Los bordes de un racimo
Padre e hijo,
cumbre abismo,
cenit frente a nadir,
un silencio de espiga
se desliza en la espaciosa habitación,
alguien duerme impasible,
otro yace como vigía,
arrodillado
frente a imperios de la nada;
uno pergeña el poema,
el otro asedia un rostro pequeño,
calibra los dedos,
las sienes impasibles;
la quietud se agita
en los bordes de un racimo,
lo imperfecto se divide en dos,
restemos un quebrado al universo,
hijo y padre,
algo hiere
esta leve sensación de equilibrio.
Dinosaurio
Mi ojo de lince se detiene
en la mesa de juego de mi hijo,
hay tres soldados envueltos en la espesura,
uno abatido en el campo de batalla,
mi hijo lo palpa presuroso
y le transfiere una inusual energía;
el combatiente revive en el pasto
mientras la luz lacera sus párpados de seda;
alguien coloca, sobre la mesa de juego,
un dinosaurio;
cuando el alba va creciendo
lejos de mi ventana;
mi hijo retoza con este animal
de enorme pie
y talante confuso;
yo lo llevo al lado de mi sombra
y roza, con su hocico,
pequeño pero inmenso,
mi hojarasca.
Consonantes
La primera letra de tu nombre
los diptongos que habitan en tu ropa
en tu exangüe brazo
los hiatos como barcas imposibles
la oración a la que llego mudo
sordo comiéndome las uñas largas
cuando toco
un punto en el horizonte
y mis brazos se tornan como hojas.
Una silla
Una silla frente a otra,
una silla longeva frente a una mesa
cuyo borde tiene suavidad de piedra;
el alma, ese molino sin brazos;
mi cuerpo, aquella silla
deshojada,
lábil
frente al horizonte.
Paisaje rupestre
Un vaso sobre una mesa vacía,
un vaso no frágil sobre una mesa vacía,
la mesa al lado de la cama donde yace la noche,
la noche entrelazada al día,
el día deshecho mas huyendo de sí mismo,
el sí mismo fuera de la tarde,
la tarde presagiando el alba,
el alba mirando mi orfandad de monstruo
y hormigas
debajo de mi oreja.