Las entrañas y la piel. Lo ingenuo y lo puritano. Escribir desde las entrañas: de lo que no se ve, de lo que no se sabe, del misterio absoluto. No de la piel, de lo superficial, de lo visible.
Borrar los temas de moda. Nunca lo esperado, lo fácil, lo vendible. Lo prostituido.
Sí lo individual, lo único, lo terriblemente escaso.
Lo que tanto se teme: lo otro, no lo igual.
Estamos en la era de la igualdad. Por fin triunfó el comunismo en su aspecto más denigrante. No como se esperaba. No la igualdad social, sino la igualdad de la estupidez. La igualdad de la repetición, de la falta de imaginación, de lo trillado, del pensamiento borrado, de la sabiduría vilipendiada. Todos a gritar, a empujar, a deshacer. A vestir del mismo unificador modo, así sea un traje destartalado, descosido, incoloro, deforme, maloliente: la cintura en el culo y el culo en la cintura.
¡Viva la in-diferencia! ¡Viva el lenguaje simplificado! Ignoremos todas las palabras. Las bellas y rotundas palabras. Quedémonos con las más planas, las desechables, las ignorantes.
Arrastremos el conocimiento por los suelos. Mientras más avanza la ciencia menos conoce el hombre. Mientras mayor es la tecnología mayor es la ignorancia. Mayor es el fanatismo. Mayor es la pérdida del miedo. El miedo, motor de la pregunta, se ha perdido. Nadie habla de lo que debe hablar: de la muerte, por ejemplo. Del amor, por ejemplo. ¿La muerte? ¿Qué es la muerte? ¿El amor? ¿Qué es el amor?
Olvidemos todo. La filosofía acumulada. La literatura leída. La historia aprendida. Borrémoslas. Abajo la bandera del conocimiento. Pisoteemos la poesía. ¿Quién quiere lastres?
Olvidar. De eso se trata. La memoria estorba. Debe ser aplastada como una cucaracha.
Como un ciempiés. Como una larga fila de hormigas intermitentes.
El reino de la piel: de lo que aflora, de lo obvio. Nada de entrañas: lo que no se ve no
existe. ¿Luego Dios no existe?
No, en este momento. Demasiado complicado.
¿Dónde quedó la belleza?
Belleza, ¿qué es eso?
Espantoso miedo a la belleza. A la única belleza.
Triunfo de lo desequilibrado, de lo inarmónico, de lo desastroso.
Lo incongruente en su reino.
Lo congruente desterrado.
Exilio de la balanza. De la regla áurea.
Ropa rota, mínima palabra, coro imbécil.
Aparatos que suenan.
Reino de la sordera.
Pérdida de las fronteras: robo, asalto, violo, trituro, machaco, me como la piel y el
músculo.
La violación, sobre todo. El reino de la violación. No respeto nada por obtener mi mísero
placer. Persigo. Mato. Destazo.
Devoro carne de niños. Trago sangre de mujeres. Vomito ancianos. Descabezo.
Descabezo. Descabezo.
Y me quedo tan campante.
Es más: soy un héroe.
Un auténtico ejemplo. Y ejemplar. Hago lo que todos y todos hacen lo que yo.
He ahí la igualdad. Ni siquiera soy una catarsis: soy una repetición a flor de piel.
¿Y las entrañas? Nada de entrañas. Carezco de entrañas.
No soy entrañable.
Soy un autómata repetitivo.
Soy lo que los demás.
¿Tener una personalidad propia? ¡Ni hablar!
Igualitos, igualitos todos: cagaditos.
El pecado de la diferencia.
La piel sobre todo: la extensa piel encubridora.
¿Habrá algo debajo?
Ni siquiera me hago la pregunta: la piel es la piel y eso es todo. ¿Para qué me abismo?
Paul Valéry decía que lo más profundo que hay en el hombre es la piel.
Y, sin embargo, seguiré escribiendo de las entrañas desde las entrañas.