El agua viene de noche
“Dentro de la fragua, el niño
tiene los ojos cerrados”
Federico García Lorca
Fue eso: la lluvia. El sueño no vino de adentro. Una gota en la ventana. Otra más. Una montaña de barro podrido. Un perro muerto, botellas, un charco verde. La basura le invadía la habitación. Abrió los ojos y se sentó en la cama. El olor era insoportable. Corrió el vidrio empañado para dejar que entrara un poco de aire; pero sólo se metieron el frío y la humedad de la mañana, y más olor. Vio que detrás de las montañas el sol se derramaba sobre el barrio: las calles negras de la noche seguían negras de basura.
Hijo levantate, vení a tomar el té. Era la rutina de la mamá lanzar un par de gritos en la mañana. Levantate, no me hagás rabiar, dale apurate. Salió de la cama: los jeans nuevos, una remera, un pullover, el guardapolvo, dónde estarían los zapatos, debajo de la cama. Te estás levantando, dale que vamos a llegar tarde. Los agarró con la mano y bajó descalzo. Con la mochila en el hombro y la campera puesta, su hermana Ángeles estaba al teléfono. Escuchame, llamá a los chicos y movamos la charla para hoy, sí acá en mi casa les va a quedar mejor a todos, sí adelantémosla, pasó lo que les dije, acá también las calles se llenaron de mierda, dale, haceme la gauchada que me voy a la facu, no me da el tiempo boludo, meta, a las siete, listo quedamos así.
Todas las ventanas seguían cerradas. La mamá prácticamente ya no las abría. Entonces, se podía sentir el olor intenso de las tortitas en la cocina, el comedor e incluso en el salón que daba a la calle. Qué dicha qué jolgorio levantarse con la taza de té caliente y las tortitas en la panera, desprenderse de la cerámica fría, quedarse suspendido sobre la silla, bebiendo, sopando el pan, mirando de frente en la ventana de la cocina los álamos moverse con el viento de la mañana. Apurate que vas a llegar tarde, tenemos que salir, tomate el té y no te olvidés los cuadernos, pero ponete los zapatos qué hacés descalzo te vas a enfermar, qué chinito que no hace caso, vieja me voy a la facu, chau monito no comás tanto que te va a doler la panza, saludá a tu hermana, chau Ángeles, nena llevate la bufanda que va a correr viento, tené cuidado, y vos apurate dale. La mamá le puso la campera, los zapatos y salieron sin levantar la mesa.
Caminaban con prisa, lo que hacía inevitable arrastrar el barro hasta mancharse el pantalón. Atilio miraba cómo el paisaje había cambiado durante la noche: unos perros hurgando entre las bolsas apiñadas en la esquina, cajas y botellas de plástico desparramadas por la calle y montículos de barro podrido, una rata, y otra; y eso; era otra rata la que pasó por ahí. Los paneles que rodeaban la plaza en construcción se habían movido con la lluvia y dejaban ver las montañas de arena casi diluidas por el agua. Qué mugre, tené cuidado, ay señora puede creer qué asquerosidad todo esto. Una mujer se acercó trayendo a su hijita de la mano. Ahora me voy a tener que pasar toda la mañana limpiando la vereda y con esta baranda, a mí la nena se me enfermó la otra vez, ay qué le pasó, me descuidé y metió la mano en el barro para sacar una muñeca de las flacas, la tuve que llevar al médico y todo, qué macana, ya le dije que si no me hace caso la voy a dejar ahí para que le pongan inyecciones todo el día por malcriada, qué terrible.
Apuraron el paso. Ves lo que te digo ves que tenés que hacer caso si no te vas a agarrar algo y quién te dice que no tenga cura me tenés que hacer caso entendiste, mamá, qué, de dónde viene la basura porque tiene que venir de algún lado, no sé, debe estar escondida para que salga afuera, se cavan pozos o se tira al mar, deben ser pozos grandes huecos grandes debe haber mucha basura vieja que se mezcla con la nueva porque la basura no se va así de rápido y sale toda junta la vieja y la nueva, ay qué estás diciendo, quién sabe cuándo se usó esa botella que está allá o la muñeca que levantó la nena, mamá, qué cosa, pero por qué, por qué hay tanta, no sé hijo, donde hay gente hay basura.
***
A ver chicos los que tengan los zapatos embarrados sáquenselos y los ponen al lado de la puerta en el pasillo, en el recreo los van a limpiar al baño, pero seño hace frío, es para que no ensuciemos el aula, vamos se apuran, Atilio vení, escuchame, corré tus cosas y hacele un lugar al compañerito, chicos, a ver por favor a ver silencio, chicos, ya está, bueno siéntense, bueno les presento a Iván, va a ser su compañerito nuevo, así que le van a mostrar la escuela, lo van a ayudar, me escucharon, sí o no, me escucharon, bueno andá, sentate ahí. Atilio vio que Iván no traía nada con él, ni una mochila ni un cuaderno. Tenía el guardapolvo sucio, las medias hechas jirones y olía mal. Quizás peor que el barro podrido. Pudo notar que tenía la frente arrugada, los ojos hinchados con un arco negro en cada uno y la piel seca y polvorienta en las mejillas y el cuello. Cuando la maestra comenzó a dibujar un mapa en la pizarra, Atilio arrancó una hoja de su propio cuaderno y se la dio con un lápiz para que escribiera.
Te presto acá tenés vos jugás a las figuritas sí tenés no yo tengo tengo muchas si querés te presto en el recreo jugamos también podemos jugar en mi casa en la vereda vení a la tarde mi mamá nos va a dar té con facturas y tortitas vos dónde vivís con quién vivís con mi mamá y tu papá no sé cómo no sabés viene a veces no sé y dónde vivís en el otro barrio al otro lado de la calle donde pasa el micro conocés no nunca fui hay mucha basura más que acá sí y vos sabés de dónde viene de este barrio viene y por qué te cambiaste de escuela me sacaron de la otra escuela por qué me peleé me agarré a las piñas porque se rieron de mis zapatillas me dijeron maricón chupapijas me hicieron enojar y me agarré a las piñas no lo hice antes eran mis amigos no me agarraba a las piñas con ellos pero me hicieron enojar esa vez porque hablaron mal de mi mamá qué dijeron no te voy a decir yo pensé que eran mis amigos yo tampoco me peleo nunca me peleé me lo guardé no le dije a nadie pero después no me aguanté y los hice cagar ellos también me pegaron pero no me dolió yo nunca me agarré a las piñas con nadie cuando los grandes me preguntaron no dije nada no le conté a nadie ni a la directora por qué porque es cosa mía dejé que mi mamá me retara y me pegara lloró cuando me pegó mejor que me hayan cambiado de escuela mejor ya no quería ir más mejor así fue un ejercicio que te peguen dejarte pegar pegarle a los otros un ejercicio sí hacerte grande la carne dura arrugarte endurecerte con las piñas si hace falta un ejercicio sí para que no te duela ni que te peguen ni encajarle una trompada a los otros no sentir no sentir no sentir más quedátelo qué cosa el lápiz quedátelo mañana te traigo una lapicera que tiene muchos colores ésa que se le cambia las puntas.
Esa noche Atilio se fue a su pieza más temprano. Quería ver si desde allá arriba también se divisaba el otro barrio, Iván, la basura. Dijo buenas noches y subió hasta el tercer piso de la casa. Ya habían colocado la cerámica en el salón, porque la vieja era muy oscura; ya habían terminado de arreglar el baño de arriba, nuevo inodoro; y cuando llegara el verano iban a poner un aire en el comedor, bien grande para que todo el piso de abajo esté fresquito. No le importaba subir tantas escaleras, porque era su espacio, propio, sólo para él. No quería quedarse con la mamá viendo la novela ni con el papá que se había ido a mirar el partido a la habitación. Ahora que tenía su lugar, se acostaba más temprano para estar ahí, solo, frente a la ventana; ahora que ya no compartía con Ángeles, ahora que estrenaba un cuarto recién construido para él donde antes estaba la terraza, qué mejor, qué disfrute era mirar por la ventana. No le importaba que hiciera más frío porque desde allá arriba podía ver casi todo el barrio, y qué espectáculo: los postes de luz, los techos cuadrados, los patios donde explotaban las copas de los árboles, y la lluvia que transformaba el paisaje: las luces tintineaban y algunas se apagaban, los árboles se agitaban con intensidad, los autos pasaban y hacían olas que desembocaban en las acequias. Era mirar el sueño. Un espejo hecho barrio, con nubes moradas acechando los cielos. Allá también está el otro barrio: un plano negro perforado por unas luces, debe ser ahí. Más nubes. Seguro que saldrá la basura y se llenará de olor. Dormirse con el ruido del agua y despertar con el olor. Lloverá; y saldrán las ratas, los perros tendrán comida. El sueño: un campo negro, el césped engominado, caminar caminar caminar, escapar de lo que se venía de atrás, de un muro de agua que se agrandaba hasta caer encima. Seguro se alzará esta noche. Acostarse solo y soñar con uno más agitándose a las espaldas, erigiéndose de la masa negra del sonido hueco y del murmullo del agua. Uno más habitando en el cuerpo. Estará acá en la cama, ya acostado, esperando que se cierren los ojos como se cierran las nubes sobre las casas. Se recostó apretando las mantas. Que pare de llover. Que no vuelva esta noche.
***
Desde un rincón, Iván miraba el patio entero, las carreras improvisadas y las líneas que dibujaban una cancha imaginaria. Las nubes se habían extendido desde bien temprano y continuaban desplegando una sombra una ilusión de noche sobre la escuela. Atilio se acercó con un alfajor en una mano y un toco de figuritas en la otra. Querés. Le miró el rostro: una barba dispuesta a estallar.
Lo puse en el bolsillo grande de la mochila y se metió abajo de los cuadernos está hecho bosta igual está rico querés bueno te gusta el de chocolate blanco me gusta más el negro a mí también mirá agarrá son las figuritas que tengo repetidas te las regalo si querés las difíciles las guardo en mi casa querés jugar juguemos sabés jugar yo tenía figuritas pero me las colincharon todas Lucio tiene un montón se llenó el álbum entero le voy a decir que te regale las que no quiere no hace falta vení a ver tirá vos primero o hagamos cachipúm a ver quién empieza siempre me ganan a mí también siempre pierdo yo también mi mamá no me da más plata para comprar figuritas mi mamá no me da más plata para comprar figuritas están caras y las pierdo todas las pierdo están caras y todas las pierdo pero quiero más más mi mamá no me da plata la mía no tiene plata la mía tampoco plata no tiene plata le da mi papá mi mamá no me da más plata para comprar figuritas las pierdo todas las pierdo todas las pierdo todas las pierdo todas pero juguemos juguemos pero y al final quedemos iguales sólo para practicar vamos a practicar y quedemos iguales iguales quedemos iguales para practicar iguales.
Tiró la primera. Te quedó muy cerca. Otra. Casi. Otra. Está más adelante a ver sí vas ganando. Otra. Moviste la mía está más adelante vos vas ganando ahora. Otra. Otra. Otra. Ganaste bueno dale otra vez estamos practicando empezá vos ahora.
El sol salió de entre las nubes y un rayo le picó en la nuca. Te toca. Iván lo miró sonriente. Ahí estaba: desplegado en piel y expresión la materialidad que lo conmovía. La piel oscura, los pelos como alambres que salen despegados de su cabeza, ojos negros negros, mirame bien mirame de frente metete adentro cruzá la frontera invisible inexistente. Vas ganando a ver si llego más cerca casi casi pucha che vas ganando te toca dale. Atilio se miró las manos: nunca había visto con otros ojos el color de su propia piel, tan marrón, impregnada de esa historia casi prohibida. No somos indios, sos un coya del altiplano, yo soy de acá carajo, recién bajado del tren, bien de esta tierra, negro bolita, sos un negro comebarro, chararero, bañate mugriento, recién bajadito del tren con todos los bultos, bolita tragabarro andate de acá. Volvió a mirarlo a los ojos, a mirarse de lleno. Tirá vos ahora. Ahí estaba. Su rostro. Frente a él. Allá voy allá soy. En el otro avizoro la totalidad inalcanzable, pues qué más puedo hacer que contemplarla.
Sonó la campana, los niños se formaron en fila y entraron a clase. Iván guardó las figuritas y Atilio las suyas. La próxima va en serio ya no más práctica bueno dale venite a mi casa y jugamos en la vereda.