En el año 2016 sale al mercado la primera edición de Nefando, segunda novela de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda. Durante este año 2023 está viendo la luz su quinta edición, así como la octava de su tercera novela, Mandíbula, de 2018, ambas de la mano de la editorial catalana Candaya. La energía arrolladora de estas y las demás obras de la guayaquileña hoy radicada en España es inagotable. De Mónica y su trabajo se desprenden algunas aristas de análisis e interpretación que siguen las marcas del terror, el thriller psicológico, la inmersión del mundo digital en la literatura, la conversión de lo poético en la prosa, y viceversa; y más recientemente, el ámbito del gótico andino. Tuvimos la oportunidad de conversar con ella sobre la intersección de estos temas en su obra y su consideración personal de estos aspectos en su escritura.
Andrea Armijos Echeverría: En tu obra conviven la realidad, junto a la imposibilidad, lo inverosímil, lo tétrico, lo mundano. Podría decirse que hay una rutina de lo extraordinario en tu escritura. ¿Ha sido este uso paralelo de ambientes y rasgos una decisión para caracterizar tu narrativa, o algo que surgió en tu proceso creativo?
Mónica Ojeda: Yo creo que es mi escritura la que toma las decisiones, no yo. La escritura es siempre una especie de desviación de lo que uno elige o cree elegir. O al menos así me pasa: cuando tomo decisiones muy rara vez estas se mantienen durante la escritura, como si ese otro lenguaje en crecimiento tuviera deseos por encima de mi intento de controlarlo. Así que mi respuesta es que sí, es algo que sale en el proceso creativo. Pienso que es de este modo que funciona una mente: cabalgando entre lo real y lo simbólico, lo verosímil y lo inverosímil, lo moderno y lo mítico, la luz y la oscuridad, etc.
A.A.E.: Estamos celebrando la octava edición de Mandíbula, y la quinta de Nefando, ahora mismo. Novelas que trastocan las nociones de lo perverso, del terror, de lo asombroso, pero que siguen siendo sumamente reales. ¿Cómo crees que va cambiando la recepción de estas historias con el tiempo?
M.O.: Me da mucha alegría que sean libros que aún estén vivos pese al paso del tiempo (Nefando salió en el 2016; Mandíbula en el 2018). Alegría y extrañeza, porque conforme pasan los años me siento cada vez más distante de ellos. No porque no los reconozca como míos, sino porque para mí fueron una pasión viva mientras los escribía y esa pasión empezó a morir en el momento en el que les puse el punto final. Cuando tengo que hablar de ellos, hablo como se habla de una obsesión pasada, es decir, que ya no obsesiona, o de un fuego que se apagó, pero que se recuerda con asombro. Sin embargo, están vivos, ya no para mí, sino para otros. Es como si les hubiera pasado el fuego y la obsesión a personas que ni siquiera conozco. Eso es bello. Muchas cosas han pasado en estos años que han generado un escenario propicio para que mis novelas puedan seguir siendo leídas. Una de ellas es que, al menos en los países en los que se habla español, ha habido un renovado interés por los libros que trabajan con el miedo, la violencia, el terror y lo fantástico, pero desde visiones distintas a las anglosajonas, desde tradiciones disímiles. Yo, por ejemplo, nunca me consideré una escritora de terror, pero ahora se piensa el género desde una mirada mucho más abierta, mucho más híbrida, y desde esta nueva perspectiva entendí que sí: que mis libros trabajan con el miedo y con el deseo y con la violencia, y aunque lo hacen de una forma muy distinta a la del terror clásico, caben perfectamente en la experiencia del miedo. Porque, ¿qué son la violencia, el tabú y el deseo sino los lugares preferidos del miedo?
A.A.E.: La violencia es un eje de tu narrativa, especialmente la violencia corporalizada. ¿Por qué es tan relevante este tema en tu obra?
M.O.: No existe una violencia sin cuerpo: es el cuerpo el que es violentado. Incluso si el daño es psicológico, esa psicología está contenida en un cuerpo que la manifiesta y que recibe el golpe. Ese cuerpo se contrae, se duele y se conduele. Mi escritura sale del miedo y del deseo, y escribo porque intento entender de qué forma estos dos conceptos se relacionan. Es una cuestión existencial. Me da la impresión de que no se puede hacer ningún tipo de arte sin una conciencia física de lo frágiles, bellos y espeluznantes que somos. La creación sale de ese enorme contraste que nunca acaba de dilucidarse del todo. Raúl Zurita, que es un poeta al que admiro profundamente, dice que todo arte es un acto de resurrección. Cada vez que sufrimos morimos un poco, dice, y así estamos muriendo múltiples veces a lo largo de nuestras vidas, pero resucitamos a través de un poema, una canción o una pintura. Si mañana la poesía muriese, dice Zurita, nosotros moriríamos con ella. Lo humano moriría. También me interesa la violencia como la pensaba Simone Weil, como fuerza. Las emociones violentas siempre han sido un lugar misterioso para mí, esas emociones y/o sensaciones que sacan de ti partes desconocidas y que ni imaginabas que tenías. Es la pasión de la violencia lo que me llama con todo su placer y su dolor.
A.A.E.: ¿Cómo surgió tu interés por contextualizar tus historias en el entorno místico andino de Las voladoras? ¿Cómo caracterizarías el concepto del “gótico andino” desde tu propia obra?
M.O.: Los volcanes de mi país siempre me han generado una sensación de deslumbramiento y de terror. Ecuador está lleno de volcanes, la gran mayoría en la Cordillera de los Andes, y en ese sentido se han convertido para mí en lugares de fascinación. Mucho antes de que entendiera que me interesan los símbolos, los volcanes ya estaban encarnados en mí (los volcanes y los cocodrilos). Así que los Andes, de una u otra forma, han estado en mi mente como un paisaje bello y feroz, con sus terremotos y sus erupciones y sus montañas nevadas. Lo mismo me pasa con otros muchos paisajes de Ecuador, me ocurre con la costa y su mar y sus manglares y sus cocodrilos y ballenas jorobadas, con la Amazonía y su selva y sus cuevas neolíticas. Cualquier paisaje que guarde dentro de sí la tensión entre la vida y la muerte me atrae a un nivel simbólico y poético. Tenía muchas ganas de escribir un libro de cuentos en donde los símbolos andinos fueran fundamentales: el cóndor, la montaña, los volcanes, el chamanismo y la brujería. Pero quería que las historias fueran rabiosamente contemporáneas y contaran las vidas de ciertas personas que pese a estar en situaciones hostiles, encuentran la manera de sobrevivir. Yo no creo que mi obra completa pueda entenderse bajo la etiqueta de “gótico andino”, pero sí es cierto que escribí Las voladoras pensando en explorar qué era para mí el “gótico andino”, y concluí que se trata de una escritura de la experiencia del miedo con toda la imaginería característica de los Andes, sus símbolos, sus mitos, su historia. Cada espacio geográfico tiene sus propios terrores: el miedo es geográfico, político, histórico. El gótico andino sería, entonces, una apuesta por pensar el miedo desde una geografía específica, en este caso la cordillera.
A.A.E.: La poesía es otro núcleo de tu obra. Se puede decir que la poesía dentro de tus narrativas trastocan la forma, junto a muchos otros formatos que incorporas. ¿Cómo describirías el alcance de la poesía en toda tu obra?
M.O.: La poesía es tan libre y tan rebelde que le importan muy poco los géneros y se mete en donde sea cuando le da la gana. Con esto quiero decir que no creo en las delimitaciones formales de la escritura y me interesa muy poco una prosa que no sea consciente de que uno nunca está “solo contando” una historia, sino formándola. La poesía es una experiencia del lenguaje, por eso excede al poema y a cualquier formato. Allí donde hay palabra puede haber experiencia poética. Sabemos bien que la forma es el contenido y que el contenido es la forma; no hay separación posible sin mutilación. En el fondo escribo buscando desesperadamente una experiencia poética. Jamás es una cuestión de contar una historia, sino de vivir su experiencia en el lenguaje.
A.A.E.: Claro que están tus dos poemarios, El ciclo de las piedras e Historia de la leche. En este último, es maravilloso cómo generas una trama coagulante entre poemas. ¿Fue este libro concebido primero como esa historia, esa trama, o los poemas fueron armando esa historia de a poco?
M.O.: Empecé a escribirlo pensando en la triada madre-hija-hermana, en cómo imaginar la historia de Caín y Abel con mujeres y volverla una especie de tragedia griega. Es un cuento de asesinato familiar, exilio y venganza: esa es la historia de la leche. Siempre sentí que el pulso para escribir esto era el del poema, así que empecé a escribir poemas como si contara con ellos la historia de Caína, Mabel y su madre.
A.A.E.: Desde tu inclusión en la lista Bogotá 39, y los múltiples premios que tus obras han recibido, ¿cómo te sientes frente a estos reconocimientos?, ¿qué significan para ti como autora y, a la vez, como representante de una literatura emergente?
M.O.: Me pone contenta que esas listas y premios le hayan dado aliento a mis libros y hayan hecho que nuevos lectores se acerquen a ellos. Eso es lo único que importa: los libros.
A.A.E.: Habiendo publicado varias primeras ediciones fuera del Ecuador, ¿cómo analizas la situación de la industria editorial del país? Especialmente, como escritora joven, ¿qué posibilidades realistas hay de publicación?
M.O.: Ahora mismo en Ecuador hay editoriales independientes muy interesantes como Severo Editorial o Recodo Press o Festina Lente o Cadáver Exquisito Editores o Fondo de Animal Editores o Editorial Turbina, etc. Es en el escenario de la edición independiente donde hay que poner el foco de atención: ese es el espacio de resistencia. En Ecuador no hay tal cosa como una industria editorial, tampoco hay un sistema de bibliotecas grande y amplio que funcione en todas las localidades. Las personas que editan allí lo hacen porque aman la literatura y adoran editar, pero con recursos escasísimos. Es admirable, no tiene nada que ver con lo que sucede en países ricos como España. Hay algo de heroicidad en lo que ocurre en Ecuador. Muchas autoras y autores tremendos publican en editoriales como las que mencioné. Yo misma he publicado Historia de la leche en Severo Editorial y mi primera novela, La desfiguración Silva, en Cadáver Exquisito.