La poesía de Mikeas Sánchez (1980) ofrece el aliento lírico de la fuerza telúrica, especialmente el libro de poesía Mojk’jäyä / Mokaya, palabra que significa “la flor del maíz” como reza uno de sus versos. Sus poemas, poblados de entidades extraordinarias, de voces femeninas y masculinas, recrean el canto y la plegaria por los patrones rítmicos que encontramos en algunos textos inspirados en las danzas de Chapultenango, Chiapas, su lugar natal. Sus versos son puentes para comunicarse con el cielo, el agua y con figuras sagradas: Sawabät (Señor del Viento), Mä `ä bät (Señor del Rayo), Tujbät (Señor de la Lluvia), por mencionar algunas. Su escritura bilingüe concede la posibilidad de asomarse al universo lingüístico zoque, lengua que proviene de la cultura olmeca, la civilización de mayor antigüedad en México, por lo que la poesía de Mikeas Sánchez es un camino, de valor inestimable, para conocer un poco del zoque y de su empalme con el español. Mikeas Sánchez tiene un nombre destacado en la literatura mexicana; es narradora, poeta, autora de los libros de poesía: Maka mujsi tumä jama / Y sabrás un día (2006), Äj’ ngujkomo / Desde mi médula (2011), Mumure’ tä’ yäjktambä / Todos somos cimarrones (2012), Kobikyajubä’jaye / Selección poética (2013), Mojk’jäyä / Mokaya (2013) y Jujtzye tä wäpä tzamapänh’ajä / Cómo ser un buen salvaje (2019). En estos dos últimos poemarios encontramos la referencia a su abuelo, Simón Sánchez, quien fue chamán, músico y danzante. Estemos atentos de las facetas literarias de Mikeas.
Krishna Naranjo Zavala: Mikeas, en tu libro de poesía Mojk’jäyä / Mokaya se menciona constantemente la tierra, la oración a la tierra, la siembra. ¿Lo planteaste con este sentido?
Mikeas Sánchez: Sí, lo pensé de esa manera, como un poemario que pudiera conectarme con la naturaleza, con lo ancestral, con las prácticas comunitarias que han estado muy relegadas. Yo soy hija de campesinos y he vivido toda mi infancia recordando esos pasajes de cómo el trabajo del campesino —el trabajo de la tierra— ha sido un trabajo muy difícil, muy de esfuerzo físico; pero, por otro lado, lo que da, el producto de la tierra, ha tenido poco valor… se desconoce lo que implica el trabajo físico y la parte espiritual que conlleva el simple hecho de poner la semilla en la tierra.
También quería honrar el trabajo de mis abuelos, de mi papá, que han sido campesinos y en algún momento de sus vidas fueron felices haciendo su trabajo hasta que entró el sistema capitalista. En las comunidades y en esos trabajos empezaron a ser como los trabajos de la gente pobre, los trabajos que hace la gente que no estudió, ese trabajo que no vale porque no tiene un sentido, digamos, que te permita adquirir productos. En fin, el trabajo del campo es más de autoconsumo, no te permite generar economía, dinero, pero sí un sustento, una vida sana, saludable. Entonces quería eso, plantear ese conocimiento que se hace a nivel comunitario y que no tiene ese sentido para la gente que, a lo mejor, ve un kilo de tortillas y no sabe de dónde llega ese kilo de tortillas.
K.N.Z.: Mencionas prácticas comunitarias y pienso en el poema “Kujkiki”, que plantea un ritmo en su enunciación. Como lectora, te vas a la nota al pie y te das cuenta que su sentido es intraducible en tanto dice “palabra sagrada del sembrador”. ¿Existe una práctica comunitaria que detonó el poema?
M.S.: ¡Ah, claro! Mira, tiene que ver con una danza que se hace el dos de febrero, la danza del sembrador. Antes de las fiestas de la siembra se hacen estas danzas en Chapultenango. Todo se tuvo que adaptar a las festividades católicas y esa danza se adaptó para el dos de febrero que es el día de la Candelaria, pero no se hace nada con la Candelaria, no sale su imagen, no hay nada; está como metida la danza. Se hace frente a la iglesia y en las calles del pueblo. Es de las danzas más ancestrales que tenemos en la comunidad y que aglomera a toda la gente. Se sabe que después de esa danza la gente va a sembrar.
K.N.Z.: ¿Has leído ese poema en la comunidad?
M.S.: No, yo no he leído mucha poesía en la comunidad… hacemos otras actividades comunitarias de información y demás.
K.N.Z.: Retomando el poema anterior, la palabra “Kujkiki” marca el ritmo del poema que es un reflejo de una práctica ritual. ¿Es así?
M.S.: Sí, de hecho es intencional, pero también es el ritmo mismo, como en la oración, en la intervención que el danzante principal —que es el sembrador— tiene en la danza. Yo intento recuperar eso que se hace en la comunidad cada año, pero no hay una conciencia de lo que eso significa. Pienso mucho en la violencia que vivieron nuestros pueblos al tener que eliminar sus prácticas rituales, comunitarias; tuvieron que ser muy creativos para poder insertarlo en la religión católica y en las danzas. Esta danza tiene la particularidad de que el sembrador no sólo es un danzante, es un actor que habla mientras está simulando la siembra, está simulando hacer la milpa, cuidar su milpa, sembrando no sólo maíz sino diferentes productos: calabaza, chayote, yuca; todo lo que era la comunidad, él lo siembra y en cada cosita que va poniendo en la tierra él va diciendo algo.
Es gracioso para la gente que lo escucha, pero tiene un sentido filosófico. Por supuesto, no hay una conciencia de eso, porque la gente se ríe, él tiene la cualidad de, con la lengua materna, hacer uso de lo gracioso de una manera muy ingeniosa. Entonces al hacerlo de esa manera está creando una forma de entretenimiento, de espectáculo, llega la gente de fuera a ver la danza. Pero no, el hombre lo está actuando, es una enseñanza antigua que tiene.
K.N.Z.: Sobre los términos que no presentan traducción como “Nasakobajk”, “ore `pät”, “ore `yomo”, ¿hay una intención, quizás, de proponer un acercamiento lingüístico?
M.S.: Sí, de forzar al lector, aunque tenga que leerlo dos o tres veces porque seguramente no lo va entender a la primera, pero tiene la opción de verlo en la nota al pie o en el glosario. Tampoco pienso en buscar una traducción porque no la hay, no la encontraría en español, porque en español este tipo de prácticas no tienen ese sentido. Podría hacer en la traducción una cosa explicativa, pero se pierde el ritmo y prefiero que el lector averigüe como pueda.
K.N.Z.: También en tu poemario aparecen entidades sagradas como Nasakobajk. En tu familia, en tu comunidad, ¿sí existe esta visión sobre Nasakobajk, por ejemplo, o tuviste que hacer una labor de investigación y recuperación de la tradición?
M.S.: Sí existe, pero yo no había tenido esa conciencia de hacer ese tipo de recuperación que me permitiera entender que eso tiene un sentido mucho más antiguo. Por ejemplo, en el caso de Nasakobajk, que es madre tierra, mi mamá, a pesar de que hay un catolicismo muy marcado en la comunidad, cuando íbamos a un lugar nuevo, extraño, nos decía que había que arrodillarse y pedir permiso a Nasakobajk de que vas a vivir ahí. Cuando íbamos al monte era igual e incluso cuando pasaba algo, algo que alguien te hacía, ella decía que llorarle a Nasakobajk era muy fuerte porque todos caminan en la tierra; entonces nadie puede estar arriba de otro, todos finalmente vamos a regresar a la tierra; la tierra tiene una presencia muy importante en nuestras vidas. Si vas a llorarle a alguien, no puedes llorarle a una cruz o a una imagen, pero si le lloras a la tierra eso es muy fuerte porque la tierra tiene vida propia, somos parte de esa tierra. Entonces son cosas que se hacen todo el tiempo, pero no hay conciencia del porqué.
K.N.Z.: ¿Qué poetas te gusta leer?, ¿cómo ves el panorama de la poesía escrita en lenguas originarias sobre todo por mujeres?
M.S.: Leo mucha novela, me gusta mucho ese género de la novela porque nuestra tradición literaria es más de la narrativa. Desde la narrativa yo me crié escuchando historias orales…
K.N.Z.: Se nota en tu poesía narrativa.
M.S.: Me gusta mucho contar historias porque desde la tradición oral era contar historias, pero los primeros que las contaban tenían esa habilidad que no todos tienen: de atrapar a la gente desde que oyes una palabra y te tienen ahí, y hasta, no sé, te da ansiedad porque continúe, no te duermes. Saben hilar el pensamiento y el lenguaje que te atrapa y te tiene ahí… entonces, a mí me gusta contar historias. En la poesía intento contar una historia que permita crear una imagen; que la imaginación pueda generar un personaje.
Están produciendo mucho las mujeres en poesía y en narrativa. Creo que cada una tiene una particularidad cultural que es interesante conocer y que las nuevas generaciones puedan tener esos referentes de mujeres que están escribiendo, que se atreven a romper esas barreras culturales y familiares que tenemos las mujeres; siempre es más complicado, no es lo mismo ser mujer que escribe que ser un hombre que escribe. Pasa también en el ámbito laboral, que mujeres que trabajan de profesoras, de abogadas, de ingenieras, regresan a sus casas, y tienen que hacer una doble labor.
K.N.Z.: “Nereyda’is myabaxäyu nwyt New’York” / “Nereida se soñó en New York” es un poema con eco narrativo y toca el tema de la ciudad, la migración, el imperio Tzitzun, la experiencia de Nereyda, así como la pérdida del idioma zoque. ¿Qué dices de este poema, esta otra vertiente tuya de la escritura que implica un reclamo social?
M.S.: Pasa que, en las comunidades indígenas, incluyendo la mía, hay mucha migración. Se trata de un “sueño”, también americano, justamente por no valorar lo que tenemos en la comunidad que es el campo, porque es lo que tenemos: el campo productivo, el campo que nos da para comer bien, alimentarnos bien. Pero está esta otra parte de querer tener. Ese tener con el ser se pelean mucho, la gente de nuestra comunidad quiere tener: quiere tener una gran casa, quiere tener un gran coche, quiere tener una cuenta en el banco, ropa de moda, ir a los restaurantes, al cine; quiere tener porque es lo que el medio nos está pidiendo, nos están diciendo, desde la escuela, que hay que ser alguien. Esta lucha se manifiesta también en mucha infelicidad. Mucha infelicidad que lamentablemente sólo lo puedes entender ya cuando tienes una madurez emocional y a veces eso llega muy tarde, cuando ya las cosas están muy difíciles, cuando abandonaste ya a tus hijos por muchos años, cuando tuviste que pasar tantas precariedades porque en el norte la gente sufre también, sufre violencia, no viven como viven en México que libremente pueden ir a donde quieran. Todo eso es también una forma de violencia.
Escribir este tipo de poemas me permite reflejar personajes; un personaje, de tantos que hay, que ha tenido este sueño de tener y no ha podido ni siquiera llegar, pero también es justo porque hay muchas carencias en la comunidad, cosas que se han visto como carencias pero que en el fondo no lo son tanto, pero que, uno, al vivir en un contexto que te está diciendo que tienes que tener eso, también te sientes como carente de algo y entonces buscas eso y a veces lo que te encuentras es muerte. Es tristeza, es depresión, es desolación y abandono de la gente que quieres, unas cosas por otras.
K.N.Z.: “Cómo ser un buen salvaje” creo es una reflexión sobre la cuestión indígena ¿Es así? Hay una discusión en torno a la literatura indígena, a esa etiqueta.
M.S.: Recuerdo a José Antonio Reyes Matamoros, él era uno de los precursores de la escritura en esa zona de Los Altos de Chiapas. Yo soy de la zona norte, entonces, cuando yo vine a un diplomado con él, siempre tuve como una pequeña fricción porque yo ya estaba formada en la literatura. Yo no venía a aprender a escribir, yo quería aprender otras cosas. Él siempre fue como el maestro de ellos y entonces él tenía una línea, que los escritores debían escribir sobre la naturaleza, sobre el campo, sobre la vida, sobre la cosmogonía. Y yo en ese momento no escribía sobre eso porque a mí no me nacía y no quería forzar mi escritura hacia algo que no quería, era como un poco deshonesto, nada ético hacerlo. Y curiosamente ahora lo hago, pero porque me gusta, porque lo siento, porque pienso que puedo aportar un poquito a todo esto que está pasando en el mundo y lo hago sin presiones. No era el momento cuando empezaron esos talleres.
K.N.Z.: Creo que tus poemas son para contarse, para transmitir situaciones fuertes como el de “Nereyda se soñó en New York” con todo el fenómeno de la migración que estamos viendo y viviendo. Creo que eres una poeta que ha logrado comunicar mucho.
M.S.: Sí, qué bueno, qué bueno porque además soy de las primeras que escribe. Creo que soy un referente importante en la comunidad para otras generaciones y a mí me gusta que llegue gente nueva y se me acerque. Tienen esta curiosidad porque nosotros estamos en zona norte. Hemos sido de los más olvidados, como que no somos de Chiapas, tampoco somos de Tabasco, entonces estamos más rezagados.
K.N.Z.: Además que tu lengua no es maya, viene de otra familia lingüística.
M.S.: Es zoque, entonces nos consideran muy poco y dentro de las comunidades también hay gente que violenta a los propios indígenas. Todo eso se ha vivido de manera fuerte y se refleja en cómo la producción literaria es mínima, escasa, pero sí hay gente que lo está haciendo.
K.N.Z.: ¡Muchas gracias, Mikeas!