Cómplice, insumisa, insurrecta, rebelde, díscola, altiva, provocadora, reflexiva, honda, transgresora, son vocablos de una extensa familia semántica que brinda una aproximación posible y múltiple a la obra de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941), una obra en la que, más allá de las taxonomías de la industria del libro y de ciertas convenciones literarias, la prosa (ensayos, cuentos, novelas, notas periodísticas y testimonio) no solamente está impregnada —como desde siempre señaló la crítica— de lenguaje y gesto poéticos, sino que se integra en un macro proyecto, en una poiesis originalísima, personal, radical, donde todas las clasificaciones rígidas, todos los géneros al uso, las tipologías habituales, ven erosionadas sus fronteras expresivas para confluir en un ser orgánico distinto.
Es en su poesía donde con rotunda claridad aparece precozmente el vector homo erótico. Su poesía inicia el proceso de vertebrar una cosmovisión del amor y del ser para el amor, a partir de un título que resultó escandaloso en su Montevideo natal: Evohé (1971). Pero es la sucesión de títulos narrativos, cuentos y novelas, la que le permite trazar en más de cincuenta años una trama ficcional que alimenta, ilumina, va modificando y depurando una visión del mundo libre y seductora.
Seducción es el signo clave de esta obra viva que se levanta del texto para incorporar lo gestual, lo actitudinal, las decisiones de una ingeniería creativa lúdica, metafísicamente carnal, más allá de los postulados de la modernidad.
Desde la primera colección de cuentos, Viviendo (1963), y desde su primera novela El libro de mis primos (1969), Peri Rossi se convierte en una intrusa en el orden de las letras. Irrumpe, con voluntad y riesgo, en el panorama que en el medio siglo había consolidado la racional y eficaz maquinaria de comunicación de la llamada Generación del 45 en Uruguay, una variopinta conjunción de críticos fundamentales como Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) y Ángel Rama (1926-1983), y autores tan célebres como Mario Benedetti (1920-2009) o las llamadas “tres poetas del medio siglo”: Idea Vilariño (1920-2009), Amanda Berenguer (1921-2010) e Ida Vitale (1923). La narrativa de Peri Rossi viene desde la alegría, desde la oscuridad y desde el subconsciente.
La intrusa en el orden de las letras resultó ser eminentemente instintiva, lúbrica, brillante, impredecible.
A diferencia de los autores del boom (casi todos hombres) que intentan edificar una ficción racionalizada y en algunos casos racionalizante, que procuran una novela total, una creación absoluta a partir del símil de un Dios Padre Creador y Omnipotente que despliega su universo, —es decir, la imagen del Autor Narrativo como un Pater—, Peri Rossi se dispone a celebrar los ritos mistéricos de una deidad lunar, germinal, multi genérica, ambigua, luminosa y oscura a la vez, uterina, abisal y fermental, como la noche.
Mientras Onetti crea el mundo de Santa María a través de su alter ego o vicario ficcional, el dios Brausen, mientras Rulfo brinda su Génesis mexicano que da lugar a Comala, mientras García Márquez nombra el mundo por primera vez en Macondo y Vargas Llosa edifica una conflictiva Lima a imagen y semejanza del alumno del liceo militar Leoncio Prado, la intrusa, Cristina, despliega la sensualidad y la seducción, toma una parte de su herencia del único autor lúdico del boom: Julio Cortázar.
De Cortázar hereda Peri Rossi el sentido del juego, la soltura, el gesto anti solemne y profundiza la invitación erótica. También escoge algunos elementos de Alejandra Pizarnik, pero sin acarrear su fatalismo existencial. Peri Rossi apuesta todo al goce. De Borges asume la fragmentariedad y cierto humor, pero sin dejarse abrumar por el peso masculino de su erudición.
Peri Rosi, la intrusa, confía y sienta las bases para una sensualidad creadora libérrima. Esa gioa di vivere, ese goce de ser, ha recibido, por estos días, el Premio Cervantes.