Rema en el oscuro río
a contracorriente;
recorre el camino ignoto
a ciegas, obstinado
y busca palabras enraizadas
como el olivo de muchos nudos.
Yorgos Seferis
Los versos de Seferis me llevan directamente a Oscuros ríos, libro de Juan Carlos Villavicencio. El río de Seferis se bifurca en Villavicencio en muchos ríos, pero el camino parece similar. Se trata de navegar a contracorriente, de buscar las huellas, de ir por lo que se quedó en el camino, de encontrar las palabras necesarias para decir aquello difícil de nombrar. Ambos emprenden un viaje de regreso en el que la historia y la memoria entroncan; ambos emprenden un regreso imposible, errático, a ciegas, silencioso, con una lengua austera como única defensa.
El primer poema que abre el libro nos habla precisamente de ese silencio cincelado entre las palabras, de ese canto que ya no es:
Los hombres no han advertido
sus ojos atados a mástiles sin canto:
el silencio
cada vez
asediando sus bestiales muros
ya sin luz.
Y los últimos versos vuelven a insistir en ese silencio inicial: “Un arco // una lira // la sangre/ las sombras/ la ciudad // el cruel retorno al silencio del inicio // Otra vez”. El eterno retorno se hace aquí presente: salimos del silencio y volvemos a él.
El silencio es tensión y contención en Oscuros ríos: el arco (la guerra) y la lira (el canto), polos que a lo largo del poemario rotan tensando y trazando posibles derivas –como lo muestra, quizás, el mapa psicogeográfico de Guy Debord1 en la portada del poemario–. Tal vez por eso Villavicencio elige de interlocutor a Heráclito y como forma el fragmento. Monólogos paralelos que se tocan en un punto imposible (punto impropio2) para suscitar diálogos posibles. No una voz, sino voces; no un río, sino Oscuros ríos entroncando.
En primer lugar está la voz de Heráclito, el Oscuro, que será voz-eje a lo largo de todo el libro, pero también despuntan otras voces: Borges (Son catorce los mares i los templos ), Neruda (Del aire al aire), Blake (If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is, Infinite), Juan Luis Martínez (El universo es el esfuerzo de un fantasma / para convertirse en realidad, y también, que nunca hubo ruta ni señal alguna.), Gonzalo Millán (El río invierte el curso de su corriente.). Al parecer, al igual que Heráclito, Juan Carlos Villavicencio revela y oculta a un mismo tiempo. Lo que dice apunta a lo no dicho y lo dicho, desde esas otras voces, abre nuevos caminos. Ahí reside parte de la fuerza de sus palabras, como si éstas fueran a un mismo tiempo la palabra y su huella, o la palabra y su eco que reverbera.
Detengámonos en algunas de esas derivas, en el entrecruzamiento intertextual y los desplazamientos que suponen:
Un sueño esquivo.
No habrá paz en la caída.
El universo es el esfuerzo de un fantasma
para convertirse en realidad.
Eterna guerra este crudo tiempo en nuestra tierra.
Un árbol muerto.
Si ahí hubiera agua…
El fragmento XXIV enumera y yuxtapone a un mismo tiempo seis frases aparentemente independientes; sin embargo, más allá de nuestros ojos y oídos, una red se teje en silencio. La voz-eje de Heráclito se hace presente como huella que sigue a las palabras del poeta: “Dioses y hombres honran a los caídos en la guerra”. Y como respuesta, detrás, tal vez, de ese “árbol muerto”, asoma la voz de la poeta de la época Heian, Ono no Komachi: “También yo soy un árbol caído”, a la que Juan Luis Martínez alude en el apartado “Realidad I” de La nueva novela, y que Villavicencio inscribe al citar las palabras del chileno: El universo es el esfuerzo de un fantasma / para convertirse en realidad.3 La nota que Juan Luis Martínez pone al final de ese apartado dice: “‘Nada es real’ Sotoba Komachi”. Esa falta de realidad que atraviesa la pieza de teatro Noh antes citada, es también atmósfera de Oscuros ríos, poemario en el que se navega sin brújula y en el que el sueño, las cenizas, las huellas, las sombras y el eco se vuelven recurrentes.
Otra deriva interesante es la que aparece en el fragmento XLII:
[Herejía de Heráclito]
En esta frase puesta entre corchetes y rodeada de silencio, el poeta y el filósofo se enfrentan. Villavicencio sale en defensa de los poetas, es decir, en defensa de sí mismo, ya que Heráclito precisamente en el fragmento 42 de sus Fragmentos dice: “Homero debería ser suprimido de los certámenes y vapuleado, lo mismo que Arquíloco”. A diferencia de éste que condena al poeta como maestro de lo falso y de Platón que lo expulsa de la República, Villavicencio sitúa a los poetas en el centro de esa res publica, “la cosa pública” (lo contrario del lenguaje privatizado de toda dictadura), y enmarca sus voces desde el principio: Gertrude Stein, Samuel Beckett, Yorgos Seferis y T. S. Eliot, abren el libro, y Homero encabeza el primer fragmento con el mito del canto de las sirenas; aunque en este caso, como en Kafka, las sirenas no cantan y el mito se invierte: el silencio es un arma tan poderosa como el canto. En su relato Kafka escribe: “las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio”.
La inversión del mito; la reversibilidad de la historia, son apuestas especulativas que parpadean en las aguas de estos Oscuros ríos. Esto puede verse en el fragmento XVI:
El río invierte el curso de su corriente.
Aún herida la luna devela las trizas de la luz.
Lo que se cree oculto sucede
aunque no se quiera ver.
La tenue huella del miedo incendiando
el laberinto hacia el futuro.
· El rostro de mujer de aquel pasado
La cobardía de un torturador atravesando la ciudad.
El inicio y el final aluden al poema número 48 de La ciudad de Gonzalo Millán, poema que magistralmente genera el simulacro de la reversibilidad de la historia: Allende vive, Neruda renace y el pueblo vence. Sin embargo, al simulacro se opone aquello que se oculta y que no se quiere o no se puede ver, y allí vuelven a surgir como huellas, como sombra, las palabras del Oscuro, que en su fragmento 16 se pregunta: “¿Cómo puede uno ponerse a salvo de aquello que jamás desaparece?” “¿Cómo ponerse a salvo de la cobardía de los torturadores?” dice el poema. Según Nietzsche, el gran encuentro de Heráclito es la idea de la “regularidad unitaria del mundo”. ¿Cómo romper, entonces, con esa repetición y generar otras posibilidades? Se está hablando aquí de esa tensión que surge entre el pasado y el futuro, y se habla también del presente como lugar desde donde pensar e imaginar lo posible: la cruz o el círculo.
Cruz (XLIV) y círculo (XLIX) se presentan como centros desde dónde pensar. El poeta chileno los introduce como caligramas tautológicos a la manera de un Apollinaire. En el círculo está Blake (“If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is, Infinite”) y en la cruz (“Es el pueblo el que carga su destino como cruz en palabras que se enturbian ante el miedo e injusticia la condena el respiro de los días”) el cristianismo, ese “valle de lágrimas” que sugiere. Pero detrás de esa cruz se filtran nuevamente como respuesta las palabras de Heráclito, que en el fragmento 44 señala: “El pueblo debe luchar por la ley como por sus murallas”4.
Si como lo sugiere Mario Montalbetti en El pensamiento del poema: “el poema es una operación sobre el lenguaje, el poema sólo habla de las palabras y frases del lenguaje”5, Villavicencio eligió muy bien a sus interlocutores en este diálogo imposible que es Oscuros ríos. Este diálogo intertextual nos lleva de regreso al epígrafe del inicio: “busca palabras enraizadas / como el olivo de muchos nudos”. El poeta va precisamente en busca de esas palabras, de esas frases entrecortadas, de esos otros fragmentos para construir sus propios fragmentos. Va también en busca de una raíz, en busca de los orígenes. De ahí que en la portada, debajo del título y como parte de él, esté escrito en griego el nombre de Heráclito, voz-eje, como ya dijimos, que navega a la par de la voz del chileno para llevarnos hacia el final a un texto escrito en griego. Para el no hablante del griego esas dos páginas finales son sólo una marca sensorial, una grafía que, siguiendo en esto nuevamente a Montalbetti, prometen un significado, pero no lo dan. El libro termina entonces con una promesa que se lanza hacia un futuro incierto; termina con el silencio de las sirenas: la letra se ve, pero no se escucha; se ve, pero no nos habla.
La insistencia en el mutismo y la alusión a la Odisea al inicio del poemario, ya se comentó, trae reminiscencias kafkianas, pero también me llevan a pensar en un ensayo del escritor argentino Juan José Saer: “Las líneas del Quijote”, que retoma justamente el texto de Kafka. Saer escribe: “También nosotros quisiéramos encontrar algo que vaya más allá de ese silencio, pero es evidente que hemos olvidado, quizás para siempre, la capacidad de forjar el pacto simbólico que nos permita romper ese silencio que es universal […] De ahora en adelante, por lo que duren el mar, el aire y las estrellas, seguiremos viviendo en el silencio de las sirenas, debatiéndonos en la realidad material bruta, y chapaleando en el pantano de lo empírico”. Me parece que como Saer, también Villavicencio señala el quiebre de todo pacto simbólico. El poeta, enfrentado a esa realidad brutal, sin dioses y sin mitos, dice desde la voz de los otros, desde esas palabras ajenas que hace suyas, y forja así una tierra firme para su propia voz.
V
La desesperación de los que han perdido las huellas
que los llevarían de retorno al Sur.
· Dos cometas
Los ojos perdidos resistiendo la tortura
cada vez que el sol se asoma
o ya se esconde.
Los oídos consienten palabras necias
de falsos profetas sin perdón.
· Mueran
Caen las estatuas de los que tuvieron su visión
i han perdido.
Silencio de dioses o de un dios.
1 La idea de las “derivas” me la sugirió la reseña que hace Martín Gubbins a Oscuros ríos en la que destaca la importancia del mapa psicogeográfico.
2 Punto situado en el infinito, por ejemplo, el punto de intersección de dos rectas paralelas.
3 Villavicencio muy gentilmente me descubrió el origen de esa frase, transcribo aquí la cita que me envió: “¿En dónde he visto esto? En ninguna parte, en todas partes, porque el hombre es mitad realidad, mitad sueño. Hace algunos años, escribí esta frase: El Universo es el esfuerzo de un fantasma por convertirse en realidad. Ante los cuadros de Miró no me queda otra cosa que repetir aquella frase. Diez veces ante cada cuadro. Joan Miró significa la desmaterialización de la materia para convertirse en materia nueva. Y nadie ha pintado la entraña de sus ojos con mayor economía de medios. He ahí su fuerza y su riqueza. La fuerza de no querer ser fuerte, la riqueza de no querer ser rico. Si hubiera un pintor capaz de dar la emoción con un punto, ese pintor sería Joan Miró… Y el sol es de la familia, eso está en el secreto de la economía”. [Huidobro, Vicente. Joan Miró. «Cahiers d’Art» v. 9, nº 1-4 (1934) 40-42. cit. Cirlot. Joan Miró. 1949: 23.]
4 Sería importante pensar Oscuros ríos a la luz de los últimos acontecimientos en Chile.
5 El texto de Montalbetti es sólo un pretexto para pensar literalmente esa frase, ya que lo que el poeta peruano plantea es mucho más complejo.