Tenemos el gusto de acercarnos a la literatura peruana mediante la escritora Gabriela Wiener. Conversaremos con ella sobre su obra, su trayectoria, sus visiones sobre el periodismo y sus otras iniciativas como el performance y el teatro.
Este es un extracto adaptado de la conversación del podcast Hablemos, escritoras, a cargo de Adriana Pacheco.
Adriana Pacheco: Tú vives en España, ¿cómo ha cambiado esa mirada de poder ver a tu país desde fuera? Pero después regresar, ponerse al día, ver todo en carne propia en el país. ¿Cómo está esto impactando tu obra?
Gabriela Wiener: Siempre tiene un impacto. Mi obra se planteó desde el inicio como la obra de una persona ya en la diáspora, porque precisamente las condiciones materiales de mi país no estaban dadas para que yo creciera como escritora o periodista. Ahora, por el estado en que están los medios de comunicación en mi país, me queda más claro que mi inmigración fue por motivos económicos, laborales y de alguna manera también sociales; es afuera, en ese limbo, en esa condición liminal, en la cual brota la escritura. Brota la escritura desde la distancia, desde el conflicto, desde el estar y no poder, desde el no querer estar, porque las personas queer o racializadas –cualquier comunidad vulnerable– son todavía oprimidas en mi país de origen. Pero estar en España es también encontrarme con las problemáticas similares de mi propia comunidad, no solo personales: todo lo que implica la migración para una persona, para una persona que crea su propia familia aquí y también su propia producción cultural o artística –en mi caso literaria– y todo lo que eso supone, con todos los muros en los que te estrellas, todo lo que tienes que luchar.
A.P.: Lo que dices es muy cierto. Empezamos a adaptarnos, a ver y a usar lo que vemos en nuestro día a día estando en la diáspora, para después regresar y conectar todo lo que está pasando en nuestros propios países. Algo que me llama mucho la atención es tu gran trabajo dentro de revistas y de periódicos. ¿Cómo ha sido para ti estar en estos periódicos, en estas revistas? ¿A quién le hablas desde ahí?
G.W.: Soy de literatura pero vengo de una familia de periodistas. Mi padre y sus hermanos han trabajado como periodistas. Mi madre ahora hace algún tipo de trabajo de comunicación. Es decir, vengo de una familia que le gustaba la escritura y contar historias. El tipo de periodismo que yo vi diariamente en mi casa siempre fue un periodismo activista. Ahora podemos hablar de periodismo feminista, por ejemplo, que varias veces he reivindicado; o periodismo antirracista, o un periodismo que no intenta ser neutral ni reivindica tanto su actividad y su ética, un periodismo que involucra sus herramientas, sus recursos y sus trabajos en las luchas del presente. Eso fue lo que vi porque mi padre y mi madre son personas políticas. Empecé a finales del milenio pasado –y más concretamente al inicio de este siglo– un periodismo que cubría una realidad profundamente elitista. Lo cultural y lo más “revisteril” me permitió una libertad de pluma y una libertad de temáticas. Ahí, en ese momento, fui fichada por la revista Etiqueta Negra. En esta revista peruana empecé a publicar mis primeras crónicas ya escritas desde una tradición latinoamericana. El tema autobiográfico y el hecho de que me interesan las cuestiones del cuerpo me motivaron a hacer auto-referencias muy pronto. Y lo bueno es que esta era una revista con una etiqueta que me lo permitió, siendo a veces la única cronista peruana que aparecía.
A.P.: Ganaste el Premio Nacional de Periodismo de Perú con una historia impresionante. ¿Qué significó para ti? ¿Qué repercusiones tuvo este premio tan prestigioso dentro del mundo periodístico peruano y en el ámbito internacional?
G.W.: No tuvo impacto. No soy una escritora ni una periodista premiada en lo absoluto; o sea, si me comparas con otros periodistas o escritoras de mi generación, lo ocurrido fue algo bastante insólito. De hecho, las grandes investigaciones que he podido hacer hasta en dos o tres casos han sido iniciativas propias, porque consideraba que eran temas de activismo, de compromiso político. Era un caso de violencia de género en el que Diego y yo nos involucramos de manera desinteresada, proponiéndole a un medio de comunicación hacerlo; así que realmente el premio fue como si nos pagaran el trabajo y punto. No hubo más que eso. Fue importante, sí, para seguir visibilizando los casos de violencia, en particular un caso de violencia que tenía que ver con una persona que era un personaje con un perfil cultural y reconocimiento en el mundo de la literatura. Creo que fue además algo que salió de las propias víctimas o supervivientes que buscaban quién hiciera y contara esta historia; además, tenía un componente retrospectivo muy grande porque había ocurrido cuando las víctimas eran niñas.
A.P.: Muchas gracias, Gabriela. Gracias por su valentía y por su lucidez y por entender exactamente qué será lo importante. Así que empiezas con poesía, con Cosas que deja la gente cuando se va; y después das un cambio a un libro de narrativa, Sexografías. Cuéntanos un poco sobre estos inicios.
G.W.: La poesía me ha acompañado durante mucho tiempo y en esa época en que todavía estaba en la universidad participaba en recitales, tenía algunos poemas escritos y lo que se publicó ahí fue un pequeño libro dentro del fondo editorial. Es un microlibro pero tiene varios poemas que finalmente serían parte de mi poemario, el único que tengo publicado, que se llama Ejercicios para el endurecimiento del espíritu. Se publicó ya muchísimos años después aquí en España con La Bella Varsovia. Y yo, desde luego, empecé un libro como Sexografías, un libro que tenía mucho de humor, de peripecias, de aventuras. Es un libro de crónicas en primera persona, muy en la línea de lo que se llamó en el periodismo –pero eso es una etiqueta que me ponen por ahí, pero que yo no me pongo a mí misma–. Básicamente eran historias de inmersión en mundos por los que yo me sentía atraída, pero que no me eran ajenos. Creo que la poesía está todo el rato en mi escritura y lo está cada vez más. Siempre considero que soy una persona que tiene una mirada poética cuando escribe narrativa. Nunca pierdo esa mirada. Sexografías es un libro muy particular donde hay ese nexo que me vuelve una escritora de literatura personal o de auto-ficción, o como quieras llamarlo, con ese gusto que siempre tuve por la poesía.
A.P.: Pasando a Nueve lunas, encontré esta entrevista donde estás conversando con tu hija Coco. Son muy distintas: la Gabriela que lo escribió, en ese momento la que tiene el ímpetu de escribirlo, y la Gabriela que ahora está releyéndose para hacer reediciones y para reanudar y desandar algunos pasos. ¿Cómo fue este momento de escribir un libro un poco explosivo en su momento?
G.W.: Nueve lunas pasó sin pena ni gloria, sinceramente, porque se quedó fuera de la nueva ola feminista o se adelantó un poco. Entonces fue un libro que, después de Sexografías, era bastante ninguneado o puesto en un lugar como de libro para mujeres. Es un libro sobre el embarazo, un tema menos universal. Si con Sexografías podían decir “vaya chica más pervertida, y a quién le importa tu vida”, con Nueve lunas era, en fin, “se lo regalaré a mi mamá, a mi prima, mi tía”, o “a mí no me interesa porque yo no quiero tener hijos”, o “a mí no me interesa porque soy hombre.”
A.P.: Qué maravilla. Tú eres de las pioneras: esto está publicado en el 2009 y después se viene este boom de tantos libros sobre maternidades. Me encanta el plural “maternidades”. Llega entonces Huaco retrato, qué interesante libro, qué interesante la manera en la que trabajas la figura del padre, la familia, la identidad, la herencia. ¿Qué tan difícil fue escribir este libro?
G.W.: Es un libro que fue evolucionando con el tiempo y quizá con mi propia vida también, con mis conocimientos, mis muertos y todo lo que empieza a darte como más consistencia para ser capaz de escribir el libro, la realidad que tenías que escribir. Es un proyecto de libro sobre mi tatarabuelo, como así se llamaba originalmente mi idea; puedo remontarme al año, también en la época de Sexografías, más o menos 2008 o 2009. Ya lo tenía entre manos y sabía que ese libro tenía que escribirlo. Había un cruce entre mi propia identidad étnica y mi apellido europeo, con la sombra de estos antepasados que es tan celebrada por mi familia como el referente al que nos debíamos, del que debíamos defender y al que se le hacía permanentemente un homenaje. Entonces para mí este es un libro que está en el presente, en los debates del presente.
A.P.: Cuéntanos de Qué locura enamorarme yo de ti, y la performance literaria que tienes con 1986 con Jaime Rodríguez.
G.W.: De alguna manera mi escritura siempre ha sido una escritura que “performa”, es decir, es una escritura que pone el cuerpo y activa cosas en el mundo, que mete el dedo en la llaga realmente o intenta hacerlo. Me refiero a “performar” en el sentido de exponer lo personal y lo vulnerable que tenemos, en una especie de recreación evidentemente filtrada por la imaginación y por la literatura y por el lenguaje, o utilizando otros lenguajes. Creo que fue muy natural alternar escritura y publicación de libros con la producción de un trabajo escénico, primero tímido y precario entre Jaime y yo, y con un par de performances (Dímelo delante de ella y 1986). Qué locura enamorarme yo de ti empezó también como una performance. En particular, Qué locura enamorarme yo de ti es una obra claramente conectada con las cosas que escribo, es como Hueco retrato o Dicen de mí. Tienen vasos comunicantes.
A.P.: Maravilloso. Quedamos muy agradecidos nosotros de que tengas ese ímpetu y que quieras seguir cruzándolo todo porque, viendo tu obra en toda esa experimentación, nosotros salimos ganando. Mil gracias.
G.W.: Muchísimas gracias.
Puedes escuchar y leer la entrevista completa en la página de Hablemos, escritoras.