Con Mugre rosa, la escritora uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976) fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que se otorga anualmente desde 1993 a una novela escrita por una mujer en español. Entre las ganadoras del premio en años anteriores figuran la argentina Camila Sosa Villada, con su novela Las malas; la colombiana Laura Restrepo (por Dulce compañía) y las mexicanas Ana García Bergua (por La bomba de San José), Margo Glantz (El rastro) y Cristina Rivera Garza, en dos ocasiones, por Ya no pisa la tierra tu rey y Nadie me verá llorar. Mugre rosa también ganó el premio Bartolomé Hidalgo de 2021, de la Cámara Uruguaya del Libro, en la categoría de narrativa.
Publicada en 2020, Mugre rosa cuenta una historia terrorífica e inquietante que sin embargo ahora nos parece muy familiar: una epidemia que azota a la humanidad en forma de una contaminación del aire y el mar, la cual provoca ese extraña y a la vez hermosa mugre que acecha la ciudad costera en donde habitan los protagonistas; una mujer separada de su pareja, quien se encuentra internado en un hospital, la madre de la mujer y el pequeño niño que ella cuida, y quien padece de una enfermedad que lo mantiene insaciable. Una obra distópica escrita antes de la pandemia de covid-19, la novela resulta quizá más inquietante por retratar una realidad muy parecida a lo que ha vivido la humanidad durante los últimos dos años, y esa experiencia global de incertidumbre, de miedo y tensión, hace que la novela se vuelve aún más relevante.
El Premio Sor Juana Inés de la Cruz le fue otorgado a Trías en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) en diciembre, en una ceremonia en la cual la directora de la FIL, Marisol Schulz, describió la novela como “un libro necesario, intenso y pertinente”. Y por su parte, la autora uruguaya aprovechó su discurso de aceptación para hablar del tema que trata el libro, y la amenaza que enfrenta la humanidad por el cambio climático: “Ya me habían dicho que predije la pandemia. Si cada generación piensa en su apocalipsis, yo pertenezco a la que está protagonizando el terror climático. La historia tiene algo de fantástico, pero en el doble sentido de la palabra, y si se sintió fantástico era justamente porque era real”, dijo la autora. “La pregunta entonces no debería ser ¿por qué escribir una distopía climática, una ciencia ficción climática?, sino ¿por qué no escribirla?”. Y reveló que el proceso creativo de Mugre rosa empezó con un sueño recurrente y terrorífico.
También utilizó su discurso para quejarse de la pregunta recurrente en numerosos conversatorios y mesas de discusión de si actualmente existe un boom en la literatura femenina en América Latina: “Podría afirmar que en todas las mesas que he participado nunca faltó esa pregunta. Nunca en la historia de la literatura, ni en la historia de la humanidad, las mujeres que escribimos habíamos tenido tanta visibilidad, y aún seguimos siendo invitadas a mesas que hablan de un fenómeno que sin duda es extra literario. Y la pregunta es insistente porque parece estar buscando una respuesta en el lugar equivocado, ‘algo está pasando en la calidad de sus obras’, parecen decir, al menos de que se trata de una generación brillante, excepcional. La historia misma de este premio da cuenta de que no es así”, dijo.
Y al estar en México, aprovechó el momento para agradecer al país por la solidaridad mostrada hacia sus compatriotas, “porque soy uruguaya, porque nací bajo una dictadura, y México y su embajada en Montevideo le tendieron la mano a cientos de perseguidos, víctimas de terrorismo de estado. Ojalá nunca más tengamos que recurrir a su solidaridad”.
Trías habló con Latin American Literature Today en Guadalajara, acerca de su novela, su trayectoria y su escritura que logra ser a la vez “súper uruguaya” y una especie de obra híbrida que refleja las influencias que le han permeado por vivir más de década y media fuera de su país natal, en varios ciudades latinoamericanas además de Estados Unidos y Europa.
Adam Critchley: Naciste en Uruguay durante la dictadura (1973-1985), y en tus novelas La azotea y Mugre rosa describes cierto miedo e inquietud que viven tus personajes, ya sea ante una amenaza tangible, como la epidemia, o subyacente e invisible, como en tu novela La azotea. ¿Qué tanto influye la experiencia de la dictadura en tu escritura?
Fernanda Trías: Yo pienso que sí está presente en mi escritura de la manera en que estuvo presente en mi vida, de una manera subyacente, subliminal. Los primeros ocho años de mi vida viví bajo una dictadura, pero no era de lo que se hablaba. Cada uno lo vivía de manera distinta, en mi caso era cuestión de un silencio tenso que estaba salpicado de murmullos, susurros. De niña yo entendía que algo pasaba, pero no lo entendía del todo. Tengo algunos recuerdos de algunos momentos tensos; por ejemplo, en el colegio que había un desalojo, había militares, entonces existían ciertos recuerdos que permanecían como una bruma. Y hay muchas narrativas desde el regreso de la democracia acerca de esa etapa oscura, y cuando yo empezaba a escribir sentía que era un tema que estaba agotado, pero no es un tema agotado. Sigue habiendo crímenes impunes, personas impunes, y muchas personas que siguen desaparecidas. El tema no está cerrado, sigue ahí, hay heridas abiertas. Siempre está la pregunta de cómo escribir sobre esos temas. Siento que no escribo directamente sobre eso, pero que sí hay unas referencias, como esa sensación de vivir con ese miedo, con esta tensión, una cierta hostilidad del otro, que uno no sabía si una persona era alguien que podía informar. Yo crecí con eso. Y un silencio, que no se podía decir nada sobre esas cosas. Todo eso inevitablemente lo absorbí y está presente en mi escritura.
A.C.: En Mugre rosa creas una tensión que provoca la pregunta en el lector de qué va a pasar, un ambiente que nos hace pensar en cómo sería vivir bajo una dictadura.
F.T.: Tiene mucho que ver con la tensión. Lo que a mí más terror me da es cuando sabes que en cualquier momento puede pasar eso, pero como no pasa va creando más tensión, un terror psicológico que empieza a pesar en la psique de las personas. Siempre en mi poética hay un silencio tenso, algo latente.
A.C.: Algunos han hablado de esta novela como ciencia ficción pero yo la veo más como ficción especulativa, un término que utilizó el autor británico J.G. Ballard cuando le decían que lo que escribía era ciencia ficción, aunque toda ficción sea especulativa por naturaleza. ¿Te interesa la ciencia ficción como género, o más bien buscas crear un mundo real pero enrarecido?
F.T.: Esa era mi intención precisamente, yo quería trabajar el enrarecimiento de la realidad, y ese enrarecimiento creo que se produce más cuando el mundo distópico es muy parecido al mundo real, pero que la diferencia, o el cambio, sea de grados, y que se hace más inquietante que crear un mundo futurista, en una nave espacial del año 2500, por ejemplo. Me gusta el término ficción especulativa, que a veces se utiliza para separar un texto del género de ciencia ficción, por ser a veces considerada como una literatura menor, pero no tengo problema que se diga ciencia ficción. El autor argentino Juan José Saer decía que todas sus novelas eran antropología especulativa porque lo que hacía era una radiografía de la vida humana y yo me identifico mucho con eso. Al momento de escribir no me importan los géneros, eso tiene que ver con los críticos, quienes se encargan de colocar los textos en ciertas categorías. Yo siempre he trabajado mucho la construcción de personajes; quería hacer lo mismo que vengo haciendo desde siempre, que es hacer una novela de personajes, muy psicológica, pero en un contexto muy distópico, y con esta mezcla centrarme en los conflictos de los personajes dentro de un entorno en donde ha surgido un conflicto distópico. Al final me parece que es muy interesante ir encontrando la manera de mezclar todo, que no sea tan importante si es realismo o ciencia ficción, que son cuestiones de mercado.
A.C.: También hay una melancolía que permea Mugre rosa, que tiene que ver con la situación que los personajes están viviendo, pero también me parece que va más allá, que en tu escritura existe una melancolía por naturaleza. ¿Tú lo ves así?
F.T.: Siempre he escrito personajes melancólicos, todos mis personajes son melancólicos. Es una cosa muy uruguaya, viene de la tradición uruguaya. Hay un rasgo de personalidad, desde el tango, ese disfrutar de la tristeza, nuestra música, nuestra literatura, con Juan Carlos Onetti por ejemplo, siempre hay algo melancólico, un poco oscuro, y es parte de mí, no lo puedo evitar.
A.C.: Ya llevas muchos años viviendo fuera de tu país, ¿sigues considerándote una escritora uruguaya? Roberto Bolaño decía, por ejemplo, que más que un autor chileno, se consideraba un escritor latinoamericano.
F.T.: En términos de escritura sigo teniendo un lazo fuerte que me une a esa tradición literaria de Uruguay, que me gusta mucho; Onetti, Mario Levrero, Cristina Peri Rossi, Felisberto Hernández, que son muy distintos entre sí, pero es una tradición con la cual me sigo sintiendo muy cercana. Ahora también tengo influencias de otros lados que me han abierto un poco más y eso me gusta. Siempre me ha gustado esa mezcla e hibridación de los géneros y me gusta abrirme a otras influencias muy distintas para que la mezcla que salga sea muy personal. Y ahora que son 16 años que me fui de Uruguay, incluso mi acento, obviamente es rioplatense pero ahora tiene ciertas inflexiones colombianas, nadie puede entender de dónde soy, y pienso que, “ahora que esa mezcla se hizo, no puedes contra ella y mejor únete a ella”, que hagamos esa mezcla y hagamos algo que refleja esa diversidad. Me siento así, autora latinoamericana, pero entiendo que eso puede chocarles a ciertos autores latinoamericanos que ven la importancia de defender una literatura nacional, para que sobre todo en Estados Unidos y Europa no nos lean como una masa, entonces yo entiendo la importancia de resaltar que Latinoamérica no es un bloque, que hay unas literaturas muy distintas y regionalismos muy ricos, y hay que defender esa riqueza, hay que reflejar esa diversidad. Cuando estuve en Nueva York se sentía un espíritu muy latinoamericano, había personas de todos los países de América Latina, todos estábamos hablando y todos estábamos aprendiendo palabras de otros países: eso es parte del espíritu de esa ciudad. Luego, cuando viví cinco años en Europa, empecé a pensar en el concepto de América Latina. Luego viví en Argentina, en Chile, Colombia, y me siento más cercana a esa idea de lo latinoamericano.
A.C.: Pero también hay una tendencia, desde fuera, que insiste en agrupar a todos los escritores latinoamericanos como si fuera una región homogénea, cuando no es así.
F.T.: En el país donde vivo, Colombia, y aquí en México, y muchos otros países de América Latina, tienen el problema de la violencia, y esos son problemas que marcan mucho a los escritores, pero en Uruguay no hay nada de eso. Si se agrupa dentro del contexto de narrativas latinoamericanas que son sinónimo de narrativas de la violencia, Uruguay no tiene nada que hacer ahí. Tengo influencia de todos lados, aunque entiendo la importancia de defender las literaturas nacionales. Por ejemplo, Mugre rosa es una novela uruguaya, y yo hice el trabajo de reconstruir las calles y los uruguayos saben de qué calles estoy hablando, entonces por un lado es súper uruguaya, pero por otro lado yo noto cuáles son las influencias colombianas, por ejemplo, cosas que tienen que ver con ciertas violencias estatales, el estado siendo muy violento en sus controles, con sus imposiciones, unas burocracias muy enredadas, y me doy cuenta que son influencias de mi estancia en Colombia.
A.C.: Quizá hayas tenido que salir de tu país, artísticamente, para dejarte influir.
F.T.: Hay que dejarse contaminar, tal vez no defenderse tanto de la contaminación, tal vez la solución sea abrirse al otro y descubrir que el otro no es una amenaza. Pero yo, artísticamente, ese mismo movimiento hacia fuera, hacia el otro, ha sido para contaminarme. Hay que dejarse contaminar.
A.C.: Entre La azotea y Mugre rosa hubo un lapso de quince años, y en la presentación de la primera novela en la FIL hablabas del proceso de “revisión” que llevaste a cabo para la edición que publicó la editorial Dharma Books en el 2021. Cuando haces un trabajo así, de revisitar un texto anterior, ¿cómo ves la evolución de tu escritura a través de los años, y que te ha llevado a escribir Mugre rosa?
F.T.: Veo mucho la conexión y el camino entre los libros, que fue un camino largo y sinuoso. Aunque son libros distintos, tienen muchas cosas en común. El miedo que está presente, la nostalgia, esos afectos perdidos, están presentes en los dos; y la opresión, el encierro, todos estos puntos están en común. La vida que transcurrió entre los dos libros, en los 15 años, me permitió desarrollar una madurez vital para profundizar en los personajes, en los conflictos humanos, las tensiones entre madre e hija, por ejemplo. Estos han sido años de búsquedas y de experimentaciones estilísticas. Me permitió hacer una búsqueda con el lenguaje, que es más poético; he tratado de ir más allá, una búsqueda más poética en donde hago más experimentos con el lenguaje. En este tiempo siento que he podido seguir con unos temas que se repiten. Además, escribí otras cosas en las cuales yo también seguía buscando. Quería intentar llevar más allá mi trabajo con el lenguaje. En La azotea, la maquinaria narrativa tenía que estar muy controlada y muy pensada, yo era todavía muy joven; en Mugre rosa hay una mayor libertad pero también está muy pensado, como si estuviera moviéndome como pez en el agua.
A.C.: La historia de Mugre rosa viene intercalada con pequeños diálogos, sin que el lector sepa quién habla, y los cuales parecen contar una historia paralela, una historia más oculta, y que a la vez contribuye a crear esa tensión, esa sensación inquietante.
F.T.: Esa fue mi intención, precisamente, que no se supiera quiénes hablan, y así abrir las posibilidades y generar la impresión de que todo está flotando.
A.C.: Al describir la contaminación, el efecto que tiene esa epidemia sobre el medio ambiente, creas paisajes bellos, llama la atención que la “mugre” sea de color rosa, y me hace pensar en esos efectos a veces hermosos que vemos como el resultado del daño ambiental que hemos hecho, como un atardecer visto a través del esmog. Son efectos devastadores, trágicos, pero a la vez producen una belleza a veces extraordinaria, algo que trabajaba muy bien el mismo J.G. Ballard.
F.T.: En todo se puede encontrar belleza, me parece que el ser humano está programado para encontrar eso en todo, incluso en la fealdad. Hay momentos de felicidad en todo, aunque sean muy pequeños, incluso dentro del dolor, y eso es lo que hace la complejidad humana y todo lo que estamos viviendo. El ser humano no es un monstruo espantoso. Ahí está el problema, si no sería fácil la decisión.
A.C.: Después de escribir esta novela que trata de una epidemia y que su lanzamiento en el 2020 coincidió con el estallido de la pandemia, ¿cómo te sentiste? ¿Te dio escalofríos?
F.T.: Estaba tan metida en la historia del libro que en el momento en que se declaró la pandemia, ya había entregado la novela a la editorial. No me di cuenta de que la novela se estaba convirtiendo en realidad, en mi mente seguía pensando en las algas. Fueron otras personas quienes me lo hicieron notar. De esa manera empiezo a ver que sí había toda esa serie de coincidencias, los tapabocas, lo de los hospitales y el control sanitario, y cómo el ministerio de salud se convirtió en una autoridad que empieza a tener control, que estuvo todos los días en los noticieros, que todo el mundo lo empieza a darle “follow” en Twitter. Me llevó un tiempo en darme cuenta que la realidad se estaba empezando a parecer a mi novela.
A.C.: Y al leerla dentro del contexto de la pandemia, el libro se pone aún más escalofriante, como una especie de crónica anunciada.
F.T.: Nunca vamos a saber cómo se hubiera leído sin la pandemia, evidentemente ese mundo nos habría parecido más extraño, muy inverosímil.
A.C.: También eres profesora de escritura creativa en la Universidad de los Andes, en Bogotá. ¿Qué tanto retroalimento te da ese proceso de trabajar textos con tus alumnos en un taller literario?
F.T.: Me llevo cosas. A veces hay textos muy interesantes que a su vez me hacen pensar en cosas que no había pensado; pero también el hecho de estar pensando en todas las posibilidades de un determinado texto afina el ojo muchísimo; de esa manera voy adquiriendo una capacidad de cómo se puede trabajar un texto para que tenga la forma que necesita, la manera de estructurar una historia. Por ejemplo, si hay una muy buena historia pero la manera de contarla está fallando. Eso muchas veces me ha desafiado: cómo hay que pensar de otra manera. Muchas veces, con los aportes de todos, llegamos a algo. Disfruto mucho del aprendizaje, del lenguaje, de la historia, es muy enriquecedor.