La siguiente entrevista recoge la integridad de las preguntas y respuestas que por medio de correos electrónicos se intercambiaron el periodista español Juan Cruz y el poeta venezolano Rafael Cadenas. Ellas sirvieron de base para la versión titulada “Rafael Cadenas: ‘Sería saludable que los candidatos a la presidencia fuesen examinados por psicoterapeutas’”, publicada en el diario El País, el 28 de marzo de 2021.
Juan Cruz: Hace tantos años como los que tiene su poema Derrota los canarios vivíamos de lo que nos enviaba Venezuela. Las cosas han cambiado dramáticamente. ¿Cómo siente usted el peso de esa historia?
Rafael Cadenas: Me toca vívidamente, pues el abuelo de mi esposa Milena era de las Canarias y con ella visité varias veces esas islas que nos quieren y queremos, gracias al vínculo histórico que has señalado. Su pregunta me permite expresarle cuánto me contenta que un componente de esas islas ande en la vida de nuestros hijos e hijas.
J.C.: ¿Cómo ha afectado a su ánimo lo que ha ido sucediendo en su país?
R.C.: Me duele, claro. Es una situación que sobrepasa a la palabra crisis, pero gracias a no sé qué factor me mantengo con buen talante. Además de lo que ocurre en el ámbito político, el encierro debido al virus es lo más parecido a estar preso, pero eso nos permite también leer, dejar en lo posible la prisa, vernos interiormente.
J.C.: Las dictaduras fueron moneda frecuente en Venezuela, históricamente, durante décadas sucesivas. ¿Cómo ha ido haciendo su país este reiterado y sufrido trayecto político?
R.C.: Lo que está sucediendo es consecuencia de la historia de los dos últimos siglos. El XIX fue sobre todo de enfrentamientos armados entre caudillos que habían luchado por la independencia. El escritor Antonio Arráiz dice que hubo más de cuarenta revoluciones, él llama así esas contiendas devastadoras, aunque hubo también luces representadas por civiles ilustrados.
Al siglo XX lo caracterizó la lucha por instaurar un gobierno democrático, la cual fue dirigida por los que salieron de las cárceles gomecistas. El país tuvo un período de democracia, mas por lo visto poco sólida: volvió a salir del ejército otro dictador al que el propio ejército y el pueblo derrocaron. No sin antes haber perseguido sin piedad a miembros de Acción Democrática y del Partido Comunista. Menos mal que siempre hay militares civilistas, pero también ciudadanos fervorosos del militarismo. Aclaro: todos los países tienen ejércitos, pero el militarismo es la exaltación desmedida de ellos. Con el dinero que ese dictador se llevó al huir vivió muy bien en España. El poeta y ensayista Juan Liscano, voz inoída, es autor del libro El horror por la historia. A mí me parece que esta y la psiquiatría como carreras son afines; ambas estudian la normal locura humana, o mejor, deshumana. Con razón, a los políticos no les gusta que en su coto entre la psicología, cuando sería saludable que los candidatos a la presidencia fuesen examinados por psicoterapeutas.
J.C.: En una entrevista de la última década usted dijo: “Cada día somos más pobres”. En algunas partes del mundo, como España, hubo partidos políticos que combatieron esa visión de la derrota que la política infringió a Venezuela. ¿Con qué no ha podido la política en su país?
R.C.: Tal vez con el presidencialismo que a mi ver ha sido funesto. Pienso que nos conviene más un sistema parlamentario porque el título de primer ministro es más modesto que el de presidente, a quien ese cargo suele encumbrar, mudar su índole, volverlo vanidoso. Entonces su ego inflado toma el mando. La autoimportancia del presidente lo fuerza a no soltar la silla. Quiere volver a ser candidato. El poder es maligno decía Jacob Burckhardt, después de examinar la historia de la humanidad. Él sabía mucho de eso.
J.C.: Su literatura ha sido premiada y agasajada fuera de su país, en España, en otros países de América Latina. ¿Cómo ha ido viviendo usted esos honores?
R.C.: Me sorprendieron inmensamente y lo he agradecido. Sin ellos no hubiera aguantado esta situación. Imagínese que como profesor jubilado, yo recibo cinco dólares al mes. Con eso se puede comprar, digamos un litro de leche y un pan canilla. Las universidades autónomas ya no existen; por estar desprotegidas han sido saqueadas, y un país sin universidades libres se rezaga. Luego toma mucho tiempo rehacerlas. Pasando a un plano mayor: Sartre rechazó el Nobel, pero no por humildad, sino por soberbia. Creo que el gobierno va a crear universidades diferentes. Sería un error si son para un adoctrinamiento con miras a uniformar a la población. Unamuno decía sentir lástima por un pueblo unánime. El antídoto para contrarrestar eso es la pluralidad, propia de los seres humanos, que son, a un tiempo, iguales y distintos.
J.C.: Unos dicen que usted es un hombre silencioso. Otros le atribuyen la virtud del sigilo. ¿Cuál sería para usted hoy el autorretrato de su tono de voz? ¿Ese silencio, o ese sigilo, alcanza en su caso el poder de una metáfora, o de una actitud?
R.C.: Es una imagen. A veces más bien hablo mucho, sobre todo ahora por teléfono, que compensa el aislamiento pues es difícil reunirse con los amigos, y en lo tocante a la voz, ella cambia según el temple de ánimo, que en estos años tiende a decaer. La gente, con excepciones, explicables está como aletargada. En cuanto a secretos, tengo varios, pero si los digo dejan de serlo. Con respecto al silencio, espero al verdadero, que es un vacío en el cual pasa a formar parte de todo. Es la suspensión del yo.
J.C.: La poesía es su arma, siempre lo fue. Aunque sea, como usted dice, “poderosa e insignificante”. ¿Qué le da a usted este poder de convertir en verso lo que va sintiendo?
R.C.: Nunca la he visto como tal. Soy un hombre desarmado, enemigo del machismo que deberá ser estudiado profundamente porque tiene que ver con la historia, y los más no se han percatado de ello. También es la causa del femicidio, que en el fondo, además de los motivos usuales, se deben a un rechazo de lo femenino en ellos, porque todos, aun “el más hombre”, somos andróginos. Yo particularmente le rindo culto a la mujer. Para mí, es sagrada hasta la llamada, eufemísticamente trabajadora sexual. A los muy machos la ciencia les dice que tienen un lado femenino; si lo reconocieran se sentirían completos. Serían seres humanos y no criminales.
Creo que las mujeres cuando noten alguna señal de violencia en el hombre no deberían esperar a que la situación empeore, sino denunciarlo ante la autoridad competente.
J.C.: En 2008 dijo: “El poeta moderno habla desde la inseguridad, se acabaron las causas y las banderas”. ¿Qué ha sustituido a esos dos armamentos tradicionales de la poesía del siglo XX?
R.C.: Como dice William Carlos, el hecho de ser es lo primordial. Más importante que causas y banderas. Eso no significa que vayamos a caer en una inmovilidad frente a lo que pasa en el mundo, que es tan grave. Estamos bajo el acecho de nacionalismos fanatismos, terrorismos, totalitarismos, no puedo enumerar todos los ismos que llevan a guerras espantosas. Incluso las religiones crean división cuando debían ser promotoras de la unidad.
Al primero de estos ismos, Einstein lo llamó sarampión infantil. Sin embargo, las naciones siguen destruyéndose cuando ya deberíamos ser cosmopolitas. Derrida los llama a unirse; Savater escribe un libro contra las patrias, y otros pensadores muy avanzados coinciden con esta postura, la cual no significa que desarmen a sus países. Convendría entrevistarlos sobre este aspecto.
J.C.: En la época de Chávez usted contó que, si en su país lo atacaban a usted, que no tenía actividad política, podría imaginarse lo que sucedería con otros más beligerantes… ¿Qué consecuencia ha tenido esa persecución tácita de los disidentes en la creación y en la libertad de los escritores y de los ciudadanos? ¿Logró el poder que el silencio (o el sigilo) fueran un modo de sobrevivir?
R.C.: Sí, creo que lo ha conseguido mediante lo que ha pasado: represión de manifestaciones, encarcelamientos, intimidaciones. Hay presos desde hace años. El temor parece haberse enseñoreado de la población. No hay ya periódicos, televisoras independientes, emisoras de radio. El terreno para expresarse es muy reducido. Existe autocensura. Contradiciendo a Rosa Luxemburgo, que defendía la libertad para el diferente, aquí este debe callar para no correr riesgo. Sin embargo, poetas y escritores de diversas edades, publican libros aquí o afuera. Debo mencionar que muchos de ellos están en otros países. Se han ido más de cinco millones de venezolanos, por lo que se puede afirmar que este es un país incompleto. Agrego otro hecho muy grave: las universidades autónomas han desaparecido.
Le aclaro que soy bastante crítico del régimen, pero sin odio. Con este no llegamos a ninguna parte. Además, la actual asamblea lo prohibió. Eso indica que sus miembros tampoco lo tienen.
J.C.: Ha dicho que es, parafraseando a Machado, “un intenso vividor del presente”, que ha mantenido “el asombro ante lo extraordinario que es todo”, aunque la costumbre lo impida. ¿Ese asombro es entusiasmo o la manera de ser de un poeta?
R.C.: A veces siento eso que expresa la magnífica frase de Machado, pero nada es permanente, todo es devenir, algo que deben recordar los gobernantes, sobre todo los que se asemejan al que aún no acepta su derrota en Estados Unidos. Todo desaparece, se evapora como decía Rilke.
En cuanto al asombro, me sorprende la capacidad de tanta gente para sentirlo. Le daré por ahora un solo ejemplo: sabemos que todo lo produce la naturaleza, sin que nadie la dirija, acaso solo una inteligencia superior a la humana, que aún muchos científicos llaman púdicamente instrucción, lo cual es lo mismo. Hay eso en cualquier semilla que será guiada para formar alguna planta. En nuestro caso, lo que llamamos “yo” no dirige ninguno de nuestros órganos, y menos mal porque si lo hiciera crearía un lío en el cuerpo. Hasta hay una palabra china que significa “se hace por sí solo”. Se habla también de código genético dando por sentado que sabemos lo que es eso. ¿No le resulta pasmoso lo ejemplificado?
Resumo lo central de lo que pienso: lo ordinario es, si bien se mira, extraordinario, pero como esperamos algo grandioso, desvalorizamos lo común. A veces ni lo vemos. Todo ello lo he aprendido mediante lecturas, más que vivencias; estas, a causa de la costumbre, cuestan más. Para tenerlas debemos volvernos como niños.
Los pensadores que, además de los antiguos, como Heráclito, Marco Aurelio, Epicuro, a los que llamo postmodernos, leo desde hace años a muchos provenientes de la física cuántica, quienes desembocan en lo que Wittgenstein llamó lo místico, concepto no religioso, sino ontológico. Que el mundo sea, es para él lo místico.
A Santa Teresa, por cierto, la llamo maestra zen porque cuando se sale de su senda católica, tiene decires muy dentro de esa corriente budista. Voy a citarle este: “se ha de tomar alegremente lo sabroso como lo amargo”, ardua exigencia que está también en los pensadores que me interesan, como Jeff Foster, Frigof, Capra, David Bohm y otros. He leído mucho a Alan Watts, cuyos libros los está publicando Pre-Textos, lo cual me parece importante.
Todos insisten en la necesidad de aceptar lo que es, lo real, incluso la inaceptación. Esto ha de ser una experiencia. También valoran el momento presente, única vía de dar de lado el tiempo. A la vez nos damos más cuenta de lo que está ocurriendo. Es la Mindfulness, hoy ya muy conocida. Jorge Guillén está muy cerca de estos pensadores por su sentido de la realidad, sobre todo en Cántico. No está entre los “aborrecedores” de ella que decía Antonio Machado.
Volviendo a lo del asombro, en unos textos breves para la revista Actual de Mérida, en Venezuela, puse como epígrafe esta frase: “existo para asombrarme”. Es de un amigo, Göethe, y la usé para mostrar la importancia que le daba a ese sentir. Otro amigo, Pedro Salinas, lo llama pasmo, palabra que me encanta. El asombro, por tener de descubrimiento, nos vivifica.
Aunque quisiera extenderme, paso a otro punto. La vieja señora corrupción se ha expandido tanto que deberíamos quitar del diccionario, a lo taoísta, palabras como moral, honestidad, derecho, verdad, justicia, igualdad y muchas otras, para ver si así revive lo que significan.
J.C.: En su diálogo con León Felipe (en Contestaciones) usted le dice al poeta que escribió “¡Eh! ¡Que viene el lobo!”: “Nadie oyó ese grito. Fue inútil: los españoles, sin darse cuenta, dormían con el lobo porque estaban llenos de futuro”. ¿Algo así podría decirse en un diálogo con usted con respecto a Venezuela? ¿Podría alguien haber exclamado ¡Eh! ¡Que viene el lobo!?
R.C.: Sí, muchas veces desde el siglo XIX, cuando los héroes, como suele ocurrir se transformaron, si bien no todos, en aspirantes a dictadores. Eso también sucede hoy en el mundo. Parece una ley de la historia. Tito, pongo por caso aunque sobran ejemplos, luchó contra los nazis y luego implantó una dictadura comunista.
En esa contestación me referí a España aludiendo solo al futuro. Aunque el lobo también muerde el pasado, en su país tal vez prevaleció la adicción al futuro, que solo existe como idea y eso a veces mantiene a los gobernantes como suspendidos sobre la tierra, un centímetro, un metro o más. El lobo es un devorador del presente.
J.C.: ¿Qué ha hecho el lobo con Venezuela?
R.C.: Esta pregunta está en cierto modo contestada con la respuesta anterior. Me figuro que lo mismo ocurre en muchos países con gobiernos apresurados que desatienden lo inmediato. Quieren transformar el mundo y olvidan las cuestiones imprescindibles.
J.C.: Este último año ha sido aciago para el mundo, en todos sus territorios. ¿Lo ha acompañado la poesía? Han sido tiempos difíciles para los versos. ¿Se han lesionado el asombro, la alegría? Brecht decía que se podía cantar también en los tiempos oscuros. ¿Ha habido algún argumento para cantar?
R.C.: Me han acompañado sobre todo la lectura de pensadores, como los que he mencionado; la poesía esencial que está en la vida diaria; nuestro hijo y nuestra nieta. El asombro me visita más que la alegría, por lo cual me disculpo con Spinoza. No hay canto, pero estoy recogiendo lo que por dejadez no publiqué hace como cuarenta años. Se trata de prosa, sobre todo charlas, más que poesía.
J.C.: Georg Johannesen, citado en Contestaciones, dijo: “Los sabios callan/ en los malos tiempos./ Yo: en los malos tiempos/ no soy sabio./ Canto y hablo/ de los malos tiempos”. Y usted le responde. Imagine que no le hubiera respondido en el libro. ¿Qué le diría en estas circunstancias?
R.C.: A ellos que sobre todo saben vivir —me imagino—, no es necesario decirles nada. Al contrario, son ellos los que nos podrían orientar, si fuesen oídos. En tal caso la historia hubiese sido distinta, no de tan malos tiempos.
Durante miles de años los seres humanos se han dedicado a destruirse en guerras incontables; en realidad no sé sabe cuántas ha habido, y varias se han hecho a fin de acabar con la guerra. ¿Es increíble, verdad?, ¡No hay aprendizaje! Hoy se sigue aceptando como normal que las naciones más civilizadas tengan entre sus industrias la fabricación de armas cada vez “mejores”. Lo de “si quieres la paz, prepara la guerra”, lema antiguo, sigue vigente y nada de eso avergüenza al mundo. La vida suele llamarse hipócritamente sagrada por los que atentan en contra suya. Prosigue en todas partes la lucha entre civilización y barbarie. Hasta ahora lo que se ha hecho para ponerle término a la barbarie ha sido en vano.