[Epílogo de apertura]
[Cae con madurez el fruto que en verbo ardido lamió sus costillas al sol;
más de 365 veranos de su carne en hueso negro constelado
se aflojan
Rueda el fruto sobre la piel arqueada de las amapolas
Se abre
De su epicentro nace una guadaña como un párpado de
acero cerrándose en la bruma bautismal de su oleaje
—Esto es lo primero que verás —sentencia la rama despojada
del peso de su cabeza— antes de atravesar la raza del otoño]
[de la sección II. Maté a mi hermana Mabel]
Corta la rama con tu lengua dentada,
Madonna sierra,
como si fuera el hilo pródigo de nuestras vidas
y tú una especie de Parca Madre entre la aurora podrida
agitando su seno igual que un péndulo sobre mi boca
Una arteria explota y reluce contra los cristales de tus ojos
¿Quieres dolerme a la intemperie,
lanzarme a los labios el rigor mortis de tu niña
gimiendo la mañana menor?
Tenía su muerte el color de Dios y de los atardeceres en agua quemada
Eran esos cielos su cuerpo en livor mortis:
¡tú no sabes qué paraíso rasguña en la muerte!
Pero tu sombra late una justicia de tiempos de árbol:
es una llaga que concentra el dolor de las religiones,
el sacrificio cruzando la historia de la leche
y de los recuerdos que ahorcan el misterio
He encontrado lana colgando entre tus ramas de agosto
He intentado funcionar como un fruto cuya sangre ha bebido cada centímetro del paisaje
Madre, me has abandonado,
pero hiciste bien:
yo maté a tu bebé
Los escorpiones de Raguna crecían en mi mente cada vez que lamía tus pezones líquidos de horas trizas
Hoy sus aguijones se ocultan en el rostro del rebaño de tu venganza
Ellos planean un higiénico asesinato
Madonna machete, escucha mis sentidos:
Raguna nunca será la misma después del torbellino en tus músculos
Unsexmehere, le rogué a la sagrada nada cuando atravesé la tráquea de tu niña con la daga de mi deseo
A true creation
Unsexmehere
y el cosmos rojo brotó de su vida hundiéndome de infinito goce
[El placer es el descubrimiento de la violencia,
murmuré contra el pubis de su algor mortis]
En la profundidad barroca de la carne que cesa sus palpitaciones
encontré la carroña del universo ardiendo:
la destrucción es creación,
por eso la continuidad en las cenizas al margen de su fondo
Unsexmehere, Madre:
tu carne roza mi espíritu renacido
El verbo se disuelve como un hielo sobre el que orinas de espaldas a mis ojos
La destrucción es creación
Mira todo lo que crece en el cadáver de Mabel:
mira las hortensias,
los gusanos,
el cóndor de una sola ala
que barre los zorros lunos de su vientre
Su diseño se deshiela al calor de mi diseño levantándose, poderoso,
como un puño de esclava,
por encima de las moscas que la comen
y le hacen el amor en pleno vuelo
Abre los ojos
y mira todo lo que crece en la muerte de Mabel:
bajo sus uñas pelean rinocerontes machos que rasgan las telas de mi
corazón
Llevo sus uñas a mis orejas como caracolas y escucho el mar
quemando en negro la lubricidad de los murciélagos
Mira todo lo que crece en su silencio perfecto:
espejismos en la danza de los areópagos
Sólo renace lo que se entra a morir
La destrucción es creación
[Interrupción del discurso poético: según la ciencia, el asesinato es
un cambio en la materia; las religiones rezan que matar es
trascender el cuerpo hacia el subsuelo; el arte inmortaliza la
pulsión de acabar con el otro hurgando en la radiografía de una
respiración que se agita; pero matar no es descenso ni ascenso, no
estudio, sino revelación del sentido de una cascada que limpia]
Mira todo lo que mi fuerza desnuda libera sobre Mabel:
se diluvian sus órganos como un espectro que ilumina mi cabaña. Son jardines en miniatura
rebosantes de silencio y en el silencio sembrado de sus talones me pregunto: ¿habrá pensado que
esto era odio?
Sus últimos gritos esculpieron mis manos para dejarme un mensaje de su dolor de partir
¿Habrá pensado, mientras moldeaba mis nudillos contra su carne, que era odio?
Su adiós dejó jardines pequeños en mis dedos
Un vaho calienta mi rostro cuando acaricio su herida como animal en miedo: ¿habrá entendido
que partirla era un gesto de limpieza para el amor?
Le presenté mi fuerza desnuda mientras lloraba de belleza
En una noche de sol se dejó apagar para enseñarme el olor de la sangre sonriéndome ocasos por
venir
Regué el interior de tu niña sobre mi blanco corazón, pero, mamá, sólo puedo amarla
pudriéndose sobre las naranjas de mi desayuno
Te regalo la música de su descomposición
Fabriqué un delito sin cuerpo:
su infección es un ojo que flotará eternamente en tus cielos
▼
Jugábamos con botones fríos sobre tus párpados todavía fértiles en primavera; botones redondos como arrancados de la glaciar ropa de Dios
Te quedabas tan quieta que parecías una roca en medio del tiempo. “Hay piezas que no pueden tragarse: jamás te las lleves al pensamiento”, decía nuestra madre levantando el libro de los abismos sobre tu cabeza y la mía: dos monolitos besándose al filo de la quebrada en Raguna
El comienzo era esa magnífica jirafa que usabas para escalar por encima de mi sombra: una trenza de eventos mesiánicos y de columpios rotos de nuestra infancia
Por instinto pulsé tus sílabas para que lanzaran gemidos en cascabel-mol [un lenguaje de ternura en orgasmo sideral] todas las noches frente a tu hoguera marchitándose sola
Así cantábamos el mundo mientras ratones ciegos dormían en tu almohada. Los
alimentábamos con descripciones del vientre de mamá y medíamos las diferencias entre tu nombre y mi nombre
[Sólo lo inicial es fruto maduro]
▼
Abriste las piernas adentro de mi sombra
Juntamos los dedos tantas veces en la penumbra que crecimos una memoria del fuego de nuestra carne en Lascaux. Su imagen temblando alumbró los escombros donde dormías días a la deriva animal del poema
Era un prado de juguetes absurdos el conocimiento de esa experiencia: una intuición filosa de la naturaleza que examina el tamaño de los primeros gestos sobre la piedra
Mientras pintabas el vacío interior de las aguas, el universo de mi sombra se expandía con tu cuerpo adentro durmiéndose de hielo
En ese entonces contabas las galaxias con los ojos cerrados y tenías pesadillas con los oídos abiertos
Los cóndores eran el único soplido de Dios estrellándose contra el fuego incesante del océano
¿Recuerdas el espectáculo de sus alas como navajas en el agua?
Tu sonrisa fue mi sonrisa y me perteneció como el suceso único de tus pasos sobre mi cuerpo tendido en temporada mayúscula
Me caminabas por encima como un muerto sin sexo y desde esa aparente neutralidad te alejabas y anunciabas que te mataría
Mabel, de pequeña me preguntaste:
–¿Te gusta el sabor de la sangre?
–Me gusta. Sabe a lenguaje –respondí
Miraste hacia el horizonte del océano quemándose
–El dolor es oloroso como la sangre. Por eso tengo que ser yo quien te camine por encima igual que un muerto sin sexo
Ratones ciegos dormían en tu almohada mientras pedía:
–Ñaña, por favor, ñañita mía: cierra las piernas adentro de mi sombra
Y me dijiste:
–Alguna noche de sol regarás mi sangre para que nazcan amapolas en mi nombre
–¿Lloraré de belleza?
–Llorarás de belleza
Poemas de Historia de la leche (Candaya, 2020)
Foto: Mónica Ojeda, escritora ecuatoriana, por Isabel Wagemann.