Nota del editor: Estos poemas son de Lo que trae el relámpago: Dos libros póstumos (Caracas: Fundación La Poeteca, 2021), que contiene los poemarios Cada noche su camino (1996-1997) y El extremado amor (2002-2003) de Esdras Parra.
Cinco poemas de Cada noche su camino (1996-1997)
*
En mi largo camino a ciegas
sólo encontré estas piedras que venían del mar.
*
No lamento los recuerdos sin historia, los homicidios
perpetrados en honor a la ternura. Hoy el fuego me marca
como si saliera del hierro del verdugo. No cabe la menor duda de
que el frío también me despedaza. Y los climas que vienen a morir
en las islas contribuyen a mi creciente desesperación, pequeña
tiniebla recién cortada, hueco donde estuvo la piedra. Por esos cenagales
corre libremente mi sangre y prepara su partida.
*
Ya no sé hasta dónde camina este calor
todo el océano resuena en mi puerta
qué pueden hacer estos ángeles sin viento
estos árboles sin sueño que levanto en vilo
sobre este trozo de montaña mar afuera.
*
En la claridad que evoca la abundancia
en la luz que avanza hacia los bosques
en esa blancura de la tierra adentro llegando
a tus manos
en el otoño que jamás regresa
en esas ideas, en esos montes que abandonaron a la luna
en esos ríos que lloran con el viento
aquí, entre las espinas, en el vibrante metal
en esta ruta desnuda, en esta habitación vacía.
*
El viento que sopla hoy navega contra la
corriente y contra su propio albedrío
he mantenido esta coraza de espino en
la marea frente a los altos vegetales
y las cruces rotas
no sé si este camino que me rodea seguirá
mordiendo el polvo o si la tierra por fin
defenderá el maíz
sostuve la vida por la empuñadura
con la hoja recta.
Cinco poemas de El extremado amor (2002-2003)
*
Tú que has sido huérfano
en medio del abatimiento de las despedidas
acudes, adormecido aún, a las hierbas que te curan
del nacimiento y la vejez
y sin ningún parpadeo destinado a enviar
el mensaje
sin nada de esas tormentas en el corazón
con apenas los frutos que te dio la nostalgia
deslizas la mano sobre alguna herida
todavía abierta
y recuerdas las noches errantes, llenas de vida
los crepúsculos poderosos, medianamente extraños
y esas naves que parten para no volver.
*
¿Es posible amar las despedidas?
quizá
en la inocencia o en la orfandad
pues los adioses nos persiguen siempre
de noche, de día
y siempre andamos de paso en este vergel
acumulamos cosechas y viandas en el suplicio
que luego abandonamos al borde de nuestro
incierto límite oscuro.
Nos hacemos daño en el dolor sangramos solos.
Porque no hay ternura en el otoño, no hay
días límpidos para llevar a casa
ni retornos favorables a los encuentros tardíos.
*
He aquí los montes empinados en sus inalterables alturas.
Ya no ajustan sus pasos al transcurrir del tiempo
ni resucitan hacia la mirada del amor
se elevan como castillos en la soledad y el frío
y no actúan ni se preocupan ni revelan sus secretos
a las aves, al viento que los mantiene vivos
ni se convierten en astros errantes.
Aunque esa ambición es también su deseo.
*
Es preciso dejar que los bosques encuentren su camino
entre las piedras antiguas
donde ocultan su rostro
meditan en las cosas que en su carrera
adelantaron
los muchos pájaros, los sombríos vientos
las aguas sedientas de lluvias infieles que
empaparon sus troncos creando en la medida de su
brusquedad, y sin desearlo, un jardín milagroso
en el cual seguir viviendo una vida sencilla.
*
Para ti y para mí no existen el tiempo ni el reloj
de arena, ni la inmensa costumbre de ser, ni los
augurios en la gruta desierta. Pero algunos recuerdos
inasibles leemos bajo los árboles que llegaron
allí por error, o sobre las piedras que jamás
escuchan su silencio. Y somos muchos los que cruzamos
el desnudo frío dentro de las insondables paredes de niebla
y ajustamos las ventanas para que enfrenten
nuestro porvenir. Por eso el tiempo es como una
piedra preciosa que brilla entre vacíos atriles.
Foto: Sunbeam Photography, Unsplash.