Las novelas de Rodrigo Fresán han recibido importantes premios en sus versiones en otros idiomas: el premio Roger Caillois en Francia a la totalidad de su obra en 2017, así como también La parte inventada recibió el Best Translated Book Award en Estados Unidos el año 2018, y fue finalista del Premio Babel Laboratorio Formentini en Italia en 2020.
Sus libros desbordados y deslumbrantes, que a veces alcanzan las más de dos mil páginas (es el caso de su tríptico), pueden a veces intimidar a sus lectores. Mi impresión es que una frase suya basta para la maravilla. Como abrir una pequeña ventana para que nos visite Peter Pan, o invitar un nuevo recuerdo al palacio de la memoria, acá tres de sus traductores reflexionan sobre los recovecos y genialidades de su obra a partir de una sola oración. Una tarea nada de fácil porque, como nos cuenta Giulia Zavagna en su texto, “Fresán es muchas cosas, y sus libros se escriben, se reescriben y se describen todo el tiempo. Ahí está todo, como en una casa inmensa de la que nunca quieres salir, porque de a poco encuentras todo lo que necesitas”.
María José Navia
Isabelle Gugnon, traductora al francés:
Es difícil sacar sólo una frase de la larga obra siempre en extensión de Rodrigo Fresán, que es un gran aficionado de los inserts y de los addenda de último minuto. La frase que elegí no es del tipo obsesivo, pero contiene, como muchas oraciones de Rodrigo Fresán, buena parte de su estilo referencial, ligero y risueño. Es sacada de su última novela, Melvill(e), o el génesis de la obra y la vida de Herman Melville a través de la vida y de la muerte de su padre, Allan Melvill:
“Toda existencia, incluso la más en apariencia (pero sólo en apariencia) intrascendente (tanto la que se desprende del polvo colorido de las alas de una mariposa o brota del espiráculo de un leviatán) debe ser narrada; porque ignoramos los muchos modos en que esta pueda llegar a influir o afectar a la épica universal del más grande de los hombres por venir y vivir”.
La frase no plantea aparentemente ninguna dificultad de comprensión pero sí de traducción, porque es sinuosa y juguetona. Cortada por dos paréntesis que aparecen como ganchos (Rodrigo Fresán los adora), hace esperar al lector para minimizar la “existencia”, casi rebajándola cuando la califica de “intrascendente”. Pero al mismo tiempo, el primer paréntesis le advierte que no hay que confiar en las apariencias, mientras el segundo parece enumerar una serie de lindas imágenes que dan la impresión de haber sido sacadas de un bestiario. El segundo paréntesis contiene en realidad dos referencias a autores que Rodrigo Fresán cita con frecuencia: Vladimir Nabokov y Herman Melville. La novela, titulándose Melvill(e), se entiende que hable de manera cubierta o descubierta de su ballena blanca. La referencia a Nabokov nos lleva directamente a la pasión por los paseos lepidópteros de un escritor al que Fresán se refiere en casi todas sus novelas (en la Parte soñada, lo hace aparecer como protagonista de un cuento inserto en la novela). Por lo tanto, como ejemplos de “existencias insignificantes”, el autor habría podido encontrar otras vidas. Luego insiste en cursiva en el que “debe ser narrada”. Pero antes de serlo, la existencia supuestamente neutra ha sido pasada por la pluma de Fresán y ya no corresponde a la realidad. Aborda aquí la falacia de cualquier escrito presuntamente realístico. Sacada de la imaginación, la literatura no puede ser realista. Pero aun así, quién sabe, puede llegar a influenciar (tal vez no en su tiempo) toda la gesta “universal” que está por venir. ¿Es ironía el final de la frase, o quiere sencillamente decir que cualquier escrito con arte, inspirado de cualquier vida, si es ignorado en su época, puede ser comprendido como el trabajo de un genio por un gran hombre, que todavía no ha nacido y tiene que ser un gran lector?
A pesar de su gran transparencia, la frase es ambigua si se corta aquí, pero Rodrigo Fresán sigue con otra referencia a los libros tralfamadorianos de Kurt Vonnegut, que aparece en todos sus libros, como un juego: el sueño de unos volúmenes “inmensamente pequeños” en los que caben todas las historias. Todo se mezcla: realidad, ficción, referencias literarias, vidas intrascendentes y grandes hombres, pasado, presente y futuro a través del acto de leer y de escribir, en una frase de “apariencia, pero sólo en apariencia”, sencilla.
Will Vanderhyden, traductor al inglés:
Elegir una oración que haya sido compleja/divertida/difícil de traducir de la cantidad cada vez mayor de oraciones de Rodrigo Fresán que me ha tocado traducir con los años fue, como corresponde, difícil y divertido y complejo. Podría haber cumplido con la consigna de muchas maneras: podría haber hablado de los desafíos de traducir los juegos de palabras fresanianos o de desentrañar su incontenible referencialidad; podría haber examinado los obstáculos de intentar recrear el uso que hace de la aliteración y la yuxtaposición o mantener los distintos niveles de sentido en sus escurridizas metáforas extendidas. Se podrían escribir ensayos enteros sobre la naturaleza digresiva y recursiva del estilo de Fresán y sobre la complejidad de sus oraciones que, como muñecas rusas, esconden dentro iteraciones en miniatura de su proyecto total.
Al final, me decidí por una oración de La parte recordada, la tercera parte del tríptico de Partes de Fresán. No estaba en la versión original del libro sino que fue una de las muchas adiciones que hizo Fresán durante el proceso de traducción. Aparece en una serie de oraciones y párrafos que describen un libro que el protagonista imagina que escribe; un libro que también es, de alguna manera, el libro que estamos leyendo y, además, de alguna otra manera, todos los libros.
En español, dice así:
“Un libro que cometiese de manera perfecta y perdonable el crimen y pecado: probar fehacientemente que las vidas tienen una lógica y un orden que existe; que las vidas son, en realidad, novelas o libros de cuentos; que nacen y mueren, sí, pero entre un punto y otro empiezan y terminan varias veces y, en ocasiones, cierran sus partes y puertas dejándolas abiertas; que, mirando hacia atrás, descubran ese hilo secreto de destino corrigiendo y redactando toda secuencia (A y luego B y luego C) en trascendente consecuencia (A y por lo tanto B y por lo tanto C) y dotando así de sentido al pasado”.
Y así la traduje:
“A book that would commit the perfect and pardonable crime and sin: proving irrefutably that lives have a logic and an order that exists; that lives are, really, novels or books of stories; that they are born and die, yes, but between the one point and the other they begin and end multiple times and, sometimes, they close off their parts and doors by leaving them open; that, looking back, they discover that secret thread of fate correcting and redacting all sequence (A and then B and then C) into transcendent consequence (A and thus B and thus C) and thereby giving meaning to the past.”
Le hice un pequeño cambio a la sintaxis de la cláusula introductoria. Una versión más “fiel” podría haber sido: “A book that would commit the crime and sin in a perfect and pardonable way…”. Esa frase se me hacía rara en inglés y, además, otro día podría haberme tomado aún más libertades y reescribir la frase así: “A book that would commit the perfect crime and forgivable sin…”. Pero finalmente decidí que lo importante era mantener la aliteración y, aunque quede algo confuso, dejar que “perfect and pardonable” modifique a ambos “crime and sin.” ¡Ay del azar caprichoso de la traducción!
La oración tiene una estructura fresaniana típica (la lista) e incluye algunas de sus tendencias ortográficas distintivas (el uso copioso de puntos y comas y paréntesis). Tiene una metáfora primaria extendida (“vidas” como “novelas o libros de cuentos”) y una secundaria, implícita (“vidas”/ “novelas o libros de cuentos” como estructuras con “partes y puertas” que se cierran dejándolas abiertas).
Más allá de los retos específicos para la traducción, lo que más me interesa de esta oración es la manera en la que condensa la paradoja en el centro del tríptico de Fresán. No es casualidad que su protagonista escriba un libro llamado La historia imposible: lo que espera poder hacer –para probar “que las vidas tienen una lógica y un orden que existe”– es imposible, tal como lo demuestra tan exquisitamente la vuelta final que pega la oración. Cualquier “lógica” y “orden” que las vidas tengan es construido, una ficción que la memoria crea post facto, “mirando hacia atrás” y descubriendo “ese hilo secreto de destino corrigiendo y redactando toda secuencia en trascendente consecuencia”.
El protagonista del tríptico está obsesionado con la idea de escaparle a la oscuridad de su propio pasado mediante su reescritura y Fresán usa esta obsesión para examinar las formas en las que todos hacemos eso cuando recordamos, cuando hacemos memoria: rendirnos al impulso de ver nuestro pasado como queremos verlo, de convertirlo en una narrativa que nos explique y justifique. Para profundizar aun más: “El pasado es un juguete roto que cada quien arregla a su manera”.
Giulia Zavagna, traductora al italiano:
Escribir esto es aceptar la derrota desde el principio. Porque cuesta. Cuesta mucho elegir una sola oración para hablar de la obra de Rodrigo Fresán. Creo que me costaría incluso elegir un solo párrafo, un solo cuento o una sola novela, siendo su obra tan orgánica y llena de referencias intertexuales y de personajes (y canciones, y películas, y libros) que aparecen, desaparecen, se esconden y se persiguen a lo largo de las páginas, entre comas y paréntesis. Cuesta porque Fresán es muchas cosas, y sus libros se escriben, se reescriben y se describen todo el tiempo. Ahí está todo, como en una casa inmensa de la que nunca quieres salir, porque de a poco encuentras todo lo que necesitas.
Me cuesta como lectora, porque aislar una oración significa al mismo tiempo dejar de lado miles de otras que ya son parte de una suerte de biblioteca interior, a las que vuelvo una y otra vez. Me pregunto si tendría que elegir una oración sobre la escritura, hay tantas y tan geniales. O quizás sobre la lectura, el fil rouge que en curvas y espirales y nudos y lazos atraviesa toda su obra. Me pregunto si tendría que elegir una entre las infinitas oraciones llenas de humor, de esas que te hacen pensar en lo bien que la pasó el autor escribiendo, y lo bien que la estás pasando tú, leyendo. Porque los libros de Fresán pueden ser muy, muy divertidos. O una entre las infinitas oraciones llenas de melancolía, de esas que en dos líneas, a veces menos, dos palabras, te parten el corazón. Porque los libros de Fresán pueden ser muy, muy conmovedores. Me pregunto si tendría que elegir una oración larga, de esas que te dejan sin aliento pero dando saltitos de pura admiración. O una oración breve, de esas que casi pasan desapercibidas pero iluminan todo de un sentido nuevo. Me pregunto, incluso, si tendría que elegir una frase de Fresán, o una de Fitzgerald (Francis Scott, pero también Penelope), Barthelme, Nabokov, Emily Brontë, Melville, Battiato, los Beatles: una de esas que tanto dicen de su obra y de su literatura, cristalizadas en epígrafes o deslizadas entre líneas, como en un diálogo invisible.
Y me cuesta aún más como traductora, por lo difícil que es dar cuenta con una sola oración del increíble viaje que es enfrentarse con un libro de Fresán. Traducir es muchas cosas, entre otras el intento imposible de entrar en la cabeza y en la imaginación y en la lengua de otro. Traducir a Fresán es traducir al cuadrado: entrar en la mente de un escritor cuyos personajes escriben y leen todo el tiempo, y que todo el tiempo está reescribiendo, expandiendo su obra y su mundo. Me pregunto si tendría que elegir una oración construida sobre uno de esos juegos de palabras que me quitaron el sueño. La que más veces tuve que repensar y reescribir, o la que me convenció desde el principio y quedó tal cual. Me pregunto si tendría que elegir una de las oraciones que me dieron síndrome del impostor (¡hay tantas!), o una de esas que, sentada en mi escritorio, a las seis de la mañana, me hicieron sentir invencible (sí, muy de vez en cuando nos pasa a los traductores también).
La verdad es que no puedo evitar posponer esta elección, yo, que por trabajo voy eligiendo y descartando frases y palabras todo el tiempo: porque tuve la suerte de traducir sólo dos obras de Rodrigo Fresán, y sin lugar a dudas son lo más absurdamente difícil y lo más increíblemente divertido que he hecho. Un libro es muchas cosas, entre otras es algo que te cambia la vida. Y si cada traducción cambia tu manera de leer, tus hábitos, tus tics y tus preocupaciones, el encuentro con Fresán lo cambió todo.
Y claro, él mismo lo dice en La parte inventada, uno de esos libros llenos de oraciones deslumbrantes, “uno de esos libros que, con el paso veloz del tiempo, con el correr del tiempo, de entrada, te imponen el peaje de aprenderlo todo de nuevo: un flamante juego de reglas y […] una respiración propia cuyo ritmo hay que asimilar y seguir si lo que se quiere es arribar a la orilla de la última página”.