El día 1° de septiembre de este 2020 (año de la pandemia) el estado de Chile, representado por siete jurados, le otorgó el Premio Nacional de Literatura al poeta mapuche Elicura Chihuailaf Nahuelpán (Kechurewe, 1952). Es la primera vez en la historia de este Premio Nacional (inaugurado en 1942) y en la historia de todos los demás premios nacionales otorgados en todas las áreas (trescientos cuarenta y un premios en total) que un Premio Nacional se concede a una persona perteneciente a un pueblo nativo en Chile, pese a que nuestro país se autoasume como una “entidad pluricultural y multiétnica” (Boccara, 2012). La persistente omisión es reflejo de nuestra historia, en la que los procesos de conquista y colonización (s.XVI a XVIII) y luego la acción del estado chileno (1883 en adelante), despojaron sistemáticamente del territorio, de su cultura y de su lengua a los mapuche, quienes ocuparon treinta millones de hectáreas en tiempos prehispánicos, desde el valle de Choapa (31ºS) hasta la Isla de Chiloé (45ºS). Entre 1641 y 1883, los mapuche resistieron y/o negociaron con los españoles y mantuvieron su frontera desde el río Bío Bío (36ºS) al sur, preservando allí su lengua, cultura y lo que les había quedado de territorio (diez millones de hectáreas). Pero con la creación del estado nacional chileno (1818) y con la llamada “Pacificación de la Araucanía” (1865-1883), los sobrevivientes mapuche (mapu: tierra/ che: gente; gente de la tierra) fueron progresivamente relocalizados y confinados a reducciones, en una suerte de exilio interno, en que además se volvieron subalternos su sistema de conocimiento (kimün), su lengua (mapuzungun), su sistema jurídico y organizacional (Az Mapu) y su espiritualidad. Pero pese a todo los intentos en contra, la cultura y la lengua mapuche lograron sobrevivir y resistieron el exterminio. Los finales del siglo XX trajeron consigo diversos movimientos de autonomización indígena en cuyo contexto se erigió, desde fines de los años 70, la obra de Elicura Chihuailaf, a la que le sucedieron una enorme eclosión y diversas manifestaciones de poesía mapuche (Caicheo, Lienlaf, Huinao, Huenún, Aniñir, etc), en un sistema diferenciado, aunque dialogante, con la poesía chilena y que coincidió con la emergencia en todo el continente de nuevas voces poéticas nativas del extenso Ab’ya Yala (Toledo, Ak’abal, Ninamango, Cocom Pech, Ancalao, Chikangana, etc). En los últimos veinte años, la obra de Elicura impactó como ninguna otra la educación chilena, siendo incluidos sus poemas en todos los textos escolares de Chile y Argentina, y siendo invitado a cientos de universidades y colegios a lo largo del país.
Por eso, este año 2020 la elección estuvo precedida por una fuerte campaña a su favor que realizamos cientos de personalidades y profesionales del más amplio registro: del mundo académico y educacional, de las ciencias sociales, las humanidades y el área de la salud, profesores/as, científicos, activistas de derechos humanos y medioambientales, gestores culturales, estudiantes de todos los niveles y organizaciones sociales. Decenas de artistas lo apoyaron también, debido a que muchos de sus poemas han sido musicalizados o adaptados a otros soportes; entre los que se cuentan Ana Tijoux, Manuel García, Oona Chaplin, Beatriz Pichimalen y Roberto Bravo. Los y las adherentes valorábamos la inmensa riqueza cultural y estética que posee su obra, producto de su enraizamiento en el conocimiento mapuche (kimün), en el mapuzungun (lengua mapuche) y en su vínculo respetuoso con la naturaleza. El Premio también representaba la reinvindicación de la descentralización de un país excesivamente centralista como es Chile, donde su enorme desigualdad socio-económica se expresa también en la desigual distribución territorial (el mercado se concentra en un 80% en su capital Santiago). En contra de esa tendencia, la Intendencia y municipios de la Región de la Araucanía (en la que vive el poeta) dieron su apoyo a su candidatura y la ciudad de Temuco (capital de esa región) se cubrió con gigantografías de su rostro y poesía. Dos importantes universidades lo postularon oficialmente: la Universidad de la Frontera y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Los últimos días, además, se sumó una carta dirigida al jurado por la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, en que la activista maya quiché equiparaba el legado de Chihuailaf con los de Gabriela Mistral y Pablo Neruda, al indicar que “como los grandes creadores, sus obras poéticas, son expresiones vivas de la naturaleza, de la historia y el devenir humano, su legado es holístico, con espacio-tiempo universales, que además de enriquecer la producción espiritual y las bellas Artes de los Pueblos Indígenas, trasciende enormemente la creación poética y literaria de la nación Chilena”.
Con esto, Rigoberta Menchú reconocía en Chihuailaf un proyecto, poético y político, que trasciende ampliamente las fronteras nacionales para proponer un diálogo que puede permitir con efectividad enfrentar las crisis actuales. De ahí que desde 1977 (El invierno y su imagen), sus diecisiete libros hayan sido ampliamente premiados y traducidos a más de veinte idiomas. Una obra que se ha mantenido vigente desde ese año y hasta hoy, con la publicación de sus últimos libros La vida es una nube azul (Memorias, 2016) y su libro más reciente, El azul del tiempo que nos sueña (2020), sobre temas astrofísicos y medioambientales. La importancia de este Premio, radica entonces en que se reconoce la fundamental labor que está cumpliendo Elicura Chihuailaf en medio de los complejos y duros tiempos actuales, ligada con su signo maya, el tz’ikin, el elegido entre nosotros para “trasmitir las palabras sagradas”. De ahí el designio que Genechen le impone: “Éste va a ser cantor, dijiste/ entregándome el caballo Azul/ de la Palabra” (“Para sanarte vine, me habló el Canelo”, 1995). Una palabra que según Chihuailaf ES el “Nütram”, la conversación. Esa “conversación es el aire, el agua, nuestro común inspirar, espirar y beber; es la fuerza que nos permitirá regresar al orden natural”, nos dice en sus Memorias La vida es una nube azul (2016). Frente a las crisis actuales, las culturas indígenas tienen respuestas integrales y sustentables y todo eso está en su poesía. Tanto es así que la Directora General de la Unesco, Audrey Azoulay, citó en marzo de este año 2020 uno de sus poemas, para indicar que él expresaba con poderosa elocuencia “este vínculo entre saberes indígenas y protección de los ecosistemas”. Una poesía que apuesta por el sueño y la memoria, que se conecta con sus antepasados, con sus árboles y vertientes, con la ternura de su lof mapuche y que vive a la vez alerta a los “contrasueños” del mundo actual (ecocidios, despojos, violencias sistémicas, colonizaciones). Por eso su obra, es más que una obra, y el Premio que se le acaba de otorgar, es claramente mucho más que un simple premio. Representa la necesidad urgente de aprender de ese “mensaje” que Elicura (“piedra transparente” en mapuzungun) nos ha venido a entregar, pese a la historia de despojo, usurpación y desencuentros que han mantenido los estados nacionales con los pueblos nativos. El mismo poeta, jugando con las palabras, apunta a que hay aquí unos saberes “alter-nativos” de los que mucho podemos aprender y que pueden abrir caminos en este presente de pesadillas.
La suya es una palabra que viene de la memoria oral de su familia y que se escribe en la memoria del presente-futuro (por eso él ha acuñado el término de oralitura), escritura soñada en la oralidad. La columna vertebral de esa oralitura está asociada a los relatos que escuchaba de sus mayores: “Recuerdo uno que contaba mi abuela, sobre el azul…El primer espíritu mapuche proviene del azul del oriente, donde se levanta el sol. Esa es la energía que nos habita”. Esta palabra que rememora el azul, ha venido a rogar ¿Qué es lo que se pide en estas rogativas?: “Que mi gente haga siempre rogativa,/ para que tenga vida, para que tenga /alimentos/ para que tenga buenas visiones/ y buenos Sueños/ Para que tenga sabiduría/ y no se termine su buena Conversación/ con la Madre tierra y el Universo”, nos dice Elicura en “Rogativa azul” aludiendo al “buen vivir” o “küme mogen” mapuche; sentidos de los que la cultura mapuche nunca se apartó y que hoy se nos ofrecen como una manera de acceder a una “cierta experiencia de la totalidad”, como nos dice Raúl Zurita.
Ya sea escrita, cantada o conversada, la palabra desea hacer-crear cosas, realizar una acción sobre el mundo: rogar, recordar, invocar, conocer. Además, esa función solo se logra a través de un uso poético de la palabra, recurriendo a imágenes plásticas, localistas, sensoriales y emocionales (no intelectuales, como aclara el mismo Elicura). Por eso escucharlo recitar nos conmueve y estremece tanto. Esta poesía nos transmite goce estético y también formas de actuar y de orientarnos en nuestra vida, vista como un viaje en círculo, que se “abre y se cierra en dos puntos que lo unen/ Su origen y encuentro en el Azul”. En su fundamental poema “Sueño azul” (en De sueños azules y contrasueños, 1995), fuertemente cosmológico y personal, se erige la casa azul de su infancia de su Kechurewe, como un “ser concentrado” y pletórico de gestos comunitarios, de pertenencia, arraigo, conexión con la Ñuke Mapu y con sus antepasados. Rememora además allí, el sentido de la vida y también de la muerte, alojado para siempre en los “bosques de la imaginación”. En el poema “La llave que nadie ha perdido”, la propia poesía defiende su función primordial: analogarse, en correspondencia y ternura, con la conversación de la naturaleza y ser “el canto de mis antepasados”. Pero no todo es plenitud, en muchos poemas resuenan también los sentidos desesperanzados de En el país de la memoria (1988) y también el poema “Parece un contrasueño la ciudad” de su libro de 1995.
En su ensayo Recado confidencial a los chilenos (1999), con ocho ediciones y casi quince mil ejemplares editados, el que también incluye algunos fragmentos de su poesía; el oralitor nos conecta en confianza (confidencial) con parte de la historia y conocimiento mapuche (kimün), para transmitirnos las visiones y vivencias de su pueblo mapuche. En este libro hay cifras, reflexiones y diálogos intensos con otros que también han pensado en la compleja relación entre el Estado chileno y el pueblo mapuche (Juan Ñanculef, José Bengoa, Pablo Neruda, etc), en un proceso siempre fallido en la relación entre el Estado chileno y los pueblos indígenas. El libro ha sido considerado un aporte fundamental a la posibilidad de tender un puente o un cauce entre las culturas y los pueblos, para el mutuo reconocimiento y valoración, para la promoción de un desarrollo basado en la interculturalidad, la biodiversidad y la sustentabilidad, pese a la persistencia en la no resolución de los conflictos.
Como contrapeso a esta historia de desencuentros, Chihuailaf publica el año 2016 el primer tomo de sus memorias, La vida es una nube azul, culminación de un largo camino, el de la vida, entre la niñez y la ancianidad, donde “amarillea el viento en la memoria”. Estas memorias lejos de ser una suma de anécdotas biográficas, son el ejercicio de desentrañar, en la ancianidad, los sentidos que tuvo esa vida, como si fuese una nube. Pero ¿por qué una nube? Las nubes representan en visión mapuche, un elemento de enorme polaridad, pero también de complementariedad entre cargas positivas y negativas, pues sólo esas fuerzas en pugna, dan origen al milagro de la lluvia, de la vida. Nos dice Elicura: “En las nubes hay una lucha discursiva constante entre el presente y el pasado (su positivo y negativo)”. Lo que resulta de esta lucha es la explosión de la nube en muchos significados, las nubes son también viajes, resplandor eclipsado por el sol, almas trazadas en el cielo, contrasueños, aparición de forestales, crisis ambientales, ciudades devastadas, nubarrones en tiempos de dictaduras militares. Pero las nubes son también y sobre todo, y ahora en su carga positiva, el lugar donde el poeta elegirá perderse, el lugar cálido y acogedor de su casa azul de la infancia y de la ruka de sus abuelos. El trayecto de un joven que viaja al exilio de la ciudad para convertirse en obstetra, en poeta y finalmente en el mensajero que es hoy. Alrededor de esos espacios íntimos, de amparo y protección, solo hay unas tenues nubecillas, una pequeña nube alada y también “la nube azul de la imaginación” sobre la que él podrá emprender nuevos viajes, “ese viaje insondable y breve, maravilloso, que es la vida”.
Solo la más profunda y luminosa palabra poética, de la que Elicura es portador, podía revivir con su plasticidad e imaginación, la vida pasada, los destellos de cada gesto y de cada acto de esa vida, de cada persona y de cada vivencia y que su oralitura permite ahora revivir. En este tiempo-espacio azul, Elicura ha decidido dejar la huella de todas las voces y experiencias que habitan en su obra. Él, “montado” en las nubes de la imaginación, podrá entregarnos finalmente su mensaje a través de una conversación teñida de profundo azul, color de donde todo surge y emana para la cultura mapuche y hacia donde él desea invitarnos en esta ya larga y urgente conversación.
Paula Miranda
Pontificia Universidad Católica de Chile