¿De cuál Claribel Alegría debiera hablarles hoy? ¿De la escritora, de la cronista, la cuentista, la activista política, la traductora o la poeta? Después de años leyendo su obra (un vasto panorama literario que incluye poesía, ficción, testimonio histórico, traducciones y antologías) y de tener el privilegio de conocerla personalmente por muchos años, puedo decir con cierta autoridad que hay una extraña, extraordinaria simbiosis entre Claribel Alegría y su escritura, es decir, entre su vida y sus palabras.
El poeta nicaragüense, José Coronel Urtecho, dijo una vez que el leer su obra y luego conocerla, o el conocerla para luego leer su obra, era como presenciar un milagro. Uno se da cuenta, fuera cual fuera el caso, de que Claribel y su escritura son una sola, y este hecho, tan milagroso como inusual, genera una sensación de desconcierto, de que tan alto logro debiese ser imposible, cuanto menos una ilusión, y eso es porque la cualidad de un escritor o una escritora que es uno con su obra es, en efecto, muy rara. Pero en el caso de Claribel Alegría, la ética de su trabajo, la energía y belleza de sus palabras, se sostienen por sí mismas, por cómo sus acciones, por cómo su vida se condice con sus palabras. Siendo este el caso, centraré mis observaciones en esta particular simbiosis entre Claribel Alegría y su poesía.
A simple vista, su poesía podría tildarse superficialmente de simple, por sus líneas y lenguaje breve, los cuales le otorgan una cualidad veloz, pulsante, un ritmo mercuriano (incluso cuando la poeta las lee en voz alta) que suena casi como el cantar de un ruiseñor. Pero aquella simplicidad no es más que un espejismo. Si la examinamos de cerca, una lectura atenta revelará una poderosa, una precisa destilación del lenguaje, línea por línea, hasta alcanzar, como el ruiseñor, la máxima capacidad de expresión. El peso exacto que la poeta extrae de la simplicidad aparente de cada palabra, y la complejidad que entraña y expresa en realidad, le dan a su trabajo un equilibrio perfecto. Cada poema contiene una brújula que lo lleva en la dirección indicada, de tal manera que nunca divaga, nunca se pierde, ni pasa por alto el camino hacia la armonía y la lucidez.
Lo mismo podríamos decir de Claribel como persona, como ser humano. Cualquiera que lea su poesía podría imaginarse fácilmente cómo es ella, y en el caso de que el lector llegara a conocerla, sería testigo del milagro que ya he mencionado, estaría maravillado o maravillada ante la evidencia de cuán similar son poeta y poesía, cuánto comparten ambas de la misma sustancia.
En 1989 José Coronel Urtecho, a quien mencioné antes y uno de nuestros poetas más importantes (fundador del movimiento Vanguardia, y uno de sus principales líderes, sus escritos seminales han influenciado a numerosas generaciones de escritores en Nicaragua), escribió un extraordinario libro llamado Líneas para un boceto de Claribel Alegría. En ese libro, escribe que la poesía de Claribel es como algo que se ha “filtrado” a través de su ser, que la ha “atravesado” completamente. Uno nunca sabe dónde convergen los límites entre ella y sus palabras, la zona o línea donde se encuentran o se funden luz y sombra, porque la poeta y su imaginación y sus palabras se funden en una sola realidad. Palabra por palabra, verso por verso, poema por poema, Claribel es su poesía y su poesía es ella. Coronel Urtecho también escribió que cada vez que lee los poemas de Claribel, se asombra, como si fuera la primera vez, de cómo es ella puede ser tan buena poeta incluso en sus poemas más breves, porque cada una de sus palabras está cargada de tanta vida y tanto sentido. Ha dicho que todos sus poemas son milagrosos.
Esta inusual y extraordinaria habilidad de Claribel, la de ser una misma con su poesía, proviene de un auténtico y profundo sentido de humanidad. Ella tiene la capacidad de imaginar, de visualizar al “otro”, de moverse hacia el otro, hacia el ser humano. Ella posee un profundo sentido de su propia dignidad como ser humano, y también de la de los otros, lo que incluye una profunda compasión hacia el planeta en su totalidad. Esta, la más básica y auténtica cualidad del verdadero humanista, se encuentra en toda su obra.
Sergio Ramírez, un importante escritor nicaragüense y ex vicepresidente de Nicaragua, la ha llamado “la mítica Claribel Alegría”, que se rodeaba desde la tierna infancia con muchas grandes figuras de la literatura latinoamericana, como Salvador Salazar Arrué (Salarrué), José Vasconcelos y Joaquín García Monge. Más tarde, estudiaría con el poeta español Juan Ramón Jiménez, quien la llevó a conocer a Ezra Pound, por entonces ya encerrado en el Hospital Santa Isabel. Aún más tarde, Miguel Ángel Asturias la visitaría en Santa Ana en El Salvador. En Santiago de Chile, conoció a Augusto Monterroso, y fue con Asturias a Isla Negra a conocer a Pablo Neruda. Por no mencionar también las amistades que ella y su marido, Darwin J. (Bud) Flakoll, cultivarían con Robert Graves, Juan Rulfo, Julio Cortázar, y muchos otros escritores del “boom” latinoamericano, del que Claribel y Bud fueron tempranos editores y traductores, años antes de que muchos de ellos fueran famosos. Juntos, editaron la antología New Voices of Hispanic America (Nuevas voces de Hispanoamérica) publicado por Beacon Press en Boston, en 1962, que incluía a Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Juan Rulfo, Blanca Varela, Juan José Arreola, Ernesto Cardenal, Augusto Roa Bastos, entre otros. Por lo tanto, dice Sergio Ramírez, Claribel nació para la literatura, que es una parte sustancial de su existencia, de su vida.
Podría hablar casi eternamente de la impresionante obra de Claribel Alegría, pero ella nunca habla de sí misma porque siente y ha sentido siempre demasiada curiosidad por los demás y por el mundo que la rodea. Está tan interesada e involucrada en aprender más sobre la vida y sobre todos nosotros, tan involucrada con el prójimo, que se le olvida hablar de sí misma. Pero cuando entra a una habitación, o donde sea que vaya, su presencia se percibe de inmediato. Si yo trajera una rosa a este salón y la pusiera en la mesa, su presencia, aunque callada y silenciosa, cambiaría por completo el ambiente. Incluso si quisiéramos ignorarla, no lo lograríamos, porque la rosa, con su belleza, con su forma, con su color y su fragancia, nos obligaría a prestarle a atención, aunque no dijera: ¡Oye, aquí estoy, mírenme!
Claribel Alegría es esa rosa.
Norman, Oklahoma
29 de septiembre del 2006
Traducción al español de Antonia Alvarado
En Dispatches from the Republic of Letters: 50 Years of the Neustadt International Prize for Literature (2020), editado por Daniel Simon y disponible por Deep Vellum Publishing.