La escritura creativa cuenta entre sus propósitos restaurar la palabra, encontrar sus sentidos recónditos y en lo posible renovar sus significados. El poeta Juan Gelman asegura que frente a la violencia estábamos obligados a reinventar el lenguaje. Es evidente que sólo a partir de la palabra podemos darle forma y representación a la tragedia que ha dejado el conflicto armado, que ha golpeado la realidad colombiana. El país necesita con urgencia valorar y restaurar la palabra, porque esta esquina del continente suramericano ha sido uno de los lugares donde más se ha ultrajado, tergiversado, desgastado y lastimado, ante la retórica del poder y la guerra. De ahí que la necesidad de una maestría en Escrituras Creativas en la Universidad Nacional de Colombia resultara tan urgente.
Ahora bien, sin lenguaje no hay narración y sin narración no hay memoria y sin memoria no hay identidad. Por ello, debíamos preguntarnos como lo planteó Kisten Mahlke: ¿Cómo se puede recordar si no se estructura una narración? ¿Cómo se narra cuando no se comprende lo que ocurrió? El filósofo y escritor Albert Camus también nos recuerda que “el escritor no puede estar al servicio de aquellos que forjan la historia sino de los que la padecen”.
Me pareció indispensable que la maestría en Escrituras Creativas fuera abierta a diferentes profesiones, para así encontrar y alimentar diversas perspectivas a partir de las cuales se pudiese narrar la compleja realidad del país. Cuando comencé a elaborar el currículo de la maestría, pensé que el objetivo central del posgrado debía ser acompañar al estudiante en la escritura de su ópera prima. En otras palabras, debíamos, ante todo, formar autores y autoras tanto en las áreas de cuento o novela, guión cinematográfico, dramaturgia y poesía, porque sólo quien termina una obra se asume como escritor o escritora y continúa en el oficio.
Para lograr este objetivo era necesario cultivar una sensibilidad, un conocimiento artístico y fomentar una gran disciplina. Todos los que escribimos sabemos que no es una labor fácil y que la elaboración de un texto tiene mucho de aventura. Los inicios por lo general resultan escabrosos y torpes. No hay un mapa claro y comienza un tanteo en medio de una bruma llena de inciertos. En forma paulatina y acompañado por unas lecturas seminales, una exploración sobre la vida personal y familiar, así como la historia de la región, la ciudad, el país y sus circunstancias, la escritura misma se comienza a abrir y despeja unos senderos que merecen ser explorados. El camino es abrupto y cargado de perplejidades, pero también lleno de compensaciones.
Sin duda, la sensibilidad se cultiva y se fomenta con la lectura a partir del conocimiento y emulación de grandes autores que sirven de modelo. Aun cuando no existen reglas fijas para la escritura, resulta evidente la necesidad de mantener una estrecha relación con los libros, las bibliotecas, y la tradición artística en que se está engranado. Por ello, en Bogotá nos propusimos acercar al estudiante a la idea de que el arte se forja a partir de un diálogo intertextual. Tanto la narrativa como el teatro, el cine y la poesía mantienen una constante relación e intercambio con las obras que establecen una tradición. Al fin y al cabo, el arte es un juego entre épocas y lenguajes. Y la sensibilidad artística se estimula cultivando la comprensión y participación en dicho diálogo.
Muchos estudiantes recién graduados llegaban a la maestría con el propósito de escribir una obra experimental y con ella deseaban romper todos los cánones establecidos. Comprendiendo este loable deseo, decidí que era importante para el programa estudiar la gran novela experimental del siglo XX. Me refiero a Ulises de James Joyce que en verdad transformó la literatura, le abrió las puertas al modernismo e innovó la disciplina a partir de su publicación. Sin duda, es una novela difícil, compleja y críptica. Por cierto, el mismo Joyce en alguna ocasión aseveró: “He puesto tantos enigmas y rompecabezas en esta obra que voy a mantener a los profesores ocupados por siglos discutiendo sobre qué quise decir. Y esa es la única manera de garantizar la inmortalidad”.
Pero, de nuevo, al estudiar la obra de este irlandés quería señalar que los grandes autores se encuentran escribiendo y conversando con aquellos autores que los precedieron, aún los rebeldes que rompieron con todos los cánones. No es casual que la obra se llame Ulises. El diálogo intertextual marca la literatura y es una de las características que la acompaña desde sus inicios.
Homero conocía la mitología y el papel de los dioses en su tradición. De ahí que la Odisea también evoque el viaje de Jasón y los argonautas. Virgilio escribió la Eneida con base en la Ilíada y la Odisea de Homero. Por cierto, la compuso en hexámetros dactílicos continuando la métrica de los poemas épicos, aun cuando no fuera lo más conducente o natural para el latín. En la Eneida se entretejen y reescriben las historias del bardo griego, tomando los hilos sueltos de estas épicas para construir la historia de Roma. Y si bien esta obra dialoga con ambos textos, es una historia única y novedosa.
En las obras de Shakespeare encontramos a Ovidio y a Virgilio y a medida en que vamos leyendo los grandes textos de la humanidad comenzamos a encontrar las relaciones con aquellos quienes los precedieron. Por cierto, podríamos construir una genealogía literaria y observar cómo se han fraguado las tradiciones. Es como si se hubiese parado sobre los hombros de los gigantes que los antecedieron, parafraseando la famosa sentencia de Isaac Newton.
Al artista que inicia sus labores en estas lides no debería intranquilizarlo la originalidad. Ninguna obra se da en el vacío. Por ello, no debe uno temerle a las influencias. Pablo Picasso decía, con el delicioso descaro que lo caracterizaba, que a él no le inquietaba copiar a nadie, lo que le preocupaba era copiarse a sí mismo.
Pocas obras pueden ser tan cuestionadas como aquellas que se creen originales. La imaginación, ya sea en literatura, dramaturgia, poesía o en el cine, radica en la capacidad de relacionar disciplinas, temas e historias que no se han conjugado antes. La imaginación, en últimas, reside en la capacidad de juego, de conocimiento y composición. En otras palabras, deberíamos hablar del ars combinatoria que subyace detrás de las obras.
Geoffrey Chauser, padre de la literatura inglesa, jamás pensó en inventar una historia y no era que la gente fuera menos inventiva en aquellos días que hoy, sino que se contentaba con una variación que añadía y le daba un nuevo sentido al relato. La originalidad parece ser una obsesión de nuestro tiempo y no deja de ser una ilusión engañosa. El mito de Edipo se conocía en los días de Sófocles, pero lo importante fue cómo lo contó y desde qué perspectiva lo narró.
Quisiera insistir que el papel del artista de la palabra consiste en recontar las historias de siempre a partir de nuevos materiales, redescubriendo sus metamorfosis, los nuevos lenguajes y develando cómo se mantienen vigentes. A partir de la palabra destilada el o la escritora nos sorprenden ante la perspectiva que ha encontrado y descubierto para renovar y revitalizar una tradición.
En la maestría también enfatizamos que escribir es reescribir. O como diría W.B.Yeats: “Corrijo, borro, tacho, busco…”. En pocas palabras, todo escritor o escritora se hace y rehace a lo largo del proceso de la escritura. Con la reescritura se aclaran las ideas, en la reescritura se organizan, frente a la reescritura se destacan y ante la reescritura se precisan.
Ahora bien, a pesar de mi urgencia en crear la maestría en Escrituras Creativas, ni la burocracia universitaria, ni ciertos profesores compartían el mismo afán, más aún, insistían en la perversa preconcepción que ha hecho carrera en América Latina según la cual “el escritor nace y no se hace”. Insistían que el talento era algo innato y la escritura creativa un “don”, que no se podía enseñar, y que en últimas los grandes escritores eran ante todo unos “iluminados”.
Si bien yo no negaba el talento, ni el esclarecimiento de los grandes escritores, sin embargo, insistía que la sensibilidad se podía cultivar. Y que el propósito de las universidades era democratizar el conocimiento, en vez de mitificarlo. Por ello mismo, los programas de escritura creativa resultaban invaluables para el desarrollo del conocimiento.
Pero la burocracia tiende a ser enemigo de la palabra y de todo lo novedoso. Por lo tanto, tuve que responder un sinnúmero de interrogantes morosos, ¿Cómo podía yo garantizar que iba a haber alumnos? Mi respuesta, por lo general, terminaba con otra pregunta: si no se ofrecía el programa, ¿cómo se podía saber si tendría o no alumnos?
En fin, me tomó cuatro años de ires y venires con la burocracia universitaria para convencerlos que valía la pena lanzarse a la aventura. Al comienzo sostuvieron que, si bien el programa presentado resultaba interesante, deberíamos comenzar con una especialización. A pesar de que no estaba de acuerdo, me pareció importante, ante todo, comenzar. Así pues, desarrollé el programa de estudios para una especialización. Cuando el consejo académico estudió la propuesta llegaron a la conclusión de que no debía ser un programa especialización, sino más bien una maestría. Vuelva y reescriba el programa ajustándolo para que cumpliera con los requisitos de una maestría. Al fin y al cabo, la paciencia siempre ha sido un requisito indispensable para la escritura. Sólo después de muchas vueltas, se vencieron todos los obstáculos.
Ahora bien, la Universidad me entregó una resma de papel en blanco, y yo les devolví un programa de maestría con un currículo diseñado y al cual se presentaron 111 aspirantes para la primera cohorte. La maestría se inauguró con 3 líneas de profundización: narrativa (cuento o novela), guión cinematográfico y dramaturgia. Sin embargo, después de 2 años de trabajo, pensé que hacía falta una línea adicional: la de poesía. Al fin y al cabo, su búsqueda no deja de estar en el trasfondo de todas las artes. De nuevo tuve que enfrentarme a la burocracia: sostenían otra vez que la poesía no se podía enseñar. Se me preguntaba de manera reiterativa: ¿quién puede evaluar un libro de poemas y asegurar si es bueno o malo? Y la respuesta era simple: los poetas. Así como la calidad de un puente la evalúan los ingenieros, y son los encargados en afirmar si se puede caer o no, pues eran los propios poetas quienes podían evaluar la calidad de un libro de poesía. Y se aprobó esta cuarta línea.
Ahora bien, el programa sería ante todo tutorial. Para ello invité a destacados escritores, poetas, guionistas y dramaturgos para que acompañaran a los estudiantes en su proceso de escritura. No creo que fuera una casualidad que más de 60 estudiantes fueran galardonados con premios nacionales e internacionales en las cuatro líneas de formación a lo largo de la primera década. Sin duda, la dedicación y pasión tanto de los profesores fundadores como la de los estudiantes del programa fueron las claves del éxito.
También pensé que era indispensable internacionalizar la maestría y convocar a reconocidos escritores hispanoamericanos para que nos acompañaran dictando seminarios, talleres y conferencias. Así, escritores, poetas, dramaturgos y guionistas de España y América Latina vinieron a Bogotá a compartir sus experiencias con los estudiantes. Durante la primera década de la maestría, en que estuve al frente, se invitó a más de ciento ochenta y nueve invitados internacionales, entre ellos premios Cervantes, Rómulo Gallegos y Pulitzer, entre otras famosas distinciones, sólo para señalar la calidad de los invitados. Sería imposible nombrarlos a todos en esta entrevista, pero vivo agradecido con cada uno de ellos porque comprendieron la importancia del programa y lo engalanaron. Gracias a ellos pudimos recopilar, grabar y publicar los talleres que dictaron en la colección titulada Seminarios y talleres con invitados internacionales de la maestría en Escrituras Creativas (2012).
Por último, debo agregar que la maestría le abrió las puertas a las escrituras creativas en otras universidades y los programas se han multiplicado tanto en el país como en el continente. En Colombia ya se han abierto siete programas en diferentes ciudades. Hecho que me llena de alegría. Y demuestra que la escritura creativa llegó para quedarse en el ámbito universitario.