Como muchos de los lectores de Juan Gabriel Vásquez, comencé con El ruido de las cosas al caer, obra que le permitió obtener el Premio Alfaguara de Novela en 2011 y un camino más despejado para la notoriedad internacional. Conocí personalmente al escritor bogotano en la Librería Oromo de Cali, Colombia, el 5 de octubre de 2022, durante un conversatorio con el autor caleño Julián Chang. Ese día anunció, con mesura y sencillez que pronto publicaría su primer poemario. Tres meses después Visor Libros Colombia editaría Cuaderno de septiembre, en su ya acostumbrada colección de tapas negras, con un prólogo del poeta español Luis García Montero. A finales de ese mismo mes de octubre concertamos una entrevista en torno al tejido de su poemario, sus vínculos con la tradición poética de su país y las conexiones literarias con su ya amplia obra narrativa.
Néstor Mendoza: Me interesa mucho el recorrido que han tenido algunos escritores colombianos. Me refiero al oficio de escritura que no discrimina entre géneros, y que con igual soltura ejercitan la narrativa y la poesía. Algunos, por ejemplo, el paradigmático caso de Álvaro Mutis, van de la poesía a la narrativa, en una transición que nunca es forzada sino más bien un paso natural; es el mismo caso que veo en otros escritores actuales de tu país, tales como William Ospina, Piedad Bonnett y Pablo Montoya. En la literatura latinoamericana más reciente puedo recordar a Mónica Ojeda, a quien conocí primero como poeta y luego como narradora. Tu caso es, digamos, contrario: luego de una ya consolidada trayectoria, principalmente como novelista y también como cuentista y autor de prosa crítica y periodística, publicas tu primer poemario Cuaderno de septiembre. ¿Qué opinión tienes sobre este “fenómeno”, es decir, qué opinas sobre los autores o autoras que van de la poesía a la narrativa y viceversa?
Juan Gabriel Vásquez: Sí, a mí también me causan enorme curiosidad esos escritores anfibios. Entre los novelistas, por ejemplo, siempre me han atraído esos que le dan a la poesía una presencia importante en su prosa. Cervantes fue un poeta sin éxito, es cierto, pero el Quijote está lleno de poesías apócrifas que son maravillosas, y su comienzo son dos versos escritos en la métrica clásica de nuestra lengua: un octosílabo y un endecasílabo. “En un lugar de la mancha/ de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Flaubert no escribió poesía, pero trajo a la prosa de la novela la precisión y la música del verso. Uno de los estilistas más virtuosos de la lengua inglesa era Joyce, que escribió dos poemarios bellísimos.
Por otra parte, siento mucha alegría cuando veo a un poeta que se vuelve narrador. No sé qué hay allí: ¿deseo de libertad, de espacios abiertos? ¿De un contacto mayor con el paso del tiempo? Borges, por supuesto, fue primero poeta que cuentista, y se trajo al cuento el rigor formal de un soneto. También hay riesgos, desde luego: la “novela de poeta” es un género al que hay que tenerle mucho miedo, casi tanto como el que se le debe tener a los “poemas de novelista”. En todo caso, podemos también hablar de esos poetas que, en sus poemas, son grandes narradores: Dante es el padre de todos ellos. En Dante, la mirada para el detalle físico, la capacidad de capturar en una descripción la psicología de un personaje, son dignas de Chéjov.
N.M.: Me llama la atención que el “quiebre psíquico” de uno de tus personajes más complejos, Ricardo Laverde, se produzca en la Casa de Poesía Silva. Esto no es casualidad y de alguna manera lo vemos como una “precuela” no oficial de tu primer poemario. ¿Qué vínculos tienes con el malogrado poeta José Asunción Silva y con la tradición poética de tu país? ¿Qué poetas colombianos dialogan con Cuaderno de septiembre?
J.G.V.: La Casa de Poesía Silva, ese lugar fuera del espacio que hay en el centro de Bogotá, es muy importante en mi experiencia privada. A mis veinte años, cuando lo único que me interesaba era averiguar los misterios de la literatura, allí me escondía del aburrimiento mortal de mis clases de Derecho para escuchar a Mutis, a Carranza, a León de Greiff. Silva, que hasta esos momentos era un vago recuerdo del colegio, se convirtió en una compañía melancólica. Cuando escribía esa escena de El ruido de las cosas al caer, me pareció clarísimo que el narrador debía estar escuchando el “Nocturno” mientras Ricardo Laverde sufría ese “quiebre psíquico” del que hablas. Verlo como precuela de mi libro de poemas me parece interesante. Nunca lo hubiera pensado así, pero la poesía que hay en la novela –versos escondidos o aparentes que para mí son importantes– viene de esos años. ¿Qué poetas colombianos llegaron hasta mi libro? Es difícil decirlo, pero sí puedo aceptar con gusto que Mutis está presente.
N.M.: Hace poco releía un poema del autor español Luis Rosales, titulado “Oda del ansia”. En él, el poeta plantea un vínculo con la amada, justamente en versos medidos. ¿Cuál es tu relación con la tradición de nuestro idioma y la poesía española de principios del siglo XX?
J.G.V.: Los nombres que me vienen inmediatamente a la cabeza son Machado y Miguel Hernández. Recuerdo una visita que hice con Michael Ondaatje –gran poeta, por cierto– a la casa de Machado, y mi intento fallido por improvisar una traducción de los “Cantares”. Me di cuenta de que Machado, que parece tan simple, en realidad tiene construcciones intrincadísimas, y las palabras tan simples son intraducibles… Mi novela más reciente se llama Volver la vista atrás, y en inglés eso no funcionó, y hubo que llamarla Retrospective.
N.M.: La sección III de Cuaderno de septiembre está constituida, íntegramente, por sonetos (algunos en versos alejandrinos y otros en endecasílabos). ¿Hay algún motivo concreto, además de la unidad métrica elegida por ti?
J.G.V.: Esa sección es un libro dentro del libro: así comenzó todo. Fueron veinte poemas que escribí para mi esposa con momentos de nuestra biografía, y por eso la unidad formal que guardan los poemas. Le pedí permiso al Neruda de los Cien sonetos, y él me lo dio a regañadientes. Ya se está arrepintiendo. En todo caso, siempre me han gustado las restricciones formales de las formas fijas. Stravinski decía que la libertad total lo agobiaba. En cuanto se establecen reglas artificiales, nuestra creatividad despierta. Yo quería usar el soneto sin rima para explorar episodios de mi vida de pareja, anécdotas o recuerdos. Me resulta muy extraño que eso ahora se haya publicado, aunque espero que los lectores se apropien de mis recuerdos y proyecten sobre ellos sus propias vidas, que es lo que hacemos siempre con los poemas de los otros.
N.M.: He notado que, en no pocos poemas de Cuaderno de septiembre, hay un trato directo con otras lecturas y autores (en tus epígrafes, dentro del cuerpo o en el título de algunos textos, recreando alguna cita directa o indirecta). ¿Qué puedes decirnos de tus propios antecedentes poéticos?
J.G.V.: Déjame explicarlo de esta forma. A mis espaldas, mientras escribo, hay una antología de poesía hispanoamericana (dos tomos de Monte Ávila), dos de poesía española, dos de poesía en inglés (una, la de Michael Hulse y Simon Rae; otra, la de Seamus Heaney y Ted Hughes) y una de poesía francesa (la de André Gide). Hay las obras completas de Shakespeare, de César Vallejo, de Elizabeth Bishop. Alcanzo a ver Hojas de hierba, La tierra baldía, los Cantos de Leopardi, la Temporada en el infierno de Rimbaud. Emily Dickinson está ahí. Me gusta tener estos libros cerca porque recurro a ellos como los creyentes recurren a sus salmos o sus oraciones.
N.M.: Particularmente percibo un paisaje “post-apocalíptico” en algunos de tus poemas, por ejemplo, en “Cuando eso pase”, o en “Después del diagnóstico”, con ese “París tuberculoso”. Y lo que sorprende es la voluntad de la voz poética que sale a flote motivado por la destinataria, por la amada o la amante a quien va dirigida esta voluntad de seguir. Háblanos de los territorios elegidos por ti en Cuaderno de septiembre, háblanos de tu destinataria (o tus destinatarias). ¿Tus paisajes se deben sólo a un “horror imaginario”, como tú mismo expresas en un verso del poema “Prosa del preocupado”? ¿Tus destinatarias sintetizan los amores reales o literarios de Juan Gabriel Vásquez?
J.G.V.: Mi destinataria es a la vez mi pareja de los últimos 28 años y una mujer abstracta que es todas las mujeres, igual que la voz de los poemas soy yo y al mismo tiempo un hombre abstracto que es todos los hombres. Eso es lo bello de la poesía: nadie sabe cómo lo hace, pero convierte lo íntimo en lenguaje universal. Lo que busqué con Cuaderno de septiembre fue una meditación sobre la pareja como lugar, o como espacio desde el cual se ve el mundo. Una relación larga es un promontorio desde el cual vemos el mundo político, la historia colectiva, la vida social, igual que vemos nuestra propia intimidad –las enfermedades, los accidentes, las insatisfacciones, las pequeñas felicidades, los hijos– y la fijamos para entenderla.
N.M.: Un gran amigo mío me decía que los buenos poemas inician como las buenas novelas o los buenos relatos. Él veía en todo buen inicio de poema, un buen inicio de una obra narrativa. Es lo que descubro, especialmente, en “Cruces blancas”, uno de los textos más notables y despojados de tu libro: la primera estrofa es autosuficiente y anticipa una atmósfera que veremos en el resto del poema. Del mismo modo sucede en la primera estrofa de “Prosa de las avenidas”. ¿Qué piensas de los inicios de un buen texto, un inicio que sea útil para un poema o para una posible novela?
J.G.V.: Me gustan las cualidades narrativas de un poema: cuando pienso en grandes comienzos, me vienen a la memoria efectos narrativos. “April is the cruellest month”. Inmediatamente nos hacemos preguntas narrativas: ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Quién habla? Nel mezzo del cammin di nostra vita/ me ritrovai per una selva oscura. Yo quiero saber más. O el comienzo de Las flores del mal, con el nacimiento del poeta y su madre espantada, igual que nacían los personajes de Rabelais o de Laurence Sterne, o casi Dickens, si me apuras.
N.M.: Tu poema “Reflejos” me remite a la música, al bolero. El tema que planteas, y también la cadencia y el énfasis, se acerca a un anhelo amoroso, y en algunos casos no correspondido totalmente. “Escrito en el cuerpo” lo vinculo con el rock latinoamericano; y en la última parte del libro mencionas que el poema “…es la música secreta de los amores y las anarquías” ¿Qué opinas sobre esto?
J.G.V.: Es verdad: hay poemas aquí, o por lo menos versos, que beben de la música popular. Una vez, hace unos años, mi amigo Fonseca se atrevió a escribir una canción conmigo. Fue un ejercicio maravilloso, él luchando por los derechos de la música popular y yo por los de la poesía, y los dos encontrando virtudes en el otro. Yo aprendí que una canción de música pop no puede ser un poema: busca otro lenguaje, una emoción más directa. Pues bien, en Cuaderno de septiembre hay poemas que quieren acercarse a la emoción directa. La poesía se portó con terquedad y nunca logré hacerlo por completo, pero quedaron rastros. Cuando dices que alguno de los poemas te remitió al bolero, me doy por bien servido. La música en todo caso es importante para mí: un poema evoca una canción de Pink Floyd; algún verso, a mi admirado Joaquín Sabina, que además tuvo el gesto cariñoso de hacer la tapa del libro.
N.M.: Tu libro tiene 5 partes: dos partes anteceden y dos partes van luego de la sección III, la que da título a Cuaderno de septiembre. Es como una especie de nuez, una sección que está protegida por dos pliegues a ambos lados. ¿Qué puedes decirnos de esta estructura? ¿Hay alguna superstición al respecto?
J.G.V.: Hay un afán de simetría, y me alegra enormemente que lo notes. La nuez es la nuez, es la nuez, como hubiera dicho Gertrude Stein. Los poemas de las partes II y IV dialogan entre sí; lo mismo hacen los poemas de I y V, que tienen función de prólogo y epílogo respectivamente. Por eso me gustaría que el libro se leyera en orden. Pero eso ya es pedir demasiado a la paciencia del lector.
N.M.: ¿Qué hay después de Cuaderno de septiembre? ¿Tienes otros poemarios inéditos? Con toda seguridad, tus lectores van a esperar otros poemarios en años venideros.
J.G.V.: Pues les agradecería si este libro les hiciera esperar otros, pero yo no los veo en el horizonte. Éste nació de circunstancias privadas muy específicas, y sólo se publicó después de una serie de azares (y presiones de algunos amigos que quiero y cuya opinión respeto). En cierto sentido, su publicación es un acto impúdico, algo a lo cual, en principio, soy poco dado. Pero seguiré leyendo poesía, y me hará muy feliz que este libro sea leído por algún lector o lectora, y que encuentren en él alguna revelación, pequeña o grande, sobre una esquina de su vida de pareja.