En 1974, cuando Francis Ponge recibió el tercer Premio Internacional de Literatura Neustadt, hizo ciertos comentarios que se han convertido en parte del aura del premio. Lo llamó “absolutamente magnífico”, “tan original y diferente a cualquier otro en sus mecanismos de deliberación”. Se refería a aspectos del premio que tradicionalmente han llamado la atención de muchos, comenzando por el hecho de haberse constituido en la Universidad de Oklahoma, no en París, Buenos Aires, Berlín, Tokio u otra capital literaria cosmopolita. Celebró la transparencia del proceso de votación, la práctica única de Neustadt de conformar un jurado que vota a favor y no en contra de los nominados. Cada otoño, para el Premio Neustadt o el Premio NSK Neustadt de Literatura Infantil, nueve de los escritores más importantes del mundo deliberan intensamente para elegir a un ganador. En concordancia con los estatutos del Premio deliberan sin atender a presiones externas o cualquier tipo de estímulos que intente dirigir el proceso en una dirección determinada. En tal sentido, los jurados de Neustadt se han destacado por dejar de lado las consideraciones políticas y sus implicaciones o el impacto político que su decisión pueda tener sobre sobre un contendiente. Se centran, en cambio, en los logros literarios de cada escritor.
Aislada y lejos de todas las capitales del mundo, Norman, Oklahoma, sede de la Universidad de Oklahoma, es una pequeña ciudad en las llanuras sureñas que obviamente no tiene una cultura cosmopolita que pueda patrocinar la celebración de la literatura mundial y el internacionalismo. Y sin embargo, contra todo pronóstico, es aquí precisamente donde estos increíbles premios se originaron y fueron lanzados a la fama. Ese hecho ha encendido la imaginación de muchos escritores. El ascenso y el renombre de los premios, como lo señala el premio Nobel Czesław Miłosz, quinto ganador del Premio Neustadt, se encuentran entre “esas cosas que no deberían existir”. ¿Y por qué no deberían existir? Porque estos premios representan raras fuerzas del bien enfrentadas a ciertas tendencias negativas, abrumadoramente fuertes relacionadas con el comercialismo, el facilismo y la moda. En otras palabras, la notoriedad de los premios Neustadt es bienvenida y enormemente benéfica, pero su existencia no es el resultado de un devenir inevitable, ni algo que alguien, fácilmente, hubiera podido predecir. Estos famosos premios nacieron precisamente para hacer frente a lo que Miłosz llama el “orden oscuro e inmutable del mundo”, una ocurrencia asombrosa, como él lo admite, que “favorece a todos aquellos que, en el juego de la vida, apuestan por la improbabilidad”.
La apuesta por la improbabilidad es el milagro de los premios Neustadt y, posiblemente —como señalan muchos de los miembros del jurado— de los mismos Estados Unidos. Pueblos indígenas y potencias coloniales llegaron originalmente a Oklahoma y las Américas en busca de nuevas verdades y comienzos, y su búsqueda incesante ha definido esta parte del mundo en términos de innovación y energía cultural. Dubravka Ugrešić, la vigésima cuarta galardonada, destaca la grata persistencia de este espíritu estadounidense en los premios y en el estado mismo de Oklahoma. “El paisaje literario que me ha dado la bienvenida en Norman”, escribe,
me ha tocado tan profundamente que, momentáneamente, olvidé las constelaciones políticas reinantes. Olvidé los procesos en marcha en todos los rincones y recovecos de Europa, olvidé a la gente que nos lleva obstinadamente de regreso a algún siglo lejano, la gente que prohíbe libros o los quema, los censores morales e intelectuales, los brutales reescritores de la historia, los inquisidores de la actualidad; olvidé por un momento los paisajes en los que la infame esvástica ha ido apareciendo cada vez con mayor frecuencia —como ocurre en las primeras escenas de la película clásica Cabaret de Bob Fosse— y los ríos de refugiados cuyo número, dicen, es incluso mayor a aquel de la Segunda Guerra Mundial.
Ugrešić atribuye este sentido de esperanza y asombro al visitar Norman al poco probable éxito de los premios Neustadt, la apuesta por la excelencia literaria y la celebración. Además, acredita estos premios como representaciones icónicas de los ideales estadounidenses, el gran experimento consagrado a nuevos comienzos. Esta comprensión de que los premios Neustadt florecen en un contexto explícitamente estadounidense, es otra razón por la que escritores y literatos de todo el mundo han sido cautivados con tanta fuerza por la tradición del Neustadt.
Existe amplia evidencia de que los galardonados de Neustadt, muchos de los escritores más importantes de las últimas cinco décadas, comúnmente ven el Premio Neustadt en esta línea. Elizabeth Bishop, la cuarta galardonada, proclama el Premio Neustadt como “un [enrarecido] lugar tan tierra adentro” y un icono de posibilidad y esperanza lejos de los lugares literarios tradicionales donde hay que picotear “por la [mera] subsistencia, a lo largo de las costas del mundo”. Tomas Tranströmer, el decimoprimer galardonado, aborda la dificultad, pero también la importancia de traducir poesía hoy en día, y atribuye al Premio Neustadt la creación de una atmósfera en Norman donde la traducción, con todos sus riesgos e imperfecciones, es simplemente “lo que hacemos aquí en Oklahoma”. Adam Zagajewski, décimo octavo galardonado, juzga el Premio Neustadt, con su tradicional inclinación hacia la poesía, como acorde con “el inmenso riesgo que implica escribir poesía hoy. . . quizás la cosa más atrevida del mundo” para hacer. Mia Couto, vigésima tercera galardonada, ve los Premios Neustadt como faros que actúan contra “lo que nos une hoy, en todos los países, en todos los continentes. . . miedo”, viendo en los premios una fuente de esperanza más poderosa que el miedo mismo.
En efecto, estos escritores laureados del premio Neustadt explican por qué este premio es considerado, entre los escritores, al menos el segundo en importancia, como lo señaló una vez el New York Times, solo después del mismo Premio Nobel. Su respuesta es que los premios Neustadt abarcan la promesa de la literatura y del modelo que los Estados Unidos representa. Hasta el día de hoy, los premios continúan recompensando y celebrando a los mejores escritores en cualquier lugar, a menudo los “mejores” antes de que sean reconocidos como tales en cualquier otro lugar. Es alentador que este extraordinario perfil de integridad y audacia haya sido probado repetidamente desde el principio de estos premios, y que su reputación haya sobrevivido sin tacha hasta nuestros días. El hecho de que estos premios nacieran en el corazón de los Estados Unidos, encarnando algunos de los ideales estadounidenses más importantes y consolidándose de acuerdo a los más altos niveles de excelencia para convertirse en una fuerza en procura del bien en el mundo, explica tanto la audacia como la belleza de esta asombrosa tradición.
Norman, Oklahoma
Agosto de 2019
Traducido al español por Guillermo Romero