogía de la pampa” (La descomposición, Glaxo y Lumbre), un premio que se da a un autor de habla alemana y a otro latinoamericano traducido al alemán. En unos meses saldrá en esa lengua Una música, su última novela. Todas pasaron por las manos del mismo traductor: Luis Ruby.
Esta anécdota es una de muchas que acopiamos a lo largo de las distintas Semanas, y la elegimos porque ilustra muy bien el proceso complejo y casi siempre azaroso que suele poner en marcha la publicación de un libro en otra lengua y en otros países. Claro que existen las estrategias empresariales: inversiones hechas con hojas de cálculo en mano, que incluyen presupuestos de marketing y convenios previos con influencers y canales de distribución. Pero tienen sentido sólo cuando se trata de autores muy establecidos, con ventas probadas o, al menos, biografía de celebrity. Y según últimos relevamientos, esto aplica a la cantidad ínfima de cincuenta autores en todo el mundo. El resto tiene que rebuscárselas por otro camino, en el que redes de complicidades como las que acabamos de contar ocupan un lugar central.
Podríamos llamarlo el camino romántico: el del libro en tanto creación artística única y simbólicamente relevante que se abre paso porque cae en las manos del lector adecuado, porque recorre un trayecto en el que se van despertando afinidades electivas. Tras veinte años de trabajar para, por y junto a la traducción, en todos sus sentidos, estamos convencidas de que esto es así. Pero, también, de que no es suficiente. Justamente cuando están en juego culturas distantes, las afinidades no se activan por sí solas: hay que buscarlas, acercarlas, facilitarlas y acompañarlas. Junto al romanticismo hay que asumir, también, lo que muchos consideran su lado opuesto: una actitud profesional. Para tomar el concepto de Brian Larkin, se trata de crear y sostener infraestructuras, es decir, redes materiales que, así como permiten el tráfico de bienes y de personas, también dan formas particulares al intercambio de ideas y productos culturales. En el caso de la traducción literaria, se vuelve imprescindible conocer a todos los agentes de intercambio –editores, agentes literarios, traductores y críticos, entre otros–, participar en circuitos internacionales, esforzarse por comunicar de manera distinta según cada interlocutor, aprender las reglas económicas y legales que están en juego, saber cómo negociar, lidiar con las burocracias oficiales de cada país, construir un recorrido confiable, perseverar.
No es poco. Y si además el viaje de los libros arranca en el sur, el trabajo se presenta con desafíos mucho más demandantes que cuando parten desde el norte. La complejidad y la inequidad del sistema de intercambio literario mundial han sido muy estudiadas, por lo que no entraremos en detalles aquí (aunque remitimos a los textos ya clásicos de Pascale Casanova y Johan Heilbron, o a las siempre valiosas reflexiones de Esther Allen, para dar algunos ejemplos). Es verdad que en las últimas décadas se ha hecho un esfuerzo por revertir esta situación –motorizado sobre todo por traductores y traductoras– y que hay cambios mínimos que se avizoran aquí y allá; sin embargo, por ahora, la relación sigue siendo tan despareja como siempre.
Pues bien, ¿qué hacer? Pensamos que tal vez la opción más feliz sea la de reunir, en medida de lo posible, el romanticismo con la profesionalización. Fomentar acciones bien pensadas y sostenidas en el tiempo que generen espacios amables para el encuentro, que favorezcan la posibilidad para que salte la chispa y se produzca el cruce. Hay muchos buenos ejemplos en el mundo: Francia tiene excelentes programas de subsidio a la traducción de autores franceses que funcionan desde hace más de un siglo, siguen dando grandes resultados y sirvieron de ejemplo para muchos programas organizados por otros países. Lenguas llamadas “menores”, como el holandés o el catalán, se destacaron con actividades de promoción cultural que hicieron visibles a sus autores en muchos rincones del mundo. Naciones con otras tradiciones literarias, como Corea, han montado impecables centros de información para dar a conocer su producción editorial. Toda una batería de premios, becas, viajes, publicaciones y redes ha sido probada con éxito y sostenida por organizaciones casi siempre públicas, a veces también privadas. Hace falta, además, contar con datos confiables y actualizados, y es fundamental el compromiso de los editores locales que –junto a agentes y traductores– son un nudo fundamental de la red.
Desde nuestros distintos trabajos, colaboramos lo que pudimos con este proceso y pensamos seguir haciéndolo, porque estamos convencidas de que cuánto más variados sean los textos que se lean en el mundo, más abiertas serán las mentes de los lectores y más posibilidades habrá de que, entre todos, encontremos formas más tolerantes y cuidadosas de convivir. En los tiempos que corren, se trata de una prioridad urgente. En Fundación TyPA, por lo pronto, seguiremos con las tareas de investigación; junto a otras organizaciones, trabajaremos para la difusión y la capacitación; y esperamos ansiosamente que el estado argentino mantenga en funcionamiento estrategias valiosas como el Programa Sur.
Para cerrar, una última anécdota: en la primera Semana TyPA de Editores, allá por el año 2003, después de una agenda llena de actividades y de información sobre docenas de autores, llega el día de la partida. En el aeropuerto, mientras espera abordar el avión que la llevará de regreso a casa, una de las invitadas se topa con un título que le llama la atención. Lee un par de páginas, se entusiasma y decide ahí mismo contactar al autor. Así fue que la destacada editora alemana Michi Straussfeld, de la prestigiosa casa Suhrkamp, descubrió a Sergio Olguín en Ezeiza; al poco tiempo, El equipo de los sueños se convirtió en Die Traummanschaft, de la mano del traductor Mathias Strobel.
Nunca lograremos descifrar la fórmula exacta que hace que un libro llegue, en efecto, a otra lengua. ¿Construir laboriosamente la infraestructura? Sí. ¿Creer en la magia de los libros? También.
Fotos: Editores trabajando en la Semana TyPA de Editores.
Gabriela Adamo has worked in the publishing world for over twenty-five years. She was an editor at the Sudamericana and Paidós publishing houses. She created the literature area at the TyPA Foundation, where she devotedly promoted the translation of Argentine authors abroad. She was the executive director at Fundación El Libro (responsible for organizing the Buenos Aires International Book Fair) and at Fundación Filba (in charge of the Buenos Aires International Literature Festival, the National Festivals, the Filibita Festival, and the Filba Escuelas program). She has also translated over two dozen books from German and English, and she edited the book La traducción literaria en América Latina (Paidós, 2012). She is currently finishing a PhD in Latin American Literature and Literary Criticism at the San Andrés University. (Photo: G.A. Mainz) | |
Victoria Rodríguez Lacrouts holds a BA in Literature from the University of Buenos Aires and attended a Master’s course in Latin American Literary Studies from UNTREF. Together with Gabriela Adamo, she carried out different programs related to the diffusion of Argentine authors in other languages at Fundación TyPA. She created Sur de Babel, the first independent book club in Argentina, in 2008. She was executive director of the Tomás Eloy Martínez Foundation for four years, a period in which she created and carried out the nonfiction festival “Based on Real Facts.” She is currently programmer of the Buenos Aires International Literature Festival. |